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Verdades secularizadas

2004-07-16


  Las religiones, especialmente las universalistas, como el budismo, el judeocristianismo y el islamismo han sido caminos de descubrimiento de verdades profundas. No eran sólo verdades religiosas. Eran, antes, verdades humanas bajo lenguaje religioso. Hoy estas mismas verdades se visten con el ropaje secular de la política y de las ciencias. Poco importa el vestido. Si las verdades son verdaderas, su autor en último término es el Espíritu Santo, enseña Tomás de Aquino.

Esto vale también para la famosa trinidad que subyace a la sociedad moderna y en cuyo nombre se hicieron la Revolución Francesa y la Revolución Socialista: libertad, igualdad y fraternidad. Pero esta trinidad sólo estará garantizada si le añadimos hoy una condición previa: el cuidado de la naturaleza.

Libertad, igualdad, fraternidad y cuidado son valores continuamente negados. No por eso podemos renunciar a ellos. Si lo hiciéramos, perderíamos el mapa del camino. Ellos representan lo que debe ser. Funcionan como utopías. Nunca se realizarán plenamente, pero nos hacen caminar. Se ha dicho que son como estrellas-guía. Jamás las alcanzaremos, pero ellas son las que iluminan la noche y orientan a los viajeros.

Si reparamos bien, el nicho de estos valores fueron las religiones y para nosotros, en occidente, el judeocristianismo. La afirmación de que somos todos imagen y semejanza de Dios, mas aún, de que somos sus hijos e hijas está en la raíz de la dignidad y de la inviolabilidad de la persona, fuente de los derechos humanos. La convicción de que somos hermanos y hermanas está en la base de la igualdad y de la democracia. El hecho de haber sido insuflados de espíritu creador nos dio la conciencia de la libertad. Y, finalmente, la constatación de que todos los seres, y también nosotros humanos, venimos del mismo barro de la Tierra nos inspira la idea de la comunidad terrenal y biótica y de una democracia ampliada, socio-cósmica.

Lógicamente a esta cuaternidad solemos agregarle la justicia y la equidad, que pertenecen al discurso político actual y en tiempos pasados a las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad. La justicia confiere a cada uno ese mínimo de respeto y de medios de vida, por debajo de los cuales nuestra relación para con él no sería humana. La equidad cela para que haya una relativa proporción entre la contribución que cada cual da a la sociedad y los beneficios que recibe de ella.

El proceso de globalización suscita la conciencia creciente de que estamos todos formando una comunidad de destino planetario. Esta comunidad de destino incluye a la Tierra, condición de toda vida. Los valores seminales de libertad, igualdad, fraternidad, justicia, equidad y cuidado de la Tierra forman el capital básico y común a toda la humanidad, capaz de inspirar prácticas humanitarias, políticas de integración, formas de producción más benevolentes, comportamientos de respeto y de reverencia ante la grandeza y la complejidad de la naturaleza.

Tales valores convocan a cada uno a hacer su revolución molecular allí donde se encuentre, o sea, comenzar consigo mismo a cambiar el estado de conciencia, a inaugurar otro patrón de consumo y de relación con la naturaleza.

Si no podemos cambiar el mundo, podemos cambiar nuestro mundo personal. El camino nuevo empieza siempre con un primer paso, condición para que otros lo sigan.

 

Leonardo Boff




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