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PEREGRINOS

Lucas 2, 6-7

Silvia CANTO CELIS


 

 

El frío calaba los huesos, como cada invierno, la temperatura por la noche era casi de cero grados en la ciudad norteña.

El recinto de la cena, en vísperas de la navidad, estaba lleno de las personas que había invitado el gobierno con sentido humano.

Ahí estaban el gobernador y su esposa, el alcalde de la capital del estado y su esposa. Ambas damas, líderes del desarrollo integral de la familia en los respectivos niveles gubernamentales, así como miembros prominentes de grupos católicos con labor social, se dieron cita en el evento decembrino.

En el recinto también estaban los empresarios de los refrescos embotellados. También acudieron a la invitación los empresarios del carbón, del estroncio, del nuevo sistema de explotación a tajo abierto, de los minerales que el estado norteño guarda en sus entrañas. No podían faltar los empresarios dueños de las ahí llamadas pequeñas propiedades, heredadas de los herederos que se distribuyeron las tierras expropiadas a los herederos del Marqués de Aguayo.

Los invitados acudieron a escuchar al nuevo obispo y el mensaje navideño que tenía para ellos. Y para ellas también. Porque en esta ocasión empresarios-políticos, políticos-empresarios y políticos-magisteriales expresaban descaradamente que eran católicos de la Iglesia Romana. Eso lo tenían que demostrar con esposa incluida.

Como ocurre con todo obispo, que se precie de serlo, llegó tarde. Pero eso no importaba mucho, ya que los aperitivos y las conversaciones políticas entretenían a la concurrencia. Además la música de violines, la soprano y el tenor ponían a tono el vino, el whisky o el coñac que ya todos tenían en la sangre.

El obispo, de baja estatura y profundo conocimiento de realidades humanas, llegó vestido con su hábito cotidiano. Subió al podio y se disculpó arguyendo - ¿algo más podría retrasarlo? - que la misa de la catedral se extendió más de lo esperado.

Detrás de él, llegó su chofer, de nombre apostólico – ¿habría algún otro nombre digno del chofer de un obispo? – y le entregó el documento del discurso que había olvidado en su automóvil.

Abrió su exhortación saludando cálidamente a las mujeres, pensó que más que esposas, muchas veces son más mujeres esposadas al dinero y al poder del marido. El obispo de baja estatura expresó la importancia de actuar éticamente en una sociedad de altos contrastes, de una inequitativa distribución de la riqueza, sobre todo ellos y ellas que ocupan los primeros puestos, tenían una alta responsabilidad de concretizar proyectos a favor de los llamados sujetos emergentes.

Los empresarios-políticos, políticos-empresarios y políticos-magisteriales así como sus respectivas esposas escuchaban con atención al nuevo obispo traído del sureste por estrategias vaticanas. De tanto en tanto lo interrumpían con aplausos, actitud propia del político partidista que rinde pleitesía a su líder.

“Aunque llevo varios meses en la diócesis, prácticamente estoy llegando del sureste. Hermanos, deseo hacer una gira para conocer a fondo esta extensa diócesis que el papa tuvo a bien encomendarme” expresó el obispo, enfundado en su habitual vestimenta conventual.

Tomó un sorbo de agua, llevaba una hora desarrollando sutilmente los puntos de su pastoral social. “No quisiera extenderme más, ya que la cena está a punto. Lo veo en los ojos del jefe de meseros y de la encargada de la cocina”, dijo con sonrisa paternal el obispo de baja estatura. Continuó diciendo: “Sólo que antes de bajarme de este estrado quisiera pedirles un favor. Venía de camino y afuera de la catedral me encontré a una familia de indígenas. Ella está embarazada, tal vez está en sus últimos quince días para dar a luz. El marido es artesano pero se lastimó el brazo y en este momento no puede trabajar. Ellos van de camino al norte. El favor que quiero pedirles es que alguien de los aquí presentes los pueda hospedar en su casa durante un tiempo, breve, mientras el hombre sana el brazo y tal vez la mujer se alivia”.

Hubo un silencio. Por segundos nadie se movió mirando con asombro y casi con sentimiento de indignación al obispo aquel, venido del sureste con ideas demasiado sociales.

“La mujer y el hombre hablan un poco de español. Sólo les pido que los puedan hospedar por un breve tiempo en su casa” insistió sereno el obispo.

Hubo un murmullo breve de una pareja joven, que cortó el silencio que comenzaba a sentirse pesado.

La mujer se levantó y expresó: - Señor, en nuestra casa se puede hospedar la familia. Sólo tenemos el inconveniente que no vivimos en esta ciudad, somos del estado vecino.

“El estado es lo de menos, lo importante es que tengan una casa que los reciba de corazón” contestó el obispo y le pidió a su chofer que trajera a la familia.

El chofer entró en el recinto con José y María, piezas artesanales talladas en el estado del sureste. Y el obispo entregó esta familia a la joven pareja del estado vecino que esa navidad los hospedaría en su casa.

 

Silvia Canto Celis

México

 


 



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