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En busca del arca de Noé

2007-04-27


  El memorándum del encuentro Bush-Lula, en marzo, acerca de la producción de etanol y de biocombustibles no deja de causar preocupaciones en los medios del pensamiento ecológico. El Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) dejó claro que la Tierra está buscando aceleradamente un nuevo equilibrio con el aumento de su temperatura, lo que puede provocar un verdadero trastorno en los climas mundiales, una devastación de la biodiversidad y el riesgo de desaparición de millares y millares de seres humanos. Esta situación alarmante está suscitando nuevas responsabilidades en los gobiernos del mundo entero, tratando de encontrar adaptaciones y estrategias para aminorar los efectos nocivos. Por todas partes se oyen voces que hablan de la urgencia de una central mundial de poderes para hacer frente colectivamente a los problemas mundiales, y también de la necesidad de una revolución real en los modos de producción y de consumo. De lo contrario, podremos experimentar todavía en este siglo el mismo destino que los dinosaurios. Después de reinar soberanos durante 133 millones de años sobre el planeta, desaparecieron hace 65 millones de años, incapaces de adaptarse al nuevo estado de la Tierra provocado por la caída de un inmenso meteorito rasante, probablemente en el Caribe.

En el memorándum Bush-Lula se busca una alternativa al modelo energético dominante, pero no una alternativa al tipo de sociedad, que sea menos energívora y más respetuosa para con la Tierra. Lo que ambos buscan es un arca de Noé que pueda salvar el sistema imperante. Ahora cabe preguntar: ¿Puede y merece ser salvado este sistema? ¿No es él quien, con su voracidad para explotar de forma ilimitada todos los recursos de la naturaleza, es el principal responsable del calentamiento planetario? Sobre esto el IPCC no dice ni una palabra. Cálculos minuciosos revelaron que el sistema dominante y mundializado, movido a base de petróleo y con una economía de competición y no de cooperación, sólo funciona satisfactoriamente para apenas 1.600 millones de personas. Y sucede que somos cerca de 6.500 millones. ¿Qué pasa con los demás? Edward Wilson, el gran especialista de la biodiversidad, en El futuro de la vida, dejó claro que si quisiéramos universalizar el bienestar de los países industrializados, deberíamos contar con otros tres planetas Tierra iguales a ésta. Nuestro modo de vivir no es, pues, sostenible. Ahora, con los cambios climáticos, ha llegado a su fin, en el doble sentido de fin: realizó sus potencialidades (fin como objetivo alcanzado) y también llega a su fin (fin como muerte), condenado a desaparecer.

Por lo tanto, lo que está en juego no es una alternativa al modelo energético, sino una alternativa al modelo de producción y consumo, en una palabra, una alternativa de civilización. ¿De qué sirve rediseñar todo el mapa productivo brasilero para mantener el viejo sistema, si éste ya tiene los días contados? Sobre este punto el memorándum Bush-Lula no hace siquiera una sola alusión.

Los que están llamados a formular alternativas al sistema no son tanto los técnicos y los economistas, sino los pensadores que proceden de las ciencias de la vida y de la Tierra, portadores de un nuevo sueño capaz de construir un arca de Noé que incluya realmente a todos y no sólo a algunos. El reloj corre en contra nuestra. Sería deseable que en el gobierno Lula hubiese, como hay en otros países, una central para pensar esta crisis sistémica y sus posibles salidas salvadoras. Junto con tantos amantes de la Tierra, aquí dejamos este desafío.

 

Leonardo Boff




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