Derechos Humanos y espiritualidad
El Cielo Y la Tierra se besan en la práctica del derecho
Marcelo Barros
Habitualmente, la sociedad dominante presenta los Derechos Humanos
(DDHH) sólo como campo de inviolabilidad individual y como derechos
liberales de ir y venir, comprar y consumir. Para muchas personas,
espiritualidad todavÃa parece confundirse con espiritualismo,
algo más allá de las cosas materiales. Esas confusiones o reducciones en
la comprensión de los conceptos, tanto de los DDHH como de una verdadera
espiritualidad, son muy propios de Occidente.
Las civilizaciones antiguas, de Asia, OceanÃa y Ãfrica, asà como las
comunidades indias y afrodescendientes de América, insisten en que los
derechos no son sólo individuales, sino comunitarios y colectivos, y
además privilegian siempre los derechos de la humanidad como conjunto.
Las comunidades ancestrales y las organizaciones sociales tampoco
separan los DDHH del cuidado para con la Madre-Tierra y para todos los
seres vivos, que se vuelven de alguna manera sujetos de derechos. Esto
forma parte de una cultura amorosa que comprende y practica la
espiritualidad como forma de vivir plenamente humana y humanizadora.
Sobre los DDHH, la sociedad vigente mantiene una concepción
hegemónica, individualista, secular, culturalmente occidentalocéntrica,
que habla de DDHH para mantener y fortalecer el (des)orden social
capitalista, colonialista y sexista que domina el mundo. En las últimas
décadas, quien más invoca la Declaración de los DDHH son los
imperios occidentales, que mediante sus organismos económicos y
militares continúan violando la vida de muchas personas y la justicia
internacional, siempre a la sombra de los DDHH. En nombre de la
democracia, de los DDHH y hasta de la civilización cristiana, el
gobierno de Estados Unidos ha invadido paÃses, asesinado personas y
destruido culturas y civilizaciones humanas.
Es un deber de las comunidades y organizaciones sociales vivir y
elaborar concepciones contra-hegemónicas y alternativas de los DDHH.
Defender los DDHH y cósmicos es una tarea social y polÃtica. Implica
empeño, recursos y militancia, asà como compromiso interior, y, muchas
veces, incluso riesgo de la propia vida, porque los empobrecidos no
están en esa situa-ción porque sean menos capaces, sino porque son
explotados. Detrás del irrespeto y las violaciones contra los DDHH, hay
una estructura social y polÃtica poderosa, violenta y peligrosa. Y
luchar contra esas fuerzas exige no sólo integridad ética y coraje, sino
una opción de amor solidario que viene de lo más profundo del proyecto
de vida personal y comunitario de quien cree y apuesta por ello.
Para que la lucha por el derecho y por la justicia eco-social no sea
algo aislado, necesita una raÃz cultural anclada en lo más profundo del
ser humano. Y ahà se transforma en una postura permanente en el camino
de las personas. Esa opción puede ser simplemente ética, basada en la
convicción de que toda vida tiene valor en sà misma y merece respeto y
cuidado. Esa actitud de amor incondicional y solidario a la humanidad y
a cada ser humano es lo que se puede llamar «espiritualidad humana y
secular». Favorece la vida, en todas sus dimensiones y suscita otro modo
de comprender los DDHH, tanto los formulados por la ONU, como los que
emergen de las tradiciones más profundas de las culturas. Ken Wilber
llama «visión integral» a ese proceso existencial que nos hace pasar de
un estadio egocentrado a una fase etnocéntrica, y finalmente a un modo
de vivir cosmocéntrico. Ese camino de convivencia amorosa y basada en la
cooperación y en la solidaridad es la base espiritual de la vivencia y
de la defensa de todos los derechos humanos y cósmicos.
Jesús pidió a sus discÃpulos: «Que vuestra justicia supere la de los
maestros de la ley y de los fariseos» (Mt 6). La espiritualidad cósmica
nos lleva no solamente a defender los DDHH, sino a asumir la
responsabilidad ética por los pequeños y marginados por esta sociedad
cruel. Se trata pues de solidarizarse con la lucha de los labradores,
indios, negros, mujeres oprimidas y todas las categorÃas de vÃctimas de
la sociedad excluyente. Esa solidaridad debe organizarse y tener una
dimensión social y polÃtica. En algunos paÃses de América Latina, el
nuevo proceso social y polÃtico, que surge de las bases y que se expresa
hasta en nuevas Constituciones ciudadanas y en gobiernos de lÃnea más
popular y socialista, es una expresión de ese amor revolucionario que,
en todo el Continente se inspira en el libertador Simón BolÃvar, y por
eso merece el nombre de bolivariano.
Las tradiciones religiosas tienen como misión ayudar a las personas a
profundizar el sentido más hondo de la vida y la vocación de toda
persona al amor. Sólo asà el ser humano puede recorrer el camino hacia
el Misterio último de la esencia de todo, misterio que la mayorÃa de las
religiones llama Dios. El riesgo permanente es que, al tener como
meta la unión con lo divino, las diversas tradiciones acaben por
escamotear el escalón fundamental: intentar vivir lo divino sin darse
cuenta de que sólo puede ser encontrado en el propio ser humano. Aunque
la creencia de que Dios se ha manifestado plenamente en un ser humano
(Cristo) sea propia del cristianismo, en realidad, todas las religiones,
de una forma u otra, se ven obligadas a reconocer que lo divino sólo
puede ser encontrado en lo humano. Lo que Ireneo, pastor de la Iglesia
de Lyon, enseñaba a los cristianos en el siglo II vale para toda persona
de cualquier religión y de todos los tiempos: «¿Cómo podrás hacerte
divino si ni siquiera has logrado ser humano? Profundiza tu condición
humana, y podrás participar de la gloria divina».
Esa plena humanización sólo se alcanza por la solidaridad efectiva y
amorosa, principalmente en relación a las personas más frágiles y
empobrecidas. En el mundo antiguo, Buda comenzó su camino de iluminación
motivado por la compasión solidaria con los miserables que vio al salir
de su palacio real. Más tarde el profeta Muhamad recibió en el desierto
el mensaje del ángel para reunir a las tribus sufridas de su tiempo. El
judaÃsmo reconoce su origen en el Éxodo, cuando Moisés se sintió llamado
por Dios para liberar a los hebreos oprimidos. Y Jesús de Nazaret, para
testimoniar el proyecto de Dios para el mundo, curó enfermos, confortó a
los afligidos y reveló a los marginados: «Dios está de su parte».
Las tradiciones espirituales indÃgenas y afrodescendientes, al
privilegiar la relación amorosa con la Tierra, la curación de
enfermedades y el equilibrio de la vida, revelan esa misma raÃz ética y
espiritual.
En 1993, en Chicago, el IIº Parlamento Mundial de las Religiones
promulgó la Declaración de una ética mundial. AllÃ, delegados de
las más diversas tradiciones religiosas afirmaron: «Condenamos los
abusos contra los ecosistemas de la Tierra. Condenamos la pobreza que
sofoca la vida. Condenamos el desorden social de las naciones, la
indiferencia ante las injusticias que oprimen a los pueblos. (...) La
base para una ética mundial ya existe (no consiste sólo en la
Declaración de los DDHH y sus complementos, firmados por la sociedad
internacional, pero tiene ahà una base concreta de la que se puede
partir). Debemos comprometernos todos con esa base, desde la diversidad
de nuestros caminos espirituales...».
El aporte propio de la espiritualidad humana –religiosa o no– a la
vivencia y la defensa contra-hegemónica y liberadora de los DDHH y
cósmicos es hacer de ese camino un método de intimidad con lo Divino,
presente en lo humano, especialmente en lo más sufrido e irrespetado en
sus derechos.
No hay recetas sobre cómo recorrer este camino. Sin embargo, podemos
destacar algunos medios siempre útiles como proceso pedagógico:
1.– Mirar el mundo, la vida y la realidad con la perspectiva de las
personas y comunidades que sufren. Asumir como propia la causa de los
oprimidos.
2.– No sustituirlos ni dirigirlos en esa lucha. Apoyarlos para que
siempre tengan ellos el protagonismo fundamental, que sean sujetos de su
propio proceso.
3.– La espiritualidad macroecuménica y cósmica nos manda valorar las
culturas y religiones de las comunidades y personas implicadas, como
lenguajes de amor que harán de la resistencia activa y de la lucha no
violenta por la defensa del derecho y de la justicia.
4.– Privilegiar siempre el diálogo sincero y ético como instrumento
fundamental de relación humana y de instrumento para caminar.
5.– Profundizar la riqueza de las religiones no sólo en sus
expresiones cultuales, sino principalmente en sus raÃces éticas, capaces
de fecundar la lucha de toda la humanidad por un mundo más justo y
hermanado.
Un documento cristiano del siglo II decÃa: «Al ver a tu hermano, un
ser humano cualquiera, verás a tu Dios». Uno de los profetas bÃblicos
resume el mensaje no sólo de la Biblia, sino de todas las tradiciones
espirituales, al decir como palabra divina: «Ya te he dicho, oh ser
humano, lo que es bueno y lo que Dios pide de ti: sólo que respetes el
derecho, ames la lealtad y que seas humilde con tu Dios» (Mq 6,8).
Marcelo Barros
Recife, PE, Brasil
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