Las Iglesias latinoamericanas interpelan a la Iglesia de España

Ignacio Ellacurí

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Aparición original: "Sal Terrae" marzo (1982)219-230

Conferencia del autor en la XIII Semana de Teología de Valladolid, organizada por el Instituto "Fe y desarrollo" en colaboración con la Editorial y Revista "Sal Terrae". Al transcribirla no se han querido borrar, pretendidamente, los rasgos de su procedencia oral. (N. de la R.).

Estoy un poco abrumado por el título de la conferencia y no sé si seré capaz de responder a las expectativas que Vds. puedan tener sobre ella. Voy a tratar de hacerlo de la mejor manera que pueda.

Quisiera, en primer lugar, hacer una observación previa: no todas las Iglesias latinoamericanas están en condiciones de interpelar a nadie. Muchas de ellas deben ser interpeladas porque dejan mucho que desear. No existe la Iglesia latinoamericana como una Iglesia santa que pueda despertar al resto de las Iglesias de su sueño religioso o dogmático. Viene aquí al caso recordar la afirmación del Che Guevara en la que decía que "el día en que pudieran confluir las Iglesias verdaderamente cristianas con los procesos revolucionarios, el proceso de liberación de América Latina sería imparable". Imparable por ese coloso, al que no sé si llamar bestia apocalíptica, que tenemos por el Norte de América. Pienso, realmente, que así sería, pero las Iglesias latinoamericanas distan mucho de ser cristianas. Si lo fueran, no sólo conseguirían eso en A.L. y, en general, en el tercer mundo, sino que serían capaces también de, no me atrevo a decir convertir, pero sí transformar las formas marxistas y revolucionarias que actúan en esos países. En efecto, cuando se hace este planteamiento no se está pensando en que la Iglesia se someta a unos movimientos revolucionarios, sino en que, si fuera santa, podría hacer más profundamente humanos esos movimientos y, junto con ellos, construir una tierra nueva y unos pueblos nuevos. Como esto no es así, hay que decir que no es la Iglesia latinoamericana la que interpela, sino alguna pequeña porción de esa Iglesia. Mi intento se reduce no a hacer una interpelación (no soy representante de la Iglesia latinoamericana, ni conozco bien a la española), sino a presentar una experiencia que es ella misma interpelación. Tal vez Vds., como miembros activos del pueblo de Dios, se sientan interpelados por ella y puedan llevarla adelante. Así pues, si no todas, sí que hay partes importantes de esa Iglesia que, dadas las exigencias de la Palabra de Dios y de las circunstancias en que están inmersas, han recibido esa palabra desde el lugar en que debe recibirse; se han convertido en una Iglesia santa que acompaña al pueblo en sus persecuciones y luchas y han sufrido también el martirio con dicho pueblo. Esa es la Iglesia que voy a tratar de presentar y caracterizar. Más en concreto, me voy a fijar en la Iglesia de El Salvador, en su momento más alto, cuando fue dirigida por su pastor mártir Mons. Romero. A esa Iglesia la voy a caracterizar con las cuatro notas siguientes: opción preferencial por los pobres; acompañamiento al pueblo en sus luchas por la justicia y liberación; transmisión de una especificidad cristiana a esas luchas del pueblo; la persecución.

1. Opción preferencial por los pobres.

Podría parecer que sólo desde Medellín y Puebla cobra importancia, dentro de la Iglesia, esta opción. No es así. Esa opción está ya en el Vaticano II aunque muy olvidada y mal trabajada teológicamente, a excepción de la Teología de la Liberación. Yo mantengo que la opción preferencial por los pobres es una de las notas de la verdadera Iglesia, al nivel de aquellas que antiguamente definíamos como una, santa, católica y apostólica. Y por tanto, que una Iglesia que en su teoría o en su práctica mantuviera que dicha opción no es una parte constitutiva de su misión -y la Iglesia debe definirse en gran parte por su misión- sería herética, porque estaría falseando uno de los datos intrínsecos de su propia esencia. Y si, no en la teoría -ahí no lo va a decir, porque es un dato esencial en la vida de Jesús, pero sí en la práctica, no lo llevara a cabo, tendríamos una Iglesia sumamente imperfecta, sumamente alejada de una de sus notas de santidad. Esto no es una novedad. En el Vaticano II tuvimos la declaración del Obispo de Tournai que decía: "primus locus in Ecclesia pauperibus reservandus est" (en la Iglesia el primer lugar es para los pobres). Gracias a Lercaro y otros obispos europeos -y en aquel entonces no opinaron demasiado todavía los Obispos de América Latina- se logró que en la parte más dogmática del Vaticano II pudiera leerse este texto que tal vez Vds. no hayan oído citar muchas veces: "Mas como Cristo cumplió la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación". (Vean esas dos palabras juntas: "en la pobreza y en la persecución"). Luego añade: "La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que El venga". Queda sin delimitar en el Concilio quiénes son los pobres, problema sumamente importante a la hora de aclarar el sentido de la opción preferencial por ellos, pero está suficientemente insinuado: la Iglesia tiene que ser "eso" por seguir a Jesucristo, y se le darán juntas la pobreza y la persecución. Fue Medellín quien acentuó esto último de un modo descarado. No se trata ya de una frase feliz, introducida por unos pocos obispos, sino de la auténtica columna vertebral de toda la declaración magisterial de los obispos latinoamericanos. Allí se leen cosas como éstas: «EI episcopado latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en L.A. que mantienen a la "mayoría" de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza, cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria». «Un sordo clamor brota de millones de hombres pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte. Es que Cristo nuestro Salvador no sólo amó a los pobres, sino que siendo rico se hizo pobre, vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su liberación y fundó su Iglesia como signo de esta pobreza entre los hombres». Hay una gran hipocresía a la hora de definir a los pobres en A.L.: enfermos, viudas ricas que sufren tanto... No, no me quiero reír al decir esto, porque siento que todo dolor humano es importante. Pero realmente, cuando se habla de pobres en A.L., no se está aludiendo a eso. Se está hablando de otra cosa bien concreta, socio-económicamente determinada, que lleva a consecuencias políticas bien definidas. Sin esto, todo lo demás me parece una consideración hipócrita, al menos en A.L. y en los textos de Medellín y Puebla. «Desde el punto de vista objetivo -dice Medellín-, una situación de subdesarrollo delatada por fenómenos masivos de marginalidad alienación y pobreza, y condicionada en última instancia por estructuras de dependencia "económica", política y cultural con respecto a las metrópolis industrializadas que detentan el monopolio de la tecnología y de la ciencia. Desde el punto de vista subjetivo, la toma de conciencia de esta misma situación que provoca en amplios sectores de la población latinoamericana actitudes de protesta y aspiraciones de liberación, desarrollo y justicia social". Creo, entonces, que al hablar de opción preferencial por los pobres es importante saber quiénes son los pobres. Los pobres son los "desposeídos". Uno es pobre, no porque sí, sino porque le han quitado sus cosas. Son los desposeídos que luchan por su liberación y son también todos aquellos marginados, segregados, etc., etc. Después de Medellín se produjo en A.L. un intento, por parte de la Iglesia, de ponerse al lado de los pobres en su lucha por la liberación. Y en seguida llegó la protesta. ¿De quien? Es claro: de los poseedores, de los desposeedores, que buscaron sus aliados en parte de la Iglesia y en la acusación de infección marxista. Se trató entonces de hacer una "verdadera" lectura de Medellín, en el supuesto de que los teólogos de la liberación la estaban haciendo "falsa", politizando a la Iglesia e introduciéndola en luchas seculares que nada tenían que ver con su misión y su esencia. Fue el gran intento de que Puebla fuera "otra cosa". No tengo tiempo aquí para demostrar esta afirmación ni para acusar a quienes lo intentaron, pero si juntamos la realidad de L.A. con el Espíritu de Cristo, no se puede decir "otra cosa", por mucho que obispos, esquemas previos y tramas por detrás lo pretendan conseguir. Si el Espíritu de Cristo se hace presente y se hace presente también la realidad latinoamericana, no hay más que una cosa que decir. Y esa cosa la dice también Puebla: «Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una "etapa causal", sino el producto de estructuras sociales, económicas y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria. La situación de extrema pobreza generalizada adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela. Son los rostros de los niños golpeados por la pobreza, los rostros de los jóvenes desorientados por no encontrar un lugar en la sociedad, rostros de indígenas y de afroamericanos, rostros de campesinos, rostros de obreros, desempleados y subempleados, rostros de marginados y hacinados humanos, rostros de ancianos En esos rostros, que son la mayoría del pueblo latinoamericano, es donde está escondido el rostro de Cristo y donde Cristo está interpelando a las Iglesias para que se vuelvan a ellos. «Desde el seno de los diversos países del Continente -repetía Mons. Romero- se está levantando al cielo un clamor cada vez más "tumultuoso" e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. A estos pobres, concretamente entendidos, es adonde hay que ir cuando se habla de opción preferencial. Podrá objetarse, tal vez, que éste es un concepto político de pobre y preguntarse dónde está el concepto evangélico. Tal dualismo es falso. Es ese pobre del concepto político, el pobre desde el que interpela Cristo. Permitidme que vuelva a Mons. Romero para ver cómo concebía él este punto concreto. En una situación límite como la de El Salvador, los pobres tendrían estas dos características:

A. Ser las mayorías populares.

Quizá en Europa el fenómeno de la pobreza sea relativamente marginal. La gran diferencia con el tercer mundo y con A.L. está en que allí la inmensa mayoría es pobre y vive en unas condiciones inhumanas de existencia, mantenida por una estructura económica y social a la que sostienen una clase o unas metrópolis dominantes, últimas causantes de tal situación. Este es un punto de extraordinaria importancia, y perdonen que se lo diga así de claro: Europa no es el mundo; EE.UU. no es el mundo. El mundo somos nosotros. El mundo es el tercer mundo, es China, la India, Africa, América Latina, es la inmensa mayor parte de la humanidad. Los países nórdicos son unos países elitistas, son la franja elitista de la humanidad... Me hace gracia, por ejemplo, cuando se dice que "Dios ha desaparecido del mundo", porque ha desaparecido de Europa o de las universidades europeas, o que el mundo ha entrado en una etapa postcristiana y no sé cuantas cosas más. Es posible que aquí sí, y yo lo respeto. Pero el mundo no es eso. Y el primer mundo -y la Iglesia en él- deberían tomar como tarea hacer oír en su propio seno la voz de los que no tienen voz. Los periódicos de Europa y América, sus radios y televisiones están hoy día repletos del problema de Polonia. No digo que no sea importante. Desde un punto de vista político es, probablemente, muy importante. Pero desde un punto de vista ético y religioso es infinitamente menos importante que lo que está ocurriendo en El Salvador. A finales de Diciembre, por ejemplo, el batallón Ataclac, dirigido y asesorado por militares norteamericanos, mató a 900 personas civiles, de los que la mayor parte eran niños, mujeres y ancianos, y hoy día la radio está diciendo que ha vuelto a haber una matanza de 300 personas. ¿Se imaginan Vds. qué se diría en el primer mundo si esto ocurriera en países como Francia, Italia o Polonia? La verdad está en estos países donde cada día son matadas 40 ó 50 personas, y no con las armas en la mano, sino sacadas de sus hogares, en un genocidio espantoso como el que Vds. pudieron ver no hace mucho en TVE. Esta es la verdadera interpelación que recibe la Iglesia latinoamericana y la que ésta puede lanzarles a Vds. Una Iglesia que no sea capaz de conmoverse por esto, de trasformarse y cambiar su conducta, tiene ya su ejemplo en el Evangelio: es como el sacerdote y el levita que pasan al lado del samaritano herido, pensando no sé en qué cosas; una verdadera traición al Evangelio. Esos son los pobres del mundo: la inmensa mayoría que vive condiciones de miseria, no en razón de su desidia -como suele decirse- sino en razón de que son explotados por clases y países que practican una auténtica "violencia institucional". ¿Quién hace violencia en el mundo? La están haciendo los Congresistas de EE.UU. que piden triplicar la ayuda militar a El Salvador para seguir aplastando al pueblo, contra la protesta de la Conferencia Episcopal de dicho país. Esa es una violencia. Pero hay otra, vinculada a la estructura, según la cual para que una minoría que se sitúa entre el 5 y el 10 por ciento pueda vivir como Vds. viven, es necesario que un 90 por ciento viva en condiciones absolutamente infrahumanas. Esa es la gran violencia del mundo, causante de cualquier otra violencia ulterior.

B. Organizadas.

Es decir, las organizaciones populares, reprimidas en su lucha orgánica, que intentan devolver al pueblo la posibilidad de ser autor y actor de su propio destino y también todos aquellos que, organizados o no, se identifican con las justas causas del pueblo y luchan en su favor. Los pobres, por tanto, tienen dos características fundamentales: ser los desposeídos y contribuir activamente a que este estado de cosas termine. En un primer momento se les desposee, pero en un segundo toman conciencia de este hecho y se organizan para recuperar su dignidad. Para estos pobres es para quienes debe haber una opción preferencial. La Iglesia debe tomarse con absoluta seriedad y radicalidad esta tarea, determinando en primer lugar quiénes son los pobres, y quizá no sólo localísticamente -aunque también-, sino a nivel mundial. Porque ellos son en definitiva, por ser víctimas, la verdad del mundo. Optar preferencialmente por ellos no es una frase retórica. Tiene que significar que yo, ante todo, me preocupo y dedico mi vida y mi tarea a que esta situación termine.

2. Acompañamiento al pueblo en su lucha por la justicia y la liberación

La opción preferencial por los pobres, sobre todo cuando los pobres son la mayoría, lleva necesariamente a luchar con ellos por lo que son sus derechos fundamentales. Puebla decía: «Los pobres, también alentados por la Iglesia, han comenzado a organizarse para una vivencia integral de su fe y, por tanto, para reclamar sus derechos.» Gran texto éste, poco citado a su vez. "También", significa que ya lo estaban siendo por otros; a , porque sin organización no hay posibilidad de salir de esa situación; una "vivencia integral de su fe", significa que lo otro era parcial; "por tanto", alude a que la consecuencia de esa vivencia de la fe lleva a "reclamar sus derechos". Todo va a estar en cómo se reclamen, así que hablemos un poco de esto. Supongo que hay que decir que sea de una manera efectiva, porque reclamar para nada no tiene sentido. ¿Cómo podríamos ser una Iglesia de los pobres si se les abandona o no se contribuye a su lucha por la justicia y la liberación? No hacerlo sería probar la falsedad de las palabras con la verdad de los hechos. Y sin embargo, en este punto, se multiplican las dificultades en contra de la presencia del pueblo de Dios en las luchas populares. La razón que se da -hablo de mi situación y de ella respondo- es la siguiente: toda lucha de este tipo suena a lucha de clases, y eso ya es malo; toda lucha de clases es violenta, y eso es peor; toda lucha de clases suscita odio, división entre las gentes, y eso es anticristiano; toda lucha de clases es propiciada por el marxismo y lleva en definitiva a la dictadura del proletariado, que es otra forma de mal. Y como no se ve otra manera de participar en esas luchas, que en estos países tendrían que ser necesariamente revolucionarias porque a nivel de estructuras una minoría está dominando a la mayoría, parecería que la Iglesia no tiene lugar en ese trabajo. Me gustaría discutir cada una de estas proposiciones, pero no hay tiempo para ello. En principio no hay por qué suponer que, en todo el mundo, una lucha por la justicia tenga que ser una lucha de clases, ni que tenga que ser violenta y armada, ni que tenga que terminar en una solución marxista. En nuestro caso concreto, el pueblo salvadoreño "respondió" a la violencia con una lucha armada y sigue respondiendo así. La secuencia de los hechos fue como sigue: Una primera violencia estructural donde todo el poder sirve para que una minoría se aproveche de todos los recursos nacionales. Frente a este dato, una primera respuesta de índole democrática en la que, a través de un proceso electoral (en 1972 y 1977), tratan de llegar al poder unos partidos políticos más cercanos a las mayorías populares En ambas ocasiones se producen dos enormes fraudes electorales para que la clase dominante, a través de un partido fantasma y sobre todo de los militares, se mantenga en el poder. Al ver que la salida democrática es imposible, se inicia otro tipo de solución: la de las organizaciones populares revolucionarias. Se piensa que en situaciones como las de El Salvador, Guatemala, etc., no hay otra solución que la de organizar al pueblo para la toma del poder. Hay un largo período donde el tipo de violencia no es todavía armada. Consiste en movilizaciones populares, huelgas, tomas de embajadas... Cuando el poder establecido ve que el pueblo va adquiriendo una fuerza capaz de derrocarlo, comienza la represión y la matanza sistemática que hasta el momento se eleva -durante los dos últimos años y según cifras bajas y seguras- a más de 30.000 muertos: no de ejércitos que luchan, sino de gente indefensa a quien se saca de su casa y se mata sin más. Como respuesta a la violencia represiva, y no habiendo más caminos, comienza la violencia revolucionaria... Vds. saben que la doctrina clásica de la Iglesia, cuando se da una violencia institucional, continuada, tiránica, y se han cerrado otros caminos, no ve como malo este tipo de insurrección popular que puede tomar caracteres armados. Con unas condiciones, es cierto: que haya posibilidades de éxito y que no se originen mayores males que bienes. Quisiera añadir, ahora, que el sector revolucionario, viendo que por este camino no se avanza rápidamente a la solución del problema, está ofertando negociaciones a la otra parte para llegar a un acuerdo que termine con la violencia, y que es actualmente la otra parte quien no acepta ni quiere la negociación. Esta es la situación ante la que se encuentra la Iglesia y éste el desafío de acompañamiento que se le dirige. Quisiera decirles que una buena parte de ella, y en concreto Mons. Romero, fue acompañando estas diversas fases de la lucha popular: escribió una carta pastoral muy importante sobre las organizaciones populares revolucionarias y defendió su derecho; practicó la denuncia de la represión y la sufrió en su carne; también denunció los actos de violencia injusta que cometieron, a veces los movimientos revolucionarios. No pudo seguir adelante, pero uno puede pensar que su acompañamiento hoy habría consistido en favorecer una solución negociada, como la salida política más prudente y menos dolorosa al conflicto. Todo esto podría discutirse más, pero para terminar este punto quisiera decirles que una Iglesia que no acompañe a las masas populares en sus luchas por la liberación no es una Iglesia que haya hecho la opción preferencial por los pobres. Cuando la lucha, en otros sitios, se plantee de modo distinto, el acompañamiento tendrá que ser lógicamente distinto también.

3. Transmisión de una especificidad cristiana a esas luchas del pueblo.

La Iglesia no tiene por qué ser la propiciadora de una lucha popular, que tiene que surgir del pueblo mismo. Es él quien tiene que autodeterminar el tipo de poder que quiere y cómo conseguirlo. La Iglesia tiene que acompañar esa lucha cuando sea justa y mostrar los aspectos que pueda tener de injusta. Pero su presencia no puede reducirse a esto. Debe aportar a esas luchas su mensaje evangélico, cristiano, que afecta no sólo al interior de los corazones de los revolucionarios, sino también a la situación política que se trata de determinar. No es que pueda decir qué régimen es mejor (a no ser que en sí mismo sea violento e injusto, como es el caso de El Salvador), ya que la configuración político-social de un país corresponde a sus fuerzas sociales; sino que desde su propia utopía del Reino de Dios debe decir qué valores han de darse en la lucha por la conquista del poder y en el establecimiento del mismo. Es un error pensar que basta con ser revolucionario para poder identificar conducta revolucionaria con conducta cristiana. Los revolucionarios, algunos de ellos profundamente sinceros, tienen una característica enormemente cristiana: estar dispuestos a dar su vida por los demás. Es un punto en el que los cristianos tenemos mucho que aprender porque, con toda nuestra fe, no andamos sobrados de valentía a la hora de entregar la vida por los demás. Esta virtud la tenía Mons. Romero, quien sabía que cada palabra que decía le iba acercando a la muerte, como cada palabra de Jesús era un paso más hacia la muerte en Jerusalén. Pero es indudable que a esos revolucionarios les faltan otras muchas cosas que el cristianismo podría aportar para humanizar los procesos de la revolución. Sin pretender agotarlas, quiero fijarme en algunas de ellas, fija la mirada en Mons. Romero, ejemplo vivo de cómo esto se puede realizar. Mons. Romero fue un gran creyente y un gran luchador. Pues bien, nunca podrá demostrarse que fuera movido, en un solo momento, por la envidia, el revanchismo o el odio. Los revolucionarios, a veces, son movidos por esas fuerzas, y un cristiano debe decir en todo momento que un amor comprometido puede ser tan revolucionario o más que cualquier otro sentimiento de esa especie. Sustituir, no sólo en la psicología sino en el movimiento mismo revolucionario, esas fuerzas destructivas por estas otras más constructivas y alentadoras, me parece un aporte típico que pueden y deben hacer los cristianos. Vds. comprenden que en situaciones como las de Guatemala o El Salvador lo más fácil es sentirse lleno de rencor, de odio, de venganza, pero el cristianismo sabe muy bien que esos no son valores humanos y menos divinos y que no necesita ampararse en esas fuerzas para promover un cambio social que vaya hasta el fondo. Un amor, duro si se quiere, un amor comprometido y revolucionario, puede sustituir con creces a esas otras fuerzas. Y es que en todo cristiano debe haber, no odio a una clase, sino amor a la otra. Es decir, es el amor por esas mayorías aplastadas lo que domina en el corazón del cristiano. Si ese amor comprometido tiene que llevarle a la lucha con la otra clase, contra otras estructuras, eso es ya un derivado. Y un amor que nazca, por otra parte, de una gran compasión y una gran misericordia. Ya sé que aludo a dos palabras devaluadas en la política y los compromisos actuales, pero aquello de Jesús: «tengo compasión de este pueblo», es un sentimiento profundamente cristiano, profundamente revolucionario y también profundamente moderador de excesos posibles. Porque el que tiene misericordia de lo que está pasando, compasión del pueblo, no le lleva a un sacrificio sin sentido. No está impulsando a la gente a que se mate y el día de mañana triunfe mi organización o partido. En el cristianismo debe haber un gran amor a la gente oprimida y un gran cuidado para que realmente salga adelante. La Iglesia sabe muy bien que su peligro, su gran tentación está en anteponerse a sí misma al Reino de Dios. Una Iglesia que no mida las cosas en función suya (esta ley, este movimiento, ¿me viene bien a mí?) sino del pueblo (¿le viene bien al pueblo, está hecho desde y para las mayorías populares?) está en condiciones de decirles muy claramente a los revolucionarios: no pongan por delante al pueblo y piensen, sin más, que lo que es bueno para su organización es bueno para el pueblo. Otro aporte importante será el de una . El cristianismo, naturalmente, tiene que enfurecerse con el pecado, con la injusticia estructural. Misericordia, como en el caso de Jesús, no significa pasividad, falta de cólera, la cólera de Dios en el A. y NT. Pero incluye una gran dosis de esperanza. Se enfurece (existe una cólera santa, lo mismo que otros hablan de una prudencia santa), quiere cambiar la situación, pero no se queda en eso. Ve el pecado, ve la cruz y al pueblo crucificado, pero ve también la resurrección. Ve la utopía del Reino predicado por Jesús y sabe que eso no sólo no puede fracasar definitivamente, sino que tiene que hacerse presente entre los hombres de una u otra manera. La permanente esperanza que tiene que anunciar el cristianismo no es necesariamente optimismo, sino un espíritu cuyas tres palabras claves son fe, esperanza y amor. Désele una explicación teológico-espiritual, sociológico-estructural o psicológico-personal, ése es el espíritu del que están muy necesitados estos movimientos y, en casos tan desesperados como el tercer mundo, haciendo hincapié en la esperanza.

4. La persecución.

Brevemente. La opción preferencial que lleva a acompañar al pueblo en sus luchas de liberación y a introducir el espíritu cristiano en ellas, no puede tener, en este mundo actual, más que una respuesta: la persecución e incluso la muerte. Por eso, una Iglesia que no sea perseguida, es una Iglesia que, o no vive en un mundo de pecado o no le responde como debiera Y así como decía al principio que si no hay opción preferencial por los pobres no hay Iglesia de Jesucristo, si no hay persecución -de la índole que sea y por causa del Reino y de la justicia, no por otras causas- es que no hay verdadera Iglesia, Iglesia santa. Lo que nos están mostrando algunas Iglesias latinoamericanas es que por estar con las clases populares están sufriendo tremendos sacrificios. Les desafío a que lean los cuatro o cinco libros de Mons. Romero, sus cartas pastorales, y me dirán qué hay en ellas que no sea auténtica y puramente cristiano. Y, sin embargo, fue asesinado: afortunadamente en el altar, para significar lo que él era y por qué se le perseguía. A esto contestan algunos inmediatamente que se le perseguía porque se metía en política. Yo siempre digo que no necesitamos meternos en política, que estamos dentro de ella. Lo más que cabría preguntarse es cómo salirse de ella. Y cómo va uno a salirse de la opción preferencial por los pobres, cómo del compromiso con esa gente cómo de la muerte de 30.000 personas asesinadas en dos años, cómo de la miseria, el hambre, la violencia... ¿Cómo va Vd., cristiano, a salirse de todo eso? La persecución es una característica de la Iglesia santa y uno tiene que preguntarse por ella. Termino ya. Las Iglesias de L.A. interpelan, no sé si a la Iglesia española o a la alemana, a quien las quiera mirar, en esta cuádruple dirección: ¿hay en su Iglesia una opción preferencial por los pobres?, ¿hay en su Iglesia un acompañamiento real a las luchas que realmente sean de liberación de las mayorías populares?, ¿hay un esfuerzo para que la teología y la pastoral se metan dentro de esos movimientos y traten de cristianizarlos?, ¿ hay un factor profundo, importante, de persecución? Lo único que quisiera -porque eso de interpelación suena muy fuerte- son dos cosas: que pusieran Vds. sus ojos y su corazón en esos pueblos que están sufriendo tanto -unos de miseria y hambre, otros de opresión y represión- y después (ya que soy jesuita) que ante ese pueblo así crucificado hicieran el coloquio de san Ignacio en la primera semana de los Ejercicios, preguntándose: ¿qué he hecho yo para crucificarlo?, ¿qué hago para que lo descrucifiquen?, ¿qué debo hacer para que ese pueblo resucite?