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El Dios que sí le quiso

Hechos 16, 11-15

Luis Carlos MARRERO CHASBAR


 

Lidia no tiene ganas de levantarse, pero el negocio no puede esperar y “a quien madruga, Dios lo ayuda”.

- ¡Ay, como pesa este fardo!.Una y otra vez monta en la carreta, ándate el camino, descarga, ordena la mercancía en el lugar más atractivo que te encuentres, vocea, vuelve a vocear más fuerte. Sonríe, frunce el cejo como si de veras... o has las coqueterías, o esfuérzate por ser ingeniosa de más, para que compren, para que bajen los pesos de aquel y suba el peso de tu bolsa. De la mente al escote, del escote a la mente, dando la prioridad según el comprador pidiéndole a Dios que sí, que lo hagan, que saquen los billetes, uno de más por la sonrisa o por ¡qué astuta! Que prometan volver por más mañana.

Pidiéndole a ese Dios que según la gente de Tiatira y de su familia, no acepta que una mujer ande en esos avatares:

- Ahí va aquélla -comentan las más viejas...

-¡Ni se les ocurra reunirse con ella...! -vuelven a comentar, a las más jóvenes

Mientras es mal mirada por ser independiente económicamente, por luchar por sobrevivir con el trabajo público, porque ése, es cosa de hombres.

Lidia medita en todo esto mientras vuelve a casa, en lo duro de tener que ganarse la vida como comerciante, en lo duro de ser, además, una mujer en este giro. En la cara de su familia cuando llega, cansada, sin fuerzas para preparar los frijoles o limpiar la casa.

Como una rueda más de la carreta su pensamiento oscila y se atasca y se enturbia y se detiene.

Y ella sigue viviendo sin comprender por qué Dios nada tiene que ver con su mercado, con su negocio que es de bien y para el bien de su familia. Y entre las voces de condena y soledad de los seres humanos, se esfuerza por conocer más de Dios.

Hoy es el día de reposo. Buscando sentir éste mismo dentro de su alma, Lidia se va a caminar, a solas, por la orilla del río. Su familia a estas horas suele reunirse allí para hacer oración y pedir a Dios por los males de la tierra, pero ella participa como una pieza más de la escena, sólo para complacer, no entiende que le pidan a un Dios por la prosperidad y a ella la rechacen por tratar de alcanzarla para su gente.

Avanza con desgano cuando de pronto...

¿Qué es aquel grupo de personas en la orilla? Ah, peor si hay también dos hombres nuevos allí, y aquel, el más delgado, parece forastero...

Sigilosamente se acercó, se quedó oyendo allí al margen. Atentamente.

El forastero se llamaba Pablo, y hablaba ¡ de qué manera!

¿Dice que yo, siendo mujer, soy importante para Dios?

¡¿Qué hace falta ser una mujer fuerte y emprendedora para la obra de Dios en este lugar?!

Casi no daba crédito a aquello que escuchaba. Su corazón se fue encendiendo. Su rostro también a causa de las lágrimas que bajaban a torrentes, sin poder contenerlas.

El Dios que Pablo predicaba era su Dios.

Su familia, de a poco, también fue comprendiendo. Y los ojos de todos ellos y ellas fueron abiertos, por aquel a quien Dios había una vez cegado en el camino.

Las aguas del río donde tantas veces lloró sus penas, sirvieron para lavar su cuerpo de la angustia antigua. Fueron aguas de reconciliación.

Luego de salir de las aguas, gozosos, resurrectos, Lidia y su familia decidieron festejar:

- Les ruego, por favor, que se queden en mi casa.. Me han enseñado que la fidelidad a Dios consiste en levantar las fuerzas y luchar por la vida a toda costa y mis alternativas de subsistencia, mi trabajo, nada tiene que ver con el pecado . Saben quién soy y me han hallado una mujer de bien ante los ojos de su Dios

Pasen. Reposen.

Y extendiendo las manos callosas por tanta carga, les señaló la puerta y les siguió a ellos, dando gracias al Dios que sí le quiso.

 


 



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