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Biodiversidad y nuevo paradigma

2006-03-31


  Tres son los principales enemigos de la biodiversidad: el modelo de producción y consumo imperante, el monocultivo y la especie humana.

El modelo imperante —es imperioso repetirlo—- es devastador de los recursos naturales y es consumista. La Tierra no aguanta más esta agresión sistemática y da claras señales de estrés. Ella ya está devolviendo el daño como lo ha demostrado James Lovelock en su reciente y alarmante llamamiento La venganza de Gaia. A la vista están el calentamiento del Planeta, las perturbaciones climáticas y la escasez de agua potable.

El monocultivo es contrario a la lógica de la naturaleza que siempre asocia todo tipo de formas de vida, permitiendo que una especie ayude a otra a sobrevivir y, al mismo tiempo, se mantenga el equilibrio dinámico de todo el proceso natural.

El mundo está dominado por el monocultivo del arroz, del trigo, de la soja, del maíz, del eucalipto, de los cítricos, del ganado, de los pollos y otros. La implantación de cada monocultivo significa un verdadero asesinato de especies vivas, de insectos y de microorganismos. Y con el monocultivo vienen los agrotóxicos para garantizar y aumentar la productividad.

El tercer enemigo es la especie humana. Es una especie entre millares de otras especies, pero su triunfo fue diseminarse por todo el Planeta, como una verdadera plaga, adaptándose a todos los ecosistemas y sometiendo todas las demás especies a sus intereses. Ha ocupado el 83% del Planeta pero de forma destructora. Ha hecho del Jardín del Edén un matadero, como dijo el maestro de la biodiversidad Edward Wilson. Las religiones, los tabúes, los preceptos éticos y la ciencia han sido insuficientes hasta hoy para impedir y limitar la violencia humana contra la naturaleza. El meteorito rasante hoy se llama ser humano.

«Las actividades antrópicas están transformando fundamentalmente -y, en muchos casos, de forma irreversible- la diversidad de la vida en el planeta Tierra. Todo indica que ese proceso va a continuar o aun acelerarse más en el futuro». Es lo que constata el informe de la «Evaluación de los Ecosistemas del Milenio», elaborado bajo los auspicios de la ONU y divulgado en 2005.

Es preocupante que los centenares de medidas sugeridas por la Convención sobre Diversidad Biológica, seguramente necesarias, todavía se sitúan dentro del paradigma antrópico de dominación de la naturaleza. Ellas no resuelven la cuestión básica de la devastación. ¡Cómo si al limar los dientes al lobo le quitáramos la ferocidad! Necesitamos de otro paradigma civilizatorio que tenga una relación no destructiva con la naturaleza, que atienda nuestras necesidades, y que por lo tanto sea sostenible. En caso contrario nos vamos a quedar sin futuro.

Y en este contexto vuelve a ser importante la Carta de la Tierra del año 2000. Ella parte de esta posible tragedia. Pero confía en que podamos evitarla. Para esto necesitamos otra óptica, que fundará una nueva ética. La óptica es que somos parte de un vasto universo en evolución, hijos e hijas de la Tierra, que está viva, y nosotros somos uno de los miembros de esa gran comunidad de vida. El sentido de interdependencia y de parentesco nos convierte en cuidadores naturales de todas las formas de vida. Hay que satisfacer nuestras necesidades de forma justa y equitativa, con un manejo respetuoso de la generosidad de la Tierra, pero sin devastarla, y procurando siempre reponer lo que sacamos de ella. Esto exige nuevos valores, y diferentes instituciones y modos de vida. Este es el «modo sostenible de vida» que nos salvará.

 

Leonardo Boff




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