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¿Y Dios en todo esto...?

2005-01-07


  Ante la convulsión elemental de la naturaleza en el sudeste asiático con millones de víctimas, especialmente de inocentes, no son pocos los que, angustiados, se preguntan: ¿Y Dios en todo esto...? ¿No es Dios bueno y omnipotente como anuncian las religiones? Si es omnipotente, todo lo puede. Si todo lo puede, ¿por qué no evitó el maremoto? Si no lo evitó es señal de que o no es omnipotente o no es bueno. Como dijo un poeta-cantor: si era para deshacerlo, ¿por qué hacerlo?

Desde que el ser humano descubrió la presencia de Dios en el universo y en su vida, esta contradicción representa una llaga abierta. Los teólogos cristianos inventaron la teodicea, es decir, la argumentación que procura eximir a Dios de las desgracias del mundo y explicar el sufrimiento. Y fracasaron rotundamente, porque explicar el sufrimiento no acaba con él, así como leer recetas culinarias no quita el hambre. Por eso entendemos la contundencia de Job, el eterno protestante, contra todos sus «amigos» (y ahí me incluyo a mí mismo como teólogo y a todas las religiones) que querían explicarle el sentido del dolor:«Vosotros no sois más que charlatanes y médicos de mentira. Si al menos callaseis, la gente os tomaría por sabios». Y seguimos sin callarnos...

Ante esta situación desgarradora podemos alimentar, pienso yo, tres actitudes: de rebeldía, de resignación o de esperanza contra todo absurdo.

La revuelta se expresa por la negación. Muchos dicen: Dios no existe y si existiera sería inaceptable, pues tendríamos más preguntas que hacerle nosotros a Él que Él a nosotros. Me negaré eternamente a aceptar una creación de Dios en la cual los niños tengan que sufrir inocentemente. Este cuestionamiento es comprensible y lógico, pero no elimina el mal, pues el mal continúa. Críticos como somos, preguntamos: ¿la razón lo es todo? Dios puede ser aquello que no podemos entender.

Si la rebeldía no da respuesta, ¿tal vez la resignación? Ésta, de manera realista, constata: la realidad está hecha de bien y mal. Es ilusorio buscar la superación del mal, pues bien y mal van siempre juntos como la luz y la sombra. Sabiduría es buscar el equilibrio y aprender a vivir sin una esperanza final. Freud y los sabios del Primer Testamento aconsejan: «acepta el principio de realidad, modera el principio del deseo; acoge lo que te suceda, muestra grandeza en el dolor». Esta actitud es noble, modifica a la persona, pero no cambia la realidad brutal.

La tercera actitud es la de esperar a pesar de todo. Parte claramente del reconocimiento de que el mal es un misterio indescifrable. Está ahí no para ser comprendido sino para ser combatido. Por eso no será una teoría la que le dé sentido, sino una práctica. De ella nace la esperanza de que en todo debe haber un sentido secreto que va más allá del escándalo de la razón. Se manifiesta, por ejemplo, en el milagro de una criatura de tres meses que se salva sobre un colchón que flota sobre las aguas agitadas o en la solidaridad del mundo entero para con las víctimas. La solidaridad no elimina el dolor, y crea la hermandad de los sufrientes, que impide la soledad y la desesperanza. Los cristianos y los budistas dicen: Dios no es indiferente al sufrimiento; Él sufre con el que sufre. En el exilio de la encarnación, gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» La pasión de Dios en la pasión del mundo nos lleva a creer que la esperanza tiene más futuro que la brutalidad de los hechos. Él prometió que «no habrá más llanto, ni luto, ni muerte porque todo eso habrá pasado». Mientras tanto, el misterio continúa siendo misterio, ¡y cómo duele!

 

Leonardo Boff




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