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Así habla el Amén, el testigo fiel y verdadero

Raquel DÍAZ


 

Una noche de junio de 2003. Una pequeña ciudad de un pequeño país, Uruguay.

En una fría habitación de la parroquia del centro, un grupo de católicos intentábamos, en una pálida reunión, ponernos en sintonía con Dios para comenzar a trabajar en nombre de quien nos convocaba: Jesús.

Como en innumerables situaciones anteriores, los intentos eran casi vanos. Los participantes eran en su mayoría viejos practicantes, bien intencionados, que trataban sin descanso de mantener su "pequeño poder" en tan peculiar “comunidad”, y estábamos también los más novatos en la fe, a los que casi nadie escuchaba, pero a los que la mayoría miraba con recelo.

Al finalizar la reunión, cuando el animador pedía una reflexión de cierre, y por supuesto todos faltábamos a la espontaneidad y sólo expresábamos lo que los otros querían oír, se apareció repentinamente ante nosotros un hombre que dijo poseer la revelación de Jesucristo.

¿Su nombre?

Juan.

En medio de la confusión causada por su aparición inesperada, se dirigió a nosotros más o menos en estos términos:

Así habla el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios. Comunidad de Colonia Suiza, conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío ni caliente voy a vomitarte de mi boca. Tú piensas: “Soy rico, tengo de todo, nada me falta” Y no te das cuenta que eres un infeliz, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.

Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo.

Los que allí estábamos quedamos atónitos.

La inquietante figura desapareció en el aire y el silencio reinó durante un tiempo que supo ser infinito.

Salimos de la habitación y cada uno de nosotros marchó con el secreto a cuestas para nuestros hogares.

Pasaron horas, días, meses. Nadie se atrevía a hablar de lo sucedido, ni siquiera entre los mismos que vivimos esa noche.

¿Qué pasaba?, ¿quiénes éramos nosotros para que Jesús, Nuestro Mismísimo Señor, se nos manifestara de esa forma?, ¿por qué éramos sus elegidos?

El invierno transcurría como siempre, pero nuestras vidas ya no eran las mismas.

En el diálogo profundo con nuestra interioridad, descubríamos muchas cosas.

Nuestra Iglesia se apartaba de Dios, nuestros corazones no ardían de entusiasmo: la televisión, el consumo y el reino del poder material habían embotado nuestras mentes, nos habían tentado tanto, que habíamos caído en la trampa.

Nos parecía que la religión es un artículo de consumo y que Dios está en una góndola del Súper, donde uno puede elegir de acuerdo al precio.¡Por qué complicarse la vida con un Dios exigente, caro,  si con alguien que no involucre mucho mis intereses yo puedo vivir igual!

Nuestro pensamiento: “Con la rutina de los domingos y algún primer viernes que cumpla ya tengo ganada la resurrección.

Es más, pertenezco a una de las instituciones más prestigiosas del  planeta.

Porque mis raíces son católicas, los fundadores del pueblo. Ah, eso sí, doy mi ayuda, del cambio que me sobra del almacén. Bueno estaría, ayudar a los que nunca trabajaron, porque mi dinero lo hice trabajando de sol a sol y no como esos que viven pidiendo. Habría que enseñarles a trabajar como yo lo hice toda mi vida... como lo hicieron nuestros fundadores.”

Así es que... éramos tibios, creíamos que nada nos faltaba porque rezábamos y acudíamos al templo cuando debíamos hacerlo. Cumplíamos los mandamientos menos comprometedores y nos reuníamos en torno a la Palabra una vez por semana.

¡Oh Dios! ¡Qué ciegos y sordos que somos! Jesús grita a nuestro lado y el ruido de nuestras propias incoherencias nos impide verlo y oírlo.

Dios,... te has ido de nuestras costumbres, simplemente porque ya no tienes lugar allí. Todo está tan lleno de ceremonias y normas que nos olvidamos de TU PRESENCIA. de tu manera de pensar y de hablar, de tu amor y sencillez

Sólo bastaban nuestras ideas y nuestras palabras.

Hasta llegamos a creer que no hablabas, no veías ni escuchabas a tus hijos.

Contemplábamos de ti sólo la cara que nosotros queríamos, la que nosotros te habíamos designando a nuestro antojo, porque “la otra”, la real, nos parecía incómoda e impropia  de Dios.

Estábamos desnudos, porque revestidos con el apuro de un mundo que nos engaña, el desgano y la falta de compromiso, no teníamos más piel que la piel que nos protege del sol y la lluvia, pero no nos protege de los peores males: la envidia, el desamor, la irresponsabilidad.

Y llegamos casi a creer que el mismo Dios era así, chato, aburrido y mediocre.

¡Qué bien me entiendo con Dios!

Tantos y tantos años habían pasado ya, tantos mensajes habías mandado a este "mundo aparte" y nadie escuchaba, que tuvo que venir "el desafiante Juan", enviado de Jesús, para reprendernos y corregirnos.

Para sacarnos de este Nirvana inconsciente: mostrarnos el hambre de nuestra gente, el trabajo de nuestros niños. El afán desenfrenado de acumular cosas, olvidándonos de la gratuidad de la vida de familia, el valorar los crecimientos pequeños  de los hijos en la escucha, el juego, el diálogo que lleva a la confianza y a la libertad.

Clarísima señal; aún con nuestras miserias y desaciertos, Jesús nos ama.

Alguien nos dijo que esa palabra que leíamos todas las semanas no era lectura sino Carne, carne de pobres, de niños abandonados, de drogadictas/os, de ...

... empezamos a re-capacitar y hacer cercanías, abrimos los ojos y los oídos, nos dimos cuenta que son para ver y escuchar a un Dios-humano, en las humanidades conocidas, despreciadas, marginadas... Nos acercamos, vimos y oímos... Te vimos y te oímos

Y te amamos, como somos, con nuestras contradicciones, nuestras idas y venidas, con todo lo humano y divino que encerramos, por ser TU CREACIÓN.

Ya es marzo de 2004.

Estamos aquí, en la misma parroquia, en el mismo salón, iniciándonos en la conciencia de que es mucho el tiempo que ha pasado, es demasiado lo que nos hemos perdido.

Nuestro país ya no es “La Suiza de América“, ni “La tacita del Río de la Plata“ de otros tiempos, de otras sociedades y hoy es otro el país posible.

Nuestra ciudad ha dejado de ser "un paraíso terrenal", como aún lo dicen las propagandas turísticas. Pero podría llegar a ser el inicio del Reino en un proyecto audaz, histórico y coherente con el Testigo de Nazareth.

Porque los cristianos que aquí vivimos, sentimos cada vez más fuerte la injusticia del desempleo, el grito de los niños y jovencitos que queman sus gargantas con drogas baratas, castigados por gobiernos irresponsables que obedecen a maliciosos organismos internacionales y desconocen a su propia gente.

Esos son tu avisos, son tus ángeles que visitan las iglesias de vez en cuando, cuando nos olvidamos que tu Navidad es para siempre.

Pero estamos hoy, juntos, saliendo de nuestra tibieza, abriendo el corazón para permitir que el calor de Jesús nos lleve amorosamente allí donde Él se manifiesta, en los más desprotegidos, los marginados desde antes de nacer, los pobres, los que más sufren la desesperanza de un poder que los aísla y los esconde.

Ese poder que ayer mató a tu hijo y hoy lo sigue matando minuto a minuto.

Vamos entonces hacia los otros hijos de Dios, los que no han podido aún descubrir que el Reino de los Cielos está aquí, que otro mundo es posible. Ese Reino que tantas veces proclamaste, que es de ellos y es de todos los que quieran entrar en él. Dios, ¡qué bueno eres! Nos has dado la misma oportunidad de los grandes de la historia, a nosotros, que durante tantos años, hemos sido, sin quererlo, miserables formadores de ateos.

Te has manifestado otra vez con sencillez, como siempre del reverso de la historia, para ponernos una vez más patas arriba.

Somos limitados, pecadores, pero somos  testigos de lo que Jesús nos da con gratuidad. Hemos VISTO Y OÍDO a Juan, el enviado del Señor.

Nuestra casa se ha abierto para Él, ha comido con nosotros y nosotros hemos comido con Él.

La alegría que sentimos es grande y contagiosa, porque esta vez Jesús está entre nosotros y nos damos cuenta.

Ya no estamos reunidos, sino simplemente... unidos, diciéndote que SÍ, que estamos en tu proyecto, que no nos interesa la resurrección, porque la RESURRECCIÓN la hemos encontrado aquí, en esta vida que Tú con amor nos has regalado.

 

Raquel Díaz

Colonia Suiza, Uruguay

 


 



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