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El PT y la esperanza

2005-09-30


  El vejamen ocasionado por la cúpula del PT envuelta en actos de corrupción ha producido gran decepción y un sentimiento de traición histórica indisculpable. La victoria de Lula y del partido simbolizaba la ruptura del estilo de poder con el que las clases dominantes mantuvieron su dominación e hicieron de Brasil uno de los países más injustos del mundo, o, dicho teológicamente, un país en el que campa más libremente el pecado social que grava pesadamente sobre los pobres y ofende a Dios.

Un tipo de sueño fue destruido, pero no se destruyó la capacidad de soñar. Esta capacidad es intrínseca al ser humano, pues percibimos que lo dado no es todo lo real. También pertenece a lo real lo potencial, lo que todavía no es y puede ser. Por eso la utopía no se antagoniza con la realidad. Revela la dimensión potencial e ideal de la realidad. Bien decía el viejo E. Durkheim: «la sociedad ideal no está fuera de la sociedad real: es parte de ella». De este transfondo potencial nacen siempre las utopías. Su función –ya ha sido dicho bellamente- es hacernos caminar a medida en que vamos transformando las posibilidades en nueva realidad. Ése es el desafío del nuevo PT: rehacerse a partir de sus posibilidades internas.

Podemos perder la fe, y eso es grave, pues desaparece un sentido que va más allá de esta vida. Pero sobrevivimos. Lo que no podemos es perder la esperanza, pues eso es trágico, ya que nos quita las razones de existir y de luchar. En esa situación vivimos simplemente porque no morimos, en una vida sin sentido.

Una de las expresiones más significativas que he encontrado de la esperanza fue en la Tate Gallery de Londres, de un pintor de la escuela simbolista, Georg Frederik Watts (1817-1904). El cuadro mostraba a la Tierra en forma de esfera, toda conturbada por ondas avasalladoras y cubierta de nubes negras. Sobre ella estaba sentada una mujer con una larga saya blanca totalmente mojada, como quien hubiera sobrevivido a un gran naufragio. Extrañamente, tenía los ojos vendados, pero sujetaba en la mano un arpa, con todas las cuertas reventadas, menos una. Tocaba esa única cuerda, con el oído pegado a ella como si estuviese escuchando una melodía casi imperceptible. Era la melodía de la esperanza. Todo había naufragado menos esa melodía escondida en la cuerda única. Mientras haya todavía una cuerda, se puede rehacer la melodía de la Tierra, se puede consolar a una alma afligida, y se puede rescatar el suelo de un partido como el PT.

El PT se propuso cumplir una misión histórica: mejorar la democracia incorporando a los millones de excluidos a base de un nuevo estilo de hacer política a partir de las víctimas, miradas como sujeto histórico, consciente y organizado, con la ética de la transparencia, con propuestas de cambios y de distribución de la renta, fruto de un desarrollo socialmente justo y ecológicamente sostenible. Ese sueño no puede morir. Representa un legado: la revolución posible dentro de la democracia, la revolución de las grandes mayorías que ya no puden esperar más.

La crisis actual ha abierto una llaga que cicatrizará. Las recientes elecciones internas han mostrado la vitalidad de las bases. Hay virtualidades todavía no ensayadas que configurarán el perfil renovado del PT. Ese desafío es de los militantes, pero también de los ciudadanos interesados por una política sometida a la ética, la ética que se articula con el cuidado, con la responsabilidad y con la compasión para con todos, para con los que sufren, incluida la Tierra. Como escribió Pedro Casaldáliga, «pueden quitarnos todo, menos la esperanza fiel». Todavía queda camino.

 

Leonardo Boff




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