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Situación de la teología al final del siglo XX

Pedro Trigo


Al cerrarse el siglo puede resultar instructivo hacer un balance de lo adquirido, que nos queda como un tesoro para cultivar y profundizar, así como de las debilidades que tenemos que superar, de los vacíos que hay que llenar y de los retos nuevos que debemos afrontar. Lo que expondré es mi visión personal. La comparto como un modo de dar que pensar y estimular otros puntos de vista.

1. Acontecimientos históricos y reflexión teológica

El acontecimiento de más peso teologal del siglo XX creo que han sido los procesos de descolonización de Asia y África. Las Iglesias, identificadas con los países colonizadores, no comprendieron ni acompañaron esos procesos y los cristianos contribuyeron decisivamente a que no dieran de sí, se trabaran y aun revirtieran. Esto no ha cambiado significativamente sino que, sobre todo en África, ha ido agravándose hasta el día de hoy, lo que lleva a preguntarse por la fidelidad de las Iglesias al Espíritu. El que la teología no los haya tomado en cuenta como acontecimientos salvíficos decisivos y el que no haya sido capaz de teorizar sobre la calidad de un cristianismo colonizador indica su falta de trascendencia y su reducción a expresión de las virtualidades y limitaciones de la cultura occidental.

El siglo se cierra con una nueva figura histórica: el Occidente mundializado. No es aún historia universal ya que, aunque sí lo es su ámbito, no lo es el sujeto, que sigue siendo el Occidente y los países asiáticos occidentalizados. Esta nueva época que se abre contiene virtualidades inéditas, tanto para la vida como para su calidad humana; pero no menos grandes amenazas, sobre todo por la dirección insolidaria que hasta hoy prevalece. Un caso especialmente significativo de esta situación ambivalente es la incidencia tendencialmente ilimitada que tienen las decisiones científico-técnicas en el mantenimiento de la vida y en su diseño, una novedad histórica, que no puede omitir una teología responsable. Pero el talante instalado de la comunidad teológica le ha impedido asumir una posición confesante y sigue presa en su cautividad babilónica.

Aunque lo dicho sea lo que dé el tono, sin embargo el socialismo sirvió para avivar la conciencia ética y dio así que pensar a los teólogos de más envergadura. También el holocausto judío sirvió de revulsivo para despertar a algunos de su buena conciencia y acceder de algún modo a la realidad, distinguiéndola realmente del establecimiento. A partir de la segunda mitad de los años 60, una parte de la Iglesia latinoamericana (incluidos bastantes teólogos) participó en los procesos de desarrollo integral que condujeron a las luchas de liberación, que, a causa de la violencia terrorista del Estado, cobraron miles de mártires, desde catequistas y delegados de la palabra hasta obispos. Esta solidaridad llevó a esta Iglesia a un cambio de destinatario privilegiado (los pobres), de condición social (pobre) y de ubicación (entre los pobres) que la tornó sacramento real de salvación.

Pero en general la sociedad de bienestar ha servido de opio castrador para la generalidad dando como resultado una teología establecida. Por eso no reacciona teóricamente ante la polarización suicida producida por la entronización sin contrapeso del capital y el mercado.

2. Planteamientos más fecundos

La teología logró en el siglo XX lo que podemos llamar su normalización como disciplina universitaria. Esto es muy positivo por lo que supone de apertura honrada a los temas y epistemología de la época para ganar en ella carta de ciudadanía, para lograr una intelección más perspicaz del misterio cristiano y para dar su aporte específico en el seno de la cultura. El problema estriba en que esa normalización ha equivalido la mayor parte de las veces a una integración al establecimiento, es decir a una instalación, con la consiguiente falta de trascendencia. Ésta es para mí la miseria de esa enorme floración.

De todos modos no han faltado pioneros que lograron ponerse a la altura de su época como un modo de responsabilidad, desde el contacto real con el misterio cristiano. Desde ahí se pudo superar tanto la teología liberal como el sistema neoescolástico (totalización objetivadora, y por tanto vacía, del misterio cristiano), y emprenderse una teología de cuestiones en busca de una organicidad real y estructuralmente abierta. Sin embargo la teología escolar ha vuelto a la pretensión panorámica sin percatarse de que poseer como una precomprensión doctrinal toda la doctrina dificulta y casi impide llegar a plantearse preguntas verdaderas y llegar a poseer realmente algunos artículos del Credo.

Entre estos planteamientos reales que han dinamizado la teología del siglo XX citaría los siguientes:

La reacción de Barth ante la teología liberal proclamando la trascendencia de Dios y la necesidad de aceptar su designio.

La concreción paradójica que hace Bonhoeffer de este planteamiento al afirmar que es cristiano quien acompaña a Dios en su pasión (en el doble sentido de la palabra) por el mundo.

El giro antropológico no reductor emprendido entre otros por K. Rahner.

La historización y dialectización de este programa que representan Moltmann y Metz.

La idea conciliar (desarrollada sistemáticamente por Schillebeeckx) de que fuera del mundo (es decir de la encarnación solidaria en él) no hay salvación.

La opción preferencial por los pobres (planteada por la Iglesia latinoamericana en Puebla y aplicada por Juan Pablo II a toda la Iglesia) como perspectiva no sólo vital sino epistemológica de cualquier teología que aspire a recibir el nombre de cristiana.

La insistencia de Gustavo Gutiérrez de que la teología es acto segundo y que los trascendentales de la teología son la contemplación, el cara a cara con los pobres y la praxis de liberación.

La utilización de la realidad discernida como lugar teologal primordial, que lleva a cabo sistemáticamente Jon Sobrino.....

Aunque para mí lo más decisivo para la teología cristiana -porque posibilita que se exprese como católica- es el surgimiento incipiente de las teologías asiáticas y africanas, precedido por el nacimiento de la teología latinoamericana, gracias al impulso conciliar asumido creativamente por Medellín.

3. Adquisiciones de la teología en el siglo XX que como tradiciones deben proseguir en el siglo XXI

La primera tradición que debe no sólo proseguir sino profundizarse es la que relativiza el estatuto de la teología como un saber provisional, fragmentario, con fuertes dosis proyectivas (y por tanto contaminado de idolatría), y por eso necesariamente plural y en diálogo (no en mera coexistencia pacífica) para que llegue a constituirse como católico; y sin embargo capaz de expresarse con sentido acerca del misterio de salvación revelado en Jesús de Nazaret, que la sobrepasa absolutamente, un saber por eso no absoluto sino histórico, tradicional y eclesial, aunque no fundamentalista, ya que es una función del Espíritu.

La segunda tradición que debe profundizarse es la que afirma la soberanía absoluta de Dios, ligándola al ejercicio de su libertad que libera, comprendidas ambas desde el Amor como primer nombre revelado de Dios. Eso significa eliminar de Dios la noción de poder como capacidad de imponerse, y sustituirla por las energías creadoras de ese amor que traspasan a la muerte y hacen concebible la pasión de Dios por el mundo como dinamismo salvador al que somos invitados a asociarnos. El requisito para profundizar esta tradición es un modo de producción teológica desligado del poder (incluido la lucha por compartir el poder eclesiástico) y por tanto del establecimiento, para que se le haga posible participar de la pasión de Dios y comprender el sentido de su soberanía y de su libertad, sin la contaminación del modo como los ejerce y entiende esta figura histórica. Sólo desde esta perspectiva podrá desarrollarse una teología de la creación que no sea ni la justificación sacralizadora del impulso de autoafirmación del Occidente ni su alternativa depotenciada, que es en realidad su complemento.

La tercera tradición con futuro es la que asume el giro antropológico de la teología a partir de la encarnación del Hijo de Dios y consiguientemente de su humanidad concreta. Hasta ahora ha sido expuesto más bien programáticamente; falta casi del todo el desarrollo histórico y con él la formulación asintótica de lo que podríamos llamar el paradigma de Jesús. Esto significa superar interpretaciones de este paradigma al estilo de Feuerbach o de la teología de la muerte de Dios. Una antropología trascendental (sea como condición de posibilidad de esta teología o como acontecimiento) no es lo mismo que una antropología trascendentalizada. Por eso este giro antropológico ha de realizarse en el seno de una teología trinitaria (desarrollada desde la Trinidad económica), y a partir de una ética que integre alteridad y comunión, superando el etnocentrismo vigente. Desde ahí cobra su sentido la expresión emblemática de Juan Pablo II: los seres humanos, caminos de Dios.

La cuarta tradición teológica que aguarda ulteriores desarrollos es la que parte del redescubrimiento de que los pobres son los destinatarios privilegiados del Reino y el primer sacramento de Jesús, y de que la acción mesiánica por excelencia consiste en su evangelización y liberación; y convierte a estos contenidos medulares en perspectiva teológica. El resultado de esa evangelización son los pobres con espíritu, corazón de la Iglesia. Si Dios les ha querido comunicar el misterio de salvación de que es portador Jesús, misterio que oculta a los entendidos, eso significa que los teólogos precisamos de su mediación para acceder a él y lograr así que la teología sea densa. Esto requiere cambios sustanciales en el modo de producción teológica, que no debe perder su carácter científico, pero sí ganar en sabiduría y trascendencia.

4. Tareas prioritarias para la reflexión teológica en el comienzo del siglo XXI

La tarea prioritaria para la reflexión teológica en el siglo XXI es conectarse con la reflexión teológica que se hace en los terceros mundos, tratar de comprenderla (más allá del estado más o menos incipiente de su formalización), preguntarla, estimularla y dialogar con ella. Sería decisivo que este conocimiento interno lo podamos tener entre nosotros los teólogos de los terceros mundos, de modo que evitemos el peligro de configurarnos según los prestigiosos patrones metropolitanos y nos atengamos a nuestra escueta verdad, dialogando, eso sí, con ellos. El presupuesto del diálogo es que Dios quiere que la teología cristiana sea católica y que no podrá serlo mientras no entremos en el paradigma de Pentecostés. Este paradigma es inasequible mientras una de las teologías aparezca como el patrón que mide a las demás. Pero la teología occidental no se relativizará hasta que no sea consciente no sólo de sus limitaciones sino de su falta de trascendencia por expresar más sus propias concepciones trascendentalizadas que el misterio de Dios revelado en Jesús de Nazaret. Hasta que no se constituyan diversas teologías cristianas y se entiendan a sí mismas en diálogo fraterno desde el único Espíritu (que pone la diferencia y la mantiene unida en caridad y libertad) no arribaremos a una verdadera catolicidad. Este diálogo incluirá sin duda la crítica, pero será fundamentalmente constructivo.

La segunda tarea no es tampoco contenidista sino de perspectiva. En esta figura histórica (el Occidente mundializado) de transición hacia la primera figura de la historia universal urge que los teólogos nos coloquemos a la altura del tiempo (asumiendo los bienes civilizatorios y culturales que contiene la actual figura histórica) pero desde las víctimas (los excluidos y los oprimidos) que son la mayor parte de la humanidad. Es la concreción de la encarnación solidaria, santo y seña del Concilio, que autentifica su entraña cristiana al asumir su carácter kenótico. El 'fuera de la humanidad no hay salvación' se especifica cristianamente como 'sólo desde los pobres hay salvación para todos', sólo desde ellos es posible arribar a la universalidad concreta. Esta perspectiva desde el reverso de la historia no puede dejar de incluir la condición cultural de los pobres y en ella su vivencia religiosa.

Tres tareas metodológicas de largo aliento serían las siguientes:

Primera, que la teología cristiana reasuma que la revelación cristiana es buena nueva y que por tanto también debe serlo la teología, si quiere retener esa cualificación de su objeto, es decir referirse realmente a él, trasmitirlo en su verdad. Es la dimensión responsable, pastoral, sello de toda teología que, en su aceptada provisionalidad, aspire a trascender.

La segunda se refiere a la relación mutua entre exégesis y teología. La exégesis, encerrada en su torre de marfil, corre el grave riesgo de la insignificancia, a la vez que priva a la teología de esa referencia primordial que puede liberarla de la reducción a su propia cultura. Este diálogo exige una mayor responsabilidad a los exegetas y a los teólogos una mayor apertura.

La tercera tarea se refiere a un uso mucho más cualificado de la interdisciplinariedad en la teología, como lo va incorporando la exégesis. El confinamiento de la teología a lo intrateológico la vuelve a la postre insignificante.

 



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