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La ofrenda de la viuda y las cartoneras bonaerenses

Lucas 21, 1-4

María Martha DELGADO SÓÑORA


 

«Página Neobíblica» que ha obtenido el primer premio en el concurso de Páginas Neobíblicas, otorgado por la Agenda Latinoamericana’2005

 

Jesús estaba observando y vio cómo los ricos depositaban sus ofrendas para el templo. Vio también a una viuda pobrísima que echaba dos moneditas. Y dijo Jesús: "Créanme que esta pobre viuda depositó más que todos ellos. Porque todos dan a Dios de lo que les sobra. En cambio, la pobre dio lo que tenía para vivir." Lc 21, 1-4

 

En el ardiente verano de Buenos Aires, una noche de enero de 2003, un tren salió rumbo a Tucumán, al norte aún más ardiente del país. Ese tren llevaba una carga muy especial: en el primer vagón viajaban siete 'cartoneros/as' y cinco 'asambleístas', y en el último, más de dos toneladas de alimentos, ropa y juguetes para las niñas y niños de una de las provincias más empobrecidas de Argentina. ¿Quiénes eran las/os protagonistas de esta historia?

Tucumán había sido noticia ese año por sus niñas y niños muertos de desnutrición; las imágenes de sus cuerpitos consumidos, sus pieles arrugadas pegadas al hueso y sus inmensos ojos desorbitados por el hambre, que parecían imágenes de hambrunas africanas, habían conmovido a los habitantes de un país que alguna vez fue conocido como «el granero del mundo», antes de las reformas del Banco Mundial, las políticas de ajuste del FMI y el saqueo neoliberal perpetrado durante la dictadura militar y continuado con los gobiernos corruptos de Menem y De la Rúa.

En Buenos Aires, la capital federal, los/as cartoneros/as –al igual que los piqueteros- son la manifestación urbana más visible del mismo fenómeno que convirtió a uno de los países más ricos e industrializados de América Latina en un reducto de desocupación crónica y pobreza estructural. Cada día, cuando empieza a caer el sol, una legión de desocupados/as empieza a recorrer cada centímetro de la gran urbe en pos de todo lo que sea reciclable: papel, cartón, aluminio, cobre, plástico. Cuando cierran bancos, oficinas y comercios, el centro de la city porteña es invadido literalmente por familias enteras que llegan de la periferia con sus niñas/os y sus precarios carros de mano, y pasan la noche entera recolectando de todo, principalmente papel y cartón que después venderán para ser reciclado.

Estos nuevos pobres, hasta hace pocos años miembros de la poderosa clase obrera argentina, no eligieron esta ocupación, sino que fueron empujados a ella por el cierre de fábricas y el desmantelamiento de la industria. Pero hoy son un sector organizado en varias cooperativas de recolectores, que han peleado al gobierno el reconocimiento de sus derechos, han fundado una guardería autogestionaria para dejar a sus hijos/as cuando salen a trabajar, y han sabido buscar aliados en otros sectores de la sociedad porteña. Se calcula que unas 100.000 personas viven de esta actividad de reciclado, que les reporta un ingreso de alrededor de 100 dólares al mes, y que además está cumpliendo un importante rol socioeconómico y ecológico, al permitir la sustitución de importación de papel y disminuir la cantidad de basura.

Entre sus logros se cuenta el 'Tren Blanco', un tren especial sin asientos que, desde hace unos cinco años, diariamente traslada a cerca de 1000 cartoneros desde el Gran Buenos Aires hasta la capital y a última hora de la noche los lleva de regreso con sus carros cargados. Los/as cartoneros/as deben pagar un abono quincenal por el servicio que presta TBA, la empresa de trenes privatizada.

Las asambleas barriales son grupos de vecinas/os, generalmente de barrios de clase media, que empezaron a reunirse para discutir sus problemas en medio de la peor crisis social y económica argentina, y del desprestigio más profundo de la clase política. Su estilo de funcionamiento es horizontal y democrático, sin liderazgos ni partidismos.

Hacia fines de 2002, la cartonera Isabel Zerda, oriunda de Tucumán, trajo el problema al Tren Blanco: «Hay un comedor de Tucumán que necesita nuestra ayuda», dijo. Después de reiterados fracasos en obtener apoyo institucional, una amiga suya, responsable de un comedor de Tucumán que atiende a más de cien niñas/os, decidió escribirle a las/os cartoneras/os; su carta decía, entre otras cosas: «Tenemos confianza de que un pobre nunca se va a tirar contra otro pobre, porque sabemos lo que es el hambre». Lidia Quinteros y Norma Flores, delegadas del Tren Blanco y también tucumanas, propusieron de inmediato: «Juntemos mercadería en las estaciones». A partir de ese momento, la solidaridad se puso en marcha. Las cartoneras contactaron además a las asambleas vecinales de Colegiales y Palermo Viejo, y las convocaron a sumarse a la campaña.

Las/os vecinas/os de esos barrios ya habían apoyado la lucha de los/as cartoneros/as para que TBA reabriera la estación Carranza para el Tren Blanco, y poco después unieron esfuerzos en una exitosa campaña de vacunación contra el tétanos y la difteria, tanto para cartoneros/as como para vecinos/as.

Pero no sólo las asambleas se sumaron a la colecta para Tucumán. El profesor Joos Heintz, miembro de la asamblea vecinal de Palermo Viejo, llevó la propuesta a su comunidad científica de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, y el Centro de Estudiantes de esta Facultad se sumó a la campaña, que en un mes juntó más de 1000 kilos de mercadería.

Había que resolver el traslado de lo recolectado hacia Tucumán, y la cartonera Lidia Quinteros propuso: «Veamos a TBA para que ellos gestionen la carga y los pasajes». La idea tuvo éxito: las empresas de trenes TBA y NOA Ferrocarriles donaron los pasajes y el traslado de la mercadería, además de chapas de zinc y comestibles.

Las/os cartoneras/os quisieron ellas/os mismas/os llevar la colecta y entregarla en mano, para que nadie capitalizara esa solidaridad surgida de los sectores más empobrecidos. «No confiamos en los políticos, ya que justamente ellos son los responsables del hambre y la miseria en el país», sostuvo la misma Lidia. Así, la noche del 10 de enero de 2003, al final de un abrumador día de calor, mientras la policía reprimía las protestas de vendedores ambulantes, ahorristas y piqueteros, el tren de la solidaridad partía hacia Tucumán, cargado de cartoneras/os y ayuda solidaria para los/as niños/as más pobres del país. Miguel, uno de los tantos cartoneros que -junto con los/as asambleístas- fueron a despedir a la comitiva a la estación Retiro, dijo al partir el tren, emocionado: «Somos cartoneros, pero lo logramos». Andrés, estudiante de 18 años y uno de los asambleístas de Palermo Viejo que participó en la iniciativa solidaria, expresó: «Nuestra consigna es que todos somos cartoneros, y hoy todos somos tucumanos».

Con tres horas de retraso y más de 24 de viaje, el tren con su preciosa carga arribó por fin a San Miguel de Tucumán. En la estación esperaban numerosas personas del jardín y comedor infantil Conejito Feliz, coreando emocionadas: «¡Car-to-ne-ros, car-to-ne-ros!», mientras desde el tren les respondían con la misma emoción: «¡Tu-cu-mán, Tu-cu-mán!». Entre quienes recibían al tren de la solidaridad, se encontraba la fundadora y responsable del comedor, Laura Igarzábal (una mujer de 28 años y madre de ocho hijos/as), quien expresó emocionada: «Después de haber golpeado tantas puertas sin recibir respuestas, contamos con esta ayuda que nos provoca una alegría indescriptible».

El milagro de esa fuerza surgida de quienes -en apariencia- nada tienen, fue expresado también por Norma Flores, delegada cartonera que junto con otras cuatro mujeres organizó durante un mes la iniciativa de apoyo al comedor infantil de Tucumán: «Yo, que no tengo, junto cosas para llevar a la gente que tampoco tiene».

La madre de ocho hijos/as que escribió a su paisana pobre de la capital; la amiga que llevó el pedido a los cartoneros del Tren Blanco; sus compañeras que fueron capaces de movilizar a dos barrios de clase media y a docentes y estudiantes universitarios, y de convencer a las empresas de trenes; estas mujeres que luchan cada día por su subsistencia, y que -como todas/os las/os excluídas/os por el neoliberalismo- no existen para las estadísticas del mercado, que sólo cuenta 'consumidores', son las modernas 'viudas' del Evangelio, insignificantes para quienes no tienen la mirada de Jesús. Ellas fueron capaces, como la viuda del templo, de dar 'lo que tenían para vivir', generando además una red de solidaridad que contagió a muchas personas de distintos grupos sociales, y que fue noticia en los medios durante varios días, aun fuera de fronteras.

En el Foro Social Mundial de ese año, en Porto Alegre, el escritor Eduardo Galeano se refirió a este milagro del tren de cartoneros/as y asambleístas que llevó a Tucumán «algo muy subversivo»: llevó «valores que no tienen precio». «El poder identifica valor y precio. Dime cuánto pagan por ti y te diré cuánto vales. Pero hay valores que están más altos que cualquier cotización. No hay quien los compre, porque no están en venta. Están fuera del mercado, y por eso han sobrevivido». Esos valores de la solidaridad entre pobres son las dos moneditas que la viuda depositó en el templo, y que sólo Jesús percibió en medio de las ostentosas ofrendas de los ricos.

 

María Martha Delgado Sóñora

 

Fuentes (recogidas en internet):
- Periódico Página 12, diciembre 2002-enero 2003 (Argentina)
- Revista digital La Fogata (enero 2003)
- Diario Los Andes On Line (enero 2003)
- Virginia Giussani, Pobreza solidaria (La Insignia, diario independiente iberoamericano, 12/1/03)
- Jorge Iglesias, Los papers junto al cartón (Cable Semanal, No. 485, 24/3/2003; hoja informativa de la FCEyN-UBA) y Solidaridad sobre Rieles (10/1/03)
- Jessica Garbarino, Malos tiempos, buenas oportunidades. Sobrevivir, a pesar de la peor crisis en la historia de un país...o a causa de ella. El caso de los cartoneros argentinos, en SoyEntrepreneur.com (junio 2003)

 


 



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