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¿Creer a pesar de las masacres en el Líbano?

2006-08-04


  Las absurdas masacres de inocentes que estamos presenciando por parte de la máquina de guerra de Israel contra el pueblo del Líbano, sin piedad ante los niños inocentes, suscitan en nosotros la pregunta del sentido de la vida y de la historia. Por más perplejos que estemos ante la crueldad, esta pregunta no podemos borrarla de nuestra conciencia. Pertenece a la metafísica de lo cotidiano, como reconoció Kant en su «Prolegómenos a toda metafísica futura»: «Que el espíritu humano abandone definitivamente las cuestiones metafísicas es tan inverosímil como esperar que nosotros, para no inspirar aire contaminado, dejemos de respirar de una vez para siempre».

No son pocos los pensadores que ante los absurdos de la realidad afirman el sinsentido de la historia. Jacques Monod en su conocido «El azar y la necesidad» dice taxativamente: «Es superfluo buscar un sentido objetivo de la existencia. Simplemente no existe. El ser humano es producto del más ciego y absoluto azar que pueda imaginarse. Los dioses están muertos y el hombre está solo en el mundo».

Claude Lévi-Strauss, tan vinculado a Brasil, escribió en su admirable «Tristes Trópicos» estas palabras descorazonadoras: «El mundo comenzó sin el sin el ser humano y terminará sin él. Sus instituciones y sus costumbres, que durante toda mi vida he tratado de inventariar y de comprender, son simplemente una eflorescencia pasajera, que tal vez no tiene otro sentido que permitir a la humanidad desempeñar su papel».

Hay mucho de verdad en estas afirmaciones porque los absurdos son innegables. Pero, ¿será esto toda la verdad? ¿No se anuncian también señales inquietantes que nos hablan de un sentido latente en las cosas? Por más que vengamos del caos originario de la gran explosión («big bang»), no podemos negar que en la evolución se manifestó una línea ascendente que nos llevó de la cosmogénesis a la biogénesis, a la antropogénesis y hoy a la noogénesis. No se puede negar que ahí hay un sentido manifiesto.

Vamos a lo cotidiano. Cada mañana nos levantamos, vamos al trabajo, luchamos por la vida y por un mundo en el que sea menos difícil amar. Hay incluso situaciones en las que llegamos a dar la vida para salvar otras vidas. ¿Qué se esconde detrás de estos gestos cotidianos? Se esconde la confianza fundamental en la bondad de la vida, que ella vale la pena de ser vivida.

El conocido sociólogo austriaco-norteamericano Peter Berger escribió en su libro «Rumor de ángeles: la sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural» que el ser humano tiene una tendencia innata al orden. Él sólo vive y sobrevive si consigue organizar un orden existencial que proporcione un sentido. Esta tendencia al orden se muestra en escenas bien familiares como la de la madre que tranquiliza a su niño cuando despierta sobresaltado en la noche. Grita llamando a su madre porque el estruendo de las bombas le causa pesadillas terribles. La madre se levanta, toma al niño en sus brazos y con gesto primordial de «magna mater» le susurra palabras dulces. «No temas, hijo mío, todo va a acabar y va a quedar en orden». El niño solloza, reconquista la confianza y al cabo de un rato se duerme. No todo está bien ni en orden, pero sentimos que la madre no está engañando a su hijito. En el fondo ella testimonia que incluso en el desorden hay un orden subyacente que preside todo. Tener confianza en la bondad fundamental de la vida y decirle Sí y Amén es el sentido primordial de la fe que no nos deja desesperar frente al horror de la guerra.

 

Leonardo Boff




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