Democracia a medio camino
De la polÃtica, a la ciudadanÃa y los movimientos sociales
Alfredo J. Gonçalves
La polÃtica está enferma
La polÃtica está enferma, y la democracia también. Basta tener en
cuenta que EEUU, paÃs que hoy se proclama el gran «exportador de la
democracia», es al mismo tiempo la nación más imperialista del planeta. En
cuanto a los demás paÃses desarrollados o centrales, algunos con viejas
democracias de más de doscientos años, se encuentran también profundamente
dilacerados por esa misma contradicción: de un lado, un «sistema
democrático» de fachada; de otro, una inserción tranquila en el «sistema
mundo» del nuevo imperio mundial. La razón de ello es que, mientras desde
el punto de vista polÃtico procuran mantener el disfraz de una democracia
aparente, con partidos, elecciones libres, parlamento, etc., desde el
punto de vista económico se encuentran cada vez más subordinados a la
dictadura del mercado total, hoy hegemónicamente financiero y globalizado.
En otras palabras, a lo largo de los siglos la democracia se detuvo a
medio camino. Alcanzó el nivel de las relaciones polÃticas y, en algunos
casos, de las relaciones socioculturales, pero no descendió hasta el fondo
oculto de la estructura económica, donde los intereses tocan el «órgano»
más sensible del homo oeconomicus, o sea, el bolsillo, la cuenta
bancaria o la propiedad privada. Allà sigue inalterado el dominio de los
individuos, de las empresas y de los grupos de mayor poder financiero.
«Es curioso que la refutación del principio hereditario en polÃtica no
haya tenido casi ningún efecto en el campo económico en los paÃses
democráticos. Nos parece todavÃa natural que un hombre deje su propiedad a
los hijos; aceptamos el principio hereditario para lo que se refiere al
poder económico, mientras lo rechazamos en lo que se refiere al poder
polÃtico. Las dinastÃas polÃticas desaparecieron, pero las dinastÃas
económicas sobreviven. Y pensar cuán natural nos parece que el poder sobre
la vida de los otros, derivado de una gran riqueza, deba ser hereditario»,
constata Bertrand Russel, en Historia del pensamiento occidental.
En los paÃses subdesarrollados o periféricos, por otro lado, la mezcla
de demagogia, caudillismo y autoritarismo desaconseja abusar de la
terminologÃa democrática. Las instituciones polÃticas , en este caso, sean
de carácter jurÃdico, legislativo o ejecutivo, disponen de poco margen de
maniobra frente a los mecanismos dominadores del mercado. Las democracias
latinoamericanas, por ejemplo, poco lo han sido, si tenemos en cuenta su
servilismo ante los organismos financieros internacionales. Esto sin
hablar de la corrupción, del favoritismo, del nepotismo, del clientelismo
y de las alianzas espurias por una gobernabilidad sospechosa, vicios esos
que por todas partes vienen haciendo grandes estragos.
La conclusión es que la democracia jurÃdico-formal, practicada hoy
tanto en nivel nacional cuanto internacional, se ha convertido en una
especie de apoyo institucional de la economÃa mundializada, de corte y
filosofÃa neoliberal. Apoyo, en otras palabras, de un orden mundial
injusto y asimétrico, al mismo tiempo concentrador y excluyente. Por lo
demás, no hay aquà ninguna idea nueva. «El sistema liberal parlamentario
no es más que el instrumento o sÃmbolo mismo del gobierno burgués», dice
David Landes en su libro Prometeo liberado, para no citar la lÃnea
de análisis de la literatura marxista.
Tal sistema mantiene en apariencia una participación polÃtica a través
del voto libre y «democrático» en cada paÃs, pero delega a los burócratas
del mercado financiero el verdadero destino polÃtico y económico de los
distintos pueblos. Disimula una democracia que no llega a las raÃces de
los problemas socioeconómicos. En numerosos paÃses de América Latina, por
ejemplo, los mayores latifundistas y/o banqueros son también
representantes del Estado de Derecho, con asientos cautivos en el Congreso
Nacional y en las Cortes de Justicia. Los llamados «hombres de bien» -como
en la antigua Grecia los ciudadanos libres y propietarios- son en general
«¡hombres de bienes!».
En virtud de eso, desde el punto de vista ético, las llamadas
democracias occidentales tienen poco que enseñar en cuanto a práctica
democrática. Al contrario, constituyen ejemplos negativos de lo que se
entiende históricamente por el concepto de democracia. De ahà la
desconfianza y la desilusión crecientes de la sociedad en relación a la
polÃtica y a los polÃticos, a los partidos, al gobierno y al parlamento,
asà como a la lealtad de los promotores y a las decisiones de los jueces.
La democracia, en su concepción más original y genuina, puede decirse que
pasó del campo de la polÃtica para el campo de los movimientos sociales, o
desde una perspectiva más abarcadora, desde el ámbito del Estado al de la
sociedad civil. De hecho, ¿dónde podemos encontrar actualmente los trazos
inconfundibles de una efectiva práctica democrática?
Otra polÃtica y otra democracia son posibles
Antes que nada, conviene evitar un dualismo simplista e ingenuo, según
el cual las instituciones liberales parlamentarias estarÃan completamente
desacreditadas, mientras que las iniciativas populares constituirÃan los
espacios únicos de la democracia. Los elementos positivos y negativos de
la polÃtica no tienen fronteras tan nÃtidas como nos gustarÃa, sino que se
mezclan, se confunden y se alternan continuamente. Lo que sà podemos
constatar es que las experiencias verdaderamente democráticas tienden hoy
a emigrar de la vÃa parlamentaria hacia los canales de participación
popular. Cuatro observaciones a este respecto merecen nuestra atención.
1. El sistema de representación en los tres poderes del régimen
democrático –legislativo, judicial y ejecutivo- se encuentra enteramente
desequilibrado y desacreditado. Los sectores dominantes de la sociedad
institucionalizaron un cÃrculo vicioso en el que el poder económico compra
los puestos claves del poder polÃtico, lo cual, a su vez garantiza a
través de la ley el dominio perpetuo de ellos sobre los demás sectores. El
Congreso Nacional se convierte en una especie de oficina de negocios,
donde gran parte de los polÃticos está más interesada en proyectos de
poder, que en proyectos de la nación. Elegido por las capas populares, el
parlamentario muchas veces acaba ignorando las necesidades básicas de ese
pueblo, a cambio de beneficios personales, familiares o de clase. La
cadena de representatividad se interrumpe, y la población más necesitada
queda abandonada, cosa que se agrava más todavÃa con la corrupción crónica
de las instituciones públicas. La distancia entre los problemas que
afligen a la población, de un lado, y los proyectos debatidos en la Cámara
y en el Senado, de otro, nunca fue tan grave.
2. El descrédito del sistema representativo ha llevado al debate de la
llamada democracia directa o participativa. Experiencias como los
plebiscitos populares, las recogidas de firmas, los proyectos de ley a
partir de las bases y asambleas populares, entre otras, muestran la
posibilidad de nuevas vÃas de participación en las decisiones respecto a
los destinos del paÃs. De ahà la pregunta sobre la necesidad de crear
nuevos canales, nuevos mecanismos y nuevos instrumentos de control de la
res pública por parte de los diversos sectores de la población. ¿Cómo
acompañar y controlar más de cerca los tres poderes de la institución
democrática? La iniciativa del Presupuesto Participativo en algunos
municipios brasileños y la creación de consejos populares son ejemplos de
que es posible avanzar en la ampliación de esos espacios de participación
popular. En sÃntesis, la lección es dedicar menos energÃa a la vÃa
parlamentaria y a la polÃtica tradicional, reforzando por otro lado las
instancias de la sociedad civil organizada.
3. En realidad, el debate en torno a la democracia participativa o
directa ya tiene una larga historia en muchos paÃses latinoamericanos.
Innumerables movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales (ONGs),
entidades asociaciones populares, en su práctica cotidiana, están marcados
por el ejercicio directo de la democracia, ejercicio que se verifica, por
ejemplo, en la tradición de las comunidades eclesiales de base (CEBs) y en
no pocos movimientos estudiantiles o sindicales. No sin problemas,
tensiones y conflictos, evidentemente, las decisiones tienden a ser
tomadas en una práctica democrática ya ampliamente consolidada.
Planificación, programación y evaluación permanente, en general, son
realizadas en conjunto, en reuniones y asambleas en las que cada uno es
llamado a participar libremente.
Es verdad que en algunos de estos ambientes, los virus del
autoritarismo, del personalismo, del productivismo y consumismo, del
centralismo y de otros «ismos», todavÃa causan serias consecuencias
nefastas. Pero lo que queremos destacar es el ejercicio libre y directo de
la ciudadanÃa como práctica común, en un nuevo paradigma emancipatorio»,
para usar la expresión de Boaventura Souza Santos, en Por los caminos de
Alice. Quizá el Foro Social Mundial, asà como otros foros y espacios
democráticos, sean hoy los mejores testimonios de que, efectivamente,
«otra democracia es posible».
4. El ejercicio continuado de la práctica democrática, a su vez, crea
nuevas relaciones democráticas. Sabemos cuán reacia es la vieja democracia
liberal, presionada por las leyes del mercado, a la participación de la
mujer en las principales instancias decisorias; al uso cuidadoso,
responsable y sostenible de los recursos naturales; a la conservación y
cuidado del medio ambiente; a las relaciones igualitarias en los espacios
públicos o privados (familia, sindicato, partido, empresa, iglesia, etc.),
en fin, a la participación directa de los movimientos organizados. A
medida que se consolida el ejercicio de una práctica efectivamente
democrática, crece también la paridad entre las personas,
independientemente del sexo, profesión, raza, credo, etc. Evidente que eso
vale también, y tal vez sobre todo, para el cotidiano de los movimientos y
pastorales sociales y para las iniciativas populares, donde no raramente
aparecen actitudes machistas, autoritarias e individualistas.
Alfredo J. Gonçalves
Paraguay - Brasil
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