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¿Una crisis permanente?

2005-11-18


  Las CPIs y la avalancha de denuncias transformadas en espectáculo mediático están cansando. El ritual es tedioso, sus excelencias y sus señorías hacen reir y el cúmulo de mentiras y negaciones de los convocados transforman las sesiones, en gran parte, en una opera bufa. El resultado final es hasta ahora decepcionante, porque, si los corruptos han sido ya identificados, la mayor parte de sus corruptores permanecen ocultos.

En todo eso hay un riesgo: el de la perennización de la crisis. En ella se realiza aquello que Antonio Gramsci denunciaba respecto de las crisis mal digeridas: «lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no consigue nacer». Traduciendo para nuestro contexto: la oposición no consigue la destitución del Presidente, y el Presidente no tiene ya fuerza moral para nuevas iniciativas. Usando una expresión de Tocqueville, «el pasado [del PT y de Lula] no ilumina ya el futuro, y el espíritu camina en tinieblas».

Esto, políticamente, es una pena, porque comienza a prevalecer la resignación y la desesperanza. Nadie espera ya nada, y la conclusión que queda en la cabeza del pueblo, comprobada en las calles y en los bares, es ésta: los políticos, también los del PT, son todos iguales; sólo piensan en sí mismos, y el pueblo que se fastidie. Nadie hace como Gandhi o como dom Frei Luiz Flávio Cappio, que tomaron posiciones claras y fueron hasta el fin, ofreciendo el sacrificio de sus propias vidas.

En momentos así, tiene sentido evocar la utopía de que no todo termina con el actual fracaso histórico. La acumulación de fuerzas continúa, las protestas y las ansias de cambios mantienen viva resistencia. Pero se necesita ir más allá, buscar la liberación, fruto de la acción organizada de los oprimidos. Esta perspectiva abre el futuro. Si no, ¿por qué tanto sufrimiento? Me niego a aceptar que el sufrimiento de tantos y tantos siglos haya sido en vano. La memoria de los vencidos es siempre peligrosa, capaz de provocar gandes cambios. Éstos, se darán a pesar de todo, porque representan lo que debe ser.

Como enseñaba el filósofo Ernst Bloch, eminente estudioso de las utopías y del principio esperanza: las utopías son apenas verdades prematuras o verdades de mañana. Si rebajamos ese horizonte, nos condenamos al inmovilismo y aceptamos la muerte antes de morir.

Por eso, por nuestra parte, continuamos sosteniendo con tenacidad que la política es el campo donde más virtudes y valores se condensan y que por eso mismo también puede concentrar el mayor conjunto de vicios y villanías que se pueda imaginar. Pero, en su naturaleza genuina, no es otra cosa sino la búsqueda común del bien común. Más que una profesión, es misión de servicio a la cosa pública (de ahí su esencial dimensión republicana), es cuidado para con la vida del pueblo, es el arte de realizar para el mayor número posible de personas las condiciones para una discreta alegría de convivir y de disfrutar -a pesar de todas las limitaciones- el corto tiempo que nos toca pasar por este pequeño planeta Tierra.

Si tal sueño es abandonado, la política se vuelve negocio, e instalamos la república de los buhoneros, de los corruptos, de los narcisistas que buscan siempre estar en el candelero, y que desprecian la democracia y la moralidad que proclaman constantemente.

El pueblo brasileño tiene un compromiso con la esperanza y con el futuro. Es señal clara de que la historia puede tomar otro rumbo, mejor que el seguido hasta ahora. Nada puede resistir a una esperanza tenaz. Un día, ella triunfará.

 

Leonardo Boff




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