Nuevos acentos de la Vida Religiosa en América Latina y el Caribe.


Luis Coscia, Buenos Aires

Contenido: El autor, expresidente de la CLAR durante varios años, hasta la intervención de la misma en 1992, hace un balance de la situación de la vida religiosa en América Latina.

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Introducción

Pretender describir algunos de los actuales acentos de la Vida Religiosa en América Latina y el Caribe es, sin duda, una aventura riesgosa. El peligro consiste en hacer afirmaciones demasiados generales o apreciaciones muy relativas.

Quizás podría ayudarnos un poco en esta reflexión precisar menor la óptica desde la cual queremos contemplar la Vida Consagrada en el presente histórico: ¿cuáles son las actuales acentuaciones de la Vida Religiosa, que inició su renovación a partir del Concilio Vaticano II, de Medellín y Puebla, de la opción por los pobres y de la teología latinoamericana?

Dentro del sorprendente fenómeno eclesial que se produjo en nuestra América a partir del Vaticano II y de Medellín, uno de sus signos más notorios fue el de la renovación de la Vida Religiosa y el de su incidencia en la misma Iglesia y en la sociedad.

El proceso que las consagradas/os hicieron en estos últimos veinticinco años fue rápido, global y, muchas veces, muy doloroso. Pero los cambios y los frutos también han sido abundantes.

La expresión más clara de las crisis que suscitó este proceso en todas las persona consagradas fue la que padeció la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos/as) en su relación con el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y con la misma Sede Apostólica. La CLAR fue invertida por decisión del Papa Juan Pablo II en febrero de 1991.

De todos modos, en estos últimos tres años la línea de animación de la CLAR continuó apoyando las opciones fundamentales realizadas en años pasados. También es sabido últimamente que han vuelto a entrar en vigencia sus Estatutos.

Podría afirmarse que hoy la Vida Religiosa de América Latina y el Caribe vive, por fortuna, una cierta tranquilidad y paz, después de haber sufrido tantas sospechas, incomprensiones y persecuciones, muchas veces injustas y escandalosas. Pero esta paz podría degenerar, en ocasiones, en simple comodidad, restándole así fuerza profética a la presencia religiosa. En verdad, se percibe una cierta quietud, cansancio, desencanto y hasta alguna involución en muchas personas religiosas y en algunas congregaciones.

Este no es un fenómeno que se da sólo en la Vida Consagrada: existe también en la sociedad y en la misma Iglesia. Por todas partes se experimenta el desaliento, parecería que van muriendo progresivamente utopías y esperanzas, y caen a pedazos categorías de interpretación de la realidad, creciendo así el individualismo, como criterio sobrevivencia personal.

Las congregaciones religiosas que han ido más lejos en su proceso de renovación, de inserción e inculturación entre las mayorías más pobres, hoy están pagando un alto precio: apenas tienen vocaciones. Sin embargo, las congregaciones que aún no se han renovado o han involucionado, tienen una estructura y un estilo de vida más rígido que ofrece seguridades y, por lo tanto, suelen tener más vocaciones, de cuya autenticidad y discernimiento habría mucho que decir.

A veces es de lamentar cómo se va perdiendo rápidamente la memoria de los esfuerzos, las luchas, las búsquedas; de los logros y fracasos que se fueron dando en estos casi treinta últimos años del caminar de la Vida Religiosa. ÁHasta nos estamos olvidando de nuestros mártires! Muchos jóvenes religiosas/os de hoy, por cierto personas muy buenas y responsables, no tienen mucha idea de todo lo que aconteció en los pasados años a la Vida Consagrada y lo que costó llegar hasta el momento presente. Para más de uno, hablarles de esta historia parecería intentar manchar sus mentes con ciertas ideologías no sanas. Algunas religiosas/os de aquellos tiempos van rompiendo con dolor los documentos que testimonian aquel torbellino de vida postconciliar, porque comprueban que ya no interesa a las nuevas generaciones repasar esa historia. Son hijas/os de una nueva época, de una nueva cultura, y su modo de comprometerse es diverso. Por otra parte, no son pocas las confusiones que siembran en sus corazones, ya sea sus propios padres, o sus formadores, como la misma sociedad.

En el contexto de esta realidad, muy pobre y escuetamente descrita, nos preguntamos por algunos de los acentos actuales de la Vida Religiosa en América Latina y el Caribe, a partir de las instituciones del Vaticano II, plasmadas en las opciones de Medellín y puebla, de las constituciones renovadas, de la teología latinoamericana y la opción por los pobres.

1. Recuperar la audacia, la libertad y creatividad de los fundadoras/es. Seguidores de Jesús y su Causa.

Una institución fundamental, llevada a cabo por muchas congregaciones, fue la relectura de las propias fuentes fundacionales y de la experiencia de Dios vivida por las fundadoras/es, y su adaptación al presente histórico, a partir de las experiencias concretas en medio de un pueblo mayoritariamente empobrecido y excluido. Sin ninguna duda este ejercicio impulsó fuertemente la renovación de las congregaciones. Pero la cosa no acabó ahí: recuperar las raíces y la memoria del surgimiento de una familia religiosa o de la llegada de alguna congregación a un país de América latina, trae consecuencias más allá de lo previsible.

Hoy se preguntan muchas religiosa/os por qué si su fundador/ra, o los primeros religiosos/as que llegaron a América Latina, fueron en general tan audaces, tan creativos y libres, tan austeros y apostólicos, hoy se está padeciendo el peso casi inamovible de las estructuras de la propia congregación, que sistemáticamente va bloqueando muchos intentos de volver a la primera pasión de los fundadores/as. En el fondo, no se trata sólo de cuestionar las obras existentes y el estilo de vida, sino de lamentar también haber perdido, en gran parte, el entusiasmo y la pasión original, como asimismo la libertad, la creatividad y la fuerza profética.

En el contexto del profundo cambio cultural por el que estamos atravesando, hoy se encuentran muchas religiosas/os como asfixiados, aun dentro de congregaciones renovadas, que quieren encontrar en la Vida Religiosa espacios de mayor libertad y audacia y no tantos problemas intracomunitarios, intracongregacionales e intraeclesiales.

La relectura de las fuentes y del carisma hizo redescubrir la Vida Consagrada como signo del Reino y acrecentó también un amor más auténtico y corresponsable a las fundadoras/es y a sus primeras compañeras/os, a quienes se comprende como itinerantes del camino de los pobres; no se busca imitarlos (hacer lo que hicieron) sino seguirlos (hacer lo que harían hoy en el contexto de nuestra realidad), prosiguiendo la Causa de Jesús. La historia que estamos viviendo nos lleva a dejarnos encontrar por el Espíritu que impulsó a las fundadoras/es a correr el riesgo de fundar. Muchas religiosas/os quieren ser hoy fieles a su propio carisma volviendo a fundar la congregación para responder mejor a los desafíos presentes. (cfr. Tendencias de la Vida Religiosa de América Latina, instrumento de trabajo de la XI Asamblea de la Clar, Nº 35, febrero 1991).

2. Nuevas formas de Vida Religiosa.

Esta exigencia de recrear la Vida Religiosa tiene otras vertientes que la refuerzan: cada vez más el modelo de Vida Consagrada que conocemos, aun renovado, se lo percibe como modelo único y excluyente, por tanto, estático y acabado. La experiencia, en estos últimos años, con las vocaciones autóctonas, indígenas y las surgidas de barrios pobres, está demostrando que las categorías, los criterios y la estructura de la Vida Religiosa tradicional, aún renovada, no son aptas, en general, para el cultivo de tales vocaciones.

Tropezamos de entrada con serias dificultades como, por ejemplo, con los enunciados "familia cristiana", "familia bien constituida". ¿Qué significa hoy, en nuestra América Latina, una familia católica y bien constituida?. Estas categorías ¿tienen la misma significación que pudieron tener en décadas pasadas? De ninguna manera.

¿Qué contenidos tienen las categorías "tiempo", "espacio", "sentimiento", "afectividad", "trabajo", etc, para las candidatas/os que provienen de las diversas culturas latinoamericanas y del Caribe? Ciertamente que no son los mismos que para el modelo eclesiástico de Vida Religiosa.

¿Qué madurez humana, psicológica, cultural, religiosa requiere el modelo tradicional de Vida Consagrada? La mayoría de las candidatas/os actuales son considerados por el modelo clásico de V.R. Por el modelo clásico de Vida Religiosa como frágiles y fragmentados en su personalidad, sin un "yo" claro y definido, y deben ser acompañados por psicólogos y psiquiatras... Con estas características tampoco tendrían suficiente madurez como para ser madres o padres de familia.

Por otra parte, comprobamos que innumerables religiosas/os, tanto de edad madura como jóvenes, han salido y están saliendo de las congregaciones, no siempre por falta de vocación ni para casarse, sino por asfixia y por inadecuación con la estructura clásica, algunas de ellas renovadas.

Todo esto nos está indicando que se necesitan nuevas formas de Vida Consagrada, menos institucionalizadas. De hecho ya se están dando. No hay que temer a esta afirmación, pues ya en la edad media la Iglesia no podía imaginarse otro modelo de Vida Religiosa como no fuera en los monasterios. Sin embargo, el Espíritu suscitó a los mendicantes, cuyo monasterio era la gente y el mundo. ¿El mismo Espíritu no estará hoy suscitando nuevas formas de Vida Consagrada, sin negar la validez que aún pueda tener la forma tradicional?

3. Vocación religiosa y experiencia del Dios de la misericordia.

Quizás los efectos de la relectura de las fuentes desde la perspectiva de los pobres lleve a un cuestionamiento más profundo: ¿Es legítima o evangélica cierta angustia por la falta de vocaciones para la Vida Religiosa? ¿Este estilo de vida es un llamado para muchos o para algunas/os?

Se constata frecuentemente que faltan criterios para un verdadero discernimiento de las motivaciones profundas y reales de las candidatas/os a la vida consagrada. Quizás se estudia bastante la carisma de la propia congregación, pero se supone fácilmente y no se cultiva mucho la fe, esperanza y caridad teologales.

Es urgente convencerse y confesar que lo fundamental en una vocación religiosa es la experiencia profunda de la misericordia de Dios. Difícilmente se encontrarán fundadoras/es o iniciadores de movimientos religiosos que no hayan sido previamente personas de una extensa experiencia de Dios, que ha significado siempre una conversión radical y una vivencia inefable del amor gratuito, misericordioso y salvador de Dios. Como consecuencia inmediata de esta experiencia fundante, aquellas fundadora/es concretaron su respuesta al Dios de la misericordia consagrándose, con otras compañeras/os, a realizar gratuitamente la misericordia con aquellos sectores más marginados de su entorno social.

Muchas religiosas/os y muchos candidatos jóvenes están reclamando espacios para cultivar esta experiencia vital y libertad para responder creativamente a los desafíos presentes, como lo han hecho sus mismas fundadoras/es.

Frente a estas exigencias legítimas surgen espontáneamente estas preguntas ¿Cómo se concibe o realiza actualmente la pastoral vocacional y la formación inicial? ¿Cuáles serían las auténticas condiciones previas y fundamentales de toda vocación religiosa? ¿Qué lugar ocupa la experiencia apasionada del Dios misericordioso y del seguimiento de Jesús? ¿Qué oportunidad real - y cuáles las consecuencias inmediatas por afrontar- tienen hoy las candidatas/os para responder a las urgencias del presente en la línea de su carisma fundacional?

Es evidente que una pastoral vocacional de este estilo no es simplemente para reclutar gente al servicio de tareas apostólicas o de promoción, propias de un instituto religioso, donde puede entrar toda persona de buena voluntad. La vocación religiosa es un llamado de Dios, sin duda, dirigido a personas profundamente tocadas por su misericordia, para ser un signo apasionado de esa misma misericordia con la gente que más la necesita. Quizás, esta vocación de signo no sea para muchos, sino para algunos.

4. Nuevas perspectivas de inserción en el mundo de los marginados.

Ciertamente que el proceso de inserción de la Vida Religiosa en medios pobres ha sido el alma de su renovación y la fuente principal de la que surgieron las nuevas tendencias de la vida consagrada en América Latina y el Caribe.

Este proceso se ha dado principalmente en la vida religiosa femenina. Muchas congregaciones de varones tienen documentos excelentes sobre la inserción-inculturación, pero cada vez se aleja más la posibilidad de que se arriesguen a concretar dicha experiencia. Por el contrario, algunas comunidades de insertos ya volvieron mansamente a sus estructuras tradicionales. Sería muy aleccionador examinar sus causas.

No se puede negar que la Vida Religiosa de hoy y de siempre está llamada a ser testimonio profético en medio de nuestros pueblos, respondiendo en cada momento histórico al desafío que le viene de los excluidos, de las masas sobrantes, del creciente número de empobrecidos.

Hoy, la inserción ya no es como lo fue ayer, cuando prevalecía el lugar geográfico. Este proceso es actualmente mucho más complejo y más difícil a todas/os los que de alguna manera son excluidos del derecho a una vida digna, o simplemente del derecho a vivir, por causa de los mecanismos de muerte del neoliberalismo capitalista y del imperio de las leyes del mercado y del consumo, que, además, asesinan toda cultura que se oponga a los códigos del dinero y a la ambigŸedad del poder.

Para ser coherentes con esta dinámica de inserción, muchas religiosas/os sienten la urgencia de adecuar con creatividad y flexibilidad tanto el estilo de Vida Religiosa, las estructuras, como los criterios y medios de vida y evangelización, a las exigencias de la masa creciente de desheredados.

Se echa de menos, una vez más, esa audacia, agilidad y libertad de las iniciadoras/es de nuestra congregaciones, que nos ayuden a estar disponibles y a responder con pasión evangélica a los graves desafíos del presente que, por otra parte, sorprenden por la rapidez y complejidad con que aparecen y se imponen a diario.

Este nuevo estilo de Vida Consagrada, exigido por la misión, ya no tolera más perder energías en una estéril problemática intracomunitaria o intraeclesial.

5. El desafío de la inculturación.

La dinámica de la inserción ha llevado necesariamente al proceso de inculturación. Ya no se puede concebir una adecuada evangelización que no vaya precedida de un sincero proceso por el cual se asuma, respete, valore y ame la cultura, los valores, el estilo de vida de aquellas personas, pueblo o etnia, con los que y desde donde se quiere compartir la Buena Noticia del Evangelio.

Si bien para muchas religiosas/os esta afirmación puede parecer como muy obvia, sin embargo cada vez más se comprueba la complejidad de este proceso y lo poco que se respeta en la práctica pastoral.

Se trata de una verdadera conversión, de un cambio de mentalidad. A veces consiste en un profundo despojo de las propias ideas, proyectos, categorías mentales, metodología. Consiste más en una actitud de escucha, de espera, de aprendizaje, de descubrimiento, de asombro y de contemplación, que de una iniciativa personal para enseñar, hacer, promover, organizar y dirigir.

La inculturación evangelizadora no es fruto de una decisión personal, vertical, autoritaria, que puede prescindir de las bases, de los destinatarios y de su historia, costumbres y cultura. La evangelización inculturada es un don del Espíritu de Jesús que exige de los agentes una gran apertura de mente y corazón para ser ellos mismos evangelizados, y un gran amor para aceptar a los destinatarios tal cual son, no tal cual queremos que sean (lo cual sería una evangelización que respondería más al esquema de conquista).

Desde la dinámica de la Encarnación, el corazón de la inculturación a la que aspiran muchas religiosa/os está en el respeto y el amor por el otro diferente, por la cultura y la fe diferentes; no en el afán de absorber, desconocer, negar o eliminar lo que no coincide de nuestro modo de pensar, de creer y de actuar.

No siempre es muy feliz nuestra experiencia actual, tanto en la propia comunidad como en la iglesia y en la sociedad, en lo que se refiere al respeto, valoración e integración del otro diferente y de los que piensan diversamente. Todavía hay mucho autoritarismo, arbitrariedad y descalificación de lo que viene de las bases.

En la Vida Religiosa hay un gran clamor por superar estos esquemas autoritarios, nada evangélicos ni evangelizadores.

6. La Vida Religiosa como expresión de la gratuidad.

Aunque a muchos nos parezca increíble, por todas partes nos invaden sentimientos y experiencias de desilusión frente a la cruda realidad de una injusticia y corrupción crecientes. Las religiosas/os que se entregaron con tal generosidad y coraje en favor de los pobres comprueban con tristeza a esterilidad de sus esfuerzos concientizadores y evangelizadores. El dolor se hace más hondo cuando no sólo se experimenta la falta de interés por parte de la propia familia religiosa o de la iglesia, sino que muchas veces hay que padecer como una especie de castigo por haberse jugado por la Causa de Jesús, optando por los pobres.

Esta experiencia está madurando y engendrando una nueva espiritualidad que consiste en la vivencia de Dios, como don gratuito de Jesús.

Consciente o inconscientemente, teníamos la ilusión de ser protagonistas de la nueva evangelización, de los cambios de estructuras, de los procesos de liberación y de las obras de promoción. Pero hemos comprobado la inutilidad de nuestros esfuerzos.

Este proceso, marcado por la decepciones y la caída de certezas, nos está centrando en el núcleo de la experiencia cristiana: la gratuidad. Gratuidad que se expresa en el estar con los que más sufren y necesitan, muchas veces sin tener palabras ni soluciones; gratuidad que consiste más en el compartir nuestra impotencia con los que no son ni pueden nada, que en hacer cosas en favor de ellos. Gratuidad es estar simplemente por amor, sin siquiera exigir que los otros cambien o sean mejores, sin ningún poder más que el de servir a la vida y esperar que ella siempre renazca y crezca, como don del Espíritu.


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