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Hermenéutica bíblica feminista.
Cómo conocemos la realidad

Ute SEIBERT


 

La hermenéutica es una metodología orientada hacia la interpretación de textos y realidades humanas. Teniendo antecedentes que se remontan a la filosofía griega, la hermenéutica ha tenido un desarrollo importante como técnica de la interpretación de los textos bíblicos, incluyendo no sólo todo lo relativo al lenguaje, sino también considerando los elementos contextuales (del texto original y del/a lector/a actual), la historia de su interpretación y sus efectos. De ahí se amplió como herramienta para la lectura de todo texto y discurso. Durante el siglo XIX, la hermenéutica comenzó a desarrollarse en busca de fundamentos metodológicos para las ciencias del espíritu, contrarrestando la pretensión de universalidad de los métodos de las ciencias naturales[1].

La hermenéutica afirma que conocemos el mundo comprendiendo e interpretando. Eso tiene varias implicaciones, como, por ejemplo, que lo hermenéutico es circular: algo no es real “en sí mismo”, sino que lo es, siempre, en relación con el sujeto que lo interpreta. El conocimiento no se puede distinguir, como algo objetivo, de la interpretación subjetiva, ni las ideas se pueden distinguir de las creencias. Todo entendimiento humano viene precedido por una interpretación y una comprensión previa del mundo, un suelo de creencias y de pre-juicios implícitos, que son “efectivos” aunque no nos demos cuenta de que están actuando. Eso significa que, fuera del control de la racionalidad y de la autoconciencia, se da una serie de procesos interpretativos espontáneos que configuran la primera visión del mundo, constituyendo una especie de subsuelo afectivo, de pre-juicios y valores que forman los pilares sobre los cuales, luego, se construye las visiones lógicas y conceptuales.

Interpretar constituye el proceso de explicitar un modo de ser-en-el-mundo, desplegado delante del texto, en que el texto se convierte en una “proposición de mundo” que permite reescribir la realidad (Ricoeur: 108). Este proceso de comprensión, mediado por los textos o discursos, es a la vez un proceso de apropiación de este mismo, en la medida en que, al exponerse al texto, éste devuelve una imagen más vasta de sí mismo. Aquí la propuesta hermenéutica se encuentra con las diferentes críticas de la ideología y de las ilusiones del sujeto, ya sea del psicoanálisis o de la teoría crítica.

Antes de revisar las implicaciones de estas reflexiones para la lectura bíblica, quisiera profundizarlas con el aporte de dos filósofas feministas que introducen la perspectiva del sujeto localizado como una posibilidad para entrar en diálogo con otras/os y llegar a un conocimiento más objetivo de la realidad.

Desde las teorías feministas, ha surgido una serie de preguntas acerca del conocimiento de y sobre las mujeres: ¿Las mujeres conocen de manera igual o diferente a los hombres? Y, si es diferente, como afirma Carol Gilligan en su clásico estudio En una voz diferente, ¿tiene el mismo valor? Las feministas han criticado la pretendida objetividad de la ciencia androcéntrica, y preguntan: ¿existe un método distintivo de investigación feminista?, y ¿cuáles serían las características de tal metodología específica? La filósofa Sandra Harding, especializada en investigación de la metodología y filosofía de las ciencias, señala:

“Las feministas argumentan que las epistemologías tradicionales excluyen sistemáticamente, con o sin intención, la posibilidad de que las mujeres sean sujetos o agentes de conocimiento, sostienen que la voz de la ciencia es masculina y que la historia se ha escrito desde el punto de vista de los hombres (de los que pertenecen a la clase o a la raza dominantes); aducen que siempre se presupone que el sujeto de una oración sociológica tradicional es el hombre” (Harding 1998: 14).

Cabe señalar que, según las críticas feministas, la ciencia siempre ha tomado en cuenta la experiencia y ha respondido a realidades y necesidades concretas, pero no las ha explicitado. De esta manera, habría escondido, tras el velo de la objetividad y universalidad, la perspectiva y experiencia de vida de hombres blancos, de determinado origen social. Frente a esta limitación, es importante considerar la diversidad de experiencias, marcadas no sólo por el género, sino también por una multiplicidad de factores tales como la pertenencia a una determinada etnia, clase, edad, religión, etcétera. Son entonces las experiencias de las mujeres (en plural), las que ofrecen los nuevos recursos para la investigación; lo femenino y lo masculino deben reconocerse, siempre, como una categoría de análisis dentro de las categorías de clase, etnia, raza, a la vez que estas categorías deben entrar siempre como elementos de análisis en la perspectiva de género.

La experiencia de las mujeres, como punto de partida y como lugar del conocimiento, ha sido conceptualizada como empirismo feminista y punto de vista feminista. Desde una perspectiva histórica, la crítica feminista se inscribe en una relación de las ciencias con los movimientos sociales: desde la revolución francesa, los movimientos proletarios o las corrientes postcolonialistas, para nombrar sólo algunos. En este sentido, el movimiento feminista sería tan sólo el último eslabón en una cadena más compleja que permitiría a la ciencia acercarse más a sus propios ideales de objetividad y universalidad.

Para la construcción del conocimiento, será importante tomar en cuenta las experiencias diferentes, en sus contextos. Sin embargo, esta visión constructivista es sólo una parte de la propuesta. Dialogando con Harding, la filósofa Donna Haraway propone hablar de los conocimientos situados. Ella señala que la parcialidad, el estar en algún sitio en particular, y luego compartir esta perspectiva, aparece como la única manera de encontrar una visión más amplia (Haraway, 1995).

En resumen: en la cultura transicional que habitamos, la categoría del “conocimiento situado” aparece como un lugar que responde a las interrogantes de las teorías feministas y de género en cuanto a la posibilidad de un conocimiento objetivo y universal. La ‘localización limitada’ y el ‘conocimiento situado’ se ubican desde una topografía multidimensional, de sujetos abiertos y divididos, capaces de dar cuenta de su localización y de responsabilizarse de las visiones desde donde entran en diálogo con otras.

Las comunidades de fe, desde sus inicios, han tenido la necesidad de comprender e interpretar las palabras y los textos bíblicos. En su desarrollo, la hermenéutica bíblica ha dialogado con las diferentes corrientes filosóficas y lingüísticas. La pregunta por la hermenéutica está estrechamente vinculada a la epistemología, a nuestras formas de conocer la realidad. La hermenéutica de la sospecha y el círculo hermenéutico han sido herramientas para una gran diversidad de hermenéuticas bíblicas, respondiendo a diferentes localizaciones y contextos: además de la hermenéutica feminista, están, por ejemplo, las hermenéuticas indígena, negra, las interculturales, las ecológicas (ver De Wit, 2002).

 

Del círculo hermenéutico a la espiral de interpretación

El proceso de comunicación que se genera entre la persona que lee, escucha o interpreta, y aquello que es leído, entendido e interpretado, es un proceso dinámico que se desarrolla en diferentes momentos, que constituyen el círculo hermenéutico. El movimiento que se genera dentro de este círculo hermenéutico es dinámico y abre al descubrimiento de nuevos significados del texto. En este sentido, es diferente a la lectura tradicional que entiende el texto como algo cerrado y fijo, cuyo significado ya es dado y sólo necesita ser descifrado.

En América Latina, el teólogo de la liberación, Juan Luis Segundo, ha aplicado el concepto filosófico del círculo hermenéutico a la tarea teológica, señalando las siguientes etapas:

- a partir de la experiencia, de nuestra forma de experimentar la realidad de opresión e injusticia, se formulan preguntas que expresan nuestras sospechas sobre esta realidad;

- esto lleva a un análisis de las estructuras económicas, sociales, políticas e ideológicas que conforman el contexto de la experiencia;

- y conduce a una lectura crítica de la tradición bíblica y teológica, a partir de la cual se desarrolla una nueva manera de interpretar los textos bíblicos, con nuevos elementos;

- estas nuevas interpretaciones y construcciones teológicas alimentan la acción y ayudan a examinar nuevamente la praxis (Segundo, 1975).

Este modelo de interpretación se convirtió en una herramienta de lectura de la realidad y de la Biblia muy difundida entre los grupos que luchan por justicia social y la defensa de los derechos humanos en América Latina, ya que fue comprendida como parte de la práctica transformativa de la sociedad. Esta lectura militante contó con otro importante aporte: la educación popular y el trabajo desarrollado por Paulo Freire, con la “pedagogía del oprimido”; la concientización formó parte del quehacer de movimientos y organizaciones sociales, comunidades e iglesias. Allí se afirmó la validez de la experiencia y del saber de cada persona, a partir de la cual podía decir su propia palabra generadora, transformadora de la realidad. Sin embargo, en una cultura del silencio, que afecta especialmente a las mujeres y su posibilidad de expresar en voz alta su palabra, éste no ha sido un proceso fácil. Nombrar la realidad no siempre significa poder cambiarla. Desde diferentes ámbitos del conocimiento, mujeres y hombres han llamado la atención sobre la opresión hecha cuerpo y el poder del inconsciente y de los mitos en la comprensión del mundo. En las organizaciones sociales o comunidades, durante las conversaciones grupales, muchas mujeres podían compartir sus experiencias de machismo, violencia y sexismo. Así se configuró su punto de partida del círculo hermenéutico, su lectura de la realidad y de las tradiciones bíblicas y religiosas: experiencias manifestadas a través de lágrimas, sufrimiento, discriminación y, también, en la acogida, la amistad, la solidaridad o una lucha exitosa. Se abre el movimiento en espiral, y en él se pueden ampliar los horizontes de la comprensión y el reconocimiento de la profundidad de las opresiones discernibles en la cultura patriarcal. El círculo hermenéutico puede ser visto como un espacio/ejercicio de deconstrucción de la violencia, incluida la teológica, y de la exploración constante de nuevos patrones de relación.

El punto de partida de este movimiento hermenéutico es el cuerpo. Somos cuerpo, y es en él donde experimentamos el mundo y donde quedan registradas las marcas de nuestras vivencias. Participamos del mundo como cuerpos, formando parte y transformando este cuerpo social; nos encontramos en la comunidad, en la iglesia (el “cuerpo de Cristo”); compartimos cuerpos de creencias acerca de la vida, la muerte y la resurrección de los cuerpos; vivimos dentro de un sistema económico que negocia con los cuerpos; la cultura los moldea y las políticas afectan su crecimiento o deciden su exclusión. “Partir del cuerpo”, para leer la realidad, los textos sagrados y las tradiciones religiosas, ha sido el atrevimiento hermenéutico que lleva a nuevas interpretaciones de la Biblia y la teología.

Podríamos, entonces, graficar de la siguiente manera el proceso de interpretación en forma de espiral, que se va desplegando desde los cuerpos en relación y en movimiento:

 

Lectura feminista de la Biblia

La lectura feminista de la Biblia no se inició en las iglesias, ni ha formado parte de las preocupaciones de teólogos y pastoralistas; tampoco de aquellos que han tenido un fuerte compromiso con la justicia social y la liberación de los pueblos. La pregunta crítica por el uso y por el poder de las interpretaciones de los textos bíblicos sobre las mujeres, apareció cuando las mujeres comenzaron a tomar conciencia de su situación y a luchar por sus derechos.

 

Leer la Biblia con ojos de mujer: una necesidad política

Encontramos un importante antecedente de la hermenéutica bíblica feminista en las luchas por el sufragio durante el siglo XIX. Los opositores a los derechos de las mujeres rechazaron sus reivindicaciones por la igualdad y el sufragio, frecuentemente remitiéndose a pasajes bíblicos que afirman la subordinación y la desigualdad de la mujer como parte del orden divino. A la vez, muchas mujeres han encontrado en la Biblia fundamentos para apoyar su clamor por la igualdad y la dignidad. Esta contradicción percibida llevó a la pregunta de si una mujer que busca sus derechos y lucha por su dignidad puede seguir siendo cristiana.

Se hizo necesario un cambio epistemológico. Serían las mismas mujeres, a partir de su subjetividad y sus necesidades, las lectoras e intérpretes de los textos. Antes de una hermenéutica feminista, muchas hablaron de una lectura de la Biblia con ojos de mujer (con toda la ambigüedad que eso implica). El primer intento sistemático, en este sentido, fue realizado en el siglo XIX, por Elizabeth Cady Stanton. Este trabajo, realizado por mujeres blancas de clase media, muchas de las cuales eran académicas, planteó preguntas radicales sobre las imágenes de las mujeres, el rol de la Biblia y su uso en las luchas por la liberación, preguntas que siguen inquietando a mujeres de diferentes culturas hoy en día.

Elizabeth Cady Stanton formó parte de un movimiento por la igualdad de derechos para las mujeres. A los 67 años, formó un comité de mujeres con el propósito de indagar sobre las raíces bíblicas de la opresión económica y política de las mujeres, con un método muy simple: recortaron todos los textos de la Biblia que hablan o hacen referencia a la mujer y/o a otras figuras femeninas (como animales), y los comentaron. Los resultados fueron publicados, en dos tomos (1895 y 1898), bajo el nombre de The Women’s Bible (La Biblia de las Mujeres).

En ese momento, Elizabeth Cady Stanton perfiló dos principios de una hermenéutica feminista: 1) la Biblia no es un libro “neutral”, sino un arma política contra la lucha por la liberación de las mujeres; y 2) el motivo de ello es que la Biblia lleva la marca de los hombres, quienes se atribuyeron estar hablando en el nombre de Dios, a quien jamás habían visto (Schüssler Fiorenza, 1989: 37).

El resultado de esta investigación arrojó que solamente un 10% de los textos tenían alguna relación con las mujeres, siendo las referencias a éstas, en su mayoría, peyorativas. La Biblia parecía ser, entonces, un libro por y para los varones, contradictorio, misógino, y sin autoridad moral para aquellas mujeres que buscaban su libertad política y social. La publicación de este trabajo se tradujo en un escándalo, y éste fue rechazado por enemigas y amigos de las sufragistas. Sin embargo, Elizabeth Cady Stanton marcó un hito al plantear, al menos, tres argumentos en favor de la necesidad política de una interpretación feminista de la Biblia:

A lo largo de la historia, la Biblia ha sido utilizada para mantener a las mujeres sumisas y en silencio.

No sólo los hombres, sino especialmente las mujeres, quieren creer fielmente en la Biblia como Palabra de Dios.

No se puede hacer ninguna reforma en un área determinada de la sociedad mientras no se reformen y transformen, simultáneamente, las demás áreas, porque todas las áreas de la sociedad son interdependientes. La Biblia y su mensaje forman parte de este entramado y su reinterpretación es necesaria en los procesos de cambio político y social.

 

Queremos pan, no piedras

En América Latina, la lectura de la Biblia con ojos de mujer ha sido más difícil que la lectura de la Biblia desde los pobres. En relación a la opción por los pobres, los textos bíblicos son claros: casi no permiten no percibir su presencia en cada página. No sucede lo mismo con las mujeres. Ellas están allí, por supuesto, ya que, desde siempre, las mujeres han formado parte del mundo de los pobres y excluidos. Pero, en los textos, ellas aparecen con menos frecuencia, y los mensajes son contradictorios y, en muchos casos, explícitamente discriminatorios o misóginos. Es decir, se trata de textos androcéntricos, escritos en un mundo patriarcal, interpretados y enseñados casi exclusivamente por varones durante siglos.

En un taller bíblico sobre las mujeres en el Nuevo Testamento, iniciamos el trabajo, sentadas en círculo, con la Biblia cerrada en el centro y sobre ella un montón de piedras. Nos hicimos la pregunta: ¿cuáles son las piedras que debemos quitar de la Biblia para que pueda ser palabra de Dios para las mujeres también, para que sea “pan” y no “piedra”? Una por una, sacamos las piedras de la Biblia, nombrando los pasajes opresores que pesan sobre nosotras:

“Quiero sacar la piedra de la culpa que nos pesa a todas las mujeres por Eva que comió la manzana”.

“Quiero sacar la piedra de que la mujer fue creada segunda y pecó primero”.

“Quiero sacar la piedra del sufrimiento de las mujeres, que estamos condenadas a sufrir, que el sufrimiento es voluntad de Dios”.

“Quiero sacar la piedra de la subordinación de la mujeres, el hombre como ‘la cabeza’ de la mujer, que la mujer se salva por el matrimonio y engendrando hijos”.

“Quiero sacar la piedra de que la mujer se calle en las iglesias, y que por el hecho de que Jesús nombró doce apóstoles hombres, la mujer no tenga plena participación en la iglesia”.

“Quiero sacar la piedra del olvido: tantas mujeres que participaron en la historia de Israel, en las primeras comunidades, y no se habla de ellas”.

“Quiero sacar la piedra de la opresión de la sexualidad: María Magdalena, la prostituta”.

“Quiero sacar la piedra de la deformación de la mujer, porque en el Génesis se dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza” (Seibert, 1992:150).

Primero sacamos la piedra del olvido, y apareció el asombro de que ahí estaban también las mujeres. Descubrimos a Sara y Agar, a Miriam y las parteras en los relatos del Éxodo; a Débora y Yael; a Ana; Hulda y Rut; Ester, Judit y la madre (sin nombre) de los Macabeos. Nos alegramos al encontrarnos con las mujeres que acompañaron a Jesús: Marta, María, María Magdalena, amigas, testigos de la resurrección, discípulas y misioneras. Visualizamos mujeres aisladas muchas veces, excepcionales, heroínas de una u otra manera. Descubrimos a la mujer en la historia de la salvación, su presencia en “los corazones”, en los “momentos clave” (ver Schwantes, 1990). La lectura propuesta por este autor —bastante compartida durante los primeros años del movimiento popular de la Biblia— ha iluminado el caminar de grupos de mujeres en las comunidades y en el movimiento popular, que han ido tomando conciencia de su participación en los procesos sociales, en la lucha por la sobrevivencia y los derechos humanos. Ya lo sabíamos: las mujeres son fuertes, luchadoras por la vida; sin ellas, “no pasa nada”. La valorización que se dio al descubrir a la mujer como sujeto histórico oprimido y el rescate de las mujeres en la historia bíblica, marcó un hito importante: sirvió para reconocer que la historia nunca había sido solamente una historia de “los grandes hombres”, sino que allí, en los momentos clave de la historia del pueblo hebreo, de las primeras comunidades cristianas, de la historia de Chile... siempre hubo mujeres.

Sin embargo, esta mirada es insuficiente. Porque, si bien saca a la luz rostros desconocidos y hace escuchar voces silenciadas, tiende, al mismo tiempo, a reforzar la imagen de la mujer doble y triplemente oprimida. No cuestiona esa carga, sino que hace aparecer a las mujeres como víctimas y, no obstante, heroínas. Esta lectura no cuestiona el sistema patriarcal que forma el contexto de los textos bíblicos y de nuestras lecturas. Ivone Gebara señaló los límites de esta perspectiva:

“... en esta fase empezamos a poner en relieve las actitudes de muchas mujeres en los relatos bíblicos. Rescatábamos a Judit que mata a Holofernes, pero no hacíamos un análisis de lo que significa hoy, por ejemplo el comportamiento de la violencia, o lo que significa la belleza. ¿Qué es ser bella hoy? Tomábamos a unas mujeres como ideales a ser imitados, pero sin hacer una crítica de las imágenes de estas mujeres. Descubrimos […] a Ruth que salva a su pueblo, a Miriam, la hermana de Moisés, que danza la liberación de su pueblo, María, la madre de Jesús, nuestro salvador, y después a las mujeres que anuncian la resurrección, y estábamos muy contentas diciendo que fue a nosotras a quienes Jesús se ha revelado primero, a nosotras y no a ustedes, y ustedes no nos creían, etc.

En esta fase no hemos hecho las preguntas críticas para saber a dónde conducen estas lecturas, es decir, no hemos hecho una lectura crítica; por eso, la visión patriarcal de la historia se mantiene. No tocamos la estructura patriarcal de la sociedad, no tocamos las referencias teológicas, no tocamos la comprensión del ser humano, tampoco tocamos el ejercicio del poder en nuestras iglesias que, claramente, excluye a las mujeres...

Hay que tener consciencia de que el descubrimiento de Agar, de Miriam, de Magdalena, por sí solo, no cambia el patriarcalismo. Hay que dar más pasos” (Gebara, 1993: 77/78).

 

Un nuevo paradigma de interpretación bíblica

La teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza entregó elementos para una hermenéutica bíblica feminista que buscan evitar esta trampa que pueden significar los textos que presentan a las mujeres como heroínas aisladas, los textos anti-mujer o las interpretaciones ambiguas de muchos textos bíblicos relativos a la mujer (Schüssler Fiorenza, 1988).

La pregunta clave es cómo leer la Biblia desde las experiencias de las mujeres y transitar desde una interpretación androcéntrica hacia una interpretación que haga aparecer toda la experiencia humana, proceso que pasa por detectar el patriarcado, deconstruir sus múltiples expresiones, y buscar transformaciones en la iglesia y la sociedad.

La Biblia ha servido tanto para justificar la opresión y marginación como para animar y apoyar las luchas de las mujeres por la igualdad y la justicia. De ahí se define la pregunta central: ¿la autoridad de la interpretación bíblica radica en los textos bíblicos o en las experiencias de las mujeres? Eso remite a un análisis de los diferentes modelos de interpretación bíblica presentes también en la lectura con ojos de mujer. Schüssler Fiorenza separa los modelos de interpretación en dos grupos:

 

La Biblia: punto de partida de la interpretación

Dentro de este primer grupo, hay muchas variantes. La primera de ellas es el modelo dogmático, donde se utilizan los textos bíblicos para justificar y apoyar las enseñanzas religiosas; se insiste en el principio de la inspiración verbal. Este modelo se ha usado para justificar posturas patriarcales, como el lugar secundario de la mujer en la iglesia y en la sociedad por las epístolas de Pablo, quien ordenó la subordinación de la mujer. Hay, también, mujeres que utilizan literalmente algunos textos bíblicos para apoyar sus reivindicaciones de igualdad y justicia; afirman, por ejemplo, que, del mismo modo en que Jesús valoró a las mujeres, nosotras debemos ser valoradas y valorarnos.

Otra variante corresponde al modelo de la historicidad, que parte de una visión más crítica y científica, una que considera la Biblia como un conjunto de textos históricos, cuya verdad depende de su factibilidad histórica. Dentro de este modelo, se “comprueba”, por ejemplo, que el texto de la tumba vacía sería una leyenda de la primera comunidad cristiana, así como, también, el testimonio de María Magdalena, como primera testigo de la resurrección, dejaría de ser “verdadero”.

El modelo del diálogo pluralista (de la historia de las formas y de la redacción), ve en la Biblia una amalgama de textos que responden, cada uno, a una situación y un contexto específico y concreto; existiría, de este modo, una “verdad relativa”, relacionada a determinadas situaciones. Pero no se sabe cómo enfrentar las contradicciones dentro de la misma Biblia. Este modelo lleva a buscar criterios que permitan definir qué es, para nosotros, hoy, la verdad revelada en la Biblia; es decir, se define un canon “dentro del canon”. Varias teólogas feministas siguen este modelo de interpretación. Rosemary Radford Ruether, sin ir más lejos, usa como criterio los textos de la tradición profético-liberadora, los contrapone a los escritos que han sufrido una deformación cultural de este principio profético-liberador y que, por ende, tienen menos valor para nosotras.

Lo común de estos modelos de interpretación, que comprenden la Biblia como arquetipo, está en el peligro de “reducir” el contenido bíblico, no tomando en cuenta la riqueza de su diversidad; muchos textos se pierden por la sencilla razón de que el punto de partida está siempre dentro de la Biblia.

 

Experiencias de las mujeres: punto de partida de la interpretación

Las interpretaciones críticas feministas parten desde las experiencias de mujeres en las luchas por la liberación del sexismo, del racismo y de la pobreza. Formulan la siguiente pregunta, a todos los textos de la Biblia: ¿en qué medida aportan a la opresión o a la liberación de la mujer? Esta mirada permite mayor libertad frente a las Escrituras. Aquí, la Biblia es comprendida como un prototipo: los textos dejan de ser normativos y se convierten en una fuente que inspira, forma y motiva nuestra vida y nuestra fe; la revelación, presente en los textos bíblicos, no termina con esos textos sino que continúa en nuestras vidas. Schüssler Fiorenza sintetiza así las bases del paradigma feminista de una interpretación crítica de la Biblia “en la solidaridad de las mujeres del pasado y del presente cuya vida y cuyas luchas están influidas también por el rol que la Biblia ha jugado en la cultura occidental” (Schüssler Fiorenza, 1984:49) y reflexiona sobre sus implicaciones teológicas.

 

Un modelo de interpretación de los textos bíblicos

Siguiendo la segunda línea, Schüssler Fiorenza propone un modelo feminista de interpretación bíblica en cuatro pasos: la hermenéutica de la sospecha; la hermenéutica de la proclamación; la hermenéutica de la memoria; y la hermenéutica de la apropiación creativa.

La hermenéutica de la sospecha se refiere tanto a la traducción e interpretación de textos hechos casi exclusivamente por hombres, como a los textos mismos, escritos en su mayoría por hombres y que reflejan, muchas veces, su contexto patriarcal o la autoría de los vencedores de la historia, escrita en un lenguaje genérico, que excluye o margina a la mujer (“los hermanos”; 5.000 hombres; la mujer del levita).

El lenguaje sexista lleva a la invisibilidad de las mujeres, y las separa a las mujeres de los grupos a los cuales pertenecen. La hermenéutica de la sospecha busca las realidades de vida y la presencia de las mujeres detrás de las palabras; hace afirmar que la Biblia, cuando habla de “los hermanos”, se refiere también a “las hermanas”; cuando nombra a “los discípulos”, incluye a “las discípulas”; cuando dice “el hombre”, habla también de la mujer, a menos que se explicite otra cosa. Nuestra lectura debe nombrar y hacer visibles a las mujeres.

La hermenéutica de la proclamación busca descubrir el significado teológico del texto y su fuerza para la comunidad de los/las creyentes hoy. Esta lectura analiza la función de los textos en la cultura patriarcal actual y se pregunta cómo el texto bíblico puede ser Buena Nueva, Evangelio, para esta comunidad. Algunos mensajes centrales del Evangelio, como el llamado a amar al prójimo, a servir a los demás, a llevar la cruz, pueden, dentro de nuestra cultura patriarcal, reforzar el sufrimiento, la subordinación y la resignación de las mujeres y de otras personas oprimidas, si los repetimos sin fijarnos en el contexto y las destinatarias del mensaje. Parece importante, entonces, buscar y usar los textos que trascienden el patriarcado y apuntan hacia una mayor libertad e integralidad.

La hermenéutica de la memoria trata de construir, desde una perspectiva crítica y feminista, la historia bíblica; en este proceso, se trabajan todos los textos bíblicos, ya que los textos patriarcales o anti-mujer revelan mucho sobre la situación y el rol de las mujeres en los tiempos bíblicos. El título de un libro de Elisabeth Schüssler Fiorenza, En memoria de ella, hace referencia a la mujer que ungió a Jesús antes de su muerte. La autora dice:

“Aunque Jesús afirma en Marcos: ‘Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho o para memoria de ella’ (14,9), la profética acción simbólica de la mujer no formó parte de lo que la mayor parte de los cristianos han retenido del Evangelio. [...] Allí donde se proclama el Evangelio y se celebra la eucaristía se cuenta otra historia del apóstol que traicionó a Jesús. Se recuerda el nombre del traidor, pero se ha olvidado el de la discípula fiel por el mero hecho de ser una mujer” (Schüssler Fiorenza, 1989:15). Al reconstruir los orígenes cristianos, descubrimos también el discipulado de los iguales. En los textos del Nuevo Testamento está también nuestra historia, nuestra herencia como movimiento feminista.

La hermenéutica de la actualización creativa permite sentirnos parte de la historia bíblica a través de la recreación, del rito, de la danza y del canto de letanías y recuerdos, a través de duelos y de celebraciones. Este proceso parte desde la crítica de las estructuras patriarcales y busca ser “la levadura con la que trabaja la gran panadera Dios para transformar la religión bíblica patriarcal, para que la historia bíblica pueda ser realmente una fuente y una fuerza para todas las personas que buscan una visión que las fortalezca en su lucha por la liberación de la opresión patriarcal” (Ibid.: 58).

Con estos pasos entramos a una danza en espiral de la interpretación bíblica, que no termina: frente a la apropiación creativa del texto, volvemos a sospechar, a preguntarnos si esta interpretación es Evangelio, buena nueva para las mujeres, para los marginados, si ayuda en la recuperación de nuestra memoria.

A lo largo de su trabajo teológico-pedagógico, Elizabeth Schüssler Fiorenza ha ampliado el modelo y modificado la imagen del círculo hermenéutico. Durante su estadía en Chile, presentó el modelo de Danza hermenéutica de la interpretación bíblica[2], movimiento deliberado que circula libremente entre la experiencia (de opresión, violencia, lágrimas, solidaridad, alegría); el análisis estructural de la opresión (patriarcado, neoliberalismo, kiriarquía); la sospecha (lectura de los textos como producto de la cultura patriarcal con el objetivo de mantener el poder); la memoria (de tradiciones de opresión y liberación, la memoria sumergida, memoria peligrosa); la buena nueva (evaluación crítica que responde a la pregunta: ¿es realmente buena nueva para estas mujeres?); la re-imaginación creativa (liturgia feminista, ritualización y simbolización); y la transformación (liberación, sanación, como motivación fundamental de esta danza).

En el trabajo bíblico con grupos de mujeres y varones, hemos realizado esta danza de diferentes maneras: exploramos los movimientos, descubriendo nuevas perspectivas, resistencias y encuentros. Hablar, por ejemplo, del discipulado de iguales, ha sido una herramienta poderosa para la re-lectura bíblica, que ha permitido vitalizar el quehacer teológico de las mujeres y alegar equidad en las relaciones entre hombres y mujeres en las iglesias. Ayudó a visibilizarnos como mujeres, para agudizar nuestra mirada tanto en la lectura de los textos bíblicos como en las prácticas cotidianas de las iglesias, comunidades y hogares. Al mismo tiempo, quedan preguntas: ¿Cómo estamos respondiendo a la necesidad de seguir moviéndonos en esta danza, encontrando y abriéndonos a otras experiencias, por ejemplo, desde la diversidad cultural y sexual, que invitan a dar otros pasos y descubrir nuevas lecturas?

¿Hasta qué punto las mujeres y hombres que se apropian de esta herramienta de lectura hemos sido capaces de cuestionamientos y transformaciones más profundas en el ámbito religioso, cultural y social?

 

 

Bibliografía citada

DE WIT, Hans (2002), En la dispersión el texto es patria. Introducción a la hermenéutica clásica, moderna y posmoderna. Universidad Bíblica Latinoamericana, San José, Costa Rica.

GEBARA, Ivone (1993), “Caminos de la teología feminista en América Latina”, III Semana Teológica, Santiago, marzo de 1993, en Tópicos ’90, n° 6, Ed. Rehue, Santiago.

HARAWAY, Donna (1995/1991), “Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial” En Ciencia, cybourgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Ediciones Cátedra, Universitat de Valencia e Instituto de la Mujer, p. 313-346.

HARDING, Sandra (1998/1987), “¿Existe un método feminista?”, en Eli BATRA (comp.): Debate en torno a una metodología feminista. Cuadernos, UNAM, México, pp. 9-34.

RICOEUR, Paul (2000), Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires/México.

SCHÜSSLER FIORENZA, Elisabeth (1988), Brot statt Steine. Die Herausforderung einer feministischen Interpretation der Bibel; Exodus Verlag, Freiburg/Schweiz; ver también “Mujer-Iglesia: el centro hermenéutico de la interpretación bíblica feminista”, en Del Cielo a la Tierra (237-256).

SCHÜSSLER FIORENZA, E. (1989), En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo, Desclée de Brouwer, Bilbao.

SCHÜSSLER FIORENZA, E. (1994), Mujer-Iglesia: el centro hermenéutico de la interpretación bíblica feminista, en: Del Cielo a la Tierra (237-256).

SCHWANTES, Milton, Pensaba que era el jardinero, CEDM, Santiago 1988.

SEGUNDO, Juan Luis (1975), Liberación de la Teología. Lohlé, Buenos Aires.

SEIBERT, Ute (1992), “Porque somos. Búsquedas teológicas de mujeres chilenas”, en Tópicos n° 4, Ed. Rehue.

 

 

 


[1] El desarrollo de la filosofía hermenéutica en el siglo XX está estrechamente vinculado a Hans-Georg Gadamer y Paul Ricoeur. Espacios abiertos: Caminos de la teología feminista, 52..

[2] “La interpretación bíblica como lugar de lucha por la liberación” Chile, 1996; este modelo ahora está incorporado en su libro: Los caminos de la sabiduría (Schüssler Fiorenza, 2004: 255). Espacios abiertos: Caminos de la teología feminista, 64..

 

Ute SEIBERT
Santiago de Chile




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