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La esperanza

Víctor OLIVARES


 

 

Todas las mañanas, Julio salía corriendo para ir al trabajo, a veces comiendo parte de su desayuno que aún no había terminado, pero siempre volando. Por diferentes motivos ya varios habían sido despedidos en la compañía donde él trabajaba y eran reemplazados por alguno de los que hacían filas para que les dieran trabajo. Él sabia que no podía arriesgarse a perderlo, a sus 45 años de edad no sería nada fácil encontrar uno nuevo. Aunque no se compraba zapatos todos los años, ganaba más que muchos en su barrio, lo que le permitía a María, su mujer, que trabajaba medio día como empleada domestica, tener buen crédito en el negocio de la esquina, ya que siempre pagaba puntualmente la primera semana de cada mes.

Una día de otoño las hojas coloreaban la húmeda calle, eran las seis y treinta de la mañana, Julio iba camino al paradero con sus manos balanceándose, ojos fijos, la respiración corta y su bolso colgado en el brazo, pero sucedía algo extraño, no había nadie en la calle, algo inusual para un día jueves, pero justo en el momento en que se puso a pensar que se había equivocado, y que talvez, ya era el fin de semana, escucho voces y pasos; era la gente que iba pasando.

-¡Buenos días don Julio! -Le dijo alguien que pasaba.

-¡Buenos... días! -Respondió atónito, con la mirada buscando la voz que se desplazaba.

No comprendía que sucedía, no podía ver a ninguna persona, pero a él lo veían. Se detuvo y observó que todo lo demás estaba en su sitio, le dio la sensación que los árboles avanzaban con decisión hacia él, los veía como un gran ejercito verde. En pocos segundos se hizo mil preguntas, y se repetía a si mismo:

-¡Ya va a pasar! -¡Ya va a pasar!

Por lo tanto siguió caminando, aun más lento, escuchando y viendo la tranquilizadora soledad de su entorno. A momentos sintió ser el único desgraciado sobre una calle interminablemente larga, hoy llena de piedras. Sus pisadas eran torpes y subterráneas, pero nada importaba tenía que llegar a su trabajo. Cada obstáculo era un gigante de humo que hipnotizaba sus pupilas. Al llegar al paradero hurto a alguien e inmediatamente pidió excusas.

-¡Disculpe!

-¡Hola, Julio! –Dijo él otro con mucha alegría y abriendo los brazos.

Tratando inmediatamente de comprender quien era, se concentró un poco, pero el olor a cigarrillo y la voz cómica que lo rodeo, lo ayudó a reconocer muy rápidamente a su gran amigo Raúl. Se conocían desde niños, fueron a la misma escuela, y más de alguna vez trabajaron juntos, como ellos mismo decían: “Somos yuntas”, y siempre lo fueron, hasta que la vida los alejo. Sí, Raúl siete años atrás quedo sin trabajo, y buscó, y buscó, y no encontró, y el escaso que había era mal pagado y no le permitía pagar las cuentas de hombre moderno. Entonces como muchos, decidió buscar fortuna en otra lejana ciudad. Cuando podía volvía de visita, no todos los años, pero volvía a recordar el pasado, aunque el tiempo se había encargado de enfriar muchos recuerdos.

-¡ Hola...! ¡Hola..., tanto tiempo, Raúl! –Respondió Julio un poco perplejo.

-¡Qué tal Julio! –Le respondió este, abrazándolo.

Julio que no lo veía, no sabia como comportarse, ni siquiera se le ocurría que preguntar, su mente estaba en otra cosa. Raúl, que estaba feliz de verlo, tenía argumento para varios días, pero se sonrió y como comprendiendo a su amigo trato de suavizar el encuentro, entonces le dijo:

-Qué día tan frío, parece que el invierno quiere llegar antes.

Julio lo escuchaba, y no decía una palabra, aún estaba con sus mil preguntas en lo profundo de su alma.

-¿Qué te pasa, te veo un poco paliducho? -Prosiguió Raúl, tratando de que su amigo le confesara algo por su propia voluntad.

-¡No..., nada!, Bueno..., estoy más o menos preocupado, un poco desmoralizado ya que están cortando gente en la compañía, tu sabes siempre le echan la culpa a algo, o los chinos, o el dólar, o la globalización . Y para rematar, hago horas extras que no me las pagan, pero hay que quedarse callado, como tu sabes: “Si no te gusta, allí esta la puerta”.

-¡Qué lástima!. -Lamentablemente en todos lados pasa lo mismo. -Respondió Raúl con un tono comprensivo

-Sí, pero donde yo trabajo es el colmo, ya que como es una compañía chica y somos pocos los empleados, siempre dicen que hay que ponerse la camiseta ya que hay problemas financieros debido a las bajas ventas, y bla, bla, bla... Hace diez años que escucho el mismo rollo, pero los patrones tienen una casona aquí y otra en el campo, un mercedes, una camioneta, empleadas, y de los tres hijos que tienen dos van a escuelas privadas, y el que va a la U también tiene su auto.

-¡Que le vamos a hacer! -Respondió Raúl levantando los hombros. –Pero tu sabes que...

Raúl fue bruscamente interrumpido por Julio y no pudo terminar lo que quería decir.

-Somos siempre nosotros, el pueblo, los que pagamos los platos rotos. -Dijo Julio, respirando profundamente y exhalando todo el aire que había entrado a sus pulmones. Luego continuó –Sí, estos son igual que los políticos, todos prometen, y “después si te visto no me acuerdo”. Me pregunto: ¿Porqué no firmarán un papel, donde esté escrito lo que prometen en las campañas electorales, así si no lo hacen sean enjuiciados? Creen que ...

¡Tranquilo! –Exclamo Raúl, deteniendo suavemente la ráfaga de palabras de su amigo, que en realidad eran lágrimas que no dejaba que salieran de sus ojos, y que escapaban por su boca sedienta de humanidad. -¡Fuerza, hombre! Continuó Raúl. -Mira a tu alrededor, los demás también van a trabajar, y también ellos, como todos, son victimas de los enfermos del dinero y del poder. No dejes que te venzan, que tu cuerpo y tu alma no se vallan a quedar sin agua, bébete las estrellas para que te ilumines y ciegues al que te hiera.

Julio se mordió los labios, abrió más los ojos, inclino un poco la cabeza, y pateo despacio una pequeña piedra que había en el piso. Tal vez como estaba un poco perturbado no entendió nada, o sólo estaba harto de tanta incomprensión, pero si sé que sus hinchadas venas por su boca hablaban. Entonces con un tono irónico dijo:

-¡Así es la vida! ¡Vida de perros!

-¡Pero qué estás diciendo! –Replicó enfático Raúl – Por bajar la cabeza has chocado muchos muros, ¡Levántala! ¡No dejes que el peso de la noche te exprima y use tus lágrimas para apagar la vida. No estás solo, somos muchos y hay que luchar para lograr un mundo mejor.

Justo en el momento que Julio iba a responder fue interrumpido.

-¡Ahí viene el autobús! –Dijeron varios en el paradero.

Era de color verde y no tenía número, se detuvo y se abrió la puerta. No todos subieron, hubo un grupo que al parecer no le interesó la presencia del autobús, se les veía cansados, preocupados y enojados, Julio fue uno de ellos, él decidió de no subirse, como no veía a nadie, ni chofer ni pasajeros, era como un transporte fantasma, y tenía miedo de muchas cosas. También escuchaba decir a los que no subieron que el mundo muy pronto se iba a acabar y que nadie nos podía ayudar.

Raúl ya al interior, en voz alta, le decía:

-¡Qué te pasa hombre, súbete!

-Es que... hoy entro más tarde, y como está lleno y no tengo apuro, esperaré el otro.

-¡Pero... qué dices, si la mitad está vacío!

Entre el ruido del motor, la conversación de la gente cada ves mas alta, y el apuro del chofer que tenía todavía un largo viaje que hacer, Julio dijo palabras cortadas para dar una excusa. Después escuchando que se cerraba la puerta y que se alejaban, lleno de resentimiento se dio media vuelta y cruzo la calle sin mucha precaución, camino un par de cuadras y se encontró con la plazoleta donde acostumbraba jugar con sus hijos, se sentó en la primer banco y con su cabeza entre sus rodillas se puso a pensar. Lo que más sentía era el no haber podido ir a trabajar y estaba seguro que tendría graves problemas por su ausencia y no quería contar lo que realmente le estaba sucediendo ya que seguramente pasaría a ser “el loco” de la compañía, como le ocurrió a Fernando, uno de sus colegas, que fue al doctor por que decía haber visto varias veces un espíritu en su dormitorio, que le decía que debería dejar el alcohol. Al cabo de unos meses lo echaron, entonces vendió todo lo que tenía y se fue con su familia a Australia donde ahora trabaja como tornero, y no bebió más. Las veces que ha venido de visita se le ve muy bien y de loco no tiene nada.

Después de algunas horas sentado comenzó a sentir mucho frío, por lo tanto decidió volver a su casa y descansar un poco. Sabía que María ya no estaría en casa, ya que es ella la que va ha dejar los niños a la escuela porque esta camino a su trabajo, así que era el momento de entrar y de descansar estirado en la cama, que era lo que siempre hacia cuando se sentía mal.

Cuando llego a su casa, abrió la puerta lentamente, y su cara, en vez de pesar, se le lleno de felicidad al ver sus dos hijos y María tomando desayuno en la mesa.

-¡Puedo ver! –Murmuró en silencio empuñando sus manos, he inmediatamente pensó que ya estaba mejor. Entró, y estaba listo para dar una explicación de porque había regresado y porque no fue a trabajar, pero nadie le hablo, mejor dicho nadie hizo un mínimo movimiento con la mirada hacia donde él estaba. Dura fue su sorpresa al comprender que ellos no lo podían ver, entonces no quiso hablar porque pensó inmediatamente que se iban a asustar como le sucedió a él momentos antes. Se dirigió con precaución al baño, entro y cerro la puerta casi al mismo tiempo, con miedo se miro al espejo, se toco la cara y se puso a llorar silenciosamente lágrimas secas que casi no brillaban en sus ojos colonizados. No sabia que hacer, se sentía enfermo, viejo, y sucio. Sintió caminar y que golpeaban suavemente la puerta con los dedos. Tenia miedo de abrirla no quería asustar a quien tanto amaba, se quedo silencioso esperando algo que no sabia verdaderamente que era, siempre pensó que el tiempo trae remedios y soluciones.

Sintió por segunda vez que golpeaban la puerta. Sus ojos se agrandaron, y sus manos aferraron con fuerza la manilla.

-¡Vamos Julio, que ya es tarde! -Era María que lo estaba apurando.

Indeciso esperó algunos segundos, y abrió lentamente la puerta. Nuevamente no vio a nadie, escuchaba a sus hijos, pero estaba ciego y la amargura se apodero, otra vez, de su garganta. Al improviso sintió a María que le daba un beso y que lo abrazaba. Julio que ya todo lo veía negro, se sentía mareado y acabado, cerro los ojos con profundidad y se dejo llevar por el perfume maternal que invadía el lugar, luego sintió que ella lo tomaba de los hombros y le decía con una voz blanda y lejana, que flotaba en el aire:

-¡Julio son las tres... y vamos a llegar tarde al funeral de Raúl!

Julio quedó estático, su mirada era una línea sin fin, parpadeo lentamente para que la vieja lágrima cayera, se limpio los ojos con fuerza y volvió a ver a María con su cara angelical que lo miraba con entendimiento. La abrazó y su llanto se desató, en un par de segundos lloró una vida. Luego acercó su boca a la de María, la beso como premiándola por los rayos de amor que ella siempre llevaba en sus mangas. Tanta dulzura había en esas lágrimas amargas.

Luego, María minimizando lo ocurrido, dando prueba de control, le dijo:

-Afuera está brillando el sol.

Después con delicadeza se alejó y se fue a apurar los niños, Julio salió del baño y se dirigió a la ventana, la abrió, miró hacia la claridad del cielo, dejó escapar sus últimas lágrimas prisioneras, respiró con profundidad, y dijo con voz madura y quebrada:

-¡Perdóname, perdóname señor por mi poca fe y por haber ignorado en el paradero la esperanza! -Volvió a respirar profundamente, y exhalando decía:

-María..., Mujer... que sería de mí sin ti, sin tu motivación, sin tu fuerza.

Luego se dio la media vuelta, su rostro estaba lleno de luz, era el amanecer que había llegado a su corazón después de largas noches infernales. Dio algunos pasos, se acerco a su hijo más pequeño, le beso la frente y lo levantó con un brazo como levantando una bandera, y se dirigió hacia la puerta. María con el otro niño de la mano iba junto a él, los cuatro salieron juntos he iluminaban el camino. Julio la miró con cariño y le dijo:

-¿Amor, tú piensas que el vestido de flores que llevas puesto sea el más apropiado para esta ocasión?

Ella se observó el vestido, miró a Julio con una sonriente mueca, y abriendo los brazos hizo un paso de baile. Se detuvo y le dijo:

-¡Es lo mejor que tengo para el cumpleaños que vamos!

 

Víctor Olivares

Montreal, Canadá

 


 



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