Democracia auténtica: economÃa ética
No hay «demo-cracia» si gobierna el mercado
Adela Cortina
El fracaso de la economÃa vigente es palmario. Persisten el hambre, la
pobreza y la exclusión, aunque hay medios más que suficientes para
erradicarlas. Pero también es evidente la insatisfacción que produce el
actual funcionamiento de las democracias, porque ni están al servicio de
todas las personas ni los ciudadanos se sienten protagonistas de la vida
polÃtica.
Es urgente crear otra economÃa, una economÃa ética, y dar cuerpo a
democracias que respondan con los hechos al nombre que llevan. Para
hacerlo no hay que huir de este mundo, sino exigirle que la economÃa
cumpla las tareas por las que dice legitimarse, y que las democracias se
conviertan en auténticas democracias. Eso se consigue intentando
detectar lúcida y cordialmente las tendencias que es preciso reforzar,
sugiriendo desde ellas caminos nuevos, y eliminando las tendencias
dañinas.
Es urgente plasmar una economÃa ética, a la altura de las personas y
de la sostenibilidad de la naturaleza. Pero no habrá economÃa ética sin
democracia auténtica. Estos serÃan algunos de los rasgos que deberÃan
caracterizarlas.
1. Una democracia auténtica
La democracia es la mejor forma de gobierno que hemos descubierto.
Según la caracterización más conocida, es «el gobierno del pueblo, por
el pueblo y para el pueblo». Lo cual exige, al menos, tres cosas: 1) Que
esté al servicio de todos los que componen el pueblo sin exclusiones. 2)
Todos los que forman parte de la comunidad polÃtica tienen que ser
reconocidos como ciudadanos. 3) Los ciudadanos, que son los
destinatarios de las leyes, tienen que ser también de alguna manera sus
autores.
Por eso es importante que la democracia representativa se complemente
y se convierta en deliberativa: la ciudadanÃa ha de ser
ciudadanÃa activa, que elige representantes, les pide cuentas y
participa activamente en la vida polÃtica. La ciudadanÃa activa es un
motor de transformación social.
2. ¿Qué es un ciudadano?
Un ciudadano es aquella persona que en una comunidad polÃtica es su
propia señora, no es sierva y mucho menos esclava. Ha de conquistar su
libertad, pero sabe que debe hacerlo trabajando solidariamente con los
demás ciudadanos, que son sus iguales en tanto que conciudadanos y en
tanto que personas. Por eso los valores esenciales de la ciudadanÃa
activa son la libertad, la igualdad, la solidaridad o la fraternidad y
la interdependencia. Esto exige, al menos, crear instituciones que hagan
posible encarnar dos dimensiones de la ciudadanÃa: la social y la
económica.
3. CiudadanÃa social
Es «ciudadano social» aquella persona que ve respetados sus derechos
de primera y segunda generación: libertad de conciencia, expresión,
asociación, reunión, desplazamiento y participación; pero también sus
derechos económicos, sociales y culturales, como son, entre otros, el
derecho al trabajo, a la asistencia sanitaria, a la educación o a la
cultura.
La ciudadanÃa social recoge los derechos de la Declaración Universal
de Naciones Unidas de 1948, una declaración que compromete a todas las
naciones que han firmado los pactos a esforzarse para que se vean
protegidos en todos los paÃses de la Tierra.
Pero es imposible proteger estos derechos, en el nivel local y
global, si quien gobierna no son los ciudadanos a través de sus
representantes y de la deliberación pública, sino un mercado financiero,
opaco y omnipotente, insensible a los derechos y necesidades de las
personas.
Para realizar la democracia auténtica es necesaria otra economÃa, en
que los ciudadanos intervengan. Es necesario hacer posible una
ciudadanÃa económica.
4. CiudadanÃa económica
En algún tiempo se decÃa que las tres grandes preguntas de la
economÃa son: ¿qué se produce, para qué se produce y quién decide lo que
se produce? Y ya entonces era una flagrante contradicción afirmar que
las personas son iguales en tanto que ciudadanas, pero radicalmente
desiguales a la hora de tomar decisiones económicas. Si los afectados
por las decisiones económicas nunca son tenidos en cuenta, hay una
contradicción entre la ciudadanÃa polÃtica, por la que todos son
supuestamente iguales, y la ciudadanÃa económica, inexistente. Siempre
deciden otros qué se produce y para qué, los afectados no son
consultados, con lo cual, en ningún lugar de la tierra hay ciudadanos
económicos. ParecÃa que crear las instituciones que hicieran posible
la ciudadanÃa económica era una de las tareas inminentes para el siglo
XXI. Sin embargo, este proyecto se complicó todavÃa más con la
financiarización de la economÃa. Pasamos de una economÃa productiva
a una economÃa financiera. En ella lo que importa no es quién decide lo
que se produce, sino quién decide dónde se invierte para ganar más, aun
sin producir bienes y servicios.
Ciudadanos y paÃses pasan a depender de los mercados financieros y de
las agencias de rating, y toda posibilidad de ciudadanÃa económica
activa se corta de raÃz. Es necesaria otra economÃa, que tenga
por centro a las personas.
5. La meta de la economÃa: la persona en el centro
La economÃa no es un mecanismo fatal. Es una actividad humana y, por
lo tanto, debe orientarse por unas metas que le dan sentido y
legitimidad social. No sólo la polÃtica necesita legitimación
social, también la necesita la economÃa.
La meta de una economÃa legÃtima consiste en «crear riqueza material
e inmaterial para satisfacer las necesidades de las personas y para
reforzar sus capacidades básicas de modo que puedan llevar adelante
aquellos planes de vida feliz que elijan». La persona tiene que ser el
centro y la economÃa debe colaborar en la tarea de crear buenas
sociedades.
6. Los valores de una economÃa ética
Aunque suele decirse que la economÃa es una ciencia ajena a los
valores morales, que sólo debe preocuparse por la producción eficiente
de riqueza, sin atender a su distribución ni tampoco a cómo esa
producción afecta a la libertad, la solidaridad y la igualdad de los
seres humanos, eso es falso.
Cualquier opción económica potencia unos valores y debilita otros.
Una economÃa legÃtima tenderÃa a erradicar la pobreza y el hambre,
reducir las desigualdades, satisfacer las necesidades básicas, potenciar
las capacidades básicas de las personas, reforzar la autoestima,
promover la libertad.
7. Los Principios de una EconomÃa Inclusiva
Las personas deben ser el centro de la economÃa y de la polÃtica.
Pero las personas no somos individuos aislados, sino seres en
relación de reconocimiento mutuo: llegamos a reconocernos como
personas porque otras nos han reconocido como personas. La base de la
vida social no es el individuo, sino las personas vinculadas entre sÃ
por el reconocimiento recÃproco.
Por eso es falso el Principio del Individualismo Posesivo, que
dio comienzo al capitalismo y sigue vigente. Según ese principio, «cada
individuo es dueño de sus capacidades y del producto de sus capacidades,
sin deber por ello nada a la sociedad». Por el contra-rio, toda persona
es lo que es por su relación con otras, está ligada a las otras
personas y, por lo tanto, obligada a ellas.
Lo que tiene se debe en muy buena parte a la sociedad, y más en un
mundo globalizado. De donde se sigue que los bienes de la tierra son
sociales. Y, por lo tanto, tienen que ser globalmente distribuidos.
Los principios éticos de la economÃa ética serÃan el
Reconocimiento de la Igual Dignidad de las Personas, la Apuesta
por los más Vulnerables y la Responsabilidad por la Naturaleza,
que no permiten exclusión alguna de la vida económica.
8. Consumo justo y felicitante
La desigualdad en las formas de consumo es aterradora entre los
paÃses y dentro de ellos. Mientras algunas personas no pueden satisfacer
sus necesidades, otras consumen los bienes más sofisticados para
satisfacer caprichos y por eso para ellas nunca hay bastante. Una forma
de vida humana reclama apostar por un consumo liberador, que no
esclavice; por un consumo justo, que tenga en cuenta las necesidades de
todos, y por un consumo felicitante, que tenga en cuenta que lo más
valioso para conseguir la felicidad es disfrutar de las relaciones
humanas.
Se hace necesario sellar un Pacto Global sobre el Consumo y
potenciar la «ciudadanÃa del consumidor».
9. Gobernanza global. CiudadanÃa cosmopolita
Construir un mundo en el que todas las personas se sientan ciudadanas
es el reto polÃtico, económico y cultural del siglo XXI. Para ello se
hace necesaria una gobernanza global, que haga llegar los beneficios de
la globalización a todas las personas. Es ésta una exigencia de
justicia.
10. Bienes de justicia y bienes de gratuidad
Pero los bienes de la tierra no son sólo «bienes de justicia»,
necesidades cuya satisfacción puede reclamarse como un derecho al que
corresponde por parte de otros un deber. Quien se sabe cordialmente
ligado a otras personas, se sabe también obligado a ellas, le resulta
imposible llevar adelante una vida feliz si no es contando con ellas.
Hay una creativa economÃa del don que va más allá del intercambio de
equivalentes y abre camino a la gratuidad, que brota de la abundancia
del corazón. Sin ella no habrá una economÃa ética.
Adela Cortina
Valencia, España
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