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ES TIEMPO DE SOLTAR LAS PIEDRAS

Juan 8, 7

Fernando UBAL


 

 

“Los maestros de la Ley y los fariseos le trajeron una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La colocaron en medio y le dijeron: ‘Maestro, han sorprendido a esta mujer en pleno adulterio. La Ley de Moisés ordena que mujeres como esta deben morir apedreadas. Tú, ¿qué dices?... Jesús dijo ‘El que no tenga pecado lance la primera piedra’… Y todos se fueron retirando uno a uno, comenzando por los más viejos.” (Jn. 8, 7)

Cuantos símbolos y personajes en una sola escena. Una víctima, varios acusadores, con su mano preparada y llena de violencia, y cargadas de piedras, y Jesús.

Jesús es puesto, por parte de los fariseos y maestros de la ley como juez. Y Él actúa según su promesa, juzga desde el amor. Muestra la gran capacidad misericordiosa, propia de su condición de Dios, y a la que todas las mujeres y hombres estamos invitados a vivir.

La víctima, una mujer acusada de adúltera. Jesús no asume como primordial condenarla, sino que aceptarla y apostar a su potencial de vida, y como apuesta. Los estudiosos de la Biblia suponen que esta mujer es María Magdalena, y es a ella la primera persona que Jesús manifiesta el hecho más importante y transformador de la historia, su resurrección.

Jesús asume a esta víctima con su historia, no sin ella, y desde ahí rescata la fuerza de transformación de su vida.

Los que acusan, fariseos y maestros de la ley, atados a una ley que los subyugaba y nos les dejaba espacio para la libertad. La piedra y esas manos llenas de violencia son el signo más visible de esa ley, endurecida, incapaz de comprender la historia de los hombres y mujeres, sino que pronta para acusar y lapidar a los que no la cumplen.

Pero existe una actitud en estos acusadores, ante la palabra de Jesús, tienen la humildad de reconocer su error y dar el primer paso hacia la conversión. El soltar las piedras y retirarse uno a uno, desde los más ancianos, considerados como los más sabios y entendidos de la ley, es una actitud que significa dar un paso hacía un cambio en la actitud de relacionamiento con esta, que los sometía, y los hacía sometedores. Es el primer paso hacía un relación liberadora.

¿Pero quienes son hoy las víctimas que son acusadas y están condenadas a las miles de formas que puede tener la “lapidación” en nuestros días?

¿Quiénes, como los maestros de la ley y los fariseos, asumen un rol de acusar personas y situaciones?

Y estos, ¿cuánta formas de violencia asumen desde los lugares de poder que se encuentran, y están prontos para arrojara sus “piedras”, o sea, dogmas y doctrinas rígidas cada vez más alejadas de la misericordia que vivió y nos enseñó Jesús?

Y no puedo hacer otra cosa que preguntarme ¿Qué actitud asume hoy la iglesia?

Hace un tiempo en esta misma agenda José María Vigil escribía un artículo en el que presentaba el Reino de Dios como la Utopía de la mesa compartida. Fue la gran enseñanza que nos dejó Jesús y es a la todos los seres humanos estamos llamados a construir. Pero sobre todo tiene que hacerse vida desde las experiencias de iglesia que hacemos a lo ancho y largo de esta tierra bendita. La experiencia de inclusión, en este momento histórico en que vivimos tiene que ser nuestra forma de ser y de identificarnos, es el testimonio que como iglesia estamos llamados a dar.

En Uruguay, sobre todo en Montevideo cuanto más hacía la periferia vamos, o sea las zonas de exclusión social, menos es la participación en las celebraciones e instancias comunitarias de parroquias y capillas.

¿Qué está pasando? ¿Están siendo las experiencias comunitarias y de iglesia hoy día experiencias de inclusión? Para veamos esto a luz del evangelio.

Jesús ante un hecho que buscaba hacerlo quedar en evidencia, no hace más que quedar en evidencia, Jesús propone la inclusión. Magníficamente Jesús “salva” a esta víctima y la hace parte de su experiencia misericordiosa. Jesús no se posiciona desde lo instituido, sino que busca, desde la realidad humana, instituir el amor fraternal, que comprende y ampara sobre todo dogma.

A lo largo y ancho de nuestro continente se viven y se comparten experiencias de “mesas compartidas” que hacen vida lo que tanto desea Jesús. Son experiencias que quieren instituir lo propuesta de Jesús, y no desde los dogmas y doctrinas, sino desde la Palabra y la experiencia e historia de los hermanos y hermanas, sobre todo de las y los que más sufren.

Pero también esta presente lo instituido y hermanos que lo representan y defienden, que como los fariseos y maestros de la ley, se encuentran atados a dogmas y doctrinas que no hacen más que excluir cada vez más a otros muchos hermanos y hermanas. Que cantidad de personas, y cada vez más, encuentran la experiencia de la mesa compartida fuera de la iglesia.

Es que resulta “poco digerible” que el amor tenga que ser “enciclicado”, en lugar de manifestado y vivido con radicalidad.

Cuantos hermanos y hermanas se han sentido al borde de la “lapidación” por este sector de la iglesia atada a lo instituido, y cuántos han recibido el golpe de alguna de las “piedras” de la doctrina.

Y lo que me parece más fuerte, cómo les cuesta escuchar a Jesús, soltar las piedras y “uno a uno, comenzando por los más ancianos, irse retirando”. Y sin este primer paso, no existe la verdadera conversión.

Hoy, cómo siempre y más que nunca, todas y todos, estamos invitados a proponer una iglesia instituyente, no para ser un nuevo instituido, sino para cortar con las ataduras a los dogmas y doctrinas y vivir nuestro ser iglesia desde la libertad.

Una iglesia que viva la Utopía de la mesa compartida, donde todos y todas se sientan incluidos e incluidas, como Maria Magdalena, y así como ella contemplar el rostro del Resucitado que nos espera, que nos acompaña, que nos comprende, que nos da la fuerza para vivir su Palabra, y sobre todo nos Ama.

 

Fernando Ubal

Montevideo - URUGUAY

 


 



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