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La globalización, vista por un teólogo

Leonardo Boff


 

El nuevo desafío que enfrenta la Teología de la Liberación es el de contrarrestar el poder y la influencia de la galopante e intransigente globalización. El viraje hacia la globalización comenzó en 1519-22, cuando la expedición de Fernando de Magallanes circunnavegó el planeta. Desde entonces, el mundo sufrió un gradual proceso de occidentalización. La cultura occidental logró imponer su enfoque de la naturaleza a través de la ciencia y la tecnología, su manera de organizar la sociedad (democracia representativa), su concepto sobre la persona (los derechos inalienables del ciudadano) y su modo de entender a Dios (cristianismo). Este proceso no se llevó a cabo pacíficamente. El mayor genocidio de la historia tuvo lugar durante la invasión española de México y Perú, mientras que Africa fue colonizada y destruida. Asimismo, el Lejano Oriente fue masivamente afectado por la potencia militar y económica de Occidente.

Esta fue la Edad de Hierro de la globalización, en la que se sentaron las bases de la que sufrimos actualmente y que se manifiesta en las esferas económica, política y espiritual. Los procesos económico y político van de la mano. Occidente prácticamente ha forzado a los pueblos de la Tierra a organizarse en naciones Estado. La democracia se ha introducido en la psique de casi todos los países, ya sea como valor universal para las relaciones humanas o como una forma de organización del poder estatal.

Pero la democracia puede trabajar sólo en una atmósfera de respeto por los derechos humanos colectivos y de fomento de los mismos. Los derechos humanos, a su vez, presuponen entender lo humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio para alcanzar un fin. A la luz de la validez de los derechos humanos, todo el poder debe ser limitado por una Constitución y controlado por el pueblo o sus representantes. Las grandes guerras mundiales, y en particular la Guerra del Golfo de 1991, son un ejemplo del efecto negativo de la globalización.

Tres factores han hecho de la globalización una realidad evidente: el desarrollo de las comunicaciones, la amenaza de la destrucción nuclear y la inquietud por la situación del ambiente en nuestro planeta. La alarma ecológica fue hecha sonar por el Club de Roma en 1972, cuando se aseveró que el tipo de desarrollo industrial adoptado por la Humanidad supone un ataque sistemático contra la naturaleza, el agotamiento de los recursos no renovables y un enorme deterioro de la calidad de la vida de todos los seres vivos del planeta. Ahora tenemos ya pruebas concretas del ecocidio (destrucción del ecosistema), del biocidio (extinción de las especies vivientes) y del geocidio (muerte de la Tierra) en curso.

La globalización se puede también manifestar dentro del reino de la espiritualidad. Factores económicos, políticos y sociológicos dan lugar a otra determinante de la globalización: se despierta una nueva conciencia planetaria de que todos somos corresponsables de nuestro destino común, del destino de los seres humanos y de la Tierra.

La Teología de la Liberación pregunta: ¿dónde encajan los pobres en el proceso de globalización?

Económicamente, la globalización obedece a las exigencias del capital, que favorece la apropiación privada de los beneficios y la potenciación de las ganancias. Como resultado de ello, la globalización económica conduce a la exclusión de las masas.

Entre 1965 y 1990, cuando el proceso de globalización comenzó a acelerarse, la riqueza del planeta aumentó 10 veces, mientras que su población sólo se duplicó. También en ese período, la porción de riqueza mundial de la que se apropiaron los países ricos se incrementó del 68% al 78%, en tanto que la participación de su propia población se redujo del 30% al 23%.

Tal distorsión pone en claro que este tipo de mercado es profundamente antisocial pues no produce según las necesidades humanas sino para satisfacer sus propias exigencias. Los teólogos de la liberación no nos oponemos al mercado, que podría ser una institución central de la sociedad moderna, pero no podemos aceptar un tipo de mercado que resulta letal para la gran mayoría de la humanidad.

Ante el aumento del hambre en el mundo será preciso cambiar la naturaleza de la economía mundial para poder sobrevivir. También tendremos que aprender a considerar la economía no sólo en términos de crecimiento económico sino también como un medio para satisfacer las necesidades de todos los humanos y de otros seres de la creación.

Políticamente, la Teología de la Liberación tiene serias reservas con respecto a la homogeneización de la Humanidad a través de la generalización de los valores occidentales. Su tarea consiste en apoyar a las sociedades multiculturales y multirreligiosas, respetando sus variadas formas de organización social y política, basadas en sus respectivas culturas. El principal desafío es el de conseguir alimentar formas de coexistencia que no excluyan a nadie.

No sólo deben ser liberados los oprimidos, sino también todos los seres humanos. Todos vivimos esclavizados por un sistema que nos hace enemigos de la naturaleza. No sólo están gritando los pobres; también la Tierra está gritando contra nuestros sistemáticos ataques.

La Teología de la Liberación insta a la recuperación del carácter sagrado de la Tierra y al respeto de las tradiciones espirituales de las culturas oprimidas, quienes, en general, honran a la Tierra como a la Gran Madre.

Esta actitud puede ayudar a crear límites a la codicia moderna y a hacer posible una noción de Dios que podría superar el dualismo del cristianismo occidental entre Dios y el mundo, alma y cuerpo, lo femenino y lo masculino. Unicamente un cristianismo que rompa su alianza con el poder de este mundo, relativice su identificación con la cultura occidental y defienda la causa de los desdichados de la Tierra -que son dos tercios de la Humanidad- estará en condiciones de reivindicar la herencia de Jesús.

Hace falta un cristianismo de liberación que ayude a crear una forma de globalización que busque la armonía dentro de la diversidad, no sólo en los aspectos económico, político y cultural sino también en lo religioso.

(El Mundo, 2 de agosto de 1999)

 

 

 


 



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