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Guerra y ética

2003-02-23


  Toda guerra es perversa porque viola el mandamiento de la ética natural: "no matarás". Pero se presentan problemas: Cuando un país es agredido por otro, ¿qué debe hacer? ¿Tiene derecho a usar las armas en defensa propia? ¿Cómo deben comportarse los gobernantes de los pueblos que asisten a la limpieza étnica de minorías por parte de dictadores sanguinarios que violan sistemáticamente los derechos humanos, eliminando a sus opositores? ¿Es válido alegar el principio de no-intervención en asuntos internos de los estado soberanos y asistir pasivamente a crímenes contra la humanidad? ¿Cómo reaccionar al fenómeno difuso del terrorismo que puede utilizar armas de exterminación masiva y ocasionar millones de víctimas inocentes? ¿Es legítima una guerra preventiva contra esto?

Estas cuestiones éticas ocupan mentes y corazones en los días actuales. Para no desesperarnos tenemos que pensar. En todo el mundo, dada la estrategia de los Estados Unidos de usar la fuerza para defender sus intereses globales, se ha generado un debate extremamente serio. Se destacan varias posiciones. Un grupo sostiene la tesis de que, dada la capacidad devastadora de la guerra moderna que puede comprometer hasta el futuro de la especie y de toda la biosfera, ya no hay ninguna guerra justa (ius ad bellum). Otro grupo afirma que puede haber una guerra justa, la de "intervención humanitaria", pero limitada a impedir el etnocidio y los crímenes de lesa humanidad. Un tercer grupo, representando al stablisment global, reafirma: hay que recuperar la guerra justa como autodefensa, como castigo a los países del “eje del mal” y en prevención de un ataque con armas de destrucción masiva.

Hagamos el juicio ético de estas posiciones: en las condiciones actuales toda guerra representa un riesgo altísimo, pues disponemos de una máquina de muerte capaz de destruir la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio injusto. Dentro de una política realista, una "intervención humanitaria" limitada es teóricamente justificable si cumple dos condiciones: que no la decida ningún país por su cuenta, sino la comunidad de las naciones (ONU) y que respete dos principios básicos (ius in bello): la inmunidad de la población civil y la adecuación de los medios (no pueden causar más daños que beneficios). La fuerza empleada como autodefensa no la convierte en buena, pero se justifica dentro de la estricta adecuación de los medios. La guerra de castigo contra Afganistán, basada en la venganza, no es defendible. Sólo alimenta la rabia, caldo de futuros conflictos. La guerra preventiva contra Irak, es ilegítima porque se basa sobre lo que no existe todavía y tal vez nunca suceda. No existe ningún tipo de derecho que le conceda legitimidad por ser subjetiva y arbitraria.

Todo esto vale teóricamente, pues es importante aclarar posiciones. Sin embargo en la práctica se ha demostrado que todas las guerras, incluida la de “intervención humanitaria”, no observan los dos criterios de inmunidad de la población civil y de la adecuación de los medios. No se hace distinción entre combatientes y no-combatientes. Para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura, causando muchas muertes de inocentes (98%). Las consecuencias de la guerra perduran por años y hasta por siglos, como en el caso del uranio empobrecido.

La guerra no es solución para ningún problema. Debemos buscar un nuevo paradigma, a la luz de Gandhi y de Luther King Jr., si no queremos destruirnos: la paz como meta y como método. Si quieres la paz, prepara la paz.

 

Leonardo Boff




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