Cambios en la moral sexual católica Una mirada desde la historia
Cristián BARRÍA
La mayoría
de los fieles intuitivamente comprende las cosas desde un paradigma nuevo
y, aún respetando a sus pastores, no entiende las enseñanzas entregadas en
clave antigua. Entonces no las puede acoger y se da una escisión dañina para
el Pueblo de Dios.
Pero se ha
abierto paso una comprensión innovadora de la sexualidad en la que es posible
separar el amor de la fecundidad en ciertos actos conyugales, lo que permite
abordarlos de nueva manera.
La sexualidad es un don maravilloso
de Dios a la humanidad. Lamentablemente, sucede que hoy en día ni ella ni
la moral sexual son comprendidas de una misma manera por la comunidad de los
católicos. El Magisterio propone legítimamente una clara doctrina en la materia,
pero una gran proporción de fieles, compartiendo la fe, actúa de modo diverso
a ella, pareciendo guiarse por una concepción diferente de la sexualidad[1].
Sugerimos que desde hace unos cincuenta años en el seno de la comunidad católica
se vive una crisis de paradigma en el modo de concebir y vivir
la sexualidad, crisis que no se ha resuelto de manera definitiva.
Esta es la reflexión
de un médico creyente, desde la perspectiva de la historia de las ciencias.
UNA NUEVA COMPRENSIÓN
¿Qué es un cambio de paradigma?
Es una mutación en el modo de abordar teórica y prácticamente una realidad
ante la emergencia de una nueva, mejor y más abarcadora comprensión de esta.
Un ejemplo es el cambio producido por los descubrimientos astronómicos de
Copérnico y Galileo. La tierra y el hombre dejaron de ser el centro del universo:
el cosmos se volvió una inmensidad vacía en la que rodamos junto a millones
de cuerpos físicos. Con la modernidad y la ciencia terminó una cosmovisión,
naciendo otra nueva, en la que vivimos.
Los cambios de paradigma
en la tradición católica no han de extrañarnos. Uno de ellos afectó a la propia
Biblia: durante siglos la Escritura fue leída de modo rígidamente literal,
respetándose cada frase como si proviniera de la boca de Dios.
Esa lectura, que hizo inaceptables las ideas de Galileo y, posteriormente,
la teoría de la evolución de Darwin, se volvió insuficiente.
Por fin en el siglo XX, los biblistas católicos y posteriormente el Magisterio
fueron capaces de acoger el aporte de la ciencia en el estudio e interpretación
de la Biblia. Desde entonces se la abordó con el denominado método histórico-crítico,
incorporándose a su lectura nociones de género literario, historia
y cultura, de manera que ya no es leída de forma meramente literal, enriqueciéndose
su comprensión propiamente religiosa.
No hace tanto tiempo
se produjo un cambio en la moral social respecto a la institución
de la esclavitud, aceptada durante siglos por la teología moral, de acuerdo
con su época. En el siglo XIX, con la modernidad, esta institución se volvió
inaceptable éticamente, dándose a este respecto un cambio de paradigma. Cuando
vivimos inmersos en uno nuevo, el anterior se nos vuelve extraño, nos sorprende
o no lo comprendemos.
Pues bien, sugerimos
que en el caso de la sexualidad está en curso una transformación epistemológica
análoga, desde un paradigma histórico hacia uno nuevo.
Por siglos, ha predominado
una determinada concepción de esa materia en la doctrina oficial, de antiguas
raíces (helénicas y agustinianas)[2].
Pero en las últimas décadas se ha ido desarrollando
desde las ciencias (biología, psicología, sociología) una comprensión moderna
sobre la sexualidad, que subyace en los pronunciamientos innovadores de una
parte significativa de los moralistas y también de algunos obispos. Esto da
cuenta de la conducta de hombres y mujeres que difiere de las orientaciones
oficiales, siguiendo en esto —a veces no sin dificultad— su propia conciencia
creyente[3].
EL CAMBIO EN LA CIENCIA
El historiador Tomás Kuhn
plantea que las ciencias naturales (como también otros campos del saber) avanzan
por un tiempo en sus descubrimientos de un modo normal, por acumulación de
conocimientos[4]. Pero este avance tranquilo periódicamente
es interrumpido por épocas de crisis —revoluciones de la ciencia—
que se resuelven cuando el grueso de la comunidad
adopta por fin un nuevo paradigma. En adelante, este orienta el avance de
la disciplina, abandonándose el antiguo. El nuevo permite una comprensión
inédita de los fenómenos. Según Kuhn, la crisis es desencadenada por hechos
novedosos vistos como anómalos pues no pueden ser explicados por la visión
dominante: se construyen así teorías con el fin de explicar lo nuevo. Surgen
esbozos de un nuevo paradigma, coexistiendo por un tiempo
este con el anterior. La comunidad queda dividida temporalmente entre el antiguo
y el potencialmente nuevo. Los investigadores adheridos al primero de ellos
se resistirían a aceptar las nuevas ideas, pues estarían comprometidos con
el sistema establecido, que ha permitido el progreso hasta el punto actual.
Los investigadores más libres —con frecuencia, jóvenes— exploran el nuevo
enfoque y si este es útil para explicar los hechos y sugerir nuevos caminos,
lo adoptan en forma creciente. Así, con Galileo se produjo un cambio en la
cosmovisión. Y la física cuántica representó otra mutación fundamental respecto
a la física clásica. Estas transformaciones del pensamiento se dan también
fuera de las ciencias.
CAMBIOS EN LA SEXUALIDAD
En el siglo XX dos acontecimientos
desencadenaron una crisis en la manera católica de abordar la sexualidad.
Primero, en los años treinta, fue el descubrimiento y la afirmación cierta
por parte de la ciencia de los días infecundos en el ciclo de la mujer.
El hallazgo de que la mayor parte de los
días del ciclo femenino no eran fértiles resultó un hecho “extraño” para el
paradigma histórico. Antes siempre se pensó que el fin primario de la vida
sexual creada por Dios era la procreación. ¿Cómo comprender estos momentos,
recién descubiertos, de sexualidad infecunda en el plan de Dios? Luego vino la píldora
anticonceptiva en los años sesenta. Los nuevos
descubrimientos permitían a los padres regular racionalmente la fecundidad
y el número de hijos. La familia numerosa, tan apreciada por la tradición,
parecía peligrar. Por primera vez en la historia, se disponía de procedimientos
(la continencia en los días fértiles; luego, especialmente, la píldora) notablemente
más eficaces que los antiguos métodos (que eran fundamentalmente la continencia
y el coitus interruptus). La valoración milenaria y casi exclusiva de la procreación se
eclipsaba, apareciendo un espacio para el amor y el placer. Fue una revolución
cultural que afectó a la cristiandad. En el cristianismo protestante en 1930
se aceptó la regulación de los nacimientos. Vinieron luego otros hechos “anómalos”:
algunas parejas católicas honestas comenzaron a usar los métodos anticonceptivos
artificiales, considerándolos aceptables moralmente. Varios teólogos y obispos
se mostraron permisivos frente a esos nuevos procedimientos. Otras parejas
decidieron usar la píldora para distanciar un próximo embarazo después del
nacimiento de un niño. ¿Acaso Dios podría querer que naciera un niño apenas
once meses después de otro, abrumando a la madre y dificultando la crianza,
como a veces ocurría antes de conocerse los anticonceptivos? Eran hechos nuevos
que movían a pensar.
En 1964, durante
el Concilio Vaticano II varios obispos hicieron importantes intervenciones
sobre la sexualidad, pidiendo un diálogo de orientación renovadora. Según
el cardenal Paul Émile Leger, la fecundidad es un deber relacionado, no
tanto con cada acto en particular, como con el estado mismo del matrimonio
[5]. El Patriarca del rito de
los melquitas de Antioquía, Máximo IV, de 86 años, decía sobre la anticoncepción:
aquí tenemos un conflicto entre la doctrina oficial
de la Iglesia y la práctica contraria de la vasta mayoría de las familias
católicas. Una vez más, la autoridad de la Iglesia es cuestionada en gran
escala[6]. El cardenal Leo Joseph Suenens,
por su parte, pedía: les ruego, mis hermanos obispos,
que no permitamos un nuevo caso Galileo; uno es suficiente para la Iglesia
[7]. Apuntaba a una crisis de
paradigma, en la esperanza de favorecer un desarrollo. Pero el tema fue sacado
del debate por la autoridad apostólica y se apostó por postergarlo hasta un
mejor momento.
DISCERNIMIENTO ANTERIOR A HUMANAE VITAE
Durante el Concilio Vaticano
II el tema quedó reservado al Papa, asesorado por la Comisión Pontificia para el
Estudio de la Regulación de la Natalidad, que entregó sus conclusiones en 1966. En sus
debates, el aporte de laicos casados, médicos, sociólogos, especialistas y,
principalmente, el testimonio de las cinco mujeres de la Comisión, fueron
impresionando a teólogos y obispos participantes, cuya mayoría era inicialmente
renuente a un cambio. Allí se produjo en las personas un acercamiento favorable
a la nueva visión. Laicos de la Comisión que conducían programas de regulación
natural de la natalidad apoyaron una innovación pues su experiencia los había
hecho evolucionar[8].
Pero una minoría de sacerdotes se opuso a favorecer un cambio. Lamentablemente,
sin acuerdo unánime, la conclusión fue doble y encontrada: una de mayoría,
innovadora, y otra de minoría, que conservaba las posturas
históricas. Las personas partidarias
de la posición conservadora reconocieron hidalgamente que no podían fundamentar
completamente su posición, de la que sin embargo estaban seguros: si
pudiéramos aportar argumentos claros y convincentes por la sola
razón, no sería necesaria nuestra comisión ni se daría en la Iglesia el presente
estado de cosas[9].
Insistían los tradicionalistas:
La Iglesia no puede modificar su respuesta porque
esta es verdadera (...) la doctrina en sí no puede no ser verdadera. Es verdadera
porque la Iglesia (...) no ha podido equivocarse de una manera tan nefasta
a lo largo de todos los siglos.
En este razonamiento podemos
reconocer el modo en que se sustenta el paradigma histórico, vigente en los
últimos siglos: se da por sentado pues hasta hoy siempre ha sido así. A quien
esté convencido de él, le parece del todo natural; al no convencido no le
aporta nada (o bien ve una debilidad en la argumentación, pero ya desde otro paradigma).
EMERGE UNA NUEVA CONCEPCIÓN
Avanzados los debates en esta
Comisión de expertos que asesoraba al Papa, solo cuatro de los teólogos evaluaban
la anticoncepción como “intrínsecamente mala, por ley natural”, contra una
significativa mayoría de quince que ya no la veía así y consideraba reformable esta
doctrina. Teniendo en cuenta que, para asegurar la seriedad de sus conclusiones
sus integrantes fueron cuidadosamente seleccionados, la mayoría que surgió
a favor del cambio nos parece elocuente.
Para
la última jornada de reuniones de 1966 el Papa agregó un Consejo de catorce
obispos y cardenales de alto nivel. En la Comisión, incluyendo a los teólogos,
obispos y cardenales, se alcanzó finalmente una mayoritaria aceptación de
los métodos de anticoncepción, según el discernimiento de los esposos. Más
aún, todos los miembros laicos recomendaron esta innovación (31 expertos de
todo el mundo, incluyendo tres matrimonios)[10]. Observamos hoy que aquella decisión unánime
de los expertos laicos de hace cuarenta años, aunque entonces no fue conocida
públicamente, resulta coincidente con la conducta actual de una inmensa mayoría
de la comunidad de los fieles.
Pero ese mayoritario grupo
innovador fracasó en convencer al papa Pablo VI en 1966: quizá el paradigma
nuevo sobre la sexualidad estaba apenas esbozado y débil, frente a uno clásico
con una fortaleza de siglos. Como sabemos, las nuevas técnicas de la medicina
—los fármacos hormonales— que permitían regular mejor
la fecundidad humana fueron excluidas moralmente en 1968, en la encíclica
Humanae vitae, rechazo reiterado posteriormente
en múltiples ocasiones.
REACCIÓN DE OBISPOS Y TEÓLOGOS
Significativa fue la reacción
después de conocida Humanae vitae. Muchas conferencias episcopales hicieron precisiones pastorales
matizando las normas del texto papal. Esto ha podido expresar una crisis de
paradigma. ¿Se había perdido el “suelo común” para pensar la sexualidad y
la anticoncepción?[11]. A los pocos días de publicada, en Estados
Unidos surgieron listas de teólogos cuestionando la encíclica, número que
rápidamente llegó a los 600. Después se restableció el orden pero periódicamente
se han oído voces que piden una revisión de las decisiones vigentes sobre
sexualidad, matrimonio y familia. Entre otros, el arzobispo John Quinn, presidente
de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, pidió con fundamentos empíricos
y teológicos un nuevo estudio de estos temas en el Sínodo de la Familia
de 1980. Su petición fue rechazada[12].
COEXISTEN DOS CONCEPCIONES
Un paradigma es una matriz de comprensión de la realidad que establece
lo apropiado —o inapropiado— en el ámbito respectivo. En
la concepción católica históricamente vigente uno de los postulados esenciales
es la unión indisoluble del amor y la fecundidad, en cada acto sexual. No
se lo sabe demostrar de modo convincente, simplemente “es así” (es obvio para
quien lo percibe) y sirve de fundamento a muchas propuestas[13]. En el paradigma nuevo, en
cambio, esta regla no existe, pudiendo separarse perfectamente estos dos significados
(es decir, el amor de la fecundidad) en ciertos actos conyugales, lo que permite abordarlos de distinta
manera. Por ejemplo, el abordaje nuevo acepta moralmente la fertilización
asistida al interior del matrimonio, lo que es vital para muchas parejas
[14]. Periódicamente, moralistas
innovadores son sancionados por salirse del enfoque histórico[15]. En la comprensión católica
de la sexualidad, la crisis se ha querido resolver mediante la autoridad,
lo que no ha funcionado con los fieles comunes. La mayoría de ellos intuitivamente
discierne ya las cosas desde un paradigma nuevo, tal vez no claramente explicitado.
Por este motivo, aún respetando a sus pastores, ellos no comprenden las enseñanzas
entregadas en clave antigua y entonces no las pueden acoger. Se da así una
escisión dañina para el Pueblo de Dios, produciéndose una suerte de doble
conciencia: una propia, que guía la conducta, y otra, orientada por el Magisterio,
dejada de lado más o menos deliberadamente. Con cierta frecuencia las comunidades
locales plantean una revisión de ciertos temas, opción rechazada desde el
paradigma histórico.
VALORACIÓN DEL AMOR Y EL PLACER
El valor más sagrado de la
sexualidad en el paradigma de los últimos siglos es la fecundidad, percibida como lo más próximo
a la divinidad: pro-creación. El placer, por contraste, ha inspirado desconfianza a la visión histórica.
Solo en los últimos siglos emergió el amor como fundamental, siendo acogido
gradualmente en los textos del Magisterio. Un cambio decisivo lo introdujo
Pío XII en 1951 al aceptar la legitimidad de la actividad sexual durante los
días infecundos. Esto nos parece un paso innovador de enorme significación.
Paradojalmente, una
rudimentaria práctica conyugal de abstinencia intermitente, supuestamente
anticonceptiva, era conocida en la antigüedad —técnica arcaica y errónea,
usada por los maniqueos— la que había sido violentamente condenada por san Agustín[16], prohibición que había durado
más de mil años. Entonces, esta aceptación moderna de Pío XII surge como la
primera innovación doctrinal importante en materia
sexual desde Agustín. Pensamos que allí habría comenzado el giro copernicano
y la trizadura del paradigma antiguo: por primera vez en la historia, el magisterio
de más alta jerarquía aceptaba relaciones sexuales intencionalmente infecundas (siguiendo el método moderno
del ritmo). Esto era inédito, siendo uno de los más decisivos hechos anómalos, en nuestra perspectiva. En
el siglo XX, el amor y el placer conyugal empezaban a tener un espacio legítimo
en la moral sexual. No desarrollamos aquí la teología moral del matrimonio,
solo apuntamos las señales de un cambio de época en la comprensión del tema.
¿RENOVAR O MANTENER?
El hecho de que el
paradigma antiguo ha debido admitir excepciones reflejaría que ha entrado
en crisis, mostrando fisuras en su aparentemente invulnerable racionalidad.
El nuevo, en cambio, ofrecería soluciones más razonables a problemas complejos.
Autores que adhieren al paradigma clásico concordaron en que, en ciertos países
sometidos a violencia extrema, mujeres consagradas en riesgo de sufrir una
violación, usaran legítimamente anticonceptivos. Pero, a partir de la solución
aceptada en este caso límite, autores innovadores deducían que ese uso era
aplicable a otro semejante: la esposa obligada por el marido a unirse a él,
aun cuando debiera abstenerse[17]. En la situación de una mujer
en riesgo de enfermar gravemente en caso de producirse un nuevo embarazo,
los autores conservadores plantean que, para cuidarse, se puede recurrir sólo
a la abstinencia completa, rechazando la esterilización quirúrgica. Por su
parte, los innovadores aceptan que la pareja recurra a ese procedimiento para
conservar la vida sexual, que es expresión del amor conyugal[18].
Un nuevo paradigma
es una perspectiva inédita y deduce nuevas soluciones a viejos problemas.
Hasta ahora varias propuestas aportadas por los autores innovadores están
consideradas irregulares y son reprobadas. Pero muchos pastores han tenido
posturas innovadoras, entre los cuales el más eminente es Albino Luciani,
quien llegó a ser el papa Juan Pablo I en 1978. Él quería revisar el tema
de la anticoncepción, aspirando a hacerlo de manera colegiada, según nos informa
Haring[19]. Lamentablemente, su gobierno fue breve y su
obra poco conocida.
MODERNIDAD DE LA MORAL SOCIAL
Pues bien, sucede que un nuevo
abordaje ha sido ya aceptado en la moral de la Iglesia en todo lo
relacionado con lo social. Pero es lamentable que de
esta nueva comprensión se exceptúe sistemáticamente lo sexual. En temas económicos,
políticos y sociales ella ya tiene un discurso ético moderno. En este terreno
dialoga con la realidad acogiendo a la ciencia actual, formulando criterios
y orientaciones morales que dejan un espacio de discernimiento a los laicos.
Todo esto le ha dado credibilidad y persuasión a su enseñanza. Pero en materia
sexual, la Iglesia sigue adhiriendo al paradigma antiguo clásico, severamente
normativo. Esta contradicción en el método entre la moral social y la sexual
ha sido cuestionada por teólogos como Calvez y Curran[20].
En suma, con respecto
a la moral sexual en la comunidad católica coexisten dos formas de comprensión
que discurren en paralelo. En la práctica, la mayoría de los fieles coincide
intuitivamente con el paradigma innovador, afín al pensamiento moderno. Así,
llegado el caso, buena parte de los laicos opta por el uso de los métodos
anticonceptivos artificiales para regular los nacimientos y muchos eventualmente
aceptan la fertilización asistida. Por su parte, el discurso oficial reafirma
el paradigma vigente históricamente pero tiene dificultades para persuadir
a muchos fieles, e incluso a sacerdotes y teólogos[21]. Un sector menor pero influyente de católicos
comparte la concepción histórica, excluye el uso de anticonceptivos y suele
optar por familias numerosas. En estos años los católicos no hemos podido
evitar que subsistan dos modos de abordar la sexualidad. Seguir en
este impasse es dañino para la moral católica
y su credibilidad social. Es doloroso para quienes viven esa tensión en su
propia persona: adhieren a una Iglesia que sostiene un paradigma, pero viven
su sexualidad en otro, divergente.
ESPERANZAS
Hemos abordado aquí el cambio
de paradigma especialmente en relación con la fecundidad. Las grandes transformaciones
operadas en el ámbito de la sexualidad reclaman una orientación, pues no siempre
por ser nuevos los cambios son mejores: es necesario un discernimiento, requieren
ser comprendidos y encauzados en una dirección más abierta a la nueva comprensión
de la sexualidad. Las respuestas de ayer ya no parecen convencer a una mayoría
de cristianos. Hace falta que la Iglesia ofrezca especialmente a los jóvenes
una enseñanza persuasiva, dialogando con el paradigma en que ellos entienden
su sexualidad, el cual la Iglesia está llamada a evangelizar con su acervo
milenario de humanidad. Los signos de los tiempos nos desafían en la sexualidad.
En esta área, un diálogo fraterno entre la Iglesia y la cultura moderna sería
una esperada Buena Noticia. Alguien está golpeando a nuestra puerta...
Cristián Barría
Médico psiquiatra, terapeuta de pareja
Publicado en Revista «Mensaje», nº 571, agosto 2008,
Santiago de Chile
[1] Una encuesta a católicos
en Chile mostraba que el 95% de ellos era partidario del uso de los métodos
artificiales de prevención de la natalidad. Bentué, Antonio: “La opinión
de las mayorías en la Iglesia. Su valor Teológico”. Mensaje nº 545, diciembre de 2005, p.16.
[2] Sobre la evolución histórica
de la teología moral matrimonial, ver Jannsens, L.: Las grandes etapas de
la moral cristiana del matrimonio, en las fuentes de la moral conyugal, Desclée, Bilbao, 1969, pp. 159-200.
[3] Un estudio sobre el
cambio de paradigma en moral fundamental, antes y después del Concilio, se
encuentra en Gomez, Mier: La refundación de la moral. El cambio de matriz disciplinar
después del Concilio Vaticano II. Editorial Verbo Divino,
Pamplona, 1995.
[4]Kuhn, T.S.: La estructura de las revoluciones científicas.
F. C. Económica, Santiago, 2004.
[5]Valsechi, A.: Regulación de los nacimientos. Diez años
de reflexión teológica. Sígueme, Salamanca, 1968, p. 173.
[6]Kaufman, O.c., p. 98.
[7] Blair Kaiser, R.: The politics of sex and religion. Leaven Press, Kansas City,
1985, p. 65.
[8] Dos de las tres parejas
dirigían clínicas en las que se enseñaba el método del ritmo. El tercer matrimonio,
de apellido Crowley, era líder del Movimiento Familiar Cristiano. Kaufman,
P.: Manual para católicos disconformes. Marea, B. Aires, 2004,
p.102.
[9] Los tres documentos
de la Comisión pontificia sobre control de la natalidad, Ed. ZYX, Madrid, 1967.
Documento de minoría Estado de la cuestión, redactado por Ford,
J, Visser, J., Zalba, M., Lestapis, E., p. 53.
[10] Los obispos y cardenales
por innovar fueron 9 (de 15; es decir, el 60%). Los teólogos por innovar fueron
15 (de 19; es decir, el 78,95%). Kaufman, O.c. p. 30.
[11] Nunca había sucedido
que tantos obispos reaccionaran ante una encíclica papal y que lo hicieran
de manera tan variada y hasta crítica en algunos casos: Selling, Joseph, The reaccion to Humanae Vitae, p.13, citado por Kaufman,
O.c., p.150.
[12]Blair K. O.c., pp. 230-232.
[13] M. Rohnheimer, teólogo
moral que adhiere al paradigma clásico; admite que la inseparabilidad del
significado de unión y procreación no es demostrable: Como todos los principios fundamentales, tampoco
el de la inseparabilidad se puede demostrar propiamente, sino que más bien
solo cabe mostrarlo, expresarlo con otras palabras, aclararlo. Ver:
Ética de la Procreación, Rialp, Madrid, 2004, p. 64.
[14] Ver Mifsud, Tony, Moral de discernimiento, T.2, El respeto por la vida
humana. Bioética. San Pablo, Santiago,
2002, pp.159-169. En este tema, Mifsud observa dos posturas: “Hoy día existen
dos posturas básicas entre los moralistas católicos
frente a la inseminación artificial: la tradicional y un nuevo enfoque abogado
por la mayoría de los moralistas”, p.166. Para nosotros, estas dos posturas
se extienden a prácticamente todo el campo de la moral sexual.
[15]Es el caso, entre otros, de M. Vidal.Ver Melloni, A.: “Las recientes notificaciones
sobre obras de R. Mebner, J. Dupuis y M.Vidal”, Concilium, nº 298, nov. 2002
[16] S. Agustín, The moral of the manichees,
18.65 PL 32:1373, citado en Contraconception, Noonan, John, Harvard U. Press, Cambridge,1965
p.120.
[17] Valsechi, O.c., pp. 47-49.
[18] Mifsud, O.c., pp. 207-209.
[19]Häring, Bernard, “Una Desconfianza que Hiere, Comentario a Veritatis Splendor”,
The Tablet, 23 octubre, 1993. Disponible en Internet,
revista RELat, nº 54.
[20] Calvez, Jean-Yves, “Morale
Sociale et Morale Sexuelle”, Etudes 378, Mai 1993, 641-650, versión castellana
“Moral Social y Moral Sexual”, en Selecciones de teología 33,1994, 201-206, disponible
en Internet: Revista electrónica RELat nº 379. Curran, Ch. Official Catholic Social
and Sexual Teaching: A methodological Comparison: Tensions in Moral Theology,
Notre Dame, 1988, pp. 87-109, citado
en Vidal, M. Orientaciones éticas para tiempos inciertos, Desclée,
Bilbao, 2007 p. 269. El tema se desarrolla en un anterior artículo
nuestro en Mensaje: “¿Es posible una renovación
en la moral sexual católica?”, diciembre de 2007.
[21] Un diálogo crítico con
Veritatis Splendor fue entablado por un
grupo de moralistas (Häring, Fuchs, Vidal, Auer, McKormick y otros) en Teología moral en fuera
de juego, Mieth, D. (director)
Herder, Barcelona, 1996.
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