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La (de)formación de los políticos

Frei Betto


 

La política es el arte de lo imprevisto y de lo improvisado. Es curioso constatar que nadie que esté en sus cabales entregaría los cuidados de su salud a quien no tuviese formación en medicina. En todos los campos del saber y del hacer, la competencia es proporcional a la formación. Sólo quien ignora la biografía de Van Gogh o de Picasso imagina que crearon obras inmortales solamente haciendo de los pinceles simplemente instrumentos de sus impulsos estéticos.

Ingenieros, panaderos, escritores, cocineros, analistas de sistemas y mecánicos, sólo consiguen éxito profesional si están bien formados. Pero, ¿cómo y dónde son formados los políticos? Con la excepción de la Escuela de Gobierno, en Sao Paulo, que cuenta entre sus coordinadores con la competencia del profesor Fabio Konder Comparato, ignoro cualquier otro foro en el que sean preparados hombres y mujeres que se dedican profesionalmente a la política.

Hay escuelas de sociología y de política, así como de administración pública. Sin embargo, concejales, diputados, senadores, alcaldes, gobernadores y presidentes de la República se convierten en responsables del destino de millones de personas sin ninguna exigencia de calificación para el oficio al que se dedican. Pueden ejercerlo aunque sean analfabetos, incompetentes o corruptos.

Por eso la política es tan ambicionada por arribistas, aprovechadores, egocéntricos, sobre todo en Brasil, donde, tras un único mandato, es posible conseguirse una abultada pensión, aparte de los negocios que posibilita la posesión del poder, ese destacado balcón del tráfico de influencias.

Si un candidato tiene una buena formación de su vida anterior, es posible que se convierta en un buen político, competente, honesto, audaz en la defensa de los intereses de la mayoría. Pero si es alzado al poder por la catapulta de intereses corporativos -de las empresas, de la banca o de la Iglesia- sólo un ingenuo puede esperar que se vaya a guiar por principios éticos. Su actuación vendrá dictada por los privilegios que le toca defender y ampliar, aunque eso signifique defraudar al presupuesto público, desviar los fondos de la salud y de la educación, profundizar el estado de miseria de la población de una región o del país.

Hay políticos que hacen tras los bastidores lo contrario de lo que prometen en los escenarios. Aunque no dejan de estar atemorizados por las antenas parabólicas, los micrófonos, las investigaciones de la prensa... aceptan propinas de bancos y de empresas, nombran a sus parientes para cargos públicos, hacen uso personal del dinero de la nación: viajes al exterior, fiestas, regalos...

Una buena escuela de política o, por lo menos, un curso de cualificación política, enseñaría a los políticos un mínimo de coherencia entre el discurso y la práctica, un mejor conocimiento de las reales necesidades del país, la coyuntura internacional, la evaluación de los aciertos y de los desaciertos cuando se trata de cuidar la "cosa pública"... Si así fuera, tal vez ellos aprendiesen que la vida de la población es mucho más importante que la ingeniería monetarista que estabiliza la moneda y desestabiliza a las personas; aprenderían que los derechos humanos son una garantía para quien sueña con ser más humano y menos salvaje, y que los regalos recibidos en el ejercicio de su mandato deberían ser públicamente remitidos a instituciones de asistencia social.

Cuando en la televisión un político vacila al ser indagado sobre su salario y empieza a dar vueltas y vueltas sin responder claramente, eso es señal de que todavía estamos distantes de aquella transparencia testimoniada por el más íntegro y respetado político del siglo XX, Mahatma Gandhi.

Por su parte, los electores pueden dar una buena lección en las urnas: reprobar a los malos políticos y aprobar a los buenos. Estemos atentos. Es bueno no olvidar que las promesas de la campaña electoral son como los productos de las ferias libres o de los buhoneros: no ienen garantía.

¡AveMaria! (febrero 96)11-12, S‹o Paulo

 

 

 


 



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