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La memoria y la espera

María BAFFUNDO


 

 

La cama primorosamente tendida, la ventana abierta deja entrar el fresco de la mañana. Sobre la cómoda lugar de recuerdos; fotos, estampas, objetos que como al descuido hablan de presencias.En la mesa de luz, un despertador que monotonamente y sin fallar anuncia el paso de las horas.

Las paredes y sus pósters, las sillas con ropa, los rincones del cuarto dejan entreveer una juventud recién estrenada, dónde la adolescencia marca aún sus preferencias.

El pequeño escritorio repleto de libros, con las hojas rotas, algunos tan deteriorados, sin poder reconocerlos... solo esta nota rompe la armonía.

¿Cuantos años han pasado? ¿15? ¿20?, no, ¡26 años!, el 13 de junio de 1978 parece tan cercano y tan lejano a la vez. Aquella noche, en las que las mal llamadas “fuerzas del orden” irrumpieron en esa habitación para llevarlo a declarar.

La historia en el país, ha continuado, pero en esta familia se ha detenido. En la mesa su lugar es respetado, el plato, los cubiertos, la servilleta, descansan en ella cada día y al terminar el almuerzo o la cena, como en un ritual, ocupan su espacio en el armario. ¿Cómo explicar a su madre que ya ha pasado mucho tiempo y es inútil esperarlo por las noches? ¿Cómo decirle a su padre que alguien puede usar la Vespa del garaje porque su hijo no volverá para pasear en ella?.

¿Cómo decirle a sus hermanos que no guarden rencor al hermano ausente, cuyo recuerdo les quitó la niñez, la adolescencia, la juventud y cambió para siempre los afectos familiares?

Han pasado tanto en estos años!!!... Al principio las idas y vueltas a la comisaría, a la jefatura, al Ministerio... los recorridos interminables por los hospitales... las experiencias traumáticas en la morgue frente a decenas de cuerpos mutilados...

Los vecinos... algunos preocupados, solícitos al dolor ajeno; otros que cerraban su su casa a cal y canto para no mezclarse con los subersivos. Las llamadas anónimas que se sucedían sin encontrar al responsable, la sensación de que continuamente estaban tras de ellos con ojos invisibles buscando la oportunidad de darles caza.

Las visitas inesperadas de la policía buscando indicios, huellas incriminatorias; la presión en la escuela a los más pequeños que los obligaba a deambular año a año por diferentes centros educativos.

Desde aquella noche fue inútil todo esfuerzo propio o ajeno por recuperar la alegría...la familia se encerró en un mutismo tal que la fue alejando de su vida social.

No más salidas el fin de semana, no más cumpleaños de familiares o amigos, no más fiestas en el barrio, NO, NO, esa palabra comenzó a ser cotidiana para Gabriela y Andrés, los más pequeños, y han visto derrumbarse por arte de magia su vida.

Lucía y Juan han envejecido mucho y luego de estos 26 años no quedan más lágrimas, más fuerzas, más motivos para la lucha. En este tiempo se han hecho autómatas que repiten gestos aprendidos y sin sentido... tener el mate pronto en las tardecitas de invierno, respetar el sillón favorito de mimbre junto a la tele, limpiar fotos, trofeos, recuerdos del ausente.

Fernando no está físicamente, es un desaparecido; pero su presencia-ausencia aún duele y sangra en el dolor de los que quedaron. Hasta ahora no han podido llorar su muerte, porque no es reconocida oficialmente como tal; no han podido visitar su tumba para alivianar frente a ella el sufrimiento por no tenerlo cerca; sus restos si es que existen no les pertenecen.

Y hoy a tantos años de ese 13 de junio del 78, el gobierno de turno anuncia a viva voz por todos los medios de prensa la apertura de nuevas investigaciones sobre los restos de los detenidos-desaparecidos durante la dictadura.

Historiadores, antropólogos, forenses, expertos en genética, médicos, políticos y tantos más se han sumado en esta tarea; se quiere buscar la verdad, saber, indagar, acusar, hacer justicia, llegar a las últimas consecuencias...

Y frente a este nuevo proceso iniciado en el país, en la casa de Lucía y Juan, todo sigue igual, las noticias se oyen en la vieja radio sin ser “escuchadas” en su verdadera dimensión, ¿qué de nuevo podrán aportar a esta familia?.

Gabriela vagabundea desde hace tiempo sin rumbo por diferentes trabajos, sin hallar “el lugar”, el ambiente y las personas que la ayuden a encontrarse con lo mejor de sí misma y vivir feliz.

Andrés, con su adicción a las drogas y al alcohol, ha pasado ya por varios centros de rehabilitación, que no han logrado sacar fuera, la rabia y represión contenida de este hombre.

Juan y Lucía, aún se encuentran frente al televisor compartiendo el mate de cada tarde, y sin cruzar palabras que los delate, alimentan en el silencio la espera; mientras de vez en cuando, movido por las corrientes de aire que a veces se cuelan en la casa, el sillón hamaca de mimbre que está en el rincón tiene pequeños movimientos y crujen las maderas...

Y en un rincón olvidado del batallón militar, cubierto por pasto, tierra y una capa de cemento que lo hacen irreconocibles y ha carcomido los huesos, descansan los restos de Fernando, también esperando, esperando dar a luz parte de una historia que nunca se debe olvidar.

 

María Baffundo

Uruguay

 


 



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