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Carta a Simón

Gerardo BUSTAMANTE CORZO


 

 

Querido Simón: Te escribo desde Betania para informarte sobre los pormenores de mi entrevista con Jesús de Nazareth. Sé que me sugeriste no verlo para no perder tiempo en cuestiones triviales, como la opinión de nuestros compañeros zelotas. Que era necesario invertir las energías y los recursos en organizar la revuelta contra los romanos y conseguir definitivamente la emancipación de nuestro pueblo.

No he desoído tus sugerencias que son siempre como una orden para mí. Es que justamente presumía que el encuentro con el galileo podría repercutir beneficiosamente en favor del avivamiento del pueblo.

No es que quiera hacer pesar mis intereses personales sobre la causa del pueblo. Pero siempre consideré que los zelotes teníamos una imagen depreciada de la figura del Nazareno. No sólo nosotros, sino mucha gente que lo sigue no termina de entenderlo. Él mismo los amonesta y protesta por su dureza de razón. Aludo a dos hechos bien concretos para saques tus propias conclusiones.

El sábado pasado se apostó en la ribera del Tiberíades y allí le habló a la multitud reunida de unos cinco mil paisanos. Entre ellos se contaban niños y mujeres. Les habla del reinado de Dios. Enseñaba que Dios es el único soberano de la vida del Pueblo y que su soberanía no es de dominación sino de liberación. ¡Magnífico! Se trata de un Reinado que viene para revertir, para cambiar, para modificar.

Sus palabras son escuetas y su sencillez es rotunda. Su mensaje deja lugar a interpretaciones diversas, es verdad que algunos pueden entender ese cambio de modo espiritual e interior, pero sus palabras son clarificadas por sus obras, tal como el sol clarifica a la mañana.

Los hizo sentar sobre la hierba seca y los reunió en grupo de cincuenta. Después dio la orden a los suyos que les dieran de comer. ¡Los pobres deben comer! Ellos respondieron que sólo quedaban cinco panes y dos peces. Muy poca cosa para toda esa multitud. Pero el Nazareno hizo caso omiso a la escasez. Levantó los dones al cielo como reconociendo que los alimentos son pertenencia de Dios y luego pidió que se distribuyera entre la gente como insinuando que la voluntad del soberano es que el pan alcance para todos. Y bueno, todos comimos un poco… Fíjate Simón, este soberano opera de un modo distinto al César que le quita el pan de la mesa al pueblo y lo oprime.

Para no alargar mi escrito, me remito al segundo suceso. Hace unos días se dirigió al templo de Jerusalén. Todos sabemos que el templo no es lo que parece. Los paisanos van a rendirle culto a Yahvé, pero bien saben que el dinero que administra el templo se reparte entre los romanos y los sacerdotes. Ambos se han valido de la religión para afianzar sus intereses. Y si la religión es manejada por los romanos, la dominación es mayor.

Pero Jesús llegó, hizo un látigo con su cíngulo y ordenó a los suyos –que se mostraban impasibles– tomar el templo. Nadie lo siguió, pero tampoco nadie lo detuvo. Comenzó a derribar la mesa de los cambistas y en unos pocos segundos había destruido todo lo que había a su paso. Al llegar a la puerta sentenció en voz potente: «Han convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones». Dijo lo que todos sabemos y que nadie se anima a asumir. Ni nosotros mismos, zelotas, que muchas veces actuamos con violencia sin resultados. Desafió a la autoridad de los sacerdotes y al mismísimo imperio, sin dañar físicamente a nadie.

Simón, creo que no podemos dejar de aprovechar este momento. El Nazareno tiene una enorme adhesión popular, una confianza que nosotros nunca hemos logrado tener de parte de los humildes, sin la que nosotros nunca podremos derrotar a los romanos.

En la conversación breve que tuvimos, le pregunté qué pensaba respecto de la dominación romana y él me contestó: «si Satanás lucha contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pronto llegará a su fin». Si muchos zelotes nos quedamos a su lado podemos ayudarlo a apurar ese desenlace que todos esperamos.

Camarada, me ofrezco para infiltrarme entre sus seguidores tal como lo hiciera Judas en su momento. Sé que sabrás apreciar mi reflexión y que sabrás disculpar mi demora en asistir a Barrabás.

Yahvé sea tu bendición. Tu servidor, Lázaro.

 

Gerardo Bustamante Corzo

 


 



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