La interculturalidad como fuente de espiritualidad.
Una espiritualidad para evangelizadores del siglo XXI
Gonzalo M. DE LA TORRE GUERRERO
1. PORQUÉ UNA ESPIRITUALIDAD DE LA
INTERCULTURALIDAD
1.1. Punto de partida: cuestionamiento a
la “espiritualidad de la inculturación”
a)
La sospecha de las culturas minoritarias
Comencemos diciendo que no vamos a
hablar de “inculturación”, sino de un nuevo concepto que ya hace años la viene
remplazando: la “INTERCULTURALIDAD”. Las culturas ajenas a la “cultura cristiana”
han terminado sospechando del contenido colonizador que tiene el concepto de
“inculturación”. Basta esta sospecha, para no correr el peligro de construir
una espiritualidad a partir de un concepto sometido a la crítica. De nada nos
serviría una espiritualidad bajo la sospecha de ser taimadamente opresora.
Porque, a la hora de la verdad, de esto acusan las culturas minoritarias a la
iglesia católica en su propuesta de “inculturación”.
b)
Un examen de los contenidos de la inculturación
Las mejores definiciones que se han dado
de inculturación contienen estos tres elementos:
1. La acción por la cual el
evangelizador asume la cultura del evangelizado;
2. La acción por la cual el
evangelizado asume los principios del Evangelio traído por el evangelizador;
3. La acción por la cual la
cultura queda renovada por el Evangelio.
Frente a estos tres elementos caben
preguntas.
1°. Respecto al evangelizador que asume la cultura
del evangelizado: ¿Es necesario para que haya
evangelización que el evangelizador foráneo asuma la cultura del pueblo
evangelizado donde llega? ¿Las culturas evangelizadas le exigen esto al
evangelizador foráneo? Cuando el evangelizador foráneo no asume la cultura del
evangelizado, ¿queda por esto mal realizada la evangelización? ¿Es posible que
un evangelizador asuma en todos los aspectos una cultura que no es la suya?
Cuando veamos qué es cultura, seremos más conscientes del problema.
2°. Respecto al Evangelio que es asumido por el
evangelizado: ¿El Evangelio ofrecido, está
libre de las limitaciones de la cultura en que fue escrito, o de la cultura del
que lo está ofreciendo en determinado momento histórico? ¿Por qué olvidar que
el Evangelio que anunció Jesús ya no nos llega en estado puro, sino mediatizado
por la cultura de sus redactores, por las culturas de sus hermeneutas a lo
largo de la historia y, por último, por la cultura del último evangelizador que
lo presenta?
3°. Finalmente, respecto a la cultura que queda
renovada por el Evangelio: ¿No hay aquí el
peligro de imponer principios que no siempre son evangélicos, como si lo
fueran? ¿No se está queriendo imponer la religión del evangelizador más que las
verdades del Evangelio? ¿Se puede aceptar, a ciegas, que las verdades relativas
de una religión primen a toda costa sobre las verdades históricas de una
cultura? Cuando pensamos que una cultura queda renovada, ¿pensamos realmente en
los valores netamente evangélicos, o en los valores que la religión
evangelizadora presenta?
c)
La visión romántica de la inculturación
En fin, la inculturación tiene tal
cúmulo de interrogantes, que siempre estará sometida a la sospecha de ser una
mediación remozada por la antropología religiosa, pero que en el fondo apunta a
acciones de conquista o colonización. De hecho, a pesar de toda la belleza y fascinación
que tiene la inculturación, cuando ha llegado la hora de los conflictos, la
iglesia oficial ha defendido e impuesto su verdad sobre las de las culturas, y
ha defendido de nuevo ser la poseedora de la verdad, desvalorizando y
relativizando la verdad o las verdades de las culturas minoritarias.
Por lo mismo, dejaremos la visión
romántica de que el evangelizador, cuando humildemente entra en contacto con la
cultura del otro, descubre bellezas de todo género que lo enriquecen
espiritualmente. Este mundo espiritual tan poético queda pervertido cuando
llegan los momentos en que la cultura del otro, por algún motivo, es
considerada inferior. Abandonarnos acríticamente a la inculturación sería
aceptar la posibilidad de convertirnos en saqueadores espirituales de las
culturas, sin valorar o respetar esa misma cultura que ha producido esas
bellezas que en algún momento nos entusiasman. Es decir, cosechamos las
bellezas que producen las culturas, pero desvalorizamos la cultura que las
produce. ¿Cómo se llama esto? Hacemos, con sus debidas proporciones, lo mismo
que siempre han hecho conquistadores y colonizadores: se enamoraron de las
bellezas indígenas y negras, pero nunca les dieron reconocimiento a sus
personas y culturas; por el contrario, las trataron como algo inferior: ¿qué
nombre le ponemos a esto?
d)
Evitar una espiritualidad sin claridad en su objetivo final
En conclusión: le estamos diciendo no a
la inculturación, como fuente de espiritualidad, por el peligro que tiene, no
tanto en su definición -que es muy hermosa- sino en la práctica concreta de la
misma, que fácilmente nos puede llevar a ser unos explotadores taimados de las
culturas. La práctica católica de la inculturación, mientras no reconozca
concretamente la igualdad entre las culturas y, por lo mismo, entre las
religiones, no se podrá acercar a ambas con intención pura o con conciencia
diáfana. Siempre estaremos pensando en la superioridad de lo nuestro, y
crearemos una espiritualidad del engreimiento, de la superioridad, del dominio,
y estableceremos disimuladamente unas relaciones espirituales de sabios a
ignorantes… de poseedores de la verdad a poseedores de falsedad… de superiores
a inferiores... ¿No es esto lo que muchas veces hemos hecho y, si se quiere,
continuamos haciendo en la práctica? ¿Y qué tipo de espiritualidad es esta?
e)
Superar el temor de aceptar la verdad de los otros
Considerar iguales a otras culturas y
otras religiones, es difícil hacerlo, mientras consideremos a dichas culturas y
las religiones que nacen de ellas, como mediaciones de poder. Pero, es fácil
hacerlo, si las consideramos como mediaciones teológicas (mediaciones de
espiritualidad), fruto del Espíritu que inhabita a todos los seres humanos. A
nadie se le puede ocurrir pensar que el Espíritu de Dios es más grande o más
verdadero en una cultura que en otra. La verdad que tanto nos preocupa a los
católicos y que tenemos miedo que nos la arrebaten, depende de nosotros mismos.
Ya es noción vieja en la filosofía y en la teología que la verdad existencial
no está en las cosas, sino en la mente de quien conoce dichas cosas. Somos
nosotros quienes llenamos de verdad a todos los conceptos o definiciones con
que llamamos o definimos las cosas y las personas. Por eso el ser humano tiene
tantos nombres y tantas definiciones para Dios. Cada cultura tiene no una, sino
varias o muchas definiciones de Dios.
1.2. La posibilidad de la espiritualidad
de la “Interculturalidad”
a)
Qué es interculturalidad
Interculturalidad es sencillamente
seguir la opción dinámica de la historia que lleva a las culturas a
relacionarse entre sí, reconociéndose, respetándose y enriqueciéndose
mutuamente, sin ninguna intención de conquista o avasallamiento. Es hacer de la
dinámica cultural una mediación de mutuo crecimiento, aceptando el proceso evolutivo
de humanización, del cual forma parte la verdad.
Llevar esta definición a la vida
espiritual, es por una parte enriquecer nuestro espíritu con lo bueno que
descubrimos en el otro, y por otra parte es ofrecerle al otro aquello que
creemos lo puede hacer crecer en su proceso de humanización, convencidos de que
todos podemos ser llevados a una justicia mayor, a un amor mayor, a una verdad
mayor.
b)
Consecuencias de la interculturalidad para la teología
Sólo cuando valoremos el papel que lleva
a cabo la interculturalidad en nuestras conciencias, nos daremos cuenta de su
valor como fuente de espiritualidad. Veamos sólo unos cuantos puntos de todo
aquello que se deriva, por el solo hecho de proponernos caminar por el sendero
de la interculturalidad.
1ª. La interculturalidad es un acto de fe en la
presencia de Dios en todas las culturas. Colocarnos
con respeto frente a otra cultura es reconocer el valor de sus propias
verdades, la dignidad de su propia cultura, el derecho a que lo ya construido
en un proceso histórico valioso no sea destruido por nuestra “evangelización”.
Es reconocer que Dios está presente en todas las culturas.
2ª. La interculturalidad es una confesión de la
limitación de nuestras estructuras. Si,
frente a lo que nosotros ofrecemos, la otra cultura no reacciona, es que o no
entendió lo que le comunicamos, o lo entendió y no le vio ningún valor, o
nuestra mala conducta neutraliza su convencimiento, o le ve mucho valor, pero
necesita tiempo para asimilarlo, para ir desmontando lo que ya tiene construido
y para irlo remplazando por los nuevos valores descubiertos. Pero esto
significa un largo proceso, un prolongado acompañamiento y una comprensión
inmensa, que nuestras prisas occidentales, y la evaluación cuantitativa a la
que nos acostumbraron lo impiden. Por eso entramos atropellando culturas,
atacando valiosos procesos históricos, imponiendo la propia cultura e
irrespetando los valores del otro. Y por eso también, abandonamos o no sabemos
acompañar las culturas que no se “convierten” a lo nuestro.
3ª. La interculturalidad es un reconocimiento de que
Dios salva a los seres humanos por muchos caminos. Tenemos que repensar la salvación que ofrecemos a los demás. Esto
lo realizamos en la medida en que comprendamos el verdadero sentido de la salvación
que ofrecemos en la persona de Jesucristo. Para esto, comencemos recordando,
ante todo, que Dios quiso que el Jesús de la historia naciera dentro de un
proceso, después de millones de años en que muchos seres humanos habían buscado
y creado caminos y más caminos, tratando de buscar realidades de amor, de
justicia y de verdad que les permitiera prolongarse en la historia… ¿Estos
seres que antecedieron a Jesús quedaron sin salvación, porque no tenían el
ejemplo de su ética? Antes de Jesús existieron en la historia culturas y
personajes de una honda espiritualidad que guiaron a la humanidad. Jesús, en su
vida y en su doctrina, asumió las experiencias de amor y de justicia de sus
antecesores y ratificó con ello el valor moral de los que lo precedieron. Lo
mismo debemos decir de las culturas que existen en el mundo, posteriores a la
encarnación de Jesús y que no lo han confesado todavía como al Hijo de Dios. En
todas estas culturas sigue trabajando Dios, y siguen apareciendo en el mundo
caminos originales y virginales de justicia, de comunión fraterna, de capacidad
de dar la vida por las causas justas… ¿De quién podrá ser fruto todo esto? Unos
dirán que se trata de “las semillas del Verbo” que están en las culturas. Otros
dirán que se trata de “cristianos anónimos”… Lo único cierto es que todo esto
es confesión de que los caminos de Dios para la salvación no coinciden del todo
con los caminos que señalan nuestras teologías… Todas quedan superadas por la
aparición del amor de Dios en los procesos de humanización, inexplicables para
quien crea que la gracia de Dios sólo está en su iglesia.
4ª. La interculturalidad nos acerca a un nuevo modo
de pensar a Jesús como mediación de salvación. El mejor modo de comprender a Jesús es entenderlo como el
paradigma perfecto de todas las éticas que salvan. Su presencia en el mundo
vino a ratificarnos, de parte de Dios, que todos los procesos cimentados en la
justicia eran el camino que a Dios le agradaba y eran la mediación que
realmente nos humanizaba. Jesús encarnado no es el comienzo de la historia, ni
del amor, ni de la justicia, ni de la ética... Es más bien la clave para
comprender la historia, en todas sus manifestaciones de amor, de verdad y de
justicia. Su existencia nos vino a corroborar, de parte del mismo Dios, que el
camino de la justicia y del amor es el que a Él le agrada, porque es el que
realmente humaniza. Esta ratificación del valor del amor y de la justicia no la
hace Jesús sólo con palabras. Lo hizo con hechos tan concretos, que lo llevaron
a terminar su vida en el atroz castigo socio-político de la crucifixión. A la
hora de la verdad, Jesús fue ajusticiado porque demostró que el judaísmo no era
el único camino de salvación, que aquellos a quienes el judaísmo condenaba,
eran los que el Padre Celestial quería salvar.
5ª. La interculturalidad nos acerca a un actuar
trinitario de Dios, presente en todas las culturas. No se trata de equiparar conceptos cristianos con realidades no
cristianas. Se trata de ver que, cuando nos acercamos a la verdad de otras
culturas, encontramos elementos que también nos desafían a ahondar más en la
presencia espiritual trinitaria en la historia, principalmente en el interior
del ser humano, quien desempeña el papel de ser la conciencia de todo lo que
ocurre en su caminar histórico. Las culturas, a lo largo de la historia han ido
percibiendo la realidad de un ser que es padre o madre, la realidad de los
espíritus ligados a lo masculino o femenino de Dios, y la realidad de los seres
humanos intermediarios de la divinidad, e hijos por antonomasia de la misma. No
se trata de forzar paralelos entre las culturas y el cristianismo. Se trata más
bien de comprobar que, cuando nos acercamos a las culturas, descubrimos
realidades que nos ayudan a profundizar en nuestros propios dogmas. Por ejemplo,
todas las culturas buscan a ese Ser responsable último del amor, de la justicia
y de la verdad, existentes en todos los rincones del universo… Todas las
religiones buscan a este Ser primero, y esta búsqueda en cierta forma las
unifica. Gracias a la fuerza trinitaria que actúa en la conciencia humana,
desde el mismo comienzo del mundo, en busca de caminos de amor, de justicia y
de verdad, Dios ha salvado al ser humano… Y estos caminos pueden ser pensados
previamente a la existencia de cualquier tipo de religión. No son las
religiones los únicos caminos de salvación. Anteriores a ellas están las
culturas y el mundo de lo espiritual y, como fruto de todo ello, está la
aparición de la conciencia humana…
6ª. La interculturalidad nos permite clarificar el papel
de Jesús como “único” mediador de salvación. ¿Cómo es posible esto, si la cultura con la que nos confrontamos no cree en
Jesús? La interculturalidad, cuando nos pide respetar la verdad del otro, está
poniendo entre paréntesis (no está negando) los actos de fe propios de cada
cultura. Su papel es confrontarnos con valores, dar y recibir esos valores
éticos con que la historia nos va enriqueciendo a todos y que no sólo los
cristianos y los católicos los tenemos. Y estos valores éticos deben ser el fundamento
de todo diálogo. Una vez entendamos esto, el papel de Jesús se nos clarifica:
él es un adalid de la práctica de la justicia, del amor, de la verdad, de la
inclusión, del compromiso con la dignidad humana, del empeño en mermar el
sufrimiento de la humanidad, de la práctica de los derechos humanos, de la
incorporación de los excluidos y de los pobres en los procesos de construcción
de humanidad, etc. Por eso, la pregunta primera frente a las culturas no debe
ser esa pregunta religiosa que indaga sobre formulaciones teológicas, sino la
pregunta que busca valores, que si lo son de justicia, se sumarán a los de
Jesús. Entonces conoceremos cómo una cultura puede creer en Jesús, por los
valores que su persona presenta, aún sin llegar a confesarlo explícitamente
como persona divina. Este camino es un proceso válido, pues es el mismo que
siguió Jesús con sus discípulos: primero creyeron en él como hombre de valores
y después, a partir de la resurrección, creyeron en él como Hijo de Dios.
7ª. La interculturalidad nos abre un nuevo camino o
modelo de evangelización. Compartir valores
en apertura de intercambio, significa que el camino queda abierto y pendiente
de la voluntad de la cultura con la que dialogamos. No hemos impuesto nada,
sólo quedamos abiertos al diálogo y al intercambio. ¿No es este camino una
evangelización de distinto cuño a la tradicional, pero evangelización al fin y
al cabo? En el ejercicio de este nuevo modelo de evangelización todos nos
iremos dando cuenta de cómo a partir de la resurrección de Jesús, el Padre
Celestial nos dejó el testimonio de que quien fue llevado al patíbulo por
practicar la justicia tenía la razón. Y aunque las culturas no lo confiesen, el
hecho ya está dado. Y como el mismo Jesús lo dijo, “quien no está contra
nosotros a favor de nosotros está” (Mc 9,40). Una cultura que practique la
justicia está con Cristo Jesús, explícita o implícitamente…
Recordemos el episodio evangélico
completo: “Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos
de impedírselo, porque no sigue con nosotros…” (Mc 9,49). Este versículo
contiene elementos muy claros: a) Alguien practica la justicia en nombre de
Jesús, pero no pertenece a su grupo religioso; b) Jesús no lo condena, ni
permite que lo hagan sus discípulos; c) Es entonces cuando hace esta gran
confesión: quien practica la justicia no puede estar contra él, por el
contrario, está con él… De esta forma nos demuestra que el único camino que le
agrada es el de la justicia, un camino que fue inaugurado desde el comienzo de
la historia, y que se fue configurando a lo largo de la misma, en forma de
culturas y que él reconoce que eso es lo que definitivamente agrada a Dios.
Este es el gran papel que Jesús hizo en la historia, esta es la grandeza de su
encarnación, esta es la grandeza de su persona, sin él jamás hubiéramos sabido
ni comprendido que la justicia y el amor al prójimo son para Dios algo único y
definitivo… Jesús no descubre la justicia, pero ratifica su valor y su papel
teológico frente a Dios. En este sentido, Jesús no le hace daño a ninguna
cultura, pues su vida, su muerte y su resurrección no hacen otra cosa que dar
razón a todas las formas de justicia que existen en todos los rincones del
mundo.
8ª. La práctica de la interculturalidad nos facilita
comprender el amor que une al universo. Todas
las partículas y todas las ondas de que está compuesta la creación viven en
mutua asociación, y de esta asociación han brotado y seguirán brotando todas
las formas de vida que han existido, existen y existirán… Todo es fruto de la
interrelación de energías. La “interculturalidad” pertenece a esta posición
ontológica y existencial del mutuo reconocimiento, del mutuo respeto, de la
mutua valoración y del mutuo intercambio, buscando nuevas formas de vida que se
basen en el amor, en la justicia y en la verdad… ¿No es esto lo que quiere y
busca Dios en nuestro universo? ¿No es esto lo más grande que vino a
demostrarnos Jesús con su propia práctica? ¿Acaso quiere Dios una religión
única y avasalladora que no reconozca su presencia activa y transformadora en
todas las culturas, a lo largo de tantos millones de años?
9ª. Pensarse
desde la interculturalidad ayudaría a pacificar al mundo. Reconocemos
que la interculturalidad es un verdadero desafío para la teología de la
iglesia, pues ella la obliga a repensar su misión de una nueva forma. Llevamos
dos mil años tratando de asimilar los valores del Evangelio y aún no lo
logramos. Pero la experiencia nos ha ido demostrando que hay que dar pasos
nuevos, que el Evangelio tiene verdades tan hondas que necesitan siglos para
ser asimiladas del todo. ¿No habrá llegado la hora de que nuestra iglesia dé el
gran paso que espera la humanidad, para que todos nos sintamos más hermanos? El
mundo está a punto de perecer, nos lo dicen todos los sabios honestos, pues la
codicia humana, las guerras y todo tipo de violencia lo está minando y
destruyendo. No queda más remedio que la fraternidad, pensada no sólo a nivel
individual o grupal, sino también a escala mundial. Y esto sólo se consigue
desde posiciones de igualdad y humildad, de reconocimiento y valoración,
dejando para siempre a un lado toda posición de superioridad. No es posible que
veamos que el mundo se viene a pique por falta de fraternidad, y nosotros
sigamos defendiendo posiciones de superioridad que impiden la fraternidad. ¿Qué
pasa en nuestra teología y en nuestra eclesiología que no nos resolvemos a dar
pasos concretos, reales, posibles, que están a nuestro alcance, para que el
mundo sea más fraterno? ¿Por qué no percibimos el amor y la fraternidad
universal como el mayor principio teológico y eclesiológico, frente al cual
todo lo demás debe ser relativo?
c) Consecuencias de la interculturalidad
para la espiritualidad
Todos sabemos que la historia se
configura en la dinámica del ofrecimiento y de la recepción de energías. Esto
mismo se da en la espiritualidad, cuando la percibimos y la vivimos desde la
interculturalidad, cuya definición es precisamente la de compartir valores, a
base del reconocimiento y del respeto mutuo de las culturas.
1ª. Aceptar al otro, con todas las consecuencias. Lo primero que nos pide la interculturalidad es reconocer al
otro, con todos aquellos valores que la historia va construyendo en cada
cultura y en cada religión. Y, a partir de aquí, valorarlo, respetarlo y
acercarnos al mismo, hasta llegar a tratarlo como a verdadero hermano. Esta
posición nos redimensiona, nos quita presunción, nos hermana con el universo de
las culturas y nos lleva a percibir mejor la riqueza que Dios esparce en todas
ellas. Ya no se trata de la espiritualidad de la conquista de almas para Dios,
sino la del intercambio de dones, que nos lleva a cada uno a reconocer el don
mayor que en algún campo tiene el otro. Esta espiritualidad, tarde o temprano
acerca a ese don “mayor” que es Jesús, pero sin afanes, sin imposiciones…
2ª. Saber ofrecer a otros nuestros propios dones. Esto significa que estamos convencidos de los contenidos de amor,
verdad y justicia de los mismos y que así lo demostramos con nuestra práctica.
Ésta es la que avala o hace creíble nuestras ofertas. La Divinidad no está
ausente de este proceso, pese a nuestros malos ejemplos. Ella esperará con
paciencia histórica que vayan apareciendo quienes enmienden la plana… Pero la
historia responsabilizará a quienes con su poca o nula capacidad de justicia
retrasen el proceso ético de sus respectivos grupos. Dios no enseña ni corrige
por su cuenta la ética de las culturas. Si ello dependiera de Él, lo hubiera
hecho desde el principio de la aparición del ser humano. Pero no lo hizo ni lo
hará, porque Él ha querido un hombre libre, y sólo en un proceso histórico,
largo, evolutivo, el ser humano desde su libertad puede ir diseñando su ética…
En un proceso evolutivo, el ser humano sigue siendo mediación necesaria, no por
un poder superior al de Dios, sino simple y llanamente porque Dios ha querido
autolimitar su propio poder, en el ejemplo más grande de “kénosis”
(abajamiento) sin parangón, para que el ser humano, construido sobre la
libertad, pueda ir comunicando al mundo, a medida que avanza su historia, la
verdad, el amor y la justicia. Reconocer estos procesos evolutivos en cada
cultura sólo lo permite la interculturalidad.
3ª. Convencernos de que en el corazón de Dios
cabemos todos. El peligro de toda teología y
toda espiritualidad es creer que se pertenece a un grupo privilegiado, receptor
único de una revelación que anuncia para el mundo un final en el que sólo el
grupo elegido se salvará. Este modelo de apocalíptica que se
posesiona muchas veces de nuestras conciencias y que tanto daño hace, sólo es
contrarrestado por la interculturalidad, que también permite ver a los otros
con el derecho a su propia salvación. Nadie puede ser excluido del amor de
Dios. A él nos acercamos a través de ese caminito de justicia que nuestra
propia historia haya abierto. Quien tenga un camino más amplio y más claro, que
lo participe, pero que no destruya en Dios su infinita capacidad de salvar a
todos sus hijos. Es un hecho innegable que todas las culturas y todas las
religiones, por estar constituidas de seres humanos, contienen fallas. Todos
sabemos que Dios en la historia humana no destruye la injusticia que puede
crear nuestra libertad. Esta es la razón de la existencia de tanta injusticia
en el mundo: Dios se encuentra auto-limitado por nuestra libertad. Y esto mismo
constituye la grandeza e importancia del ser humano en la historia: sólo él,
siguiendo libremente el dictado que le ofrece Dios a través de su conciencia,
puede hacer avanzar éticamente la historia. Por lo mismo, debemos presentarnos
a las otras culturas con conciencia de igualdad, sin avasallamientos, sin
intenciones de conquista, con el respeto de quien ofrece algo que el otro verá
si lo acepta, pero que no queda condenado ni expuesto a ningún castigo por el
hecho de que lo rechace o lo relativice. En este sentido, la interculturalidad
nos purificaría de vivir una espiritualidad apocalíptica, condenatoria,
olvidándonos de nuestras propias fallas y limitaciones…
4ª. Interpretar nuestro carácter misionero de una
forma nueva. El hecho de presentarnos ante el
otro como hermano o compañero, o como ser humano igualitario, sin propósitos de
conquista, no destruye ese carácter de “enviado” que anuncia la conversión, que
Jesús le otorgó a sus seguidores; lo que busca es darle un nuevo significado a
la conversión de las personas y las culturas al cristianismo. Ofrecer
conversión puede ser leído como ofrecer “atracción", lo cual no lleva la
carga de ganar al otro para la propia causa religiosa, sino de presentarle al
otro esa fuerza de atracción que tiene el proyecto de Jesús, para ver si el
otro quiere construir su mundo desde esta perspectiva, desde esa fascinación
que ofrece una práctica concreta de la justicia, a partir de los oprimidos. A
partir de aquí el otro podrá transformar la atracción en cambio personal, o en
afiliación institucional, pero desde su libertad. En este sentido, la
interculturalidad nos hará vivir nuestro carácter misionero en una forma más
evangélica.
5ª. Construir el credo de la espiritualidad
intercultural. Todo lo anterior nos ayuda a
construir un credo intercultural, que puede contener estos o parecidos
artículos:
- Creemos que todas las
culturas son animadas por el Espíritu de Dios, que todas tienen caminos de
verdad y ejemplos de justicia, que en todas hay mucho que aprender porque llevan
el sello de lo divino, aunque también existen cosas que rechazar, porque
contienen el sello de lo humano, todas, todas sin excepción…
- Creemos que en el mundo
holístico, cuántico y evolutivo en que nos movemos y que cada vez conocemos un
poco más, Jesús -el Hijo Unigénito del Padre- y el aspecto unitario y trino de
Dios, pueden ser ofrecidos como valores inigualables a todas las culturas del
mundo, para su crecimiento espiritual…
- Creemos que nuestra Iglesia
Cristiana Católica no ha perdido ni perderá nunca el valor de su misión, pues
necesita misioneros que anuncien a Dios Padre y a Jesús de Nazaret su Hijo y
Hermano nuestro, como valores que pertenecen al mundo entero…
- Creemos que Jesús, consagrado
Mesías por su resurrección, ratificó con su vida y con su muerte el valor de
todos los caminos de justicia existentes en la tierra y le aportó a la justicia
su propio compromiso, como hombre y como Dios, desde su cercanía con los pobres
y explotados, con los marginados y excluidos, con los pecadores y condenados y
con todos aquellos que llevan la marca de algún tipo de opresión…
- Creemos que la ética basada
en la justicia tendrá que ser la columna vertebral de toda la humanidad del
futuro, y que en este sentido todas las culturas y todas las religiones tienen
un papel igualmente decisivo y trascendental…
- Creemos que la Biblia será
siempre Palabra de Dios para el universo entero, al lado de muchas otras
Palabras también de Dios, que han ayudado a que aparezca y crezca la justicia
en todas las épocas y en todos los rincones del mundo…
- Creemos que una iglesia que
anuncie la verdad y la justicia con lealtad y respeto, pero sin fanatismos,
nunca tendrá sus toldas vacías, pues el amor, la verdad y la justicia serán
siempre polos de atracción para todo ser humano que busque crecer en humanidad…
La mejor medida del valor y del crecimiento de una institución no es tanto lo
cuantitativo, los grandes números, sino lo cualitativo, el compromiso
humanizador de sus miembros.
- Creemos que hay que soñar un
mundo construido en la fraternidad, más allá de las diversidades religiosas, y
que hay que comenzar a trabajar por él desde ahora, valorándonos y
respetándonos todos, reconociendo la verdad que todos tenemos, a fin de que la
confianza nazca, el mutuo respeto se afiance y los valores de amor, verdad y
justicia que todos tienen se compartan…
- Creemos que todas las
religiones del mundo tendrán que relativizarse, para dar salida a los grandes
valores que las animan y que muchas veces no son apreciados ni recibidos por la
envoltura religioso-cultural en que van presentados y que se obliga a otros a
aceptar…
- Creemos que tomar, la
interculturalidad como fuente de espiritualidad, significa sentirnos
evangélicamente libres para reconocer a todas las culturas y a todas las
religiones como mediaciones de vida, según la verdad que cada una le ofrezca al
mundo, todas capaces de dar y de recibir, abiertas a evangelizar y dejarse
evangelizar desde la justicia…
- Creemos que el punto de
partida de la “espiritualidad de la interculturalidad” es el de las “verdades”
que contienen las culturas, para llegar a la “Verdad” que las anima a todas…
Esto significa: que debemos ser conscientes de que no somos dueños de toda la
verdad… que la Verdad está sometida a la asimilación histórica y evolutiva que hace
cada cultura… que si hiciéramos un mapa de la Verdad, ésta estaría repartida;
que si llegáramos a ponerle color a la Verdad, ésta tendría diversos matices; y
que si le colocáramos piel a la Verdad, ésta tendría la piel y el color de
todas las etnias del planeta…
- Creemos que si comparáramos
el proceso de la inculturación con el de la interculturalidad, podríamos decir:
que la inculturación busca la asimilación de la cultura del otro, aunque no
llegue al reconocimiento de la igualdad del otro… En cambio, la
interculturalidad parte del reconocimiento de la igualdad del otro, aunque no
necesariamente llegue a la asimilación de su cultura... Si le preguntáramos a
las culturas cuál de las dos posiciones prefieren, sin duda nos responderían
que prefieren que las tratemos en un plano de igualdad, aunque no imitemos su
cultura, y no en una imitación de su cultura que nunca le reconocerá iguales
derechos frente a la verdad, el amor y la justicia…
1.3 Conclusiones de esta primera parte:
Confrontémonos ahora con las verdades
expuestas, haciendo memoria de ellas en forma de pequeñas píldoras. Apoyémonos
en el ritmo de las frases y en la cadencia de las palabras, para que de todo
esto nos quede un recuerdo agradable:
1. Mostrando con orgullo
al propio Dios, salimos los mortales
y no nos damos cuenta,
por nuestras vanidades,
que ese Dios ya se encuentra en otros lares…
2. Rituales componemos
donde al Dios que adoramos bendecimos,
como al único Dios
que nos mostró el camino
y nos hizo su pueblo preferido…
3. No sólo son rituales
augustas ceremonias de Pastores;
la tierra, el aire, el fuego
el agua y sus amores,
también componen ritos creadores…
4. Apuéstale a la vida
y con la vida misma a la esperanza,
que hay una religión,
de todas la más santa,
que a un Padre Universal adora y canta…
5. El Dios que nos
espera
detrás de cada amor y
cada cosa,
por ser Padre de
todos,
en todos Él reposa
y con cada cultura se
desposa…
6. Para hallar al Amor,
creamos los humanos
mil caminos;
y de ese Amor
palpamos
el corazón herido,
que por todos ofrece
sus latidos…
7. Iguales somos todos,
hambrientos y
sedientos de cariños;
por eso todos somos
ingenuos peregrinos,
buscadores de amores
como niños…
8. Colócate en silencio,
de pie, con dignidad
ante la historia,
y exige que los
otros,
hermanos sin memoria,
respeten tus caminos
y su gloria…
2. LA GRAN TAREA DE LA ESPIRITUALIDAD:
REDIMENSIONAR LA PROPIA VERDAD, PARA PODER RECONOCER LA VERDAD DE LOS OTROS
2.1 La verdad de Dios
La idea que más tortura a la ortodoxia
cristiano-católica es la de la verdad. Cada grupo religioso se aferra a la
verdad o a las verdades recibidas y no quiere que su herencia se pierda: teme
que su verdad sea contaminada, o traicionada, o diluida… Cuando cada grupo
religioso se aferra a su verdad, el diálogo se hace imposible. Queremos que el
otro acepte nuestra verdad, se acerque a nuestra cátedra y renuncie a su verdad
que para nosotros no es verdad, sino una simple equivocación histórica. Hemos
creído que el camino más fácil es mantener la puerta abierta, por si alguien
quiere entrar. Pero salir y hacer camino para ir donde el otro, necesitados de
su verdad, nos han enseñado que es casi una traición a la propia religión.
Convenzámonos: la verdad sobre Dios en sí mismo nunca podrá ser captada por
nuestra mente, que es limitada, por ser creatura. En nuestra conciencia sólo
podremos tener una verdad limitada de Dios. Y esto mismo les ocurre a todas las
religiones del mundo.
2.2 La verdad humana
Nuestra filosofía occidental nos ha
enseñado que la verdad está en las cosas y que conocer es “adecuar nuestra
mente a esas cosas” (“adecuatio mentis ad rem”), es saber captar y asimilar lo
que la historia ha construido. Quien no acepta la realidad de la historia es un
ignorante. Más aún: esa verdad que la historia ha construido y que le da la razón
a los poderosos hay que respetarla. Es la verdad de la historia.
Pero se nos ha olvidado que la historia
es una construcción humana, llena toda ella de los intereses de los más
fuertes, y del sufrimiento de los más débiles. Y, ¿cuál es aquí la verdad, la
de los fuertes o la de los débiles? Se nos olvida que esa realidad de dominio y
opresión que nos presentan es fruto no de la verdad en sí, sino de la verdad
que las mentes de los poderosos se han fraguado y que proyectan en la historia,
para crear una sociedad de acuerdo a sus intereses.
9. En busca de verdad
te colocó la vida en
este suelo.
Por eso es tu misión
buscarla con esmero,
seguir su rastro en
todos los senderos…
10. Verdad es todo
aquello
que dentro de la
historia te humaniza.
Verdad es definirte
desde lo que
armoniza,
y te llena de amor y
de justicia…
11. Por eso son verdades
las cosas ordinarias
que, sin prisa,
ayudan a tenerle
al “otro” más estima,
y para amarlo más te
capacitan…
12. No busques la verdad
en sólo pensamiento
sin acción.
Verdad es lo concreto,
lo que es fiel al
amor,
lo que produce nueva
creación…
13. Y aquel rincón
sabroso
que alentó tu verdad
y tu esperanza,
valóralo y mantenlo
abierto a la
confianza,
donando y recibiendo
en abundancia…
2.3 La verdad en la Biblia
Recordemos un poco la filosofía de la
Biblia (la de los hebreos antiguos), la del Oriente, la de Kant en el
Occidente: la verdad existencial no está en las cosas, está en la mente, desde
donde definimos las cosas. Y definir las cosas es asignarles el papel que ellas
deben desempeñar en la historia. Son muchas las definiciones que la historia ha
llenado de opresión. Por ejemplo, la definición de mujer y de varón están
llenas de opresión, la definición de iglesia está llena de poder, la del negro
y la del indio de desprecio, mientras la de las clases altas de valoración…
La pregunta aquí y ahora sería: ¿cuáles
son nuestras nuevas definiciones, que sean capaces de transformar la historia
de opresión que nos está tocando vivir? ¿Qué tipo de espiritualidad
engendrarían estas nuevas definiciones? Definir correctamente no es sólo un
acto mental. Es partir de la experiencia y sacar conclusiones liberadoras de
ella; es tener en cuenta la capacidad espiritual de nuestra materialidad y
aceptar sus propuestas; y es partir de estas nuevas propuestas para volver a la
historia y lograr redefinirla. ¿Quién puede hacer esto, si no entra en
contemplación? No tenemos más remedio que redefinir nuestra acción en la
historia, es decir, darle a la historia nuevas definiciones. En este sentido,
definir será siempre un acto liberador. Y nadie es capaz de redefinir desde la
justicia, si no tiene experiencia de liberación.
Hay una pregunta que nos debemos hacer:
¿Nos hemos acercado a otras culturas y hemos conocido o siquiera averiguado por
las definiciones que ellos poseen de cada ser? ¿Por qué las juzgamos desde
nuestras propias definiciones? ¿Por qué no confrontamos la verdad de nuestras
definiciones con la verdad de las suyas?
Esta es la razón por la que hemos
partido de “la verdad”, para poder hablar con fundamento de la espiritualidad.
La espiritualidad que no se fundamenta en la verdad nos distorsiona, nos
empequeñece, nos impide llegar hasta el centro de quien es la verdad total:
Dios, nuestro Padre…
- Decir que la espiritualidad
se basa en la verdad es basar la espiritualidad en lo que define a Dios…
- Reconocer la verdad que otros
poseen no es un consejo, es el a-b-c de la espiritualidad universal y de toda
teología…
- Llegar a otras culturas como
dueños absolutos de la verdad, es negar esos otros caminos que Dios también ha
establecido para llegar a Él…
- Toda verdad puede hacerse
mayor, dado que el ser humano, por ser creatura, sólo puede ser depositario de
verdades limitadas a su tiempo y su espacio. Por eso toda verdad, aún la verdad
más grande que el ser humano tenga de Dios, puede perfeccionarse, puede
“hacerse mayor verdad”. Y esto no depende de Dios, sino del ser humano que sólo
puede captar a Dios dentro de un horizonte limitado.
- Ningún humano posee la verdad
total. Todos poseemos una verdad que puede hacerse mayor o menor, en la medida
en que se llene o se vacíe de justicia.
- La primera verdad de Dios
pronunciada en la Historia es la multiplicidad de seres, cada uno de los cuales
refleja una partecita de la gran verdad de Dios. Por lo mismo, no somos ni
tenemos la totalidad de la verdad, o del amor, o de la justicia, o de la
ciencia, o del poder, o de algo que consideremos ser de valor…
- Somos sólo una partecita de
cada una de esas cosas. Somos una variedad infinita de seres que nunca
agotaremos la realidad de Dios, pero que de alguna manera la reflejamos…
- El valor de cada ser es que,
siendo cada uno distinto de los demás, cada cual se hace necesario para
completar la imagen histórica de Dios. Puesto que no hay ningún ser repetido,
cada uno hace falta para aproximarse a la gran sabiduría de Dios, a la infinita
riqueza de su amor, a la inagotable fuente de energía que en cada ser se
combina de un modo propio y diferente…
- Cuando la experiencia nos va
dando sabiduría, más aprendemos a relativizar las propias verdades…
Conclusiones para saber redimensionar
nuestras propias verdades
Digámoslo, de nuevo en pequeñas
píldoras:
14. Salí llevando a Dios
en mi ciencia, mis
libros, mi palabra…
Y vi con gran asombro
que afuera Dios
estaba,
viviendo con los
seres que Él ya amaba…
15. No busques a un Dios
raro,
que sólo a ti te
quiera como Padre.
Sus hijos son
millares
y tú sólo eres parte
de tantos hijos que
su amor comparten…
16. Matices infinitos
tiene Dios en su ser
y en sus maneras;
y de Él todos los
hombres
y la naturaleza
reciben su bondad y
su riqueza…
3. AHONDAR EN EL CONCEPTO DE CULTURA NOS
LLEVA A VALORAR
MÁS LA INTERCULTURALIDAD
3.1 En busca de una definición de
cultura
Trataré de resumir, desde la propia
experiencia, la infinidad de definiciones de cultura que van pasando por la
vida de un evangelizador de culturas minoritarias. Es difícil definir la
cultura, porque ella es el resultado de la misma vida del ser humano, de su
historia de liberación y de opresión. Ella tiene una doble vía, es causa y es
efecto: es efecto de los esfuerzos que hacen personas y grupos por humanizarse,
y es causa también de dichos esfuerzos, pues los realimenta permanente,
dinamizándolos y renovándolos a diario. Por eso la cultura tiene que ver
directamente con la vida, pues su finalidad es la de facilitarle al ser humano
sus procesos de humanización. Lo que no humaniza no es cultura.
Una
brevísima definición de cultura, que nos agrada
por lo breve y por lo real, es ésta: cultura
es el resultado de las múltiples relaciones que el ser humano construye en
busca de su humanización. Y si seguimos la pista a las relaciones que
construimos, nos vamos dando cuenta de que ellas tienen un rico proceso, un
camino que puede ser recorrido desde el mundo exterior, captado por nuestros
sentidos (el mundo de los efectos), para llegar al mundo interior de nuestro
espíritu (el mundo de las causas)… Pero también podemos recorrer el camino
contrario: desde el interior, el mundo que recrea a la mente, podemos llegar al
exterior, el mundo que recrea a los sentidos… Los dos caminos son valederos.
3.2 El Proceso de las relaciones que
configuran la cultura
El mundo de los sentidos… Comencemos el proceso desde nuestros sentidos, desde el mundo
visible de los efectos. Al relacionarnos con otras personas y grupos, cuidamos
nuestras palabras, nuestros gestos, escogemos la apariencia que juzgamos
adecuada, según el tipo de relación que deseamos establecer, según las personas
con quienes nos vamos a relacionar, según el mensaje que buscamos transmitir… Y
activamos o reposamos nuestros pasos, nuestras manos, nuestros gestos, nuestros
ojos, nuestros cuerpos… Y creamos cosas, les ponemos y nos ponemos colores y
avivamos o apagamos sus matices… Y de esta manera, todo nuestro ser habla o
calla, o se lamenta, o celebra, o gime, o goza, siempre transmitiendo un
mensaje, una relación que se quiere establecer, o se quiere corregir, o se
desea transformar o concluir… Por eso toda cultura o es liberación o
resistencia, o es vida o es lucha, pero siempre es diálogo que ofrece y recibe,
que crea y se recrea…
17. Cultura es relación
no sólo
con los seres que palpamos,
sino
también con otros
que,
aunque no los tocamos,
nos saben
responder si les hablamos…
18. Entre esos seres
buenos,
cuya
fuerza sentimos, está Dios…
Y basta
que le hagamos
la más
breve alusión,
para que
Él nos responda con su amor…
19. En todos los caminos
puso Dios el regalo
de una lumbre.
Y todos recibimos
fulgores que conducen
a donde está el Amor
que nos seduce…
20. La buena religión,
al saber que el amor
nació primero,
se debe proponer
seguir ese sendero
que al amor le da un
puesto delantero…
21. A veces Dios se deja
ver cual sol, por los
seres que lo buscan…
Y cuán difícilmente
las mentes lo
dibujan,
cegadas por su Luz
que las ofusca…
22. Ninguna teología
mantiene la exclusiva
frente a Dios,
de dar su imagen
clara,
total y en
perfección,
a pesar de su mucha
reflexión…
a) El mundo de los esquemas mentales… Pero, toda esta vida que se mueve por fuera, todos estos tipos
externos de relación tienen detrás una fuerza que los anima, que los orienta,
que los dirige. Son los esquemas mentales heredados y aquellos que se han ido
reconstruyendo a lo largo del tiempo…
Quien no ha nacido en una determinada
cultura, no puede pretender conocerla como si fuera un nativo. Le faltarán
siempre los esquemas mentales que la herencia transmite, ese peso de la
historia que se ha construido a base de opresiones y liberaciones, hasta llegar
al momento de la existencia de aquel que acaba de ser parido y amamantado y
criado entre cuentos, mitos, leyendas, usos y costumbres, miedos y valentías,
propuestas y realizaciones, amores y desamores, éxitos y fracasos, únicos e
irrepetibles, que cada cultura tiene y que sólo los han vivido los que han
estado ahí, en esa selva y en ese río, con sus hambres y sus fiebres, con la
muerte que amenaza y con la fraternidad que cobija, con la cultura que lo ha
llevado hasta donde está en ese momento en que alguien, de otra cultura quiere
entrar en su mundo, sin pedirle permiso, sin que él sepa cuáles son sus
intenciones, o a dónde lo llevará la amistad y la confianza que en él deposite…
23. No intentes ser el
dueño
de aquello que tú
nunca construiste.
Tan sólo da las
gracias
sin más, por
permitirte
disfrutar del amor
que descubriste…
24. A Dios todos buscamos
y lo hallamos por vías
diferentes.
¿Por qué la religión
este hecho no
comprende
y al “otro Dios”
condena y no lo entiende?
25. Llamamos “otros Dioses”
a ese Ser que en la
historia es recurrente,
que a todos nos
seduce,
que cada humano
siente,
que recibe mil
nombres diferentes…
26. Llamamos “nuestro Dios”
al Dios que hemos
hallado con fatiga.
Y no nos damos cuenta
que son fracciones,
briznas,
las que todos tenemos
de esa Vida…
27. Si sólo es una parte
la que todos tenemos
del Señor,
¿por qué no las
juntamos
y, en nueva
redacción,
definimos a nuestro
Creador?
b) El mundo del inconsciente… Detrás de los sentidos, está el mundo del consciente con su
memoria, y el mundo del inconsciente con su infinito depósito de sensaciones y
energías que bullen por salir, que nos enferman si no salen, que aguardan
pacientes para poder decir lo que el tiempo ha cumulado y lo que la fantasía
aviva y recompone, lo que la mente acaricia, lo que la razón termina por
asumir…
El mundo del inconsciente, con todas
estas riquezas señaladas es un mundo único, propio, intransferible,
inadquirible por alguien diferente. Cuando de una cultura minoritaria se trata,
nunca será lo mismo tratar de comprender la opresión del otro allí acumulada,
que llegar a vivirla. Podremos comprender, pero no experimentar todo el depósito
de amargura que deja su hambre, su enfermedad, su marginación, su exclusión, su
opresión, su explotación, su alienación, su humillación… Y por lo mismo,
tampoco podremos sentir todo lo que el oprimido quiere sacar de su inconsciente
con sus anhelos, sus esperanzas, sus rabias, sus protestas, sus bendiciones y
maldiciones… Es decir, todo lo negativo y positivo, lo peor y lo mejor que el
ser humano tiene en su inconsciente, lo deposita en sus definiciones. Y de De
esto participa la misma idea de Dios que cada cultura se fragua…
28. De Dioses y Demonios
sentimos inundada
nuestra ruta…
Nuestra conciencia a
veces
palpamos tan oscura,
que la vemos recinto
de locura…
29. Con una breve luz
vas surcando las
sendas de la vida…
Si tu mirada es
clara,
verás que la justicia
a todo ser le brinda
compañía…
30. Los pueblos dan a
Dios
mil nombres que
revelan su hermosura.
A ti te corresponde
buscar esa ternura
con que Dios se
revela en las culturas…
31. Quizás te dé temor
que de tu amor a Dios
otros se burlen,
y tú guardes su
nombre,
haciendo que su
lumbre
en secreto tan sólo a
ti te alumbre…
32. No existen muchos
Dioses,
uno solo es el Dios
del Universo,
aunque con muchos
nombres
que llevan propio
sello:
el de la historia que
crea cada pueblo…
33. Al otro no rechaces
por no seguir tus pasos
ni tus vías.
Pregúntate más bien
qué encuentras en su
vida
que te lleve a buscar
su compañía…
34. Si somos muchos
pueblos,
si la historia ha
creado mil culturas,
debemos confesar
que en toda esta
hermosura
está de Dios la
imagen y figura…
c) El mundo de las definiciones… En lo más recóndito de nuestro ser tenemos las definiciones que
la propia historia y la propia cultura han ido construyendo en nuestro
interior. Este también es un mundo secreto, pues sabemos que nos relacionamos
con los otros seres de acuerdo a las definiciones que tenemos de los mismos.
Una definición digna, genera una relación digna; una definición opresora, o
despectiva, hecha desde el poder y desde el aprovechamiento, genera mil tratos
indignos, irrespetuosos, aprovechados… Por algo Jesús nos señala “que lo que
del hombre sale, eso es lo que contamina al hombre” (Mc 7,20). Cada cultura
genera en su propio interior esas definiciones con las que se va a relacionar
con las personas, las cosas y el mundo que la rodea, sin dejar nada a lo que no
le asigne una función, un propósito o un destino… Sigamos repasando y
resumiendo conceptos, a través de pequeñas píldoras…
35. La historia nos
enseña
que nunca seres pares
son el fin
de tanta mutación,
de todo el devenir
que la vida ha
querido construir…
36. Es una evolución
lo que el mundo nos
brinda en su carrera:
él crea pueblos
nuevos,
que abundan en
sorpresas,
que traen lo que casi
nadie espera…
37. Sentirse diferente
es tener que buscar
en otros seres
aquello que nos
falta,
lo que nos enriquece,
lo que el otro en su
mesa nos ofrece…
38. En busca de justicia
ha salido la historia
cada día.
Y en todas las
culturas
halló lo que debía:
verdades fragmentadas
esparcidas…
39. Jamás pongas tu fe
en quien con
fanatismo te asegura
que Dios tiene tan
sólo
un nombre, una
figura:
a Dios le quitará su
inmensa hondura…
d) El mundo del símbolo… Llegar al símbolo es la meta final de toda cultura. Es el momento
en el cual alguien se siente tocado, muchas veces hasta la contemplación y
hasta el éxtasis, cuando encuentra que la exterioridad o la corporalidad de las
expresiones culturales es capaz de sacar afuera, para el goce más grande del
espíritu, el mundo interior que está oculto ahí en el interior de la historia
social y personal. Es palpar que, por fin, lo oculto se hace manifiesto, lo
indecible se convierte en decible y lo secreto por fin tiene salida… Este es el
acto más grande de toda cultura… Es lo que la justifica, la plenifica, la hace
deseable y la convierte en imprescindible…
Por consiguiente, el acontecer simbólico
es el mundo más sagrado que tiene una persona y una cultura. Llegar a ese
mundo, darle todo su valor y reconocerle su capacidad sacramental, es algo muy
difícil, si no imposible. Por eso no queda otro camino que dejar a la otra
cultura que ella exprese desde sus esquemas mentales y simbólicos, desde el
mundo de su propia corporalidad, los valores que tiene asumidos. Si alguien
trata de llegar allí con la intención de robar ideas, más que evangelizador, es
un vulgar ladrón; si alguien llega allí para conocer desde dentro al otro y,
conociendo sus fortalezas y debilidades, ponerle más tarde condiciones, comete
una vileza; y si alguien se hace amigo, para más tarde traicionarlo, es una
persona o evangelizador desleal… Completemos todo esto, diciendo:
40. Lo más grande en la
historia
-hablando de lo
humano y lo divino-
es cuando la
conciencia
percibe un buen
destino,
y junta cuerpo y alma
en un camino…
41. El símbolo acontece
cuando cuerpo y
espíritu dialogan,
y cuando el alma saca
aquello que la ahoga
y el cuerpo en su
expresión la desahoga…
42. Dejar salir verdades
es propio de lo
humano en su carrera.
Y toda esa hermosura
los cuerpos la
revelan
y nuevas relaciones
se generan…
43. Creer que la verdad
es sólo patrimonio de
una escuela
no sólo es gran
engaño,
es una acción que
niega
al Dios que actúa en
todas las conciencias…
44. Hacer de las culturas
objetivos vendibles y
robables,
es quitarle a sus
símbolos
su parte venerable,
lo que siendo sagrado
es intocable…
45. Hay una confesión
que pocas veces hace
la conciencia:
sentirse suficiente,
y rechazar la oferta
que los otros le dan
de su “riqueza”…
46. Ni tú ni yo olvidemos
que si algo de verdad
acumulamos,
a dar nuestra verdad
estamos obligados,
sin poner condiciones
en lo dado…
47. Salí de mi rincón,
buscando nuevos
rostros de hermandad.
Y halléme la sorpresa
de un mundo ya
global,
que gira en torno a
un Padre Universal…
3.4. Qué hacer, para no quedar
defraudados…
a) Si nos desmontamos de la inculturación, debemos
suplirla con la interculturalidad… Podremos
acercarnos a las culturas que no son las nuestras y hacer el mejor de nuestros
esfuerzos para conocerlas, tratando de remedar el manejo de sus sentidos y de
su gestualidad, de asumir sus esquemas simbólicos, de empaparnos de su lenguaje
y de sus narraciones y sus mitos, de imaginarnos sus actos simbólicos… Podemos
hacer esto y muchas otras cosas… Pero, en el fondo nos faltarán por lo menos
estas tres cosas esenciales: el no haber vivido la opresión y la liberación que
están recogidas en todas las pulsiones del inconsciente de los oprimidos, no
darle a la otra cultura el mismo valor de verdad y de reconocimiento que le
damos a la cultura propia y no concederle a la otra religión un puesto de
igualdad frente a la nuestra… Este es el espejismo del que tratamos de
desmontar a la inculturación, para redimensionarla, para hacerla aterrizar, y
decirle que su finalidad es sólo un buen propósito, pero nunca una realidad
completa. Que frente a una cultura que no es la propia, lo más honesto, lo más
leal, lo más real, lo más verdadero es respetarla, darle toda la dignidad
posible y tratarla como algo que no es inferior… que merece ser siempre
respetado, aún en las cosas que no comprendemos o que, por nuestra formación,
nos lleguen a parecer incorrectas. Todas las costumbres culturales gozan de
verdad, pues todas ellas tienen su propia razón… Otra cosa es que, en algún
momento, deban buscar una mayor verdad en lo que han ido tejiendo a lo largo de
su historia…
b) Debemos evangelizar desde la propuesta, no desde
la conquista… La posición anterior no
destruye nuestro papel honesto de evangelizadores que proponen con respeto
valores que pueden ser asumidos por la otra cultura, porque las relaciones
humanas y el diálogo de saberes están hechos precisamente para eso, para que
ambas partes busquen, encuentre, ofrezcan, atraigan y hasta se enamoren,
llegando a aceptar por su propia cuenta los valores ofrecidos, sin
traumatismos, ni imposiciones, ni amenazas, ni condenaciones o eliminaciones,
como ha sucedido y sigue sucediendo en muchas iglesias, con lo cual demostramos
que la inculturación no deja todavía de ser una propuesta romántica, entendida
sólo desde el hermoso deseo del evangelizador de tratar de asemejarse a sus
evangelizados y compartir con ellos, pero no desde la institución que el evangelizador
representa, ni tampoco desde el evangelizado, a quien se le debe respetar sus
verdades y con quien nos debemos poner en un plano de igualdad, en todos los
campos, sobre todo en el del plan de la salvación: nuestra religión salva, la
de los otros también… Nuestra religión hace místicos, la de los otros también…
La nuestra tiene valores, la de los otros también…
c) Si la religión de los otros salva, ¿para que la
nuestra? Para responder esta pregunta,
hagamos la siguiente reflexión. La salvación no es sólo un acto por el cual se
le da a alguien un premio. Es más bien la continuación de un proceso que
comienza en esta vida, pero que continúa con plenitud en la otra. Este proceso
depende de la calidad de justicia que haya adquirido la vida de cada cual. Y es
aquí donde las religiones demuestran históricamente, no teóricamente, su valor
y su diferencia: según su capacidad de hacer vivir la justicia, así será su
capacidad de humanización, así será su capacidad de salvación. Y esta
capacidad, pese a sus diferencias, no se la podemos negar a ninguna religión
del mundo. Todas las religiones creen -y con razón- que este proceso de
humanización o transformación se logra por la presencia de Dios en la vida de
cada cual. Por eso la salvación (la humanización) termina siendo un don divino.
Los cristianos creemos que Jesús nos
ratifica y al mismo tiempo nos ofrece posibilidades de vivir el amor universal
desde la justicia. Esto no significa que las otras religiones no produzcan
dicha justicia. Lo que sabemos por la historia es que la producen y en
abundancia. Y cuando Dios, en su diseño evolutivo, ha querido esto, es porque
sabe que todas las religiones están llamadas a enriquecerse mutuamente.
Es posible que históricamente algunas
lleven la delantera en prácticas más ajustadas de amor y de justicia. En este
caso, la mayor justicia de algunas no anula la justicia de las otras, sino que
pide y exige que haya mayor intercambio de valores entre ellas. Si llegáramos a
entender esto, jugaríamos otro papel en la historia: nuestro anuncio de amor y
de justicia, se concretaría en mediación de paz y de fraternidad y no de
competencia y enemistad…
Después de todo lo dicho, mantengamos en
la memoria estas pocas ideas:
48. La casa del vecino
preñada
está de historia y de vivencias…
Tan sólo
quien la habita
es dueño
de la ciencia
que allí
se ha construido con paciencia…
49. No fuerces esa puerta
que no
fue tu morada en un principio.
Espera
con respeto
que te
abran un resquicio,
y
empezarás a ver el beneficio…
50. No pienses ser el amo
de todo
lo que encuentres. Es orgullo
sentirse
siempre dueño
de
aquello que no es tuyo,
que
merece el respeto más profundo…
51. No robes, no
destruyas
lo bueno
que la Historia ha construido;
y frente
a las culturas,
afina tus
sentidos
para
escuchar sus tonos nunca oídos…
52. La historia es
sinfonía
donde
cada cultura es instrumento…
Y todas
son sagradas,
pues
todas son un templo,
donde
cada persona es sacramento…
d) Atrevámonos a definir cultura, para saber a qué
le apostamos…Si, después de todo lo dicho,
se nos pidiera definir “cultura”, brevemente, diríamos que:
Cultura es el fruto de las múltiples relaciones que los seres
humanos establecen en busca de su humanización,
- impulsados por su rico mundo interior (el de las definiciones
que su conciencia ha construido, el de los valores que sus esquemas culturales
tienen incorporados, y el de su inconsciente que su propia historia ha
acumulado),
- comprometiendo el mundo exterior de sus sentidos y de su
corporalidad,
- dando respuesta en cada
momento y en cada caso a las estructuras que configuran su historia (económica, política, social, educativa,
religiosa…),
- utilizando todos los recursos artísticos de que dispone,
- hasta llegar a la relación
que la misma cultura persigue, por el medio que ella juzga más adecuado…
En todo lo anterior vemos cómo la
historia es en gran parte la encargada de diferenciar las culturas: según la
historia vivida, así es también la historia construida. La historia le da la
materia prima a la cultura…
53. Cultura son procesos
construidos
en toda relación,
en la que
el hombre pone
razón y
corazón,
buscando
siempre su humanización…
54. Cultura es compromiso
de ser humanos en
totalidad:
en cuerpo y en
espíritu,
con toda la verdad
de todo nuestro ser
relacional…
55. Por eso en la cultura
está presente toda la
riqueza
de siglos y milenios,
con toda esa belleza
que a la historia la
llena de sorpresas…
56. ¿Por qué no valorar,
por qué no recibir
agradecidos
aquello que la
historia,
callada, ha
construido,
cual si estuviera
celebrando un rito?
CONCLUSIONES:
1. Estar con las culturas de los
pueblos marginales es estar con los “pequeños” según el Evangelio. Jesús nunca
negó a los carentes de poder su propia verdad. Por el contrario, luchó para que
la verdad, estuviera donde estuviera, llegara a ser escuchada y reconocida,
sobre todo esa verdad que no les gusta a los poderosos…
2. El diálogo intercultural e
inter-religioso, no exige renuncia a la
propia religión. Esto sería una gran equivocación. Sólo exige respeto a la
verdad que el mismo Dios, a través de la historia y en su diseño evolucionista,
le ha asignado a cada ser. Cada ser en sí mismo, individual o grupal, tiene su
propia perfección. El llamado del Dios de la Historia es a que pongamos al
servicio de todos, la verdad que este Dios de la Historia nos ha ayudado a
construir, a partir de esos dos Testamentos comunes que son su Palabra, sin
menoscabo de esas otras Palabras suyas que están presentes en todos los
rincones del mundo. Dios no es sólo autor de un libro (la Biblia), sino de una
verdadera Biblioteca: la que da razón de todas las culturas…
3. No se trata de inculcar
pesimismo frente a las posibilidades de una inculturación, a la que hemos
apostado con entusiasmo desde la década de los 70 del siglo pasado. Lo que
ocurre es que estos 40 años vividos de inculturación nos han dejado en el mismo
punto de partida: unos buenos deseos frente a las “otras” culturas y
religiones, pero una práctica imposible de concretar, porque todavía priman los temores de ser infieles a la verdad o a
las verdades de la propia institución… Este realismo vuelve a pedirnos que no
pongamos como meta un imposible que se desvanece cuando el poder, o la
experiencia o la prudencia de lo institucional se nos impone, para terminar
abandonando deseos y proyectos secretos de estar con las otras culturas,
valiosos todos ellos, pero imposibles de realizar… Pongamos como meta lo
posible. Que no muramos habiendo querido una cosa que no lograremos nunca…. que
muramos habiendo querido la cosa mayor -la justicia- , el respeto a la verdad
de otra cultura… Llegar a vivir como el otro no es la mayor justicia, es sólo
un loable deseo de cercanía, que muchas veces queda convertido en folclore…
Insistimos que la mayor cercanía, la que queda en la memoria del pueblo y que
éste siempre agradece, se da en el nivel de la justicia, la que nos hace
renunciar a nuestras pretensiones de superioridad…
4. El hecho de la encarnación de Jesús, por ser
precisamente encarnación en la historia y entre los hombres, es un hecho limitado, que sólo poco a poco va
llegando a la conciencia del resto de los humanos. Mientras sus valores llegan
a ser asumidos, Dios ha querido que otras religiones hayan ido naciendo y
creciendo y vayan llenando la necesidad de interiorización que tienen todas las
culturas…
5. Los cristianos (y por su puesto
los católicos) debemos confesar humildemente que, a lo largo de la historia,
hemos hecho muchos disparates que han
retrasado la asimilación de Jesús en el mundo… Ninguna iglesia cristiana
hasta el presente, ha tenido la forma ideal para hacer atractivo el mensaje de
Jesús a todas las culturas. Éstas se han mostrado siempre temerosas de una
religión que, en su práctica, termina avasallando lo nativo, desconociéndolo,
minusvalorándolo y rechazándolo, para terminar disolviéndolo entre controles,
descalificaciones y temores…
6. Nuestras propias formas de
ser iglesia son limitadas, imperfectas, de no fácil aceptación en un mundo
democrático, pluralista, enclavado ya en una posmodernidad que busca su propia libertad y la autonomía de su
pensamiento, soñando en una madurez de conciencia y de autodeterminación a las
que ciertamente tiene derecho. La forma histórica de la iglesia medieval ya no
es posible conservarla. Y cuando lo queremos hacer, nos volvemos autoritarios,
discriminadores, excluyentes, condenadores, desfasados…
7. Como religiones de tradición
y de peso histórico, nos corresponde hacer posible que este hombre posmoderno
entre en una madurez de conciencia
que lo haga más autónomo y más dueño de su propia historia. Las iglesias
no han nacido para controlar las conciencias, sino para generar autonomía, de
tal manera que su producto no debe ser
personas dependientes, sino personas maduras, que sepan comportarse sin la
amenaza de un látigo fustigador. Las revoluciones contra nuestra iglesia
siempre han sido porque el pueblo quiere dejar de ser tratado como niño,
buscando pasar a ser adultos. Y ser adulto no significa prescindir de la
moralidad y de los principios religiosos, sino hacerse más responsables de los
mismos.
8. No tenemos porqué abandonar
nuestros loables deseos de cercanía al pueblo. Podemos hacer que nuestras
personas hagan parte de la historia del pueblo al que evangelizamos y que
nuestras realidades religiosas tomen el rostro del mismo pueblo. La encarnación
de Jesús lo autoriza y el sentido común lo permite. Sólo se necesita voluntad y
sabiduría para hacerlo. A esto siempre se le ha dado el nombre de “inserción”, que significa “sembrarse en
medio del pueblo”, para asumir lo más posible sus características. Es decir,
para estar cercano al pueblo no se necesita permiso de ninguna teología, sino
buena voluntad y sensatez. En este sentido, la “inserción” sigue siendo una
meta necesaria de la evangelización.
Terminemos, centrándonos en estas
últimas píldoras para nuestra memoria.
57. Salir de tu refugio
te pide la conciencia
universal,
ampliar el horizonte,
saber incorporar
todo el bien que tú
puedas encontrar…
58. De paso tú darás
lo que tú
construiste, tu riqueza,
y en grande libertad
al mundo harás
ofrenda
de todos los secretos
que tú tengas…
59. Verás que el mundo
entonces
será más solidario y
más fraterno,
pues reconocerás,
por fin, que el Dios
eterno
es mestizo, es
indígena y es negro…
60. Acepta que los otros
albergan la verdad
que construyeron…
Así confesarás
que hay otros
Evangelios
que del querer de
Dios también nacieron…
61. Resuelve dar el paso
que, sin duda, a la
Historia cambiará:
camina de la mano
sin superioridad,
con aquellos que
buscan la verdad…
62. Y si, por fin,
resuelves
reconocer del otro la
verdad,
no opaques con la
tuya
la hermosa claridad
que Dios depositó en
la Humanidad…
63. Da gracias de
rodillas
por los dones que
brindan otros pueblos.
Si tú los reconoces
si corres sus
senderos,
podrás crecer en
todos sus secretos…
64. Tu espiritualidad
también debe beber,
si busca hondura,
de aquellos
Evangelios
que crean las
culturas
y que ofrecen de Dios
nuevas figuras…
¿Será
entonces que el Evangelio no es suficiente para la espiritualidad de un
cristiano? De ninguna manera. Pero la verdad histórica es ésta: las propuestas
de Jesús vienen concretadas en los Evangelios que nos dejaron las comunidades
cristianas primitivas y en la tradición de la iglesia. Pero muchas de esas
propuestas de Jesús han quedado atrapadas en el tiempo y el espacio, por la
limitada historia del cristianismo. Y esas propuestas no del todo desarrolladas
por el cristianismo, pueden encontrarse más desarrolladas en otras culturas,
porque su camino histórico así se lo ha permitido. De otras culturas, por
ejemplo, debemos aprender más la igualdad, la sencillez, el no acaparamiento de
bienes, ni de autoridad, ni de sabiduría, el reconocimiento de la mujer y de su
palabra, la fuerza del símbolo, la valoración de la corporalidad, la
comunitariedad, la solidaridad, el empleo de formas de gobierno menos
autoritarias, más participativas, etc. Muchas de sus experiencias en estos
campos pueden ser asumidas, ya que vienen a ser como el desarrollo vivo de lo
que el evangelio propone, pero que nosotros aún no hemos tenido la oportunidad
o la libertad de vivirlo. Por eso sigue siendo cierto que las culturas nos
evangelizan…
65. Salí en la noche,
Amado,
para
encontrar tu rostro en mi parcela.
Y tú me
lo mostraste,
hermoso
en gran manera,
donde
menos pensaba que estuviera…
66. Iré, noche tras
noche,
a hablar
de Ti, con quienes hasta ahora
no fueron
mis amigos.
Compartiré
memoria,
y
empezaré, en tu nombre, nueva historia…
67. Y habrá fraternidad,
y ya en
tu nombre, Amado, no habrá guerras…
Por fin
comprenderemos
que Tú
eres quien encierra
el
secreto de amarnos en la tierra…
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Gonzalo M. de la Torre Guerrero
Profesor de Sagradas Escrituras
FUCLA, Fundación Universitaria Claretiana
Quibdó, Colombia
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