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¿Jesús es Dios?

Michael MORWOOD


 

Extracto de su libro Is Jesus God? Finding our faith

 

En un libro mío que escribí hace un tiempo, “Tomorrow’s Catholic: Understandig God and Jesus in a New Millenium” (El católico de mañana. Comprender a Dios y a Jesús en el nuevo milenio, colección «Tiempo axial» nº 15), trataba de poner en un lenguaje sencillo la crítica actual a la cosmovisión en la que ha sido presentada la fe tradicional. También trataba de mostrar cómo el mensaje de Jesús tiene un atractivo universal para la gente que sabe que vive en un universo con millones y millones de galaxias y en continua expansión. En marzo de 1998, el arzobispo católico de Melbourne prohibió que se vendiera el libro en su arquidiócesis, advirtiendo que contenía “serios errores doctrinales”, y me prohibió hablar en público sobre los temas de la encarnación, la redención y la Trinidad. El arzobispo me presentó un documento de diez páginas que subrayaba mis “serios errores doctrinales”. El documento se basaba en citas del Catecismo de la Iglesia Católica y contenía la acusación de que yo había “malinterpretado la doctrina católica”. Mis esfuerzos por reflexionar la creencia popular según la cual Dios de alguna forma cambió de actitud y de práctica hacia nosotros gracias a la muerte de Jesús, fue etiquetada como una “parodia”, a pesar de que utilicé citas del Catecismo de la Iglesia Católica para demostrar que esa idea está también allí.

Poco después, otro obispo, como en un test de ortodoxia, me preguntó si yo creía que “Jesús era Dios de una forma distinta a como lo somos nosotros”. El objetivo subyacente era determinar si yo enseñaba públicamente que Jesús era, en el sentido clásico del término, la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad. En Tomorrows Catholic yo había dejado claro que tengo dificultad con la cosmovisión que fue necesaria para que surgiera esta creencia. El obispo afirmaba en su carta que la fe no está ligada ni depende de una particular cosmovisión. Pero está muy claro que las preguntas que surgían sobre Jesús y su rol en el mundo estaban ligadas la cosmovisión y a la imaginación religiosa de una época, especialmente en lo que concierne a la salvación, al acceso al cielo. Yo quería que las personas exploraran lo que considero como un lazo intrínseco entre la fe y aquella cosmovisión.

La cuestión es: si la iglesia cristiana quiere seguir manteniendo su enseñanza según la cual Jesús es “verdadero hombre y verdadero Dios”, y, en este sentido, que es “Dios de una forma distinta a como lo somos nosotros”, entonces, que la iglesia lo demuestre sin apoyarse en una cosmovisión con una visión dualista de la realidad y una comprensión literal (según el Génesis) de la historia de la creación y de la “caída” de Adán. Que los líderes de la iglesia lo muestren a nuestros contemporáneos, por medio de cualquier dato que tengan, paso a paso, y les convenzan. Mucha gente no se convencerá si las autoridades de las iglesias siguen recurriendo como fuentes a las primeros textos cristianos, textos cuya manera de entender y de razonar estaban ligadas indisolublemente a una forma de comprender el mundo, a una cosmovisión, que ya no es considerada aceptable por la forma de comprender y de razonar actuales. Siempre que la autoridad de la iglesia cae en una forma dualista de pensar y/o de imaginar, siempre que vuelve a citar aquellos textos de la Escritura o de los primeros escritos cristianos influidos por un modo de pensar dualista o por una comprensión literal de la “caída” de Adán, tenemos que señalarlo y tenemos que insistir en la necesidad de que se eche mano de explicaciones libres de estos conceptos hoy inaceptables. Todo lo que pendimos es que la iglesia articule sus creencias dentro de un marco de pensamiento aceptable hoy día, y que ayude a las personas adultas a pasar de una fe inmadura a una fe más profunda. No les ayuda ni a ellos, ni a la iglesia en general, el ignorar el reto y en continuar insistiendo autoritariamente en que se acepte como incuestionable una doctrina.

Otra pregunta que me hizo el obispo fue si yo creía que sólo a través de la vida y muerte de Jesús la humanidad tiene acceso a la vida eterna con Dios. Mi respuesta fue que durante la mayor parte de mi vida eso había creído, pero que ya no, porque no creo en un Dios que cortara su relación con nosotros, o nos retirara su amistad, o nos expulsase de su presencia. Le expliqué por qué pienso que Jesús tampoco creyó nunca en ese Dios. No puedo imaginar una creación que no esté en una unión total con Dios, ni en una humanidad que no estuviera en una “unión perpetua” con Dios. El problema es la poca conciencia que la humanidad tenga de esa vinculación, no la falta de vinculación.

Las preguntas y respuestas que conciernen nuestra vinculación con Dios serán inevitablemente diferentes, según que nos sumerjamos en la mentalidad y en la imaginación de los primeros cristianos, o si nos sumergimos en una mentalidad y una imaginación más apropiada al siglo XXI. Sin embargo, algunas preguntas no cambiarán: ¿quién es Jesús?, ¿qué pretendía?, ¿cómo respondió a nuestros deseos y esperanzas?, ¿hizo Jesús posible algo que no era posible antes de él, o lo que siempre fue, es y será?

¿Por qué a los líderes cristianos les molesta tanto que las personas de hoy en día contesten estas preguntas de manera diferente a las personas del siglo IV, del siglo V o del siglo pasado? Después de todo, el intentarlo no se hace para debilitar o subvertir el cristianismo. Al contrario: lo que se pretende es hacer más rlevante la fe cristiana. Una fe basada en la cosmología antigua no es probable que cautive a los jóvenes o a los adultos de hoy.

Una causa de ese malestar puede ser que las afirmaciones del credo y las formulaciones doctrinales son consideradas por muchas autoridades cristianas como artículos de hecho más que como artículos de fe. Esto es evidente también en muchas personas que tienen un nivel elemental de fe. Y se ve también en muchos religiosos y miembros de la jerarquía que están celosos de enseñar la fe “verdadera” y ortodoxa. Parecen considerar la fe, esencialmente, como un asentimiento intelectual a las proposiciones doctrinales que fueron moldeadas en una determinada época histórica, y para responder a preguntas de aquella época. Existe una tendencia a equiparar aquellos postulados doctrinales con hechos irrefutables.

Un episodio reciente, y claro ejemplo de esto, ocurrió en noviembre de 1998, cuando algunos miembros de la jerarquía católica australiana se reunieron con autoridades vaticanas, arzobispos y cardenales a cargo de una sección clave de gobierno de la iglesia. La reunión divulgó el comunicado Declaración de conclusiones. El párrafo 44, que habla de “el sentido de pecado”, contiene estas dos afirmaciones:

“Los católicos tienen que llegar a entender más profundamente la muerte de Jesús como un sacrificio redentor y un acto de culto perfecto al Padre que realiza la remisión de los pecados. Un fallo en la aceptación de esta gracia suprema destruiría por completo el conjunto de la vida cristiana”.

Ahí queda poco margen para que las personas puedan pasar más allá de un estadio elemental de la fe y plantearse cuestiones relativas al imaginario religioso y a la visión del mundo. No es de sorprender que la Iglesia Católica Romana se resista a plantearse las preguntas a las que me estoy refiriendo si “el conjunto de la vida cristiana” depende de que la muerte de Jesús sea un “sacrificio redentor… que realiza la remisión de los pecados”.

Parece que en algún lugar dentro de la tradición cristiana se ha dado un cambio muy significativo: algunos conceptos que empezaron como intentos de explicar la fe, nacidos de la mente humana que se debatía con temas propios del contexto de la visión religiosa predominante, de alguna manera pasaron a ser entendidos y enseñados como hechos, como datos fuera de toda duda. Una cosa es explicar, buscar el sentido del papel de Jesús en la vida humana, dentro de la visión del mundo de los primeros siglos del cristianismo, pero aferrarse a esa cosmovisión y elevar esas explicaciones al nivel de hechos, de datos fácticos, es otra muy diferente.

El Catecismo de la Iglesia Católica hace una afirmación llamativa: “La fe es cierta. Es más cierta que todo el conocimiento humano, porque se fundamenta en la palabra misma de Dios, que no puede mentir” (nº 157, en cursiva en el original).

Está claro que una afirmación como: “La muerte de Jesús afecta la remisión de los pecados” es una afirmación de fe. ¿Es cierta? Como otras afirmaciones de fe no se puede comprobar por experiencia empírica, independientemente de cuántas personas crean que sea verdadera. Los hechos son los hechos. Los hechos son realidades demostrables. Los podemos verificar con evidencia concreta. Jesús vivió y murió. Eso es un hecho. Pero consideremos estas dos afirmaciones del Catecismo de la Iglesia Católica. ¿Son ciertas? ¿Son afirmaciones de hechos, o son explicaciones de fe que dependen de un imaginario religioso concreto?

“La muerte de Cristo… restaura al ser humano a la comunión con Dios (nº 613),

“...pues el Padre entregó a su Hijo a los pecadores para reconciliarnos con él” (nº 614).

No estamos lidiando con afirmaciones de hechos o certezas. Los hechos relevantes asociados a esas afirmaciones tienen que ver más con por qué la gente hizo esas afirmaciones, que con las afirmaciones en sí mismas. Podemos afrontar esos hechos. Podemos preguntarnos cuál era -o quizá todavía es- la cosmovisión predominante; podemos leer y ver hasta qué punto esa cosmovisión todavía moldea el pensamiento. Podemos preguntarnos si compartimos la misma cosmovisión hoy en día. Éste es el campo de los hechos. Aquí tenemos evidencias que hay que considerar. Sin embargo, la autoridad de la iglesia insiste en que esta evidencia, estos datos sobre los que depende la argumentación, no influyen de ninguna manera en la afirmación doctrinal, aunque ésta se base en esos datos. En vez de eso, esas afirmaciones de fe son elevadas al nivel de afirmaciones de certeza fáctica, y a continuación se pasa a considerar que están más allá de cualquier cuestionamiento.

La práctica de pasar a considerar las afirmaciones de fe como afirmaciones sobre hechos fácticos y, por tanto, como no abiertas a la discusión, es actualmente un asunto muy importante en el cristianismo. Muchos cristianos están dejando de interpretar la vida y el mensaje de Jesús dentro del marco de la comprensión tradicional de una “caída” al principio de la historia humana. Las imágenes e ideas de ese esquema de pensamiento, al margen de cuán arraigado esté en el Catecismo, son totalmente irrelevantes para la comprensión actual del universo, del planeta y del desarrollo de la vida. Pero cuando tratan de articular la fe cristiana en un contexto conceptual contemporáneo, se topan con la suspicacia oficial y la insistencia en que no pueden cuestionar las conclusiones doctrinales construidas hace siglos. Estas conclusiones son consideradas hechos, petrificadas, no susceptibles de cambio alguno.

En mi caso, el arzobispo católico de Melbourne me exigía que reescribiera El Católico del mañana, de acuerdo con un pensamiento aceptable para el arzobispo, puesto que era su responsabilidad certificar que yo era fiel a la ortodoxia de la enseñanza católica. Subrayó que esperaba que yo tuviera fe, y que en una reedición de mi libro dejara claro que la enseñanza oficial de la iglesia de la Trinidad se refiere a una realidad factual.

He aquí un claro ejemplo de explicación de fe usada como una aseveración sobre hechos.

La enseñanza de la iglesia sobre la Trinidad es reconocida con razón como un intento brillante de la mente humana para explicar la realidad de Dios dentro del contexto de la perspectiva religiosa de su tiempo. Pero insistir en que ello proporciona una evidencia incontrovertible de que Dios es realmente una Trinidad de Personas, es algo totalmente diferente, y una pretensión desmedida. También es contrario al principio teológico fundamental de que todo lenguaje humano o cualquier imagen de Dios pueden, como mucho, simplemente apuntar hacia una comprensión, pero que nunca deben de ser tomados como una descripción concreta de su objeto.

La fe y la comprensión cristiana de Dios como una Trinidad de Personas surgió a partir de la interpretación que las primeras comunidades cristianas elaboraron sobre la obra salvadora de Jesús. Sin embargo hoy tenemos que reconocer que la visión del mundo en la que se basaron hoy en día ya no nos resulta plausible a nosotros. El reto para los teólogos y para la oficialidad de las iglesias es hoy cómo convencer a las personas para que crean que Dios es una Trinidad, cuando la visión contemporánea que tienen del mundo es tan diferente de aquella que configuró aquellas definiciones doctrinales.

Si separamos nuestra comprensión de Jesús de la visión dualista y de una comprensión literal de la historia de Adán y Eva, ¿qué pasa con nuestra comprensión de Dios como Trinidad de Personas? Si pensamos que no va a pasar nada, o muy poco, abordemos el tema y empecemos a reflexionar sobre ello, puesto que no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar separando nuestra fe de aquel dualismo. Si, por el contrario, pasara algo significativo, abordemos también el tema, porque la integridad intelectual y la fe auténtica nos exigen que elaboremos los cambios que pueden surgir de esta búsqueda.

Seamos claros: el problema aquí no es un intento ni teológico, ni espiritual, ni devocional para mostrar cómo el pensamiento trinitario puede enriquecer la comprensión cristiana de la comunión con la vida de Dios. Puede que haya beneficios maravillosos en pensar en Dios y en relacionarnos con Dios como una Trinidad de Personas, pero el tema aquí es que la autoridad eclesiástica insiste en reclamar que su lenguaje y su imaginario sobre el Dios Trinitario es algo fáctico, que son datos de hechos, que efectivamente así es Dios, y que Jesús de Nazaret es realmente la encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad.

En este punto, el cristianismo se encuentra en una encrucijada. Lo que en aquella época primitiva parecían razones válidas para pasar a considerar como datos fácticos unas concepciones concretas de la fe, hoy en día ya no son razones válidas. El cristianismo tiene que aceptar el reto de reelaborar su doctrina sobre la fe con razones que tengan sentido hoy en día. La fe se tiene que construir sobre lo razonable. Ése ha sido siempre un principio básico de la teología cristiana. A la mentalidad contemporánea no le ayuda insistir en el credo sólo porque es la tradición de la iglesia. No le ayuda tampoco citar al catecismo como si eso terminara toda discusión. La mente moderna pide razones para creer y exige que se siga un procedimiento que se haga respetar e inspire credibilidad. Es el caso cuando estamos ante una fe adulta.

A la pregunta “¿crees que Jesús es la encarnación de la Palabra Eterna pre-existente, la Segunda Persona de la Sagrada Trinidad?”, la respuesta de muchos adultos cristianos probablemente sea: “¿por qué tendría que seguir creyendo eso, si ya no puedo asumir la cosmovisión que dio origen a esa formulación?”. Esta respuesta les causará shock a muchas personas que se han casado con el lenguaje y el pensamiento tradicional de la fe. Les resulta inconcebible que un adulto cristiano pueda deliberadamente cuestionar un dogma de la fe cristiana. Así que seamos muy claros con lo siguiente:

1.       Son quienes insisten en la verdad de una proposición doctrinal los que tienen que demostrar por qué los cristianos deberían continuar creyéndola como un artículo de fe, desde una visión del mundo actualizada, libre de toda alusión a dualismos y a una interpretación literal de las Escrituras.

2.       El hecho de que algunos cristianos expongan dudas y preguntas sobre las propuestas que desde hace mucho tiempo han sido consideradas esenciales para la fe cristiana, no debería significar que están “perdiendo la fe”, ni que tengan una fe errónea. Sus dudas forman parte del proceso normal del desarrollo de la fe adulta. Están tratando de basar su fe en un razonamiento sólido y en el saber contemporáneo. Tratan de personalizar su fe, más que de aceptar ciegamente unas enseñanzas impuestas. Los líderes de la iglesia tienen que ser capaces de acompañar a los cristianos en esta etapa del desarrollo de su fe, en lugar de reprimirlos.

Es un hecho que muchos cristianos han abandonado varios aspectos de la fe que antes sostenían. Sin embargo, siguen siendo cristianos. Algunos cristianos piensan que los ángeles, el purgatorio, el limbo, las indulgencias, las novenas, las oraciones a los santos, las visitas a las iglesias, etc., juegan un papel insignificante o nulo en su fe cristiana. Obviamente, es un gran salto pasar de estos temas, a si uno cree que Jesús es la encarnación de la Segunda Persona de la Sagrada Trinidad. Sin embargo, muchos cristianos están descubriendo nuevas riquezas en su religión conforme se adentran en nuevos conocimientos, nuevas ideas y nuevas formas de entender cómo Dios se nos revela. También están descubriendo que Jesús no tiene que ser radicalmente diferente del resto de la humanidad para que el corazón de su mensaje y la iluminación de Pentecostés puedan transformar y dar un mayor y más profundo significado a su vida.

Eso nos lleva al corazón del problema: ¿qué cambia y qué no cambia si dejamos de creer que Jesús es “Dios de una forma diferente a la nuestra”?

Dios sigue resultando totalmente trascendente y tremendamente inmanente. Dios sigue siendo, aún más, el mayor misterio, más allá de nuestros conceptos y más allá de nuestros intentos fallidos para darle forma con nuestro concepto de “persona”, y más allá de la imagen popular de la deidad masculina. Dios sigue siendo el Creador, Sostenedor, Espíritu de las Sorpresas, Amor, Vida, Verdad, Bien, Fuente de todo cuanto existe...

Dios sigue presente en toda la creación, y seguiremos creyendo que toda la creación en cierta forma expresa su presencia. Creeremos que, quizás aún más, Dios alcanza una maravillosa visibilidad en los seres humanos.

Una diferencia significativa será que ya no recurriremos a la historia de la creación del Génesis para contar nuestro relato fundacional, subyacente, básico, de la relación de los seres humanos con Dios. Contaremos otra historia que tenga la capacidad de inspirar una mayor admiración, maravilla y gratitud. Elaboremos un nuevo relato sobre la historia de un Dios que trabaja en y a través de lo que tiene para trabajar. Será una historia con capacidad de asombrar y deleitar, mientras rastreamos el viaje que han hecho los átomos de nuestros cuerpos, desde que estaban en las estrellas que explotaron hace miles de millones de años. Será una historia a gran escala, una historia que todas las personas en este planeta puedan apreciar y con la que se puedan identificar. Desearemos que nuestras respectivas iglesias cristianas acojan esta historia y cuenten el relato de Jesús dentro de ese marco.

Continuaremos considerando a Jesús de Nazaret central en nuestras vidas y en el significado que damos a nuestras vidas. Nos seguiremos reuniendo alrededor de este relato, porque de todos los relatos que tenemos, éste es el que nos ilumina y nos hace libres. Esta historia nos libera de imágenes, ideas y prácticas religiosas que nos atan al miedo, a la culpa y a la sensación de distancia con Dios, nos libera de la sensación de ser indignos, y de una situación de dependencia religiosa por la que necesitaríamos que otros nos conecten con lo sagrado. Esta historia, si la contamos bien, nos iluminará sobre el Amor, sobre la maravilla que es vivir en este Amor, y definirá el propósito de la vida en esta comprensión de la fe. Es una historia que nos autoafirmará y al mismo tiempo será un reto para vivir con una mayor generosidad, mayor cuidado y compasión, porque al hacerlo haremos evidente el Reinado de Dios entre nosotros.

Jesús seguirá siendo para nosotros los cristianos, aquel que revela de manera única cómo es Dios. Seguiremos creyendo y proclamando que esta persona encarna a Dios de la mejor forma que una persona humana puede hacerlo, pero no le daremos una “naturaleza divina” que los demás no poseemos. Cuestionaremos el pensamiento y la cosmovisión que hizo que ese paso pareciera necesario. Sin embargo, llenos de gozo, lo llamaremos “divino” y nuestro júbilo reflejará que creemos que el mismo Espíritu de Amor divino que actuó en él actúa en todos nosotros.

Al mismo tiempo que nos regocijamos en el rol “salvador” de Jesús en nuestra vida, apreciaremos que Dios no está ni más interesado por los cristianos ni más presente en ellos que en otros grupos religiosos. Apreciaremos ahora mucho más claramente que Dios actúa en y a través de todas las culturas, siempre. Esta apreciación nos llevará a un mayor respeto hacia la sabiduría espiritual de otras tradiciones religiosas. Nos ayudará a ver más claramente y a nombrar la presencia de Dios en una revelación que está en evolución, en lugar de proteger, conservar e insistir rígidamente en la elaboración de la fe cristiana y sobre la "salvación" que se articuló en los siglos cuarto y quinto, como lo hemos hecho hasta ahora.

Seguiremos leyendo las Escrituras. Sin embargo, las leeremos pensando que reflejan y están inspiradas por el Espíritu de Dios que actúa en y a través de la cosmovisión cultural de cada tiempo. Estaremos más preocupados por buscar en las Escrituras lo que tenga una validez universal. Las leeremos con una mente que ve la manifestación del Espíritu de Dios en todas partes, no confinada en un único grupo religioso, y no dependiente de la presencia activa de Jesús de Nazaret.

Muchos cristianos podrán aceptar todo esto y vivir una vida cristiana plena. Sus vidas continuarán estando inspiradas y motivadas por la vida y las enseñanzas de Jesús. En otras palabras, cambiar la idea de que Jesús sea Dios de una forma distinta que la nuestra, no disminuye ni distorsiona la vida cristiana. En términos de espiritualidad personal, la vida cristiana podrá resultar grandemente fortalecida. Jesús no tiene que ser Dios de una forma distinta a la nuestra para que pueda continuar inspirando a hombres y mujeres a establecer el Reino de Dios entre nosotros.

Nosotros los cristianos hemos estado acostumbrados a pensar que el cristianismo se sostiene o se tambalea dependiendo de si Jesús es “verdadero Dios y verdadero hombre”, un ser humano con una “naturaleza” divina que otros seres humanos no poseen. Sin embargo, éste no es el tema más fundamental, en absoluto. El tema fundamental son las enseñanzas y la práctica que este hombre reveló a los hombres y mujeres de su tiempo, y ahora a los de nuestro tiempo, sobre la naturaleza y la presencia de Dios, y cómo podemos conectarnos con Dios. Jesús tomó una postura clara respecto a las actitudes básicas religiosas y preguntó a la gente si estaría con él o contra él: si se “convertían” y “serían salvados”, al conocer a un Dios amoroso que está presente en el amor humano, o si querían permanecer en el miedo y una sensación de lejanía de Dios.

Solamente cuando nos sumergimos en este punto fundamental, de que Jesús revela nuestra conexión con Dios, podemos lanzar la pregunta de si Jesús es Dios de una forma que no es la nuestra. Entonces podemos formular la pregunta: “¿Jesús necesita ser la única encarnación de Dios para “salvarnos”? Como ya vimos, los primeros pensadores cristianos, la tradición cristiana y los escritores del Catecismo de la Iglesia Católica pensaban que Jesús tenía que ser Dios debido a la cosmovisión religiosa de la época en la que elaboraron sus respuestas.

Sin embargo, hoy en día, nuestra comprensión de Jesús dentro del marco de una Nueva Visión (New Story), nos lleva a una respuesta diferente. Con Jesús clara y firmemente en el corazón de nuestra fe y nuestra espiritualidad, podemos creer que no necesita ser Dios para que nuestra fe tenga sentido y validez.

Este cambio en la percepción cristiana está muy extendido y no tiene ningún sentido tratar de suprimirlo o de negarlo. Mejor, tratemos, abramos el tema al público y que pueda ser comentado y debatido públicamente. Los únicos perdedores en esta discusión abierta serán quienes ciega y autoritariamente citan las doctrinas oficiales de la iglesia exigiendo que con ello se acabe toda discusión. Por supuesto, mucha gente se sentirá molesta, pero eso no tiene que ser una excusa para evadir el tema. Jesús molestó a mucha gente. Tuvo que ser muy consciente de que el proceso de conversión con frecuencia comienza perturbando ideas e imágenes que hemos tenido durante mucho tiempo.

Necesitamos dejar claro que la discusión inicial no debe de ser sobre la doctrina sobre cómo y por qué Jesús es “verdadero Dios”. Más bien se debería centrar en las enseñanzas y el testimonio de Jesús, y qué es lo que él nos revela a nosotros sobre Dios y nuestra conexión con Dios. Y esto se tiene que hacer dentro del contexto del conocimiento del siglo XXI sobre el universo y la vida en este planeta. Esto es de vital importancia, porque muchas veces los cristianos entran en discusión sobre Jesús con una mentalidad ya programada con el presupuesto de que "Jesús es Dios”. No, primero discutan sus enseñanzas y su testimonio, y sólo después pregunten: de lo que hemos articulado sobre sus enseñanzas, a la luz de una comprensión contemporánea del cosmos, ¿existen factores que nos lleven a concluir que ese Jesús es “verdadero Dios”? Si existen, compártanlos, y que sean formas contemporáneas de persuadir que lleven a la gente a aceptar esa conclusión. Esto sería seguramente de gran valor para el cristianismo tan necesitado de encontrar imágenes y un lenguaje contemporáneos para sus predicaciones sobre Jesús. Por otro lado, si los factores que llevan a la conclusión de que ese Jesús es “verdadero Dios” no aparecen, examinemos las consecuencias con honestidad y valor.

En el nivel de la espiritualidad personal y de una argumentación adulta de nuestra fe cristiana, esta discusión sería de mucha importancia. También lo sería para la iglesia institucional. Sin embargo, la resistencia institucional a esta discusión probablemente sea muy fuerte. Cualquier conclusión que pueda debilitar la idea de Jesús como “verdadero Dios”, cuestionaría mucho la autoridad de la iglesia. Las bases tradicionales sobre las que se apoya su poder y autoridad estarían amenazadas. El cristianismo tradicional proclama que fue fundado directamente por el Hijo de Dios. Reivindica que tiene un carácter único entre todas las religiones, precisamente por esta idea. Su autoridad y enseñanzas dependen en gran medida del supuesto teológico de que actúa como la voz de Dios en el mundo. La Iglesia Católica Romana no está sola en este reclamo. Incluso en algunos grupos religiosos cristianos menos estructurados algunas figuras de autoridad sostienen que hablan con una autoridad que les fue dada por Dios y que no puede ser cuestionada.

Si nos referimos a la Iglesia Católica Romana, como es nuestro caso, podemos ver sus enormes consecuencias. Ya no podría reclamar su exclusividad de ser la única religión verdadera. Ya no podría sostener que la entrada a la iglesia hace a la persona miembro de la “familia de Dios”. Ya no podría sostener que es voluntad de Dios que todas las personas se reúnan en la Iglesia Católica Romana antes del fin de la historia humana: “Para reunir a todos sus hijos, dispersos y extraviados por el pecado, el Padre quiere reunir a toda la humanidad en la Iglesia de su Hijo. La Iglesia es el lugar donde la humanidad debe redescubrir su unidad y su salvación. “Catecismo de la Iglesia Católica“, nº 845)

Sus líderes ya no podrían hablar con la voz de Dios en temas como el celibato obligatorio para los sacerdotes, o la ordenación de las mujeres al sacerdocio, y otros muchos temas.

Durante dos mil años el cristianismo ha construido su identidad sobre Jesús como “verdadero Dios y verdadero hombre”. De todos los temas que enfrentará la religión cristiana en este milenio, probablemente éste es el más central.

¿Estará preparado el cristianismo para ir más allá de las historias culturales regionales y de la cosmovisión religiosa limitada que dieron forma a su identidad, su razón de existir, y sus estructuras de poder? ¿Se incorporará el cristianismo a esta Nueva visión (New Sory) que es mucho más universal, y que incluye la posibilidad de que la humanidad abrace la realidad de un Espíritu Creador (con muchos nombres y comprensiones) en el que todos vivimos, nos movemos y existimos? ¿Será capaz el cristianismo de trabajar junto con el resto de la humanidad en la búsqueda de un lazo común en este Espíritu?

El cristianismo reivindica que es la única religión verdaderamente fundada directamente por Dios. Esta afirmación puede tener sentido dentro del estrecho marco en el cual el cristianismo ha interpretado tradicionalmente la actividad “salvadora” de Jesús, esto es, dentro de una comprensión literal de un relato de la creación propio de una cultura. Pero, globalmente, esa comprensión literal no tiene sentido para muchas culturas y está siendo abandonada por la gente que antes la creía. Además, esa pretensión ha impuesto severos límites a la comprensión que Jesús tenía acerca del Reinado de Dios en la tierra. Equivocadamente, se ha vuelto demasiado fácil identificar a la religión cristiana como el único signo válido y visible del “Reino” o “Reinado” de Dios en la tierra.

En el sínodo de 1998 de la Iglesia Católica Romana, los obispos de Asia fueron abiertos y directos con el reto que tienen para volver central la figura de Jesús en la vida de las personas asiáticas, y para respetar al mismo tiempo las otras grandes religiones asiáticas. Los obispos pusieron sobre la mesa estas consideraciones para que la enseñanza de Jesús se pueda echar raíces en Asia:

-   Se necesita una presentación de Jesús menos teológica y más humana. La predicación sobre Jesús debe de estar libre del marco teológico que no es relevante para el pensamiento asiático sobre la vida y la trascendencia.

-   Se debe enfatizar los rasgos humanos de Jesús.

-   Se tiene que presentar a Jesús como el que entiende el sufrimiento de los débiles.

-   Se tiene que presentar a Jesús como la realización de las aspiraciones asiáticas expresadas en la mitología y el folklore de Asia.

-   El mensaje cristiano debe comenzar con lo que tiene en común con las otras religiones.

-   No sería prudente presentar a Jesús desde el principio como el único salvador; antes se debería de presentar como el ser humano perfecto.

-   La singularidad de Jesús, aunque teológicamente correcta, puede que no sea el mejor punto para empezar.

-   Para algunos, la expresión ”Cristo el único salvador” es “demasiado agresiva”.

-   Muchos asiáticos no ven a la iglesia como un signo de la presencia de Dios o como maestra de espiritualidad; no la ven como una iglesia que ora.

Si todas las ramas del cristianismo institucional siguieran el liderazgo de los obispos de Asia y dejaran de verse como los dispensadores, los guardianes y los controladores de la presencia de Dios en la acción del mundo, seguramente esto enviaría un mensaje significativo a la sociedad. Para las iglesias cristianas esto representaría el movimiento del Espíritu de Dios en nuestra época.

Sin embargo, sabemos que si esperamos a que las instituciones cambien y se adapten, nuestra espera será en vano. Aquí está la frustración y la desilusión experimentada por muchos cristianos hoy en día. Han ido evolucionando en su espiritualidad; tienen una visión de fe que abarca a toda la humanidad; piensan y actúan más allá de las limitaciones de la iglesia que les ha alimentado la fe... Sin embargo, ven que las instituciones religiosas se aferran sombríamente a unas afirmaciones, imágenes, lenguajes y prácticas del pasado. Muchos cristianos ahora confían menos en las formas institucionales religiosas, y más en su propia espiritualidad y sus intercambios con personas que comparten su camino espiritual en la afirmación, el crecimiento y los retos de su fe. Nos hemos llegado a preguntar si la religión institucionalizada tendrá un lugar en el futuro. Probablemente no lo tendrá si rehúsa adoptar los nuevos conocimientos y la nueva comprensión sobre el cosmos y nuestro lugar en él. Tendrá un lugar si vuelve a ser y a hacer lo que tiene que ser y hacer: una forma organizada de asegurar que el mensaje de Jesús de Nazaret sea relevante para las preguntas y los deseos de la gente en cualquier momento de la historia. Esto le ayuda a las personas, en su momento histórico, a vivir una espiritualidad cristiana dinámica que se comprometa con los cambios de pensamiento y con los nuevos conocimientos sobre nosotros, el mundo y la acción de Dios.

 

Temas para dialogar

1.       ¿Qué razones en favor de la idea de Jesús como encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad te parecen persuasivas y convincentes?

2.       ¿Qué razones y hechos te llevan a cuestionar la creencia tradicional de que Jesús es «verdadero Dios» y «verdadero hombre»?

3.       ¿Qué sería diferente para ti personalmente y para la forma en la que vives, si no creyeras que Jesús "era Dios de una forma que nosotros no somos”?

 





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