El sermón de Montesinos.
(Comunidad, predicación y defensa de la justicia)
Fr. Felicísimo MARTÍNEZ, O.P.
También sobre el Sermón de Montesinos:
LOGOS 120: El grito de Montesinos ayer y hoy (
Víctor CODINA)
LOGOS 121: Los sermones de Montesinos (Antonio de MONTESINOS)
RELaT 418: El sermón de Montesinos como acontecimiento: condiciones de posibilidad y consecuencias (Pedro TRIGO)
0. A QUINIENTOS AÑOS DE DISTANCIA
En el quinto centenario de la muerte de
Cristóbal Colón y adelantándonos en algunos años a la celebración de este
quinto centenario, celebramos en Ávila un Congreso bajo el lema Responsabilidad histórica. Preguntas del
nuevo al viejo mundo. Lo inauguramos con una dramatización del sermón de
Montesinos, preparada por el dramaturgo Juan Mayorga, representada en nuestro
Monasterio de Santo Tomás de donde salieron algunos de los miembros de aquella
comunidad. El éxito de la representación fue grande. El impacto de las
preguntas surgidas en el Congreso fue también notable.
Un año más tarde reprodujimos el mismo
evento, representación teatral y parte de las ponencias en
la Habana, con participación
de destacadas personalidades de la cultura cubana. Aquí la resonancia fue mayor
a nivel nacional, quizá por la importancia que el cronista Bartolomé de las
Casas tiene en Cuba, por la actualidad que mantienen las denuncias del sermón
de Montesinos, por la rabia con que se siguen arrojando las preguntas
pertinentes del nuevo al viejo mundo.
Es nuestra responsabilidad escuchar las
preguntas que aquella comunidad de
la Española y su predicación nos arroja hoy a todos
los evangelizadores. Yo creo que hay dos preguntas de fondo. Una de carácter
histórico, pero sumamente ilustrativa: ¿qué tipo de comunidad produjo aquel
tipo de predicación? O ¿qué tipo de predicación produjo aquel tipo de
comunidad? Y la segunda, de carácter más histórico y hasta ético: ¿en qué nos
ilustran aquella comunidad y aquella predicación hoy, y a qué nos desafían en
este mundo global?
Impresiona siempre todo lo relacionado
con aquel sermón de Montesinos, porque me parece una verdadera parábola o metáfora
de lo que debe ser la relación entre la comunidad eclesial y la predicación del
Evangelio.
La comunidad dominicana de
la Española es toda una parábola
de la relación entre la comunidad y la predicación del Evangelio. Pero, sobre
todo, es una parábola del puesto que debe desempeñar la defensa de la justicia
en el ministerio de la evangelización.
Ateniéndonos al relato resumido y
probablemente filtrado que nos hace Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias, es preciso
afirmar que, aunque el famoso sermón del tercer domingo de Adviento de 1511 fue
pronunciado por Montesinos, en realidad es el sermón de la comunidad. Basta
analizar la implicación de la comunidad en dicho sermón.
Éste es el resumen del sermón que nos
ofrece Fray Bartolomé de las Casas: “Llegado el
domingo y la hora de predicar (1), subió en el púlpito el susodicho padre fray
Antón Montesino y tomó por tema y fundamento de su sermón, que ya llevaba
escripto y firmado de los demás: Ego vox clamantis in deserto.
Hecha su introducción
y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del Adviento, comenzó a
encarecer la esterilidad del desierto de las consciencias de los españoles
desta isla y la ceguedad en que vivían; con cuánto peligro andaban de su
condenación no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta
insensibilidad estaban continuamente zambullidos y en ellos morían. Luego torna
sobre su tema, diciendo así:
Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy
voz de Cristo en el desierto desta isla; y, por tanto, conviene que con atención,
no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la
oigáis; la cual os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y
más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír.
Esta voz encareció
por buen rato con palabras muy pungitivas y terribles, que les hacía estremecer
las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio.
La voz, pues, en
gran manera, en universal encarecida, declaróles cuál era o qué contenía en sí
aquella voz:
“Esta voz (dixo él) os dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis
con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables
guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan
infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los
tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus
enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais,
incurren y se os mueren y, por mejor decir, los
matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los
doctrine y cognozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden
las fiestas y domingos? ¿Éstos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No
sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no
sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?
Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros
o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.
1. EN EL PRINCIPIO DE AQUELLA PREDICACIÓN
HUBO UNA LECTURA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS.-
El comienzo de aquella historia que llevó
hasta la predicación de Montesinos no fue una inspiración divina. Fue, más
bien, una lectura seria de los signos de los tiempos (valga el anacronismo) y
un golpe fuerte de compasión, dos rasgos muy antiguos y muy actuales de la
espiritualidad cristiana.
Aquella sesuda y concienzuda lectura de
los signos de los tiempos consistió en ver y oír con toda crudeza lo que estaba
sucediendo.
Ver y mirar los signos de los tiempos. El
texto de Bartolomé de las Casas hace constante referencia a esta mirada: “Considerando
la triste vida y aspérrimo captiverio que la gente natural de esta isla padecía
y cómo se consumían sin hacer caso de ellos los españoles que los poseían más
que si fueran bestias sin provecho…” (Historia
de las Indias, III, 3). “Viendo y mirando y considerando los dichos
religiosos por muchos días las obras que los españoles a los indios hacían y el
ningún cuidado que de su salud corporal y espiritual tenían…” (Historia de las Indias, III, 3).
Oír a los testigos y escuchar el clamor
de las víctimas. De seguro que aquellos religiosos escucharon los gritos
directos de las víctimas, pero también escucharon a los testigos de tanta
injusticia y tanta crueldad. El testimonio más escalofriante les llega a través
de Juan Garcés, que tras asesinar a su esposa hizo penitencia por los montes
tres o cuatro años. “Éste, que llamaron fray Juan Garcés… descubrió a los
religiosos muy en particular las execrables crueldades que él y todos los demás
en estas inocentes gentes habían, en las guerras y en la paz, si alguna se
pudiera paz decir, cometido, como testigo de vista. Los religiosos, asombrados
de oír obras de humanidad y costumbre cristiana tan enemiga, cobraron mayor ánimo
para impugnar el principio y medio y fin de aquesta horrible y nueva manera de
tiránica injusticia…” (Historia de las
Indias, III, 3).
Viendo y oyendo todo esto, los
religiosos comenzaron “a juntar el hecho y el derecho” (Historia de las Indias, III, 3)
En el principio de la predicación está,
pues, el ver, oír los signos de los tiempos. De lo contrario la predicación cae
en el vacío,
la Palabra
de Dios no responde a ninguna necesidad humana. Sólo contemplando los signos de
los tiempos adquiere toda su importancia la contemplación del misterio de la
salvación. Esta es la única manera de que no anden divorciados el hecho y el
derecho. El Evangelio es el mismo en todos los Continentes, pueblos y culturas.
¿Puede la predicación ser la misma? ¿Qué significa la inculturación? ¿Qué tiene
de revelador el evangelio cristiano que predicamos si no ilumina ningún agujero
negro u oscuro de la vida de las personas y de los pueblos?
Una cualidad esencial del profeta es la
capacidad de ver los signos de los tiempos y escuchar el clamor de las víctimas.
2. EN EL PRINCIPIO DE AQUELLA PREDICACIÓN
HUBO UN EJERCICIO DE COMPASIÓN CREYENTE.
La contemplación de “aquella horrible y
nueva manera de tiránica injusticia” no fue un ejercicio de curiosidad académica
o de interés científico. Ni siquiera una reacción emocional momentánea. Aquella
contemplación nació de un ejercicio de fe y desembocó en un ejercicio de
compasión, en una compasión reactiva.
Como dice Las Casas, aquellos religiosos
eran “hombres de los espirituales y de Dios muy amigos” (Historia de las Indias, III, 3). El mismo Juan Garcés sabía “del
olor de santidad que la llegada de aquella Orden de sí producía” (Historia de las Indias, III, 3). Aquí
hay una clave para entender el celo apostólico de aquella comunidad, la fuerzas
de aquel sermón y la identidad específica de aquella predicación. Sólo desde la
experiencia de fe, desde la experiencia de Dios, es posible una lectura
creyente de la realidad, una lectura creyente de los signos de los tiempos. Aquí
está la clave de las fortalezas y debilidades de la predicación cristiana.
Aquella era una comunidad de la reforma, como lo fueron la mayoría de las
primeras comunidades misioneras del siglo XVI.
Yo creo que un desafío serio, muy serio,
para la predicación hoy es conseguir personal y comunitariamente unos niveles
de experiencia de Dios, de experiencia de fe, que dé de sí una predicación
verdaderamente evangélica. Que, como dice Humberto de Romanis, no es lo mismo
echar sermones que predicar. Y, como decía el P. Damián Byrne, Maestro de los
Dominicos, no hay que dar por descontada la fe en las comunidades religiosas.
Y, como se oye cada vez más, no es lo mismo ser religioso que ser creyente. No
se trata de ser más piadosos, sino de ser más creyentes, para ser más
predicadores.
La compasión estuvo en el origen de
aquella predicación, como debería estar en el origen de toda predicación. “Los
religiosos, asombrados de oír obras de humanidad y costumbre cristiana tan
enemigas…, encendidos del calor y celo de la honra divina y doliéndose de las
injurias que contra su ley y mandamientos de Dios se hacían… y compadeciéndose
entrañablemente de la jactura de tan gran número de ánimas como, sin haber
quien se doliese ni hiciese cuenta de ellas, habían perecido y cada hora perecían…”
(Historia de las Indias, III, 3).
Sin la compasión la predicación se
convierte en una profesión, que se aprende con entrenamiento y se ejercita con
rutina. Con la compasión la predicación se ejerce como una vocación y se
ejercita con pasión. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! De Domingo de Guzmán
dicen los testigos de la canonización que a nadie habían visto que tuviera tal
celo por la salvación de las almas. La compasión y el celo apostólico o la
urgencia de la predicación andan siempre juntos. Hoy que tanto se exalta la
compasión como virtud específicamente cristiana, deberíamos preguntarnos: ¿Se
refleja esa supuesta compasión en un celo creciente en
la Iglesia por el ministerio
de la predicación? ¿Nos conduce a algún sitio dicha compasión? Si nos conduce a
ningún sitio, cabe dudar de su autenticidad.
3. EN EL PRINCIPIO DE AQUELLA PREDICACIÓN
HUBO UNA DELIBERACIÓN COMUNITARIA.
Quizá sea el rasgo más peculiar de
aquella comunidad y de aquella predicación. Y quizá sea uno de los desafíos que
tienen hoy las comunidades cristianas: devolver a la predicación su carácter
esencialmente comunitario, que es mucho más que preparar la homilía en común,
aunque esto tenga su importancia. Hagamos algunas observaciones al respecto.
El predicador fue Montesinos, pero la
predicación fue el resultado de una deliberación comunitaria. Montesinos fue la
boca de la comunidad, el altavoz de la comunidad, el mediador de una predicación
esencialmente comunitaria.
Así lo narra Bartolomé de las Casas: “Los
religiosos, asombrados de oír (tales cosas)…; encendidos del calor y de la
honra divina…; compadeciéndose entrañablemente… suplicando y encomendándose
mucho a Dios con continuas oraciones, ayunos y vigilias, les alumbrase para no
errar en cosa que tanto iba, como quiera que se les representaba cuán nuevo y
escandaloso había de ser despertar a personas que en tan profundo y abisal sueño
y tan insensiblemente dormían, finalmente, habido su maduro y repetido muchas
veces consejo, deliberaron predicarlo en los púlpitos públicamente y declarar
el estado en que los pecadores nuestros que aquestas gentes tenían y oprimían
estaban y, muriendo en él, dónde al cabo de sus inhumanidades y cudicias a
recibir su galardón iban. Acuerdan todos los más letrados dellos, por orden del
prudentísimo siervo de Dios, el padre fray Pedro de Córdoba, vicario dellos, el
sermón primero que acerca de la materia predicarse debía, y firmándolo todo de
sus nombres para que pareciese cómo no sólo del que lo hubiese de predicar,
pero que de parecer y deliberación y consentimiento y aprobación de todos
procedía. Impuso, mandándolo por obediencia, el dicho padre vicario que se
predicase aquel sermón, al principal predicador dellos después del dicho padre
vicario, el padre fray Antón Montesinos…” (Historia
de las Indias, III, 3).
Este es un texto excelente que deberían
meditar diariamente todas las comunidades cristianas comprometidas con el
ministerio de la predicación. En él encontramos un relato perfecto de lo que
significa una preparación comunitaria de la predicación, de la homilía, de la
catequesis, de la evangelización.
En esta preparación comunitaria de
aquella predicación entran varios elementos a tener en cuenta:
1) Oraciones, ayunos, vigilias de la
comunidad, suplicando y encomendándose mucho a Dios que les alumbrara para no
errar en asunto tan importante como era la salvación de españoles e indios. Éste
un rasgo destacado de aquella comunidad.
Orar la predicación es orar, meditar,
contemplar a un tiempo los signos de los tiempos y
la Palabra de Dios. La
experiencia de Dios no es un asunto comunitario, es asunto individual; pero la
comunidad es el espacio en el cual los hermanos y hermanas han de cultivar la
experiencia de fe, la experiencia de Dios. Sin esta experiencia es
absolutamente imposible una predicación cristiana.
2) Deliberación común, consejo, reflexión
común sobre la situación, el momento, el contenido y la forma de la predicación.
Es otro rasgo destacado de aquella comunidad.
El estudio y la búsqueda de la verdad es
tarea personal, pero es también tarea comunitaria. El estudio y la deliberación
llevó a la comunidad de Pedro de Córdoba en doble dirección: a) En primer
lugar, el estudio les condujo a un análisis de la realidad o la consideración
crítica de las actuaciones de los españoles y los padecimientos de los indios.
Análisis del hecho y del derecho. Análisis de la realidad, de los signos de los
tiempos. b) En segundo lugar, el estudio les condujo a la búsqueda de la verdad
sagrada en aquella situación concreta, al análisis creyente de aquellas
situaciones, para anunciar apropiadamente el Evangelio y denunciar proféticamente
las situaciones antievangélicas. Estudio de
la Palabra de Dios actualizada
y contextualizada: ¿qué nos dice hoy, aquí y ahora?
Era una comunidad de letrados, venidos
de Salamanca y Ávila. Consigo habían traído mucha pobreza, pero también la biblioteca
necesaria para la evangelización (30 artes de Gramática, 2 concordancias de
la Biblia, obras de San Agustín,
Decretales, Clementinas, 3 biblias pequeñas, las obras de Santo Tomás con una
Tabula aurea,
la Suma
Doctrinal de San Antonio, una Suma Angélica, un Vocabulario
católico, 6 Triunfos de la fe…).
Era una comunidad de letrados, se nos
dice, pero no ajenos a la sensibilidad apostólica; quizá era un ejemplo de
reconciliación entre la figura del doctor y el misionero, reconciliación de la
que estamos tan urgidos hoy. Se trataba de una comunidad orante y a la vez de
una comunidad de estudio, todo en función de la predicación. A juzgar por los
escritos de Fray Pedro de Córdoba y, sobre todo, por los escritos posteriores
de Fray Bartolomé de las Casas, quizá su libro de texto era ya
la Suma Teológica de
Santo Tomás. Por eso se trata de una predicación tan sensible al problema de la
justicia. Como Domingo de Guzmán y Diego, cuando mandaron sus enseres a Osma,
se quedaron con los libros de rezo y de estudio, los misioneros de
la Española, en medio de su
pobreza, llevaron consigo los libros de rezo y de estudio. ¿Qué libros tenían
en su biblioteca?
3) Y otro rasgo caracteriza esta
deliberación comunitaria. Los religiosos interpretan la actuación de los españoles
en clave de “ceguera”, de “sueño profundo y abisal”. Este asunto es muy evangélico
y debe inspirar toda predicación cristiana. No hay que moralizar demasiado, y
achacar toda actuación antievangélica y antihumana a malicia pura y dura o a
mala voluntad. Es más certero y más evangélico, achacarlo a ceguera, a falta de
luz. (Cualquiera que haya trabajado en el programa de AA o Alcohólicos Anónimos
puede comprenderlo). Llama la atención la insistencia en el tema de la ceguera,
que está presente una y otra vez en el relato de Bartolomé de las Casas.
4) Y la consumación de este carácter
comunitario de aquella predicación fue ese gesto de firmar todos el sermón: todos
lo firmaron con sus nombres para que quedara claro que no era sermón de quien
lo había de predicar sino que “era de parecer y deliberación y consentimiento y
aprobación de todos” (Historia de las
Indias, III, 3). El resultado de todo este proceso es que lo que predica
Montesinos no es su sermón, sino el sermón de toda la comunidad. Que el mensaje
que predica Montesinos no es su mensaje, sino el mensaje evangélico orado,
estudiado, discernido por toda la comunidad.
4. Y ENCOMENDARON EL SERMÓN AL FRAILE
QUE TENÍA “
LA GRACIA DE
LA PREDICACIÓN”.
Hecha la preparación comunitaria de la
predicación, responsablemente encomiendan pronunciar el sermón a Fray Antonio
Montesinos, que tiene la “gracia de la predicación”. “Impuso –mandándolo por
obediencia- el dicho padre vicario que predicase aquel sermón, al principal
predicador de ellos después del dicho padre vicario, que se llamaba el padre
fray Antón Montesinos… Este padre fray Antón Montesinos tenía gracia de
predicar, era aspérrimo en reprender vicios y, sobre todo, en sus sermones y
palabras, como muy colórico y eficacísimo; y así hacía en sus sermones mucho
fruto. A este como muy animoso cometieron el primer sermón desta materia, tan
nueva para los españoles de esta isla; y la novedad no era otra sino afirmar
que matar estas gentes era más pecado que matar chinches” (Historia de las Indias, III, 3).
Este es un gesto de responsabilidad
comunitaria: encomendar predicación tan importante y decisiva, sin celotipias
pastorales, al hermano que podía producir más fruto, por tener la gracia de la
predicación. Lo que interesaba no era el lucimiento personal ni institucional,
sino el sacar frutos dignos de conversión en el pueblo.
El gesto de esta comunidad nos remite a
un problema muy presente en los orígenes dominicanos: la encomienda de la
predicación a aquellos hermanos que habían recibido la gracia de la predicación,
la gratia praedicationis. Mucho se ha
escrito y debatido sobre este asunto. La expresión gratia praedicationis aparece ya en las Primeras Constituciones,
escritas del puño y letra de Domingo. Se encomienda al Capítulo General
discernir este carisma e investir como predicadores a aquellos que tienen la
gracia de la predicación. Dada la dificultad en el discernimiento y que algunos
frailes presumían y abusaban de tener la gracia de la predicación (Juan de
Vicenza), el Capítulo General de 1249 eliminó la expresión de las
Constituciones. Sin embargo, quedó en la conciencia colectiva la convicción de
que la predicación es una gracia, un carisma.
Humberto de Romanis lo había afirmado
con toda la firmeza en su manual sobre la instrucción de los predicadores: la
predicación es una vocación cuyo único maestro es el Espíritu Santo; una
profesión que no se aprende como las demás artes o profesiones a base de
estudio y entrenamiento; es un don del Espíritu. Esto no quita para que el
predicador tenga que prepararse concienzudamente con estudio, oración,
preparación de los sermones… para ejercer su oficio responsablemente. Además la
predicación cristiana no sólo requiere la gracia de la predicación, sino que debe
ser predicación de la gracia.
Encomendar el sermón a Montesinos, que
tenía la gracia de la predicación, fue un gesto de responsabilidad por parte de
aquella comunidad. Fue una forma de reforzar el carácter comunitario de la
predicación.
5. EN
LA BASE DE AQUELLA PREDICACIÓN
ESTABA EL TESTIMONIO EVANGÉLICO DE
LA COMUNIDAD.
Desde los orígenes del cristianismo se
consideró que la vida evangélica de la comunidad era ya una predicación,
precisamente por mostrar en la práctica en qué consiste la vida evangélica.
Este respaldo testimonial de la
predicación tiene lugar también en aquella comunidad dominicana de
La Española. Su
predicación está acreditada y respaldada, no sólo por la buena conducta moral
de sus miembros –que no es poco-, sino también y sobre todo por la vida evangélica
de toda la comunidad. No conviene olvidar que aquellos religiosos pertenecen a
la vida religiosa de la reforma. Precisamente había sido la reforma interna de
la Orden lo que había retrasado
la llegada de los Dominicos a América, pues no fueron enviados hasta que la
reforma no estuvo asegurada. Y esta reforma había puesto todo el empeño en dos
frentes: la disciplina u observancia religiosa y el estudio asiduo de la verdad
sagrada. Por consiguiente, los dominicos de aquella comunidad estaban bien
pertrechados para el ministerio de la predicación.
Esta vida evangélica que acredita la
predicación de la comunidad se concreta en este caso en tres rasgos sobresalientes.
El cultivo de la experiencia de Dios. De
los religiosos que componen aquella comunidad nos dice Bartolomé de las Casas
que eran “hombres de los espirituales y de Dios muy amigos”. Los naturales sabían
“del olor de santidad que de sí producía (aquella Orden)”, que “vivían en rigor
de religión”, que “suplicaban y se encomendaban mucho a Dios con continuas
oraciones, ayunos y vigilias” (Historia
de las Indias, III, 3). Se trataba, pues, de una comunidad religiosa, no de
una residencia. Se trataba de un convento de hermanos convocados por la misma
fe y la misma vocación. Su predicación era la expresión de su experiencia de
fe.
La pobreza evangélica. La pobreza
radical era uno de los rasgos de las comunidades de la reforma. Era rasgo
destacado de las comunidades misioneras del siglo XVI. Lo vemos en las primeras
comunidades de América y en las primeras comunidades de Asia. De esta comunidad
se nos dice, por ejemplo, que: “vivían en una casa de paja”; que “vivían en
gran estrechura y rigor de religión” (Historia
de las Indias, III, 3); que “sus alhajas no eran sino los hábitos de jerga
muy basta que tenían vestidos, y unas mantas de la misma jerga con las que se
cubrían de noche; las camas eran unas varas puestas sobre unas horquetas –que
llaman cadalechos- y sobre ellas unos manojos de paja; mas lo que tocaba al
recaudo de la misa y algunos librillos; que pudiera quizá caber todo en dos
arcas” (Historia de las Indias, III,
4). Predicado el famoso sermón, Montesinos y sus hermanos regresaron a su casa
de paja, “donde por ventura no tenían qué comer sino caldo de berzas sin
aceite, como algunas veces les acaecía” (Historia
de las Indias, III, 4). Cuando determinaron enviar a fray Montesinos a la
cohorte para defender la verdad de su sermón y de su denuncia, “salieron a
pedir limosna por el pueblo para la comida de su viaje” (Historia de las Indias, III, 6). Y guardaban ayuno desde la fiesta
de
la Santa Cruz
hasta
la Pascua. El
testimonio de una vida evangélica era fuente de autoridad moral para aquellos
predicadores.
La fraternidad. No sabemos a ciencia
cierta cuál sería la calidad de la convivencia entre los hermanos de la
comunidad. Pero sí hay dos detalles que nos permiten afirmar que la vida
fraterna formaba parte del testimonio evangélico que acreditaba su predicación.
En primer lugar, nos dicen los historiadores que Fray Antonio Montesinos predicó
en el funeral de fray Pedro de Córdoba y usó como lema el conocido “Ecce quam bonum et quam iucundum habitare
frates in unum”. Quizá porque evocaba a todos aquellos tiempos de una vida
verdaderamente fraterna en aquella comunidad. En segundo lugar, destaca el
consenso y la armonía de toda la comunidad en la preparación del famoso sermón
de adviento y en el respaldo del predicador después de predicarlo. Esto es
fraternidad en acción o capacidad de formar equipo apostólico, algo de lo que
hoy andamos escasos. En la preparación del sermón: “Comenzaron a tratar entre sí
de la fealdad y enormidad de tan nunca oída injusticia” (Historia de las Indias, III, 3); “habido su maduro y repetido
muchas veces consejo, deliberaron de predicarlo en los púlpitos públicamente…”
(Historia de las Indias, III, 3); “todos
lo concedieron de muy buena voluntad” (Historia
de las Indias, III, 3). En el respaldo del predicador: “El padre vicario
respondió (a las autoridades que reclamaban la presencia de fray Montesinos)
que lo que había predicado aquel padre había sido de parecer, voluntad y
consentimiento suyo y de todos…” (Historia
de las Indias, III, 4); “trataron en su acuerdo (no sin muchas y afectuosas
oraciones y lágrimas)… y deliberaron que fuese también a Catilla el mismo padre
fray Montesinos, que lo había predicado…” (Historia
de las Indias, III, 6); “(y se fue) puesta toda su confianza en Dios por
las oraciones de los que acá quedaban” (Historia
de las Indias, III, 6)…
Son testimonios de la fraternidad que
sustentaba y acreditaba la predicación, pues el primer predicador es la práctica
de la caridad entre los hermanos y hermanas.
6. EL TONO Y EL CONTENIDO DE AQUELLA
PREDICACIÓN.
¿Qué predicación resultó de toda aquella
implicación comunitaria? Hay que destacar algunos rasgos muy dominicanos de
aquella predicación.
En primer lugar, el supuesto de que no
todo lo que se denuncia, por más que se trate de pecado y muy grave, obedece a
maldad o malicia, sino más bien a ceguera. Esta palabra o sus sinónimos se
repiten machaconamente en el relato de Bartolomé de las Casas. No vamos a
entretenernos en la cuestión de si la ignorancia es culpable o no. Pero llama
la atención esta insistencia en la ceguera en que están quienes así tratan a
los indios. Así lo creen los religiosos mientras preparan el sermón: “se les
presentaba cuán nuevo y escandaloso había de ser despertar a las personas que
en tan profundo y abisal sueño y tan insensiblemente dormían” (Historia de las Indias, III, 3). Así lo
manifiesta el predicador en el sermón: Comienza enfatizando la ceguedad en que
vivían y vuelve una y otra vez sobre la misma ceguedad: “¿Esto no entendéis? ¿Esto
no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?”
(Historia de las Indias, III, 4). Y
así interpretan la pertinacia de quienes vienen a protestar por el sermón: “Y
llegaron a tanta ceguedad que les dijeron, si no lo hacían (desdecirse de lo
predicado), que aparejasen sus pajuelas para se ir a embarcar e ir a España” (Historia de las Indias, III, 4). La
predicación cristiana se dirige a ciegos, no a malvados o malintencionados, que
es muy distinto. Aquellos son enfermos, esto son delincuentes. Por eso la
predicación pretende ante todo una iluminación, porque sólo así puede
garantizarse la conversión.
En segundo lugar, si nos atenemos a la
reflexión previa de la comunidad y al resumen del sermón que nos ofrece
Bartolomé de las Casas, es preciso subrayar algunos asuntos de importancia en
el tono y el contenido del sermón:
Que el predicador no habla en nombre
propio, ni siquiera en nombre de la comunidad, sino en nombre de Cristo. “Para
os los dar a conocer (los pecados gravísimos) me he subido aquí, yo que soy voz
de Cristo en el desierto de esta isla” (Historia
de las Indias, III, 4). El mensaje no es del predicador, ni éste habla en
nombre propio. Ante tanta injusticia los frailes se sienten obligados a
predicar la ley de Cristo: “La ley de Cristo, ¿no somos obligados a predicársela?”
(Historia de las Indias, III, 3).
Lo que está en juego, en definitiva, es
la salvación eterna de españoles e indios, pero más la de aquellos por
culpables que la de éstos por no estar evangelizados. Por eso, los religiosos
se sienten urgidos a la predicación. Al preparar el sermón, la comunidad está
clara en esto: “Después de muy bien mirado y conferido entre ellos y con mucho
consejo y madura deliberación, se habían determinado que se predicase (el sermón)
como verdad evangélica y cosa necesaria a la salvación de todos los españoles y
los indios desta isla, que veían perecer cada día, sin tener de ellos más
cuidado que si fueran bestias del campo; a lo cual eran obligados de precepto
divino por la profesión que habían hecho en el bautismo, primero de cristianos
y después de ser frailes predicadores de la verdad” (Historia de las Indias, III, 4). El predicador “comenzó a encarecer
en cuánto peligro andaban de su condenación…” (Historia de las Indias, III, 4). “Esta voz os dice que todos estáis
en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con
estas inocentes gentes… Tened por cierto que en el estado en que estáis no os
podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de
Jesucristo” (Historia de las Indias, III,
4). Y en el sermón del domingo siguiente, en el que las autoridades esperaban
retractación, el predicador volvió a insistir en lo mismo: “que tuviesen por
cierto no poderse salvar en aquel estado; por eso, que con tiempo se
remediasen, haciéndoles saber que a hombre de ellos no confesarían, más que a
los que andaban salteando…” (Historia de
las Indias, III, 5). La motivación y el propósito de la predicación es
eminentemente teológico: está en juego la causa de Dios que es la plena
realización de su creación, la salvación de sus hijos e hijas, sobre todo de
los más pequeños y más pobres. Pero, precisamente, porque
la Causa de Dios es
la Causa del ser humano… Esto
distingue la predicación dominicana de cualquier exhortación moral y piadosa.
Aquella predicación vincula
esencialmente la causa de la salvación con la causa de la justicia. Y por eso
la denuncia se concreta en la inaudita injusticia que los españoles están
cometiendo contra los indios. He aquí la dimensión política o publica del
mensaje evangélico. Lo que mueve a compasión y a predicación a aquella
comunidad es la injusticia cometida contra los indios. “Los religiosos (viendo
la situación) cobraron mayor ánimo para impugnar el principio y medio y fin de
aquesta horrible y nueva manera de tiránica injusticia (contra la ley y los
mandamientos de Dios)” (Historia de las
Indias, III, 3). Las preguntas del sermón son una denuncia frontal de las
injusticias perpetradas y un desafío para juntar el derecho y el hecho, la fe
cristiana y el compromiso con la justicia: “Decid: ¿Con qué derecho y con qué
justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué
autoridad hacéis tan detestables guerras…? ¿Cómo los tenéis tan opresos y
fatigados, sin darles de comer ni curarles en sus enfermedades en que, de los
excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir,
los matáis por sacar y adquirir oro cada día?... ¿Estos no son hombres?... ¿No
sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?...” (Historia de
las Indias, III, 4). El gran pecado es la injusticia,
que cierra la puerta a la salvación. Fuera de la justicia no hay salvación.
Fuera de la humanidad no hay salvación. Esto hace de la predicación una
predicación profética de verdad.
Estas denuncias tan ásperas no son la
parte política del sermón al lado de la parte teológica. Son la consecuencia lógica
de la fe cristiana. Estas denuncias sólo ponen de manifiesto la dimensión política
o pública de la fe cristiana. Son como la encarnación de la fe. Es la fe con
obras, no por los méritos de las obras sino por la dinámica de la fe. Si la
predicación no lleva a ningún sitio, a ninguna consecuencia práctica, a ninguna
conversión de mirada (derecho) y de acción (hecho), no es predicación cristiana
aunque hable de los más altos misterios de la doctrina cristiana, o, por lo
menos, no es predicación cristiana completa.
Y de esta dimensión pública y política
de la predicación hay que resaltar en aquella comunidad no sólo la denuncia
verbal en el sermón, sino el compromiso subsiguiente para volver a defender la
causa que consideran evangélica el domingo siguiente, a pesar de las presiones
de la autoridad, y para defender la causa de los indios ante la corte contra la
mentira y el abuso de los conquistadores.
7. Y EL RESPALDO IRRESTRICTO DE
LA COMUNIDAD AL
PREDICADOR Y AL MENSAJE PREDICADO.
Como era previsible, las autoridades de
la isla se enfurecieron, azuzaron a la gente y fueron al convento a protestar.
Fray Pedro de Córdoba, en nombre de la comunidad, asumió de nuevo la
responsabilidad por lo predicado, y sólo accedió a que fray Montesinos
predicara el domingo siguiente, para repetir las mismas denuncias. Una
predicación es comunitaria cuando la comunidad asume las consecuencias de la
predicación hasta el final.
En el segundo sermón fray Montesinos y
la comunidad se mantienen en las mismas denuncias. No importa que se les acuse
de predicar “cosa tan nueva y tan perjudicial, en deservicio del rey y daño de
todos los vecinos de aquella ciudad y de toda la isla” (Historia de las Indias, III, 4). Y tampoco importa las
consecuencias que dicha predicación tenga para la comunidad. Las autoridades
civiles y el mismo provincial, mal informado, les amenazan con devolverles a
España.
El respaldo al predicador y al mensaje
fue más allá, hasta la corte. Si las autoridades civiles mandaron a fray Alonso
del Espinal para mal-informar al Rey, los dominicos decidieron enviar al mismo
fray Montesinos para informar en la corte de la verdad de los hechos y, por
consiguiente, de la verdad del sermón… Les costó pedir limosna para costear el
viaje, y le costó al fraile entrar en la estancia del Rey… pero al fin lo
consiguió, y valió la pena. Esto es llevar hasta el final la dimensión pública
de la fe cristiana. Esto es llevar hasta el final el respaldo comunitario de la
predicación auténticamente cristiana, no importa qué fraile predique. Esto hace
la predicación más comunitaria y más comprometida con la justicia.
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CONCLUSIÓN: EL DESAFÍO DE
LA JUSTICIA,
LA PAZ Y LOS DERECHOIS HUMANOS PARA
LA PREDICACIÓN
CRISTIANA.
Este asunto de la justicia y los
derechos humanos está esencialmente relacionado con la opción por los pobres o
quizá se trata de la mejor versión de la opción efectiva por los pobres. En
este mundo de tanto sufrimiento siguen siendo necesarias las obras de
misericordia y las ayudas de emergencia. Pero si la opción por los pobres no
desemboca en la defensa y la lucha por la justicia, quizá hasta acabe volviéndose
contra la causa de los pobres.
En esta defensa de la justicia la
comunidad de Fray Pedro de Córdoba fue muy lejos, mucho más allá de lo que
acostumbraban los predicadores de la época. Hizo una denuncia suficiente para
haber cambiado el signo de la colonización y la evangelización del Continente.
Pero los intereses del imperio restaron eficacia a aquel sermón. Los miembros
de aquella comunidad, urgidos por su responsabilidad en el ministerio de la
predicación, no se amedrentaron ante las amenazas de las autoridades civiles y
militares. Fueron amenazados incluso con ser devueltos a España. Pese a ello, predicaron
justicia y denunciaron la injusticia en el primer sermón, se reafirmaron en el
segundo sermón tras la amenazas, y llegaron hasta
la Corte para que se supiera la
verdad y se cambiara todo el sistema de conquista, colonización y evangelización.
E implicaron en la causa de la justicia, que era la causa de los indios, a los Dominicos
de Salamanca y de Ávila.
Hoy, para que
la Iglesia sea creíble, debe incorporar
en todos sus ministerios la causa de la justicia, la paz, los derechos humanos
de todas las mayorías y minorías que padecen la violación de los mismos. Andar
en esas causas no es hacer política; es hacer Evangelio, es sacar las
consecuencias públicas y políticas del mensaje evangélico que predicamos. Con
razón afirmaba Pablo VI que la justicia es hoy el nombre de la caridad
universal.
Pero es en este campo en el que hay que
juntar el derecho con el hecho, como lo hizo la comunidad de fray Pedro de Córdoba.
Porque especialmente en el ámbito de la justicia y de los derechos humanos no
basta la defensa de la causa en la docencia y en la predicación. Es necesario añadir
o simultanear el compromiso en los frentes que sea necesario y en las versiones
que cada momento exija. Humberto de Romanis, el insigne dominico medieval,
escribió un manual sobre la formación de los predicadores. En él habla de la “predicación
fuera de la predicación”. Quería decir que hay que predicar, no sólo de
palabra, desde los púlpitos y en los templos, sino también con los hechos,
desde cualquier plataforma y en las calles. Hay presencias y compromisos que
son pura predicación silenciosa de la causa de la justicia. Para discernir
estas presencias, estas causas, estos compromisos y mantenerse firmes y
constantes en ellos, a pesar de las dificultades y las amenazas de muerte, es
muy necesario el discernimiento y el apoyo comunitario.
En este asunto de la justicia y los
derechos humanos es desafío primero pasar del dicho al hecho, del derecho al
hecho, No basta la vía del raciocinio, del discurso, de las explicaciones… En
asuntos de justicia y paz, sin quitar importancia al discurso y las
explicaciones científicas y críticas, lo urgente siempre son las soluciones prácticas,
los hechos, la praxis liberadora. En todo caso, el coraje y la resistencia en
estas causas de la justicia y de los derechos humanos, a pesar de todos los
riesgos y amenazas, sólo están garantizados cuando hay motivaciones evangélicas
genuinas, experiencia de fe suficiente, y recursos teologales en abundancia. De
lo contrario… puede suceder el abandono o se puede tomar la dirección errada en
la militancia.
En todo caso, hemos de saber que si la
predicación cristiana no está respaldada por una opción comprometida por la
justicia y los derechos humanos, ella misma queda desacreditada. Y, para estar
seguros de que la opción es por la justicia y la paz, una buena señal es
colocarse de parte de las víctimas. Este situarse de la parte de las víctimas
puede alejar al predicador de la “justicia legal”, de la “justicia convencional”.
Pero es seguro que le acercará siempre a
la Justicia del Reino. “Buscad el Reino de Dios y su
Justicia”. Este fue el objetivo de la comunidad de Fray Pedro de Córdoba cuando
decidió predicar aquel sermón. Este fue el único propósito de aquel sermón que
predicó Fray Antonio Montesinos en
La Española,
hoy República Dominicana y Haití, el tercer domino de Adviento del año 1511. Y
este debe ser propósito presente en toda predicación cristiana.
Fray Felicísimo MARTÍNEZ, O.P.
19 de octubre de 2011
En papel: Revista ITER 55 (noviembre 2011) 185-201, Caracas, Venezuela
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