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La Iglesia samaritana y el principio-misericordia

Jon SOBRINO


 

El tema de Las "otras" notas de la Iglesia, tiene algo de chocante y mucho de necesario. Lo chocante está en hablar de "otras" notas, como si las de "una, santa, católica y apostólica" no bastaran para hacer notar la verdadera Iglesia de Jesús. Lo necesario está en que esas "otras notas" nos introducen -de forma distinta- en lo fundamental: una Iglesia verdadera es, ante todo, una Iglesia que "se parece a Jesús", y todos intuimos que sin algún parecido con él no seremos su Iglesia ni ésta se hará notar como Iglesia de Jesús. ¿Cómo es, entonces, una Iglesia que se parece a Jesús?

Parecerse a Jesús es reproducir la estructura de su vida. Según los evangelios, esto significa encarnarse y llegar a ser carne real en la historia real. Significa llevar a cabo una misión, anunciar la buena noticia del Reino de Dios, iniciarlo con signos de todo tipo y denunciar la espantosa realidad del anti-reino. Significa cargar con el pecado del mundo, sin quedarse mirándolo sólo desde fuera -pecado, por cierto, que sigue mostrando su mayor fuerza en el hecho de que da muerte a millones de seres humanos. Significa, por último, resucitar, teniendo y dando a los demás vida, esperanza y gozo.

Qué es lo que da coherencia última a esa estructura de la vida de Jesús es algo que puede ser pensado de diversas formas: su fidelidad, su esperanza, su servicio... Por supuesto que ninguna de estas realidades es excluyente de las otras, sino que todas son entre sí complementarias, y cualquiera de ellas podría servir para unificar la vida de Jesús. Lo que queremos proponer en este artículo es que el principio que nos parece más estructurante de la vida de Jesús es la misericordia; por ello, debe serlo también de la Iglesia.

 

1. El Principio-Misericordia

El término "misericordia" hay que entenderlo bien, porque puede connotar cosas verdaderas y buenas, pero también cosas insuficientes y hasta peligrosas: sentimiento de compasión (con el peligro de que no vaya acompañado de una praxis), "obras de misericordia" (con el peligro de que no se analicen las causas del sufrimiento), alivio de necesidades individuales (con el peligro de abandonar la transformación de las estructuras), actitudes paternales (con el peligro del paternalismo)... Para evitar las limitaciones del concepto "misericordia" y los malentendidos a que se presta, no hablamos simplemente de "misericordia", sino del "Principio-Misericordia" del mismo modo que Ernst Bloch no hablaba simplemente de "esperanza", como una de entre muchas realidades categoriales, sino del "Principio-Esperanza".

Digamos que por "Principio-Misericordia" entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que además permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso. Ese "Principio-Misericordia" -creemos- es el principio fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia.

 

1.1. "En el principio estaba la misericordia"

Es sabido que en el origen del proceso salvífico está presente una acción amorosa de Dios: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos " (Ex 3,7s). Es hasta cierto punto secundario el establecer con qué término haya que describir esa acción de Dios, aunque lo más adecuado es denominarla «liberación». Lo que aquí nos interesa recalcar, sin embargo, es la estructura del movimiento liberador: Dios escucha los clamores de un pueblo sufriente y, por esa sola razón, se decide a emprender la acción liberadora. [1].

A esta acción del amor así estructurada la llamamos «misericordia». Y de ella hay que decir: a) que es una acción o, más exactamente, una re-acción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, que ha llegado hasta las entrañas y el corazón propios (sufrimiento, en este caso, de todo un pueblo, infligido injustamente y a los niveles básicos de su existencia); y b) que esta acción es motivada sólo por ese sufrimiento.

El sufrimiento ajeno interiorizado es, pues, principio de la reacción de misericordia; pero ésta, a su vez, se convierte en principio configurador de toda la acción de Dios, porque: a) no sólo está en el origen, sino que permanece como constante fundamental en todo el Antiguo Testamento (la parcialidad de Dios hacia las víctimas por el mero hecho de serlo, la activa defensa que hace de ellas y su designio liberador para con ellas); b) desde ella cobra lógica interna tanto la historización de la exigencia de la justicia como la denuncia de los que producen injusto sufrimiento; c) a través de esa acción -no sólo con ocasión de ella- y de sucesivas acciones de misericordia, se revela el mismo Dios; y d) la exigencia fundamental para el ser humano y, específicamente, para su pueblo es que rehagan esa misericordia de Dios para con los demás y, de ese modo, se hagan afines a Dios.

Parafraseando la Escritura, podríamos decir que, si en el principio absoluto-divino «está la palabra» (Jn 1,1) y a través de ella surgió la creación (Gn 1,1), en el principio absoluto histórico-salvífico está la misericordia, y ésta se mantiene constante en el proceso salvífico de Dios.

 

1.2. La misericordia según Jesús

Esta primigenia misericordia de Dios es la que aparece historizada en la práctica y en el mensaje de Jesús. El misereor super turbas no es sólo una actitud "regional" de Jesús, sino lo que configura su vida y su misión y le acarrea su destino. Y es también lo que configura su visión de Dios y del ser humano.

a ) Cuando Jesús quiere hacer ver lo que es el ser humano cabal cuenta la parábola del buen samaritano. Es un momento solemne en los evangelios que va más allá de la curiosidad por saber cuál es el mayor de los mandamientos. Se trata, en dicha parábola, de decirnos en una palabra lo que es el ser humano. Pues bien, ese ser humano cabal es aquel que vio a un herido en el camino, re-accionó y le ayudó en todo lo que pudo. No nos dice la parábola qué fue lo que discurrió el samaritano ni con qué finalidad última actuó. Lo único que se nos dice es lo que hizo "movido a misericordia".

El ser humano cabal es, pues, el que interioriza en sus entrañas el sufrimiento ajeno -en el caso de la parábola, el sufrimiento injustamente infligido- de tal modo que ese sufrimiento interiorizado se hace parte de él y se convierte en principio interno, primero y último de su actuación. La misericordia -como re-acción- se torna la acción fundamental del hombre cabal. Esta misericordia no es, pues, una entre otras muchas realidades humanas, sino la que define en directo al ser humano. Por una parte, no basta para definirlo, pues el ser humano es también un ser del saber, del esperar y del celebrar; pero, por otra parte, es absolutamente necesaria. Ser un ser humano es, para Jesús, reaccionar con misericordia; de lo contrario, ha quedado viciada de raíz la esencia de lo humano, como ocurrió con el sacerdote y el levita, que "dieron un rodeo".

Esa misericordia es también la realidad con la que en los evangelios se define a Jesús, el cual hace con frecuencia curaciones tras la petición: "ten misericordia", y actúa porque siente compasión de la gente. Y con esa misericordia se describe también a Dios en otra de las parábolas fundantes: el Padre sale al encuentro del hijo pródigo y, cuando lo ve -movido a misericordia-, reacciona, lo abraza y organiza una fiesta.

b) Si con la misericordia se describe al ser humano, a Cristo y a Dios, estamos, sin duda, ante algo realmente fundamental. Es el amor, podrá decirse con toda la tradición cristiana, como si fuese lo ya sabido; pero hay que añadir que es una específica forma del amor: el amor práxico que surge ante el sufrimiento ajeno injustamente infligido [2] para erradicarlo, por ninguna otra razón más que la existencia misma de ese sufrimiento y sin poder ofrecer ninguna excusa para no hacerlo.

Elevar a principio esta misericordia puede parecer un mínimo; pero, según Jesús, sin ella no hay humanidad ni divinidad y, como todos los mínimos, es un verdadero máximo. Lo importante es que ese mínimo-máximo es lo primero y lo último: no existe nada anterior a la misericordia para motivarla, ni existe nada más allá de ella para relativizarla o rehuirla.

De forma sencilla, puede apreciarse esto en el hecho de que el samaritano sea presentado por Jesús como ejemplo consumado de quien cumple el mandamiento del amor al prójimo; pero en el relato de la parábola no aparece para nada que el samaritano socorra al herido para cumplir un mandamiento, por excelso que sea, sino, simplemente, "movido a misericordia".

De Jesús se dice que hace curaciones, y a veces se le muestra entristecido porque los curados no se lo agradecen; pero en modo alguno aparece que Jesús realizara dichas curaciones para recibir agradecimiento (ni para que llegaran a pensar en su peculiar realidad o en su poder divino), sino "movido a misericordia".

Del Padre celestial se dice que acogió al hijo pródigo; pero no se insinúa siquiera que aquello fuese una sutil táctica para conseguir lo que supuestamente le interesaba (que el hijo confesara sus pecados y, de ese modo, pusiera en orden su vida), sino que actúa simplemente "movido a misericordia".

Misericordia es, pues, lo primero y lo último; no es simplemente el ejercicio categorial de las llamadas "obras de misericordia", aunque pueda y deba expresarse también en éstas. Es algo mucho más radical: es una actitud fundamental ante el sufrimiento ajeno, en virtud de la cual se reacciona para erradicarlo, por la única razón de que existe tal sufrimiento y con la convicción de que, en esa reacción ante deber-ser del sufrimiento ajeno, se juega, sin escapatoria posible el propio ser.

c) En la parábola se ejemplifica cómo la realidad histórica está transida de falta de misericordia -expresada en el sacerdote y el levita-, lo cual es ya espantoso para Jesús; pero, además los evangelistas muestran que la realidad histórica está configurada por la anti-misericordia activa, que hiere y da muerte a los seres humanos y amenaza y da muerte también a quienes se rigen por el "Principio-Misericordia".

Por ser misericordioso -no por ser un "liberal"-, Jesús antepone la curación del hombre de la mano seca a la observancia del sábado Su argumentación para ello es obvia e inatacable: "¿Es lícito hacer en sábado el bien en lugar del mal, salvar una vida en lugar de perderla?" (Mc 3,4). Sin embargo, sus adversarios -descritos, por cierto, con términos antitéticos a Jesús: "la dureza de su corazón" (v. 5)- no sólo no quedan convencidos, sino que hacen contra Jesús, y así el relato concluye de manera espeluznante: "En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos contra él, para ver cómo eliminarlo" (v. 6).

Sea anacrónica o no la cronología de este pasaje, lo fundamental es que muestra la existencia de la misericordia y de la anti-misericordia. Mientras aquélla se reduzca a sentimientos o a puras obras de misericordia, la anti-misericordia la tolera; pero cuando la misericordia es elevada a principio y subordina el sábado a la erradicación del sufrimiento, entonces la anti-misericordia reacciona. Por trágico que pueda parecer, Jesús murió ajusticiado por ejercitar la misericordia consecuentemente y hasta el final. La misericordia es, pues, misericordia que llega a ser a pesar de y en contra de la anti-misericordia.

d) A pesar de ello, Jesús proclama: "¡Dichosos los misericordiosos!". La razón que da Jesús en el evangelio de Mateo parece ir en la línea de la recompensa: "alcanzarán misericordia". Pero la razón más honda es intrínseca. Quien vive según el "Principio-Misericordia" realiza lo más hondo del ser humano, se hace afín a Jesús -el "homo verus" del dogma- y al Padre celestial.

En esto consiste, podríamos decir, la felicidad que ofrece Jesús: "Dichosos, benditos vosotros, los que ejercitáis la misericordia, los de ojos limpios, los que trabajáis por la paz, los que tenéis hambre y sed de justicia, los perseguidos por ella, los pobres...". Escandalosas pero iluminadoras palabras. Jesús quiere que los seres humano sean felices, y el símbolo de esa felicidad consiste en llegar a estar unos con otros, en la mesa compartida. Pero mientras no aparezca en la historia la gran mesa fraternal del Reino de Dios, hay que ejercitar la misericordia, y eso -dice Jesús- produce gozo, alegría, felicidad...

 

1.3. El "Principio-Misericordia"

Estas breves reflexiones sobre la misericordia pueden ayudar a comprender lo que entendemos por "Principio-Misericordia". La misericordia no es lo único que ejercita Jesús, pero sí es lo que está en su origen y lo que configura toda su vida, su misión y su destino. A veces aparece explícitamente en los relatos evangélicos la palabra "misericordia", y a veces no. Pero, con independencia de ello, siempre aparece como transfondo de la actuación de Jesús el sufrimiento de las mayorías, de los pobres, de los débiles, de los privados de dignidad, ante quienes se le conmueven las entrañas. Y esas entrañas conmovidas son las que configuran todo lo que él es: su saber, su esperar, su actuar y su celebrar.

Así, su esperanza es la de los pobres que no tienen esperanza y a quienes anuncia el Reino de Dios. Su praxis es en favor de los pequeños y los oprimidos (milagros de curaciones, expulsión de demonios, acogida de los pecadores...). Su "teoría social" está guiada por el principio de que hay que erradicar el sufrimiento masivo e injusto. Su alegría es júbilo personal cuando los pequeños entienden, y su celebración es sentarse a la mesa con los marginados. Su visión de Dios, por último, es la de un Dios defensor de los pequeños y misericordioso con los pobres. En la oración por antonomasia, el "Padre nuestro", es a ellos a quienes invita a llamar Padre a Dios.

No hay espacio ahora para extendernos en esto. Sólo lo apuntaremos para comprender bien lo que queremos decir con el "Principio-Misericordia" informa todas las dimensiones del ser humano: la del conocimiento, la de la esperanza, la de la celebración y, por supuesto, la de la praxis. Cada una de ellas tiene su propia autonomía, pero todas ellas pueden y deben ser configuradas y guiadas por uno u otro principio fundamental. En Jesús -como en su Dios-, pensamos que ese principio es el de la misericordia.

Para Jesús, la misericordia está en el origen de lo divino y de lo humano. Según ese principio se rige Dios y deben regirse los humanos, y a ese principio se supedita todo lo demás. Y que esto no es pura reconstrucción especulativa se ve bien claro en el decisivo pasaje de Mt 25: quien ejercita la misericordia -sea cual sea el ejercicio de otras dimensiones de su realidad humana- "se ha salvado", ha llegado a ser para siempre el ser humano cabal. El juez y los juzgados están ante la misericordia, y ante sólo ella. Lo que hay que añadir es que el criterio que emplea el juez no es arbitrario: el mismo Dios se ha mostrado como quien reacciona con misericordia ante el clamor de los oprimidos, y por eso la vida de los seres humanos se decide en virtud de la respuesta a ese clamor.

 

2. La Iglesia de la misericordia

Este "Principio-Misericordia" es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla. Esto quiere decir que también la Iglesia, en cuanto Iglesia, debe releer la parábola del buen samaritano con la misma expectativa, con el mismo temor y temblor con que la escucharon los oyentes de Jesús: qué es lo fundamental; en qué se juega todo. Muchas otras cosas deber ser y hacer la Iglesia; pero, si no está transida -por cristiana y por humana- de la misericordia de la parábola, si no es, antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por su principio fundamental.

Veamos en algunos puntos significativos cómo el "Principio-Misericordia" informa y configura a la Iglesia.

 

2.1. Una Iglesia des-centrada por la misericordia

Es problema fundamental para la Iglesia el determinar cuál es su lugar. La respuesta formal es conocida: su lugar es el mundo, una realidad lógicamente exterior a ella misma. Pues bien, el ejercicio de la misericordia es lo que pone a la Iglesia fuera de sí misma y en un lugar bien preciso: allí donde acaece el sufrimiento humano, allí donde se escuchan los clamores de los humanos ("Were you there when they crucified my Lord?", como dice el canto de los negros oprimidos de Estados Unidos que vale más que muchas páginas de eclesiología). El lugar de la Iglesia es el herido en el camino -coincida o no este herido, física y geográficamente, con el mundo intraeclesial-; el lugar de la Iglesia es "lo otro", la alteridad más radical del sufrimiento ajeno, sobre todo el masivo, cruel e injusto.

Ponerse en ese lugar no es nada fácil para la llamada "Iglesia institucional" pero tampoco lo es para la llamada "Iglesia progresista" ni para los puramente progresistas dentro de ella. Por poner un ejemplo de actualidad: es urgente, justo y necesario exigir el respeto a los derechos humanos y la libertad dentro de la Iglesia, ante todo por razones éticas, porque son signos de fraternidad -signos, por tanto, del Reino de Dios- y porque sin ellos la Iglesia no se hace creíble en el mundo de hoy. Pero no hay que olvidar que con ello seguimos todavía, lógicamente, en el interior de la Iglesia. Con prioridad lógica, hay que preguntarse cómo andan los derechos de la vida y de la libertad en el mundo. Este segundo enfoque está regido por el "Principio-Misericordia" y cristianiza lo primero, pero no necesariamente a la inversa. El cristianismo "misericordioso" puede ser progresista, pero éste, a veces, no es misericordioso.

Espero que se haya entendido bien lo que queremos decir con este ejemplo: es urgente la humanización de la Iglesia en su interior, pero es primario que la Iglesia se piense desde el exterior, desde "el camino" en que se encuentra el herido. Es urgente que el cristiano, el sacerdote y el teólogo, por ejemplo, reclamen su legítima libertad en la Iglesia, hoy coartada; pero es mas urgente reclamar la libertad de millones de seres humanos que no la tienen simplemente para sobrevivir ante la pobreza, para vivir ante la represión, ni siquiera para pedir justicia o una simple investigación de los crímenes de que son objeto.

Cuando la Iglesia sale de sí misma para ir al camino en el que se encuentran los heridos, entonces se des-centra realmente y, así, se asemeja en algo sumamente fundamental a Jesús, el cual no se predicó a sí mismo, sino que ofreció a los pobres la esperanza del Reino de Dios y sacudió a todos, lanzándolos a la construcción de ese Reino. En suma: el herido en el camino es el que des-centra a la Iglesia, el que se Convierte en el otro (y en el radicalmente otro) para la Iglesia. La re-acción de la misericordia es lo que verifica si la Iglesia se ha des-centrado y en qué medida lo ha hecho.

 

2.2. La historización de los clamores y de la misericordia

Siempre y en todas partes hay muchas clases de heridas, físicas y espirituales. Su magnitud y hondura varían por definición, y la misericordia debe re-accionar para sanarlas todas ellas. Sin embargo, la Iglesia no debiera caer en la precipitada universalización de las heridas, como si todas ellas expresaran los mismos clamores, ni debiera invocar dicha universalización para justificarse diciendo que ella siempre ha propiciado las obras de misericordia, lo cual es cierto. Todo sufrimiento humano merece absoluto respeto y exige respuesta, pero ello no significa que no haya que jerarquizar de alguna forma las heridas del mundo de hoy.

Indudablemente, en cada Iglesia local hay heridas específicas tanto físicas como espirituales, y todas ellas han de ser sanadas y vendadas. Pero, ya que la Iglesia es una y católica -como se dice de la verdadera Iglesia-, hay que ver, ante todo, cómo anda ese herido que es el mundo en su totalidad. Cuantitativamente, el mayor sufrimiento, en este planeta con más de cinco mil millones de seres humanos, lo constituye la pobreza, que lleva a la muerte y a la indignidad que le es aneja, y ésta sigue siendo la herida mayor. Y esa gran herida aparece con mucha mayor radicalidad en el tercer mundo que en primero. Aunque sea teóricamente conocido, hay que repetirlo: por el mero hecho de haber nacido en El Salvador, o en Haití, o en Bangladesh, o en el Tchad -como decía Ignacio Ellacuría-, los humanos tienen muchísima menos vida y muchísima menos dignidad que los que han nacido en Estados Unidos, en Alemania o en España. Esta es hoy la herida fundamental; y esto significa -recordémoslo en lenguaje cristiano- que lo que está herido es la misma creación de Dios.

Esta herida mayor es la mayor herida para cualquier Iglesia local, no sólo por la magnitud del hecho en sí mismo, sino también por la corresponsabilidad en ella de cualesquiera instancias locales (gobiernos, partidos, sindicatos, ejércitos, universidades... y también iglesias). Si una Iglesia local no atiende a esa herida mundial, no podrá decirse de ella que está regida por el "principio-Misericordia" [3].

Nada de ello impide que haya que atender a las heridas locales, algunas en la línea descrita: el llamado "cuarto mundo" dentro del primero y otras heridas específicas de ese primer mundo (el individualismo egoísta y el romo positivismo, que privan de sentido y de fe). A todo ello hay que atender con misericordia, pero sin hacer pasar a segundo plano lo que es primero, e incluso preguntándose si una parte de la raíz de ese sinsentido -del malestar de la cultura- no proviene, consciente o inconscientemente, de la corresponsabilidad en haber generado un planeta mayoritariamente herido por la pobreza y la indignidad.

 

2.3. La misericordia consecuente hasta el final

A la Iglesia, como a toda institución, le cuesta re-accionar con misericordia, y le cuesta mucho más mantener ésta. En términos teóricos, le cuesta mantener la supremacía del Reino de Dios sobre ella misma, aunque justifique esta nada cristiana inversión de valores afirmando que mantener la existencia misma de la Iglesia es ya un gran bien, porque -a la larga- la Iglesia siempre humanizará al mundo y propiciará el Reino de Dios. En términos sencillos, digamos que cuesta mantener la supremacía de la misericordia sobre el egocentrismo, que inevitablemente acaba en egoísmo. De ahí la tentación del "rodeo" del sacerdote y del levita. Pero cuesta mantenerla, sobre todo, cuando, por defender al herido, se enfrenta con los habitualmente olvidados de la parábola, los "salteadores", y cuando éstos reaccionan.

En este mundo se aplauden o se toleran "obras de misericordia", pero no se tolera a una Iglesia configurada por el "Principio-Misericordia", el cual la lleve a denunciar a los salteadores que producen víctimas, a desenmascarar la mentira con que cubren la opresión y a animar a las víctimas a liberarse de ellos. En otras palabras: los salteadores del mundo anti-misericordioso toleran que se curen heridas, pero no que se sane de verdad al herido ni que se luche para que éste no vuelva a caer en sus manos.

Cuando eso ocurre, la Iglesia -como cualquier otra institución- es amenazada, atacada y perseguida, lo cual, a su vez, verifica que la Iglesia se ha dejado regir por el "Principio-Misericordia" y no se ha reducido simplemente a las "obras de misericordia". Y la ausencia de tales amenazas, ataques y persecuciones verifica, a su vez, que la Iglesia habrá podido realizar "obras de misericordia" pero no se ha dejado regir por el "Principio-Misericordia".

En América Latina, ambas cosas aparecen con toda claridad. Existe una Iglesia que practica las "obras de misericordia" pero no acepta regirse por el "Principio-Misericordia". Y existe otra Iglesia configurada por este principio, el cual la lleva a propiciar aquellas obras, por supuesto, pero también la lleva -como a Dios y a Jesús- más allá de ellas. Entonces, practicar la misericordia es también tocar los ídolos, :los dioses olvidados" -como certeramente los llama J. L. Sicre-, lo cual no significa que sean ya los dioses superados, pues siguen bien presentes, aunque encubiertos. Entonces es cuando se hace existencialmente inevitable la opción por mantener la misericordia como lo primero y lo último: si se corren o no riesgos por ello, y cuáles y cuántos.

No vale ser ingenuos, y hay que aceptar con realismo el principio de subsistencia que configura a la Iglesia, como a cualquier institución. Pero alguna vez hay que mostrar misericordia con ultimidad, y eso sólo se hace en presencia de aquello que le hace contra. Así lo hizo Monseñor Romero. No fue fácil para él comenzar con la misericordia, y menos fácil le fue mantenerla. Ello le supuso dolorosos conflictos intraeclesiales y arriesgar su anterior prestigio eclesial, su fama, su cargo de arzobispo y hasta su propia vida. Pero le supuso también arriesgar algo todavía más difícil e infrecuente de arriesgar: la institución. Y así, por mantener la misericordia, vio cómo eran destruidas plataformas institucionales de la Iglesia (la radio y la imprenta del arzobispado) y cómo se diezmaba a la Iglesia institucional con capturas, expulsiones y asesinatos de los símbolos más importantes de la institución: sacerdotes, religiosas, catequistas, delegados de la palabra... Sin embargo, Monseñor Romero se mantuvo firme en el "Principio-Misericordia" y, en presencia de los ataques a la institución, añadió incluso estas escalofriantes palabras, sólo comprensibles en labios de quien se rige por el "principio-Misericordia": "Si destruyen la radio y asesinan a sacerdotes, sepan que nada malo nos han hecho".

Si se toma en serio la misericordia como lo primero y lo último, entonces se torna conflictiva. A nadie lo meten en la cárcel ni lo persiguen simplemente por realizar "obras de misericordia", y tampoco lo habrían hecho con Jesús si su misericordia no hubiera sido, además, lo primero y lo último. Pero, cuando lo es, entonces subvierte los valores últimos de la sociedad, y ésta reacciona en su contra.

Digamos, por último, que la "ultimidad" de la misericordia supone la disponibilidad a ser llamado "samaritano". En la actualidad, la palabra suena bien, precisamente porque así llamó Jesús al hombre misericordioso; pero recordemos que entonces sonaba muy mal, y precisamente por ello la usó Jesús, para enfatizar la supremacía de la misericordia sobre concepciones religiosas y para atacar a los religiosos sin misericordia.

Esto sigue ocurriendo. A quienes ejercitan la misericordia no deseada por los "salteadores", les llaman hoy de todo. En América Latina les llaman -lo sean o no- "subversivos", "comunistas", "liberacionistas"... y hasta les matan por ello. La Iglesia de la misericordia debe, pues, estar dispuesta a perder la fama en el mundo de la anti-misericordia; debe estar dispuesta a ser "buena", aunque por ello le llamen "samaritana".

 

2.4. La Iglesia de la misericordia se hace notar como verdadera Iglesia de Jesús

Muchas otras cosas pueden y deben decirse de una Iglesia regida por el "Principio-Misericordia". Su fe, ante todo, será una fe en el Dios de los heridos en el camino, Dios de las víctimas. Su liturgia celebrará la vida de los sin-vida, la resurrección de un crucificado. Su teología será intellectus misericordiae (iustitiae, liberationis), y no otra cosa es la Teología de la Liberación. Su doctrina y su práctica social será un desvivirse, teórica y prácticamente, por ofrecer y transitar caminos eficaces de justicia [4]. Su ecumenismo surgirá y prosperará -y la historia demuestra que así ocurre- alrededor de los heridos en el camino, de los pueblos crucificados, los cuales, como el Crucificado, lo atraen todo hacia sí.

Es necesario -creemos- que la Iglesia se deje regir por el "Principio-Misericordia"; pero creemos, además, que ello es posible, porque desde ese principio -y, en nuestra opinión, de forma más cristiana- se puede organizar todo lo eclesial.

Digamos brevemente, para terminar, tres cosas. La primera es que todo lo dicho hasta ahora no es más que reafirmar, en otro lenguaje, la opción por los pobres que debe hacer la Iglesia, según las declaraciones de la propia Iglesia institucional. Lo dicho, pues, no es nuevo, aunque quizá ayude a comprender la radicalidad, primariedad y ultimidad de esa opción. La Iglesia de la misericordia es la llamada hoy en América Latina "Iglesia de los pobres". La segunda es que la misericordia es también una bienaventuranza; y, por ello, una Iglesia de la misericordia -si lo es de verdad- es una Iglesia que siente gozo, y por eso puede mostrarlo. Y de esta forma -cosa harto olvidada-, la Iglesia puede comunicar in actu que su anuncio, de palabra y de obra, es eu-aggelion, buena noticia que no sólo es verdad, sino que produce gozo. Una Iglesia que no transmite gozo no es una Iglesia del evangelio; ahora bien, no debe transmitir cualquier gozo, sino el que le es declarado en su "carta magna" de las bienaventuranzas y, entre ellas, el de la misericordia.

Y la tercera y última cosa es que una Iglesia de la misericordia "se hace notar" en el mundo de hoy. Y se hace notar, de manera específica, con credibilidad. La credibilidad de la Iglesia depende de diversos factores, y en un mundo democrático y culturalmente desarrollado, por ejemplo, el ejercicio de la libertad en su interior y la exposición razonable de su mensaje le otorgan respetabilidad. Pero creemos que en la totalidad del mundo -que incluye los países del primero- la máxima credibilidad procede de la misericordia consecuente, precisamente porque ésta es lo más ausente en el mundo de hoy. Una Iglesia de la misericordia consecuente es, al menos, creíble; y, si no es misericordiosamente consecuente, en vano buscará credibilidad por otros medios. Entre los aburridos de la fe, los agnósticos y los increyentes, esa Iglesia hará al menos respetable el nombre de Dios, y éste no será blasfemado por lo que hace la Iglesia. Entre los pobres de este mundo, esa Iglesia suscitará aceptación y agradecimiento.

Una Iglesia de la misericordia consecuente es la que se hace notar en el mundo de hoy, y se hace notar "como Dios manda". Por ello la misericordia consecuente es "nota" de la verdadera Iglesia de Jesús.

 

 

 


Notas:

[1] En su libro Teología de la liberación. Respuesta al cardenal Ratzinger (Madrid, 1985, pp. 61ss.), J. L. SEGUNDO muestra en detalle que la finalidad del Exodo es, simplemente, la liberación de un pueblo sufriente, en contra de la primera Instrucción vaticana sobre la teología de la liberación, según la cual la finalidad del éxodo sería la fundación del pueblo de Dios y el culto de la Alianza del Sinaí.

[2] La misericordia debe volcarse también hacia los sufrimientos "naturales", pro su esencia más última -creemos- se expresa en la atención a los que sufren por ser "víctimas". Estas, a su vez, pueden ser generadas por males naturales o históricos, pero en la generalidad de la Escritura se da mucha más importancia a las víctimas históricas que a las naturales.

[3] Dicho sin acritud y con fraterna sencillez, sorprende que en los diez últimos años de ajetreada y densa vida histórica (y eclesial) en El Salvador, prácticamente ningún obispo español haya venido a visitar el país y a su Iglesia, con la excepción de obispo encargado de misiones y de Alberto Iniesta, que vino al entierro de Monseñor Romero animado y costeado por sus feligreses de Vallecas.

[4] Para mí es muy claro que Ignacio Ellacuría se dejó guiar por el "Principio-Misericordia" en toda su actividad, y específicamente en su actividad intelectual, teológica, filosófica y de análisis político. Esto lo mencionamos para recalcar que la misericordia es mucho más que puro sentimiento o puro activismo misericordioso: es principio configurador también del ejercicio de la inteligencia.

 

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