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EL BUEN SAMARITANO

Lucas 10, 25-37

William Oliverio CORTEZ BILBAO


 

 

Era una de las clínicas mas respetadas de la ciudad los doctores iban y venían, semejando palomas blancas de la paz, batiendo sus alas al viento, así parecían sus mandiles en todos los pasillos. En ella se resolvían muchos casos desde los más graves hasta los más sencillos, su reputación como templo de la curación había sido ganada en base de esfuerzo y organización. Los galenos eran hombres muy preparados, especialmente el dueño, quien realmente era un gran médico, muy preparado, especialista cirujano. La musa de la sapiencia lo había dotado de excepcional talento para las intervenciones, el sanaba, curaba y restauraba con increíble facilidad todos los que llegaban a la clínica confiaban en el más que en ninguno.

Pero tenia una debilidad, tan increíble clínica, solo los adinerados acudían a ella, o los que pertenecían a alguna organización afiliada a la misma. No atendía a gente pobre, a gente que no podía pagar.

A la entrada de la gran puerta de vidrio, rezaba un cartel que decía,

CLINICA PRIVADA NO ATENDEMOS SIN PAGO POR ADELANTADO

NO INSISTA

Entonces muchos nunca se acercaban, los pobres, claro está. Pero a veces el destino y la vida y Dios tiene raras formas de dar lecciones y algunas sin vuelta atrás.

Un atardecer en que el hermano sol caía de cansancio por el poniente y la hermana luna se preparaba blanca, muy blanca, ella, para pasar una noche insomne a lado de sus protegidos de la gran ciudad. El buen doctor estaba de turno, se mostraba como siempre seguro muy seguro en los casos que atendería. Y como siempre , como siempre ganaría un buen dinerito.

Esa noche la blanca luna y el destino, destino, le jugarían una jugada.

Llego hasta él , hasta la clínica un caso de urgencia. Las enfermeras conversaban con un grupo de vecinos que insistían en ingresar al accidentado, Se acerco una señora de humilde vestir y le dijo doctor ,por favor sabemos que ustedes es un muy buen doctor y como dueño de la clínica le rogamos que atienda a este muchacho, calles arriba lo encontramos, lo atropelló un carro esta muy mal herido.

El gran, gran medico lo vio de lejos, el paciente estaba ensangrentado vestía un blue jeans y tenis rotos una polera blanca embarrada, y el buen, buen doctor les pregunto. ¿Y quien es el padre o la madre?...

– ninguno doctor nosotros lo trajimos porque esta clínica es la más cercana,...- ¡AH¡ ¿ninguno de ustedes es el responsable? , ¿pertenece a alguna institución?... -No lo sabemos doctor-, le contestaron, -pero como un acto de bien. por favor doctor atiéndalo que nosotros ubicaremos a sus padres para que se hagan cargo de él. El buen doctor negó rotundamente, ¡No! Si no tienen con que pagar no lo puedo atender esta no es una institución de beneficencia ¡no saben leer! – con el dedo índice al cartel-.

Los buenos ciudadanos salieron en el instante del nosocomio apurando el viaje hasta otra clínica mas lejana donde pudieran atenderlos, sin antes decirle -que malo es usted doctor-, -que dios le perdone....

AH! Lunita, lunita , eres testigo de los casos mas atroces y fieros de esta ciudad nunca me abandones cuando me encuentre entre tus albores, mas bien dame platita y tu cobijo y acompáñame sanito hasta mi puerta, querida lunita.

El buen doctor ya en su casa repantigado después de un laborioso día de trabajo esperaba la deliciosa cena de las manos de su mágica cocinera . Ya vendrían su esposa y su hijo del bullicio de la calle. Pero en par recibió una llamada, urgente y en el auricular. El policía diligente, le informaba que su hijo había muerto en un terrible accidente:

- Señor le dijeron - pudo salvarse su hijo, pues unos vecinos le ayudaron después que un carro lo atropelló y lo condujeron a una clínica de nombre. “El Buen Samaritano” pero se negaron a atenderlos el cirujano de la misma no quiso hacerse caso, dizque porque no tenia plata. El niño fue atropellado en su bicicletita cuando iba, dicen: a darle una sorpresa a su Papa y murió cuando no pudieron llegar a tiempo a otra clínica-.

-Usted señor debe venir a la morgue a reconocerlo, pues su identificación estaba en sus pantalones-.

En el patio de su bonita casa, muy bonita, a la luz de la luna blanca muy blanca se oyó un grito ahogado de dolor ¡Nooooo! ¡perdoname señor!...¡Perdoname Dios mio!

 

William Oliverio Cortez

Bolivia

 


 



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