HOMILÍA DEL FUNERAL DEL PADRE ERNESTO BARRERA MOTTO


29 de noviembre de 1978

 

Queridos hermanos sacerdotes; estimadas familias dolientes, tanto del P. Neto como de los tres que junto con él van a recibir cristiana sepultura:

Queridos hermanos, frente a la muerte, siempre se siente el misterio de la iniquidad. Dios no quería la muerte. La muerte es una contradicción de esa felicidad, de esa paz, de esa bienaventuranza para la que Dios nos ha creado; pero hay circunstancias en que la muerte se refleja más como el misterio de la iniquidad, misterio necesitado de redención y por eso oramos frente a ese enigma de la muerte. Cuando la muerte la rodea la inquietud, la duda; y sobre la muerte se arroja muchas veces la calumnia, sangre, violencia, dolor, se siente más de cerca el misterio de iniquidad que Cristo llamó así. Por eso, ante lo incomprensible de ese misterio, de ese paso misterioso hacia el más allá, nos aferramos a Cristo; El es la única explicación; El ilumina con luces de trascendencia y de eternidad esta vida y el paso de esta vida hacia ese más allá, o sea las tres dimensiones que es necesario considerar siempre que estamos, como esta circunstancia, frente a un hermano, a unos hermanos difuntos.

En primer lugar, la dimensión humana. El que está aquí frente al altar, rodeado de compañeros y hermanos sacerdotes, rodeado de todo un pueblo, de una familia concreta, es un hombre. Así como hombres también son los otros tres muertos, que esperan la hora de sus sepulcros y cuyas familias también están entre nosotros. El hombre -y decía el Papa actual- con qué respeto debe el hombre pronunciar esa palabra: El Hombre. La imagen de Dios, sujeto de derechos y deberes. Hijo de una familia, hombre concreto de un tiempo, reflejo de Dios para iluminar su obra de la creación y de la redención en la tierra. Pensamos concretamente en el P. Neto, y queremos expresar desde esta dimensión humana y concreta nuestra condolencia con su querida mamá, con sus hermanos, especialmente con el P. Manuel, a quien no sólo la fraternidad general de los hombres, sino esa fraternidad del carácter sacerdotal los une más íntimamente; y a todos aquellos, a la parroquia de San Sebastián donde el P. Neto desarrollaba su ministerio con el entusiasmo propio de un sacerdote joven. Es en esta dimensión humana donde habría que hacer tantos recuerdos. Escribir su biografía, sus aspiraciones de niño, de querer ser sacerdote y de irse formando en el Seminario San José de la Montaña, con unas inquietudes nuevas -tal vez incomprensibles para muchos- los nuevos modos de la pastoral: el trabajo con los obreros, por el cual sentía especialmente él un carisma, una dedicación. Y él decía: Estas pastorales, estos nuevos campos que el Señor nos señala, estos nuevos compromisos, muchas veces para un cristianismo tradicional, son incomprensibles.

Y es de verdad que esta Iglesia que va encarnando en hombres de cada tiempo, llevando el mensaje de Cristo a nuevas fronteras, con nuevos conflictos, con nuevas situaciones, va buscando también hombres inquietos, tal vez atrevidos, vocaciones raras; pero siempre el hombre que permanece en comunión con la Iglesia, en comunión con Cristo, es el hombre que está conectado para llevar a los demás hermanos y a aquellos que más necesitan, porque están tal vez más alejados, el mensaje de la salvación.

Neto se sentía feliz en su sacerdocio. Yo mismo lo llevé ala Parroquia de San Sebastián. Yo compartí con él algunas reuniones con los jóvenes que me preguntaban las inquietudes propias de un cristianismo en la hora actual. Yo puedo asegurar que este hombre consagrado por la ordenación sacerdotal, se mantuvo en comunión con sus hermanos sacerdotes y con su Obispo, y esto es una garantía de su ministerio auténtico, legítimo. Habrá rasgos difíciles en el sacerdocio actual, sobre todo joven, pero mientras haya sustancialmente un deseo de servicio, un deseo de poner todas sus condiciones y cualidades humanas al servicio de esa Iglesia y de ese Reino de Dios, hermanos, tengamos confianza. El hombre-sacerdote tiene que ser un hombre que trae de la eternidad un mensaje concreto para los hombres de cada tiempo.

Esta dimensión humana del P. Neto también se une con los otros hombres que junto a él son hoy cadáveres. Queremos también invocar sobre ellos el sentimiento humano; y si alguien criticara la presencia de la Iglesia junto a los que mueren en situaciones misteriosas como éstos, podríamos decir: no es cristiano. La Iglesia tiene que estar donde hay valores humanos; la Iglesia tiene que salvar todo lo auténticamente humano, y tiene que acompañar el dolor de madres, de esposas, de hijos, de todos aquellos que sienten en la repercusión humana del dolor, del misterio, de la iniquidad. Por eso, hermanos, con todo derecho y sin ningún miedo estamos celebrando estos funerales, porque es algo profundamente humano y nada humano tiene que ser extraño al corazón de la Iglesia.

Pero estos hombres se enfrentan a una segunda dimensión, y es la trascendencia. Cada hombre que viene a este mundo es un reflejo de Dios eterno. Cada hombre lleva una vida comenzó, pero que no tendrá fin. Y es aquí un cadáver, como un hombre con su rostro levantado al cielo, la imagen de una Iglesia que no termina en la muerte, que peregrina y camina más allá del sepulcro, es el hombre que entra a la eternidad. Esa eternidad es la que se refleja solemne en los momentos de. la muerte. Y el sacerdote por antonomasia tiene que ser hombre de la eternidad; hombre de un Reino eterno, hombre que presagia sobre las ambiciones y los deseos y las inquietudes de la tierra, las sublimes aspiraciones y los horizontes de la eternidad. Por eso decíamos en nuestra Carta Pastoral que la Iglesia trata de comprender todo ese esfuerzo de reivindicaciones humanas, no para quedarse en las cosas de la tierra (es calumnia, cuando critican al sacerdote o al obispo -empeñado en las liberaciones también de la tierra-, bajo calificativos sociales, económicos, políticos); pero no se queda solamente allí en lo terrenal, sino que incorpora esa liberación de las cosas temporales, de las esclavitudes de la tierra, a la gran libertad del cielo.

Es ahora cuando Neto Barrera comprende que todos los esfuerzos de liberación, toda esa esperanza de un mundo mejor, aun en esta tierra, se complementan y se realizan en esa eternidad feliz. Sólo la liberación que Cristo trae de esa trascendencia da a los esfuerzos liberadores de la tierra su verdadera dimensión, su verdadero valor. Cuando se es miope y cuando se escucha en la palabra del sacerdote que reclama contra las injusticias de la tierra, contra los abusos del poder, contra los atropellos de la dignidad humana en este mundo, y se le quiere criticar como comunista, como político, como hombre que ya perdió su orientación; se es miope si no se tiene en cuenta que ese hombre liberador es un sacerdote que tiene por delante una perspectiva de trascendencia.

Por eso, sacerdotes y cristianos, nosotros somos los auténticos liberadores de la tierra; nosotros, por una doctrina que nos habla de la trascendencia y del más allá, somos los llamados por Dios para acompañar también a todos los que se esfuerzan por dar a esta tierra un sentido más humano; por dar una igualdad más cristiana, más fraternal, a los hombres; darles su verdadera esperanza, su verdadera fuerza. Entonces, aunque se caiga abatido, pero víctima de unas convicciones tal vez profundas, se es seguidor de aquel Cristo, aun cuando se le confunda con cosas de la tierra. Es necesario en esta hora, en que la muerte nos ha congregado en torno de estos hermanos nuestros -principalmente del P. Neto- reafirmar como cristianos que no podemos vivir una piedad, un evangelio, una trascendencia, una mirada hacia la eternidad sin poner los pies en la tierra. Es necesario reafirmar que precisamente porque esperamos un cielo que será premio de nuestros esfuerzos en la tierra por lo que tenemos que trabajar intensamente cada uno en su propia vocación por un mundo mejor.

Este me parece que es el mejor mensaje que podemos recoger de este cadáver hermano de nuestro hermano sacerdote: Neto. El mensaje de sembrar muy hondo la esperanza del cielo, pero de trabajar muy fuerte también en las esperanzas de la tierra. No disociarlas, complementarlas y vivirlas como realistas, como cristianos que tienen su corazón en el cielo; pero con sus pies y sus manos trabajan también, las realidades temporales de la tierra.

Por eso, hermanos, también pensemos en esta tercera dimensión con la cual yo voy a terminar mis pobres palabras: Un juicio de Dios. Neto y José Isidro y Rafael Santos y Valentín se han enfrentado ya al Juicio de Dios. El Juicio de Dios es lo que permanece. El Juicio de Dios, es lo eterno; pero recogiendo también lo temporal. Es en el juicio de Dios donde se nos va a juzgar de nuestros días en la tierra, de nuestros caminares en los caminos del mundo. Es el juicio de Dios el que nos dará un premio o un castigo definitivo, porque aquel Juez no admite sobornos, no se deja pagar. Un Juez que dará a cada uno según sus obras. Y ante este juicio de Dios, hermanos, yo quiero invocar la prudencia, la serenidad, frente a los juicios de la tierra. Es lamentable cómo se tratan de manipular estos acontecimientos. Es escandalosa la voz de la radio y las páginas de los periódicos echando polvo sobre la mente y el recuerdo de los hombres que mueren, como si no existiera un juicio definitivo.

Yo les suplico que no se dejen impresionar por los primeros juicios, sobre todo cuando son interesados y amañados. Por eso la Iglesia, que quiere reflejar en la tierra la justicia de Dios, la llama a sus hijos: esperen, reflexionemos, analicemos los hechos; y ha nombrado una comisión investigadora de estas muertes. Y ya estamos recogiendo datos, indicios que contradicen rotundamente, muchas de las noticias escandalosas de nuestros periódicos y de nuestras radios. A Neto Barrera lo flagelaron; Neto Barrera tiene un documento, extendido por un médico forense, que delata torturas espantosas. Neto Barrera debió sufrir mucho antes de entregar su espíritu al juicio del Señor. No es justo entonces que se juzgue a un muerto, que ya no puede hablar ni puede quejarse de los dolores que se le infligieron con criterios interesados de la tierra. Es necesario esperar, siquiera un pálido reflejo del Juicio de Dios que comprendió el misterio de la iniquidad en que se ha sepultado esta muerte y las otras muertes, las muchas muertes que tenemos que lamentar sin el juicio sereno de los hombres, sino con el juicio interesado de los intereses bastardos de la tierra.

Es necesario juzgar, a ser posible, con la mente del Señor, el cual más que justicia, usa misericordia. Y es lo que nos congrega en esta tarde, una súplica de misericordia al Señor. Misericordia, porque nada humano se presenta ante la santidad de Dios sin manchas de la tierra. Y es necesario decirle al Señor: ten misericordia, límpiame estas manchas, perdóname estos pecados. Queremos decir, pues, que nuestros muertos son necesitados de la misericordia del Señor y a esto hemos venido a la casa de Dios, casa de oración, una casa de oración edificada precisamente por el hermano de Neto, para decirle: Señor, ten en cuenta la buena voluntad de esta familia; ten en cuenta la buena voluntad de estas vocaciones; escucha Señor la súplica de estos hermanos sacerdotes que rodeamos a nuestro hermano difunto y que te pedimos por nuestros difuntos. Es la misericordia del Señor; pero, al mismo tiempo, el repudio valiente de la justicia de Dios frente a las maquinaciones de la iniquidad, de quienes quieren usar hasta la muerte y el dolor de los hombres para sus fines aviesos.

El Señor tenga misericordia de nosotros y que estas víctimas del dolor, de la muerte violenta, sean una suplica también ante el Señor para decir: Señor, ya basta de violencias; ya basta de muertes tan hundidas en el misterio de la iniquidad; ya basta de sufrimientos para tantas familias, innumerables y hasta sin nombre. Tú las conoces mejor que nadie, ten misericordia Señor de nuestro pueblo. Es la súplica que junto a Neto, y junto a nuestros hermanos difuntos, te elevamos en esta tarde al decirte: Señor, desde la serenidad de nuestra espera de la justicia tuya, que es la única, dales Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Así sea.

Oremos hermanos (la muerte nos hace sentirnos más hermanos, caminantes hacia un mismo destino) por las necesidades del mundo y de la Iglesia.
 

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