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La era de la ética

2004-06-03


  Las imágenes de torturas a prisioneros irakíes, por lo demás cotidianas en las prisiones norteamericanas -según el New York Times del 31 de mayo-, son reveladoras del descalabro ético al que hemos llegado. Tales imágenes tienen que ver con la crisis de nuestro paradigma de civilización.

En efecto. La era que está terminando se fundó en la voluntad de conquista y de dominación de los otros y de la naturaleza, casi siempre con el recurso a la violencia directa. El capital, la acumulación privada de bienes materiales, el consumismo, la competición, la exaltación del individuo y la expoliación de los recursos naturales, caracterizan esta era. Junto a valores irrenunciables, no se puede desconocer un legado perverso: una humanidad barbarizada y dividida entre incluidos y excluidos, una Casa Común depredada y una máquina de muerte montada, capaz de destruir el proyecto planetario humano, y capaz de afectar profundamente a nuestro sistema de vida. Todo indica que ya ha realizado sus virtualidades históricas. Sin capacidad de persuasión, necesita utilizar la violencia para mantenerse, lo que agrava su situación. Si quisiéramos garantizar nuestra presencia en el proceso evolutivo, necesitamos de otro arreglo civilizatorio que tenga condiciones de futuro y de sostenibilidad.

En otras palabras, necesitamos una revolución en el sentido clásico de la palabra, o sea, el establecimiento de una nueva utopía, un nuevo rumbo con otras estrellas-guía que orienten nuestros pasos, que esta vez serán pasos de la humanidad como un todo. Aunque con pretensiones universalistas, todas las revoluciones anteriores fueron regionales. Lo que ahora importa es que la revolución sea mundial, porque mundiales son los problemas que exigen un equilibrio mundial. Y es una revolución urgente, porque el tiempo del reloj corre en contra nuestra. O la hacemos dentro del tiempo limitado (la ONU establece que hasta el año 2030, Johannesburg que hasta 2050), o será demasiado tarde. El sistema-Tierra-Humanidad será insostenible. Lo impensable puede resultar probable.

¿Sobre qué base se hará esa revolución? Cristovam Buarque, nuestro político-pensador brasileño, nos sugirió la pista verdadera. Refiriéndose a la segunda abolición, la de la pobreza, escribió: necesitamos «una coalición de fuerzas que habrá de hacerse por razones éticas, mucho más que por razones políticas».

Pensando en la situación mundial, ello equivale a decir: necesitamos urgentemente una ética planetaria para garantizar nuestro futuro común. ¿Cómo se hará eso? No será en pocas líneas como diseñaremos su perfil, cosa que hemos intentado en nuestro ensayo, fruto de muchos intercambios, Ethos mundial, um consenso mínimo entre os humanos (Sextante 2004).

Pero necesitamos antes que nada una utopía: mantener la humanidad re-unida en la misma Casa Común contra aquellos que quieren bifurcarla haciendo de los diferentes desiguales, y de los desiguales desemejantes. A continuación, necesitamos potenciar el nicho de donde irrumpe la ética: la inteligencia emocional, el afecto profundo (pathos) de donde emergen los valores. Sin sentir al otro en su dignidad, como semejante y como próximo, jamás surgirá una ética humanitaria. Además, importa vivir -en el día a día, y más allá de las diferencias culturales- tres principios comprensibles para todos: el cuidado que protege la Vida y la Tierra, la cooperación que hace que dos más dos sean cinco, y la responsabilidad que se preocupa de que las consecuencias de todas nuestras prácticas sean benéficas. Y, por fin, alimentar un aura espiritual que dará sentido al todo. La nueva era, será de la ética o no será.

 

Leonardo Boff




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