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Después del hecho

Génesis 34

Jenelys Emineth SAUCEDO CURNEY


 

«Página Neobíblica» que ha obtenido mención honorífica en el concurso de Páginas Neobíblicas, otorgado por la Agenda Latinoamericana’2005

 

“El alma de mi hijo Siquem se ha apegado a la hija suya, les ruego se la den por mujer.” fueron las primeras palabras que a lo lejos escuché, tan lejanas que por un momento vacilé, las creí irreales. El tono de voz me resultó tan familiar, que me fue imposible intentar ignorarlas. “Y emparienten con nosotros-siguió diciendo-; dennos sus hijas, y tomen ustedes las nuestras. Y habiten con nosotros, porque la tierra está delante de ustedes; moren y negocien en ella, y tomen en ella posesión”. Sí, inconfundiblemente se trataba de la voz de aquel hombre a quien solíamos oír casi a diario en las calles y plazas de la ciudad.

Aún me estuve quieta en mi lugar otro poco, fingiendo no haber atendido a las palabras, hasta que oí una segunda voz decir: “Halle yo gracia en sus ojos, y daré lo que digan.” ¡Imposible!, pensé, ¿Siquem?. Debía ser sólo una jugada de la mente, sin embargo las palabras no provenían de mi interior, no podía entonces ser únicamente un pensamiento.

Para confrontar mis dudas, decidí levantarme y conocer si finalmente había logrado conciliar el sueño o si en realidad Hamor y Siquem estaban en mi casa.

Me dirigí camino del lugar de donde provenían las voces. Me abrí paso en silencio entre el olor a becerro tierno recién preparado y a pan cocido debajo del rescoldo. Caminé meticulosamente por entre los velos de la tienda, para llegar a ellos sin ser vista, tratando de no dejarme alcanzar por ninguna de sus miradas.

“Aumenten a cargo mío mucha dote y dones, y yo daré cuanto me digan; y denme la joven por mujer”, entonces eché de ver entre mis hermanos, que se habían amontonado en torno a un mismo punto, que quien hablaba era Siquem. Me limpié los ojos para rectificar que no dormía y al volverle a ver, real, ahí sentado, de no haber sido por la mano de Gad que me sostuvo, habría caído. Oído el escándalo hecho por mi tropiezo, todos volvieron el rostro para descubrir que yo estaba ahí.

No podía mencionarlo y aún si lo hubiese hecho, ya mi padre y hermanos de alguna manera se habían enterado, en vano habría sido contarles. Cosa fácil me hubiese sido dar voces al roce de mi vista con el rostro de Siquem, mas, basta decir que no logré articular tan siquiera un sonido; su sola presencia me estribó por completo el habla. Estaba allí, frente a nosotros, como si nada hubiese acontecido, tenía su mano izquierda puesta sobre su pecho y con la derecha sostenía la mano derecha de mi padre.

El gobernador me pedía por mujer para su hijo el violador. Violador no, según Siquem, podía juzgarlo. “Lejos de mi deseo está perjudicarte, perdóname por lo que hice-dijo una vez consumado el acto-. De mí puedo afirmar que siempre he sido una persona decente, pero me enamoré locamente de ti, perdí el control. Ninguna otra mujer sería capaz de alegrar mi corazón como tú has logrado hacerlo. Sólo te pido que me perdones y que me ames a pesar de mi error.”.

Me miraba con ternura, besaba mi frente, mis mejillas, mis labios, acariciaba mis cabellos y todo mi cuerpo con tal pasión que podía sentir que no mentía. Volvía a pedir perdón por su acto inmoral y halagaba mis encantos elogiándome como “hija de los dioses”.

“Heredaste los ojos delicados de tu madre, y la expresión generosa de tu padre. Dina, te amo, juro por los dioses que te amo y nada podrá impedir que lo haga.” Diciendo eso, se apresuró a vestirme y dejarme en libertad, incluso procuró que llegase a casa en bien al enviar uno de los sirvientes del gobernador por custodio mío. “Hablaré con mi padre-me dijo al despedirme-debes ser mía pasa siempre” y volvió a besarme. Y regresó mi mente al lugar donde estaba mi cuerpo; papá y Hamor, el gobernador, conversaban calmadamente. Pude haber afirmado que el ilustre Jacob daba nula importancia a la deshonra de su hija de no haberle escuchado decir antes de llegar el gobernador: “Lea, por pago a todo el engaño con que actué en mi juventud, me hace Jehová padecer esta afrenta”.

De entre todos mis hermanos, Simeón y Leví parecían ser los más consternados. Yo que les conozco, lo sé. Aunque aparentasen estar tranquilos, estaban en realidad muy tristes. Les oí hablar respecto a estar en igualdad con los moradores del lugar mediante la circuncisión, señal del pacto que Jehová hizo a nuestro padre Abraham, así, según ellos, podrían prestar oído al trato que había propuesto Hamor; pero sabía que mis hermanos ponían esa condición porque tramaban algo, podía percibirlo.

Para qué decir que mis sospechas fueron confirmadas cuando, antes de despedirme, pues me enviaron con Siquem, Leví me dijo que pronto estaría de regreso.

Hamor y Siquem obedecieron a las palabras de mis hermanos e igualmente hicieron circuncidar a todo varón de la ciudad, asegurando que somos gente pacífica y haciendo ver que sólo traeríamos bien al país, permitiendo negociar entre un pueblo y otro, casarnos entre nación y nación. Si sólo hubiesen sabido que no todo era tan sencillo, no se habrían confiado de tal manera.

Hoy hacían ya tres días desde que los varones de Siquem se habían circuncidado. Los gritos no han cesaron en la ciudad desde que despuntó el alba hasta la tarde, cuando quedó por completo silenciada. Sabía que se trataba de ellos, eran mis hermanos. Simeón derribó la puerta de la habitación y me tomó en sus brazos, mientras corría por en medio del pasillo, pude ver a Siquem tendido a la puerta de su cuarto, bañado en sangre, sin vida. Y me fue imposible seguir conteniendo el llanto, lloré amargamente hasta llegar a mi padre.

Si hubiese visto Siquem todo el mal que causaría en consecuencia a su acto, no habría levantado su mano contra mí, talvez hubiese hecho todo correctamente desde el principio.

Una ciudad entera ha perecido a causa de un solo hombre. Mis hermanos acabaron con todo ser viviente. Han dejado poco más que un montón de muertos por doquier. Tantos hombres y mujeres, tantos niños, tantos inocentes por un acto impulsivo y perverso. Todo ha sido muy injusto. Estaban desprevenidos, indefensos, padeciendo hoy el mayor dolor de la circuncisión. Pero “nadie puede contender contra los hijos de Jehová y salir librado”, dijo una vez mi padre.

He vivido estos días más que en todos mis otros años de vida. He logrado dormir un poco, pero lo soñado siempre resultan los gritos de la gente y mis hermanos volviendo de la ciudad con sus espadas ensangrentadas y bienes salpicados de muerte; el sueño me vuelve a hacer víctima de todo lo vivido. Por eso me alivio a mí misma con el insomnio, porque talvez es más dulce mantenerme despierta y sólo pensar, que agonizar ese ingrato capítulo de mi vida todas las noches.

Papá ha amonestado fuertemente a Simeón y a Leví, que le han turbado con hacerle abominable a los moradores del lugar, que sabe que somos fácil presa de algún pueblo con sed de venganza; pero ellos hacen poco caso de sus palabras, alegando que debían recuperar la perdida honra de la hermana, que Siquem no tenía derecho alguno a tratarme como una ramera.

Admito que, en algún punto, sentí orgullo; ser causa de tanto revuelo y alboroto no era común para una mujer de mi pueblo. Sin embargo, nadie tomó para sí el trabajo de ocuparse de mis sentimientos. Cada quien tomó la justicia por su mano sin saber qué en realidad quería yo. ¿Qué si deseaba que mi familia aceptara de buena gana el trato de Hamor?, ¿y qué si terminé enamorándome de Siquem?. No conviene, de momento, objetar, pues que ya también sería muy tarde para hacerlo; además, nadie se ocuparía de ello, tendría que llegar en silencio hasta la tumba.

Ahora quedo aquí, muriendo por dentro, en medio de una ciudad vacía; mientras vuelvo a ser la misma insignificante de entre los hijos de Jacob, con la excepción de que quizás ningún varón deseará unirme a él en casamiento. Así continuará mi historia, sin grandes acontecimientos, siendo alguien a quien nadie mencionará otra vez sino por esta vergonzosa deshonra, siendo nuevamente una simple mujer más.

 

Jenelys Emineth Saucedo Curney

Panamá

 


 



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