A LOS MAESTROS

22 de Junio de 1977


 

...tarea de ustedes, la Iglesia encuentra una simpatía muy grande, porque ustedes enseñan así como Cristo nos enseñó a nosotros el mandato de enseñar. Y veo en ustedes al maestro, no sólo de la capital, veo también al humilde maestro de los humildes pueblecitos que he recorrido también, sintiendo gran simpatía para estos sacerdotes de la escuela: para el maestro de la vida incómoda del cantón, impartiendo también su enseñanza con gran paciencia, pero al mismo tiempo recibiendo una gratitud que tal vez sólo allá en el ambiente rural se recibe con tanto cariño, con tanta sinceridad. Pero ustedes saben de todo esto mayor que yo; son técnicos de la enseñanza, no voy a ser yo maestro de maestros, en el campo que ustedes recorren con tanta competencia y que yo admiro.

Y precisamente para felicitarlos los hemos llamado, pero también para tender una mano amiga. Para decirles, queridos maestros: junto con ustedes, quiero sentir ese rumor profundo que se oye en la patria, en el continente, que es como una señal de los tiempos de nuestro nativo... Es un clamor universal que grita: ¡liberación! por todas partes. Y los obispos, recogiéndolo, en Medellín decían: "La Iglesia no puede ser sorda a ese clamor!. Es una liberación, grita desde la marginación en diversos sentidos. Y pensemos ahora, ustedes lo comprenden mejor, la marginación de la cultura. Cuántos niños sin escuela y ¡Cuántas escuelas sin la enseñanza liberadora que el continente reclama!.

Yo quisiera invitarlos, por esa mano tendida, a que sintiéramos por la Iglesia una simpatía, jamás una sospecha. Una amistad que hace sentir que la escuela es el campo propicio para responder a este continente, a este país, a estos pueblos nuestros con una enseñanza como la proclamaron los padres en Medellín; una educación liberadora, que la entienden así: la proclamación de la dignidad. Que el niño desde pequeño comprenda que no es un juguete, una masa, que sepa distinguir su gran dignidad personal y que sepa conocer esa gran capacidad que Dios ha puesto en su alma para educar -educere- sacar de sí mismo todas las potencias, hacerlo artífice de su propio destino, constructor de su propia vocación, el santo orgullo de ser un hijo de Dios creador, que más que cosas iguales, sino que en cada hombre realizar un poema distinto de la vida, de la dignidad, del derecho, de la libertad, de la justicia.

Enseñar al niño esa riqueza de nuestro modo de ser salvadoreño para incorporarlo a este pluralismo tan rico de latinoamérica. No cortar a todos con la misma medida, sino saber respetar a cada uno sus grandes potencialidades. Hacerlo sentir que es también un sujeto que un día, voz y hombre, tiene que participar en la construcción del bien común de la patria, tiene derecho a esta participación, que no tiene que ser un marginado en ningún sentido. Esta educación no es una subversión, sino simplemente un eco del Creador de los hombres, que ha puesto en las manos del maestro para que le perfeccione su obra maravillosa: hacer hombres dignos de ese nombre ¡Imagen de Dios!

¡Qué cosa es la escuela! donde los niños, hasta los más humildes, ya reflejan esa imagen de Dios. Dichosos los maestros que miran con fe a un niño porque no es un ser para malearlo a nuestro gusto, sino un hijo de Dios que trae la imagen que el mismo Dios está reclamando que se forme a lo que él ha puesto en potencia en ese futuro hombre. Y entonces entenderemos el futuro.

Cuando terminaba el Concilio Vaticano II, al entregar el mensaje a la juventud, los padres del Concilio les decían a los jóvenes de todo el mundo: "Recojan como una herencia preciosa lo mejor de sus padres y de sus maestros". Maestros, lo mejor de ustedes lo están recogiendo esas aulas humildes de las escuelas, de los colegios, del instituto.

Y se puede decirle al maestro lo que el Concilio dijo en el día de las madres: ustedes están llamados a prolongarse en el futuro, que ustedes mismos tal vez no verán, pero que llevado en el corazón de sus discípulos recordarán con cariño al maestro que les enseñó a leer, al maestro que les enseñó las humildes nociones, y que ya él, llevado a una técnica de un futuro que nosotros no conocemos y que se acelera tan rápidamente, allá irá un jirón de la vida del maestro o de la maestra en ese futuro que deseamos mejor. No sólo porque se hace técnicamente más preciso, sino porque se ha sembrado, en el alma del hombre futuro esa dignidad. Para que el futuro no mire el bochornoso espectáculo que a nosotros nos toca ver, de tantos atropellos a la dignidad humana, porque se han olvidado de que el hombre es una imagen de Dios.

Maestros, ustedes también son objeto de esa liberación. Sepan que la Iglesia apoya plenamente sus justas reivindicaciones. Sepan que la Iglesia está apoyando a ustedes en sus justos reclamos, que va con ustedes. Pero vayamos juntos, para procurar para nosotros y para nuestros discípulos, para nuestros alumnos de la escuela, los seguidores de Cristo en nuestras Iglesias, este desarrollo completo; porque al decir que la Iglesia y la escuela promueven al hombre, yo quiero decirles, hermanos maestros, que la Iglesia va muy unida a todos los movimientos de liberación de nuestro continente, pero lleva una originalidad que quisiera transmitir, y que los maestros y maestras que con su bautismo son miembros de esta Iglesia, tienen también el compromiso de desarrollar en los... discípulos que los rodean, no simplemente una promoción temporal, económica, política, sino también ésto grande que Cristo puso en nosotros.

Por eso, cuando en el evangelio de hoy, Cristo frente a ustedes, queridos maestros, les dice una palabra que parece que huía: "No llaméis a nadie maestro en la tierra"; sin embargo es una palabra que exalta "Vuestro Maestro es uno: Jesucristo". Y entonces, quiere decir que el maestro es grande en la medida en que se asimila a este Divino Maestro. Que no solamente conmovió a los maestros en unos seguidores temporales, sino que convertido de maestro en redentor clavado en la cruz, le ofrece a los hombres la redención en sus propias raíces. Porque este Divino Maestro, cuando subió cargando la cruz al Calvario y muere en ella, lleva sobre sus espaldas, según nuestra fe... Isaías, todas nuestras iniquidades, el perdón de todos los pecados. De allá surge nuestra verdadera liberación. Y qué hermoso sería que nuestras escuelas, si juntamente con la Iglesia, enseñáramos al niño o al joven y nosotros mismos estuviéramos bien convencidos de que la verdadera libertad arranca del corazón de cada uno. Que mientras el corazón esté encadenado al pecado, no puede ser un corazón liberador; que solamente puede liberar y colaborar como Cristo, el liberador de todo aquel que lucha por romper de su corazón las esclavitudes ignominiosas de las pasiones. Y en la medida en que un maestro se santifica para parecerse a Cristo, el único libre (porque no lo ata ni un pecado a la tierra) en esa medida el maestro es más querido, más eficaz, más santo y sus enseñanzas se profundizan.

¡Qué... los maestros santos! Yo les he conocido a lo largo de mi sacerdocio y sé que son ellos, los maestros santos, las maestras santas, con esa santidad del día, ese cumplimiento del deber, la enseñanza como lo hacía la primera lectura: "con una sencillez que sean los caminos del bien"; pero son esos sus queridos maestros, y apelo a vuestra propia experiencia los que han dejado una huella más profunda en nuestra vida: los maestros que más se parecieron a Cristo.

Yo quisiera que nosotros esto fueran. Que fueran maestros constructores de la libertad y para todos sus hijos enseñándoles con la palabra y el ejemplo que la verdadera libertad de nuestro país y de nuestro continente tiene que arrancar del corazón del hombre para hacer de ahí los hombres nuevos. Cuando Cristo sale de la tumba es el hombre nuevo, el modelo, el resucitado, el que ya no está encadenado a esta tierra, el que siente la alegría de una vida que brota por todos sus poros y que no morirá nunca. Estos son los constructores de la verdadera libertad.

De nada sirve protestar, denunciar estructuras injustas y querer crear estructuras nuevas, justas, mientras los que han de trabajar esas estructuras, dominarlas, gobernarlas no han renovado su corazón. No tendríamos más que cambio de figuras, pero siempre la misma situación de pecado. No cambiará más que los hombres de gobierno, pero siempre la misma situación de terror, de miedo, de tortura, de prisiones.

Hermanos, esto no es vivir. Ahora mismo le dije al gobierno universitario cuando venía para acá: que trabajemos la libertad verdadera, demos a nuestro país un ambiente de más tranquilidad verdadera, demos a nuestro país de más tranquilidad, procuremos hacer de nuestras escuelas un verdadero ambiente de una sociedad futura como la quiere Dios, donde los hijos de Dios se sientan a gusto, donde todos trabajen no por tener más, sino por ser más. Donde cada uno vaya descubriendo su propia dignidad "hacerla respetar para ti y para los demás".

Esto, queridos maestros, era el sencillo mensaje que en nombre de esta Iglesia, perseguida, y que ustedes han comprendido tan maravillosamente, les quería. Junto con una acción de gracias muy profunda, porque ya muchos de ustedes lo expresaron aquí o lo han expresado en otras partes, están solidarios con esta Iglesia; lo dice esta presencia de ustedes tan animadora. Yo quiero agradecer a las personas e instituciones que organizaron este encuentro, tal vez con deficiencias por falta de tiempo y de experiencia, agradecer lo que han hecho con todo cariño, con toda la buena voluntad.

Y cuando termine la santa misa que estamos ofreciendo por la felicidad de ustedes, por sus familias, y también recordarlos con cariño a nuestros maestros ya difuntos para que el Señor les dé ese cielo, el premio merecido que dice la Biblia: "Los que enseñan a otros la justicia, brillarán en el cielo como estrellas en perpetua eternidad". Nuestros queridos maestros difuntos están presentes también aquí con nosotros, como estrellas que brillan con su ejemplo, con el cariño con que ustedes han trabajado en las escuelas donde nosotros nos formamos. Por todos rogamos: los maestros de El Salvador, los que sufren también persecución, por todos los injustamente tratados, por todos los que se sienten felices y competentes y ricos de esta riqueza de la libertad de Dios. Por todos los que no han encontrado el verdadero secreto de la libertad y que ahora les he insinuado desde la figura de Cristo, el maestro que se hace redentor.

Hermanos, vivamos esta eucaristía. La vamos a ofrecer con mis hermanos sacerdotes que tenemos esta capacidad de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, para que el sacrificio de la cruz se pudiera hacer presente en todas las circunstancias. Que gusto sentir a Cristo, al sentir que todo su amor con que podía estar junto, ofreciéndose al Padre por los pecados de los hombres y amar a todos aquellos... trabajos, se ofrece en este instante de una manera especial por ustedes, los queridos maestros de San Salvador.
 

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