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PATRIA AJENA

Lucas 15, 31-32

Sergio MONTES


 

 

Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado." De la parábola del hijo prodigo, Evangelio de San Lucas

 

Parecía cansado y realmente lo estaba, había pasado el día caminando por calles sin fin y a esas horas de la noche ya lo invadía la pesadez de los años, tendría unos cincuenta años; bien gozados me dijo, pero en aquel Abril caribeño se le acumularon siglos en su memoria, difusos rostros eran algunos de sus parientes, el olor del mar ya no deambulaba en sus neuronas y el casco histórico de su ciudad natal era solo un viejo recorte de periódico naufragando en el bolsillo de su pantalón.

En la balsa tuvo miedo, me contó lo difícil que fue encontrar materiales para hacerla y sobre todo quien se animara a dirigir semejante expedición, aun así en la madrugada de un Domingo de Noviembre, bajo el amparo de una luna espléndida y en compañía de al menos doce personas zarpó en busca de los sueños atormentados, trasnochados, transgredidos, mutilados, cercenados en verdes estados.

Le ofrecí una cerveza para acompañar la improvisada cena, no la aceptó, me comentó que hacía ya nueve años que no tomaba alcohol y no por principios mas bien porque en su juventud trató de acabar con todo el ron de la isla y casi lo logra, de no ser por una complicación en uno de sus órganos vitales. Siguió con su alegría al mirar tierra, diez días en el mar es demasiado tiempo aun para el, les sorprendió la ausencia de guardias, la tristeza de las casuchas y los botes de pesca mas descuidados que el medio que les servía de transporte, fue hasta la noche que se dieron cuenta que el rumbo se extravió, sinceridad tardía del mulato capitán al confesar que del mar conocía poco mas que los peces.

Era la primer comida de ese Viernes después de una semana dura, pensó que sería la ultima, fue así que me hablo de sus hijos, eran cuatro y ninguno sabía de su proyecto, no les había participado porque los conocía demasiado para pedirles permiso, eran mayores ya y no lo necesitaban, trabajaban y Vivian en áreas tan distintas como las personas que empezaba a conocer en aquella pequeña ciudad.

Hablamos de todo, a mi me interesaba hablar de aquella su tierra y el necesitaba hablar de ella, quizás para que el oxido del tiempo no carcomiera su melancolía, lo cierto es que Nicolás Guillen y el mismo Martí me deleitaron con su prosa, me habló de la época distante de aquel Argentino al que no conoció pero que su padre se gloriaba de haberle dado la mano, de la multitud de tejas ensombrecidas por las centurias, de aquel mar furioso contándole sus secretos, las tranquilas pero inteligentes notas de la trova y hasta el mismo Compay asomó en su nostalgia.

Creo que ya era medianoche cuando guardo silencio, era descubridor de muchas cosas y a lo mejor quiso compartir una, que le estaba doliendo, que no lo dejaba dormir tranquilo en el estacionamiento del supermercado, una verdad que asomaba en el universo que componía su tristeza. Tienen de todo, hizo una pausa meditada; pero unos pocos, sentenció, en ese momento no le presté mucha atención, comenzaba a pensar en la obligada madrugada del día siguiente y no atendí al vació que en su corazón se formó.

Con el paso de los días, intransigentes en los recodos de mis recuerdos, me fui convenciendo que aquel encuentro no era pedazo de una historia, anécdotas rotas en la fragilidad del dolor, componían un todo, enlazaban miles de años del pasado colectivo de esta humanidad, anécdota imperecedera de aquellos que la historia transformo en pródigos, ajenos en lo suyo, expropiados del amor, robados de pasado, deseando las migajas del pastel mal repartido por los dioses terrenales. y de igual manera, por eso de las casualidades de esta vida lo vi por segunda y quizás ultima vez, retomamos donde dejamos las memorias pasadas, terminamos de tararear una que otra canción, pintamos de azul intenso los sueños Habaneros de Hemingway, bailamos un rato en El Tropicana poco después de haber regresado del paseo obligado en Santa Clara y ya cansados de sus recuerdos, descendimos aquí, bajo la roja sombra de la pizzería gringa que lo atormentaba con su aroma, levantó la voz en un intento fallido de terminar con la nueva opresión, la de los medios, la de economía de mercado, la de TLC, la de capitales extranjeros, la de hamburguesas payaso, disparó contra todo en un combate cuerpo a cuerpo contra aquello que vino a conocer en esta temporal tierra, aprovecho su formación matemática y arremetió con innumerables cálculos, de una fuente muy confiable; la suya, de la experiencia hija del permanente andar en los barrios, colonias, caseríos, aldeas, cálculos donde sumaba miseria a toda hora, pies descalzos, basura allanada por cuadrillas multifamiliares, oscuros seres atormentados por la existencia, todo en contraste con las figuras que ingresan al neon de la ciudad, llamados en los periódicos sociedad, los que viajan sentados, los que podían comprar de todo lo que el comercio ofertaba, los que educan hijos en lenguas extranjeras, son muy pocos, hizo eco en la frase inconclusa del Viernes que lo conocí, ya con la voz destrozada por la tristeza, derrotado en su inútil guerra, abatido por la realidad, me reveló que nuestro futuro tiene cita con el pasado, que corremos enloquecidamente hacia el abismo de nuestras convicciones.

A pesar de que el tiempo me hundía en los tejidos de la realidad cotidiana, creando la más ilusa de las justificaciones, también el tiempo no olvida, se aferra a sus creencias, me encontró sin el traje del día, sin la faceta del ciudadano que camina a la fabrica, sin el caparazón de cordura que inhibe la meditación, así me sentía la noche en que al llegar a casa descubrí el amarillo sobre en la verja, supe que era de él por la alegría de sus letras, me contaba de su regreso, de la tranquilidad que emborrachaba su corazón, de la felicidad de sus hijos al volver, al saberlo vivo, al tenerlo cerca, de los amigos a los que aun les suplicaba perdón por haberse ido pero que se entretenían escuchando su renovado arsenal, me hablaba de su país como si lo acabase de conocer, emergiendo en sus relatos los siglos de su ausencia y en medio de todo la agradable sensación de saberlo en casa, de creerlo en paz consigo mismo, de creer que estaba muerto y ahora tenia vida plena, de creerlo aquí perdido y hoy, vuelto a encontrar.

 

Sergio Montes Alberto

San Pedro Sula - HONDURAS

 


 



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